Yo me quiero quedar hoy con los normales diálogos de la Virgen con Jacinta, Francisco y Lucia de hace cien años. ¿De qué les habla? Fátima es un canto y un llanto de la Virgen sobre el Pecado y la Misericordia. El pecado del hombre; la misericordia de Dios. Un canto y un llanto con tonos fuertes y tonos suaves y dulces.
Nos podemos preguntar: ¿Cómo se le ocurre a la Madre de Dios hablar del pecado de los hombres a tres criaturas? ¿Cómo se le ocurre mostrarles de alguna manera el horror del infierno, de la soledad –querida libremente- del hombre apartado para siempre del amor de su Creador, del Amor de su Redentor, del Amor de su Santificador?
Los niños se entristecen y lloran; no se deprimen, y no pierden la serenidad y alegría de cada día. Son conscientes del dolor del Señor por los pecados de los hombres; y viven de alguna manera con Dios el mal que los hombres se hacen a sí mismos con el pecado.
¿Por qué a tres niños y no a tres personas hechas y derechas, hombres o mujeres? Los niños tienen una sabiduría divina, que todavía no han manipulado para su servicio egoísta. Están abiertos a la luz: “Si no os convertís y os hacéis como los niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mt 18, 3). El diálogo de Santa María con los pastores de Fátima nos manifiesta la extraordinaria cercanía y confianza de Dios con los hombres.