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Etiquetas | Cataluña | Soberanismo
Un futbolista reincidente en sus plantes nacionalistas

Piqué no debería seguir representando a España en la roja

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Debo adelantar, para evitar susceptibilidades, que no soy especialmente aficionado al fútbol, no entiendo casi nada de los intríngulis de este deporte y, por consiguiente, no voy a entrar en la temeridad de juzgar a esta persona por sus méritos o deméritos como profesional de tan popular deporte. No obstante, ya tuve ocasión de comentar el caso del anterior entrenador nacional, el señor Del Bosque que, amparándose en que él no entraba en política y sólo juzgaba la calidad técnica de los seleccionados escurrió, en varias ocasiones, el bulto ante las más que repetidas y ofensivas manifestaciones de este jugador catalán, del Barcelona, Gerard Piqué, que tanta popularidad ha adquirido por sus proezas profesionales y por su relación con la cantante Sakira; algo que se podría considerar normal si no fuera por la particularidad de su empeño en mostrar su evidente inquina a todo lo español y su condición declarada de catalanista separatista.

Todo, en este mundo, tiene un límite, incluso la rivalidad profesional, la natural tendencia a defender los colores propios, la crítica deportiva a los equipos rivales y la inevitable tendencia a juzgar las decisiones del “trencilla” de turno, desde la óptica de lo que hubiera sido conveniente para los intereses del equipo al que se pertenece o se es seguidor. Sin embargo, cuando un personaje tan mediático, del que están pendientes tan tos miles de personas, al que siguen multitudes de aficionados seguidores del C.F.Barcelona, se sale del terreno estrictamente deportivo y, valiéndose de su popularidad, se permite declaraciones claramente ofensivas para la nación, sus representantes, sus insignias o para aquellos que se consideran españoles antes que cualquier otra cosa; entonces, señores, ya es un tema distinto, ya se debe juzgar al que adopta semejante posición, por encima de sus posibles méritos deportivos, como alguien que no forma parte del pueblo español, no siente en su sangre lo que significa ser un patriota y, en consecuencia, en forma alguna merecedor de portar la camiseta roja que lo identifica como un jugador de la selección española, por muchos méritos que acumule como futbolista y por mucho que, su presencia, sea conveniente para reforzar al equipo que representa, ante el mundo, a la nación española.

El señor Del Bosque, con su actitud ambigua, con su apariencia bonachona y su dudoso compromiso político respecto a la actitud catalana, propició, al menos para una parte importante de la ciudadanía, el que Piqué se pronunciara impunemente respeto a lo que pensaba de España, sus ideas particulares respecto a la relación de Cataluña con el resto de España y sus críticas al Gobierno y al resto de españoles por considerar que se aprovechaban de los catalanes. Y es que el antiguo seleccionador nunca quiso entender que, en su cargo, en su compromiso con España y en sus obligaciones como director de la selección española estaba implícito que, quienes fueran seleccionados para tener el honor de defender el pabellón español, debían de sentir en su corazón el compromiso de luchar hasta la extenuación, si fuera preciso, para apoyar los colores de su patria. El ganar o el perder es posible que fuera muy importante, pero, sobre todo, existía el deber de haberlo dado todo en la lucha por conseguir la victoria.

No acusamos a nadie de no haber cumplido con su parte en el esfuerzo colectivo de la selección, tampoco lo hacemos respecto al señor Piqué, pero la mera sospecha, la duda razonable, el más mínimo resquicio de desconfianza de que, en un momento determinado del partido, en una acción determinante, pudiera producirse un fallo que, en otro, pudiera considerarse fortuito o involuntario, ya es suficiente para que el responsable del equipo aparte de los seleccionados al sujeto en cuestión.

Ahora, con el nuevo entrenados nacional, el señor Julen Lopetegui, tenemos la impresión, por sus más recientes comentarios, de que sigue los mismos criterios, en cuanto a este jugador catalán, que mantenía el señor Del Bosque. Cuando la deportividad de un jugador, su forma de expresarse, su animadversión manifiesta, su rencor hacia el adversario y su probada falta de continencia verbal y de respeto para las instituciones, son puestas en cuestión, como ha ocurrido recientemente, ante las declaraciones poco elegantes, las comparaciones inadecuadas y la falta de faire plaire, ante la clara, inapelable e indiscutible hazaña del equipo madrileño, que ha hecho el doblete de copa y liga; es obvio que no es el momento ni la ocasión de intentar desmerecer al contrario cuando, en esta ocasión, ha sido el mejor. Si otras veces fueron mejores los jugadores del Barcelona, tuvieron la vez de recibir las felicitaciones correspondientes, por sus indudables méritos en conseguir los trofeos que se merecieron, sin que se les regatearan méritos por parte del resto de los equipos que forman la liga o las otras competiciones que consiguieron ganar.

Mucho nos tememos, por la actitud del nuevo seleccionador vasco, que siga ignorando la condición humana, el enraizamiento nacionalista y su evidente desprecio por lo español del señor Piqué y siga permitiendo, como lo hizo su antecesor, que este jugador siga creando problemas, divida al público asistente y ponga en peligro la necesaria unidad que debe presidir a los hinchas españoles, obligándoles a soportar la presencia de un garbanzo negro dentro de un equipo que debiera ser la quinta esencia del patriotismo español, sin que esto significara que, cuando entraran en el campo, rindieran todos al máximo. Los resultados vendrían por añadidura y, si no fuera posible, al menos tendríamos la certeza de que todos se habrían partido el alma en el empeño.

El deporte es importante y lo es más en cuanto los deportistas asumen la responsabilidad de representar a su país, pero en la España actual, en esta nación que se ha convertido en un semillero de rencillas, de descalificaciones, de corrupción, de intentos de desestabilización y de grupos que han decidido que es preciso apartar a la comunidad catalana del resto de la patria, simplemente porque algunos políticos descastados y advenedizos se han empeñado en mentir, engañar, maquinar, desafiar y urdir trampas para intentar algo que, en manera alguna se puede permitir en un Estado de derecho, y es que, unilateralmente, sin tener en cuenta lo que piensan el resto de los españoles, con una soberbia impropia de aquellos que se saltan las leyes y la propia Constitución, están poniendo en jaque a todo el Gobierno y a las cámaras de representación pública y, todavía, tienen la cara dura de pretender que nos creamos que les estamos obstaculizando sus derechos democráticos a “decidir”.

En otra nación en la que, sus representantes legales y autoridades, supieran cuál era su deber y no tuvieran tanto miedo a perder algunos votos, la mayoría de estos que, en Cataluña, están amenazando al Estado y desafiando las leyes, ya estarían a disposición de la Justicia, esperando ser juzgados a buen recaudo en las cárceles, junto al resto de delincuentes comunes, algunos de los cuales tendrían más derecho a permanecer en libertad que estos políticos, prevaricadores, a los que se les permite seguir actuando, aunque se tiene la certeza de que, lo que están haciendo, es intentar desobedecer a los tribunales y al ordenamiento jurídico español, para intentar conseguir la desconexión de Cataluña del Estado español.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, nos duele en el alma que se permita que, todos aquellos que se han manifestado, públicamente, en contra de España y de los españoles, por muy expertos que sean en sus respectivas profesiones, puedan beneficiarse, optar, contribuir o participar en aquellos eventos en los que la honra, el prestigio, el buen nombre y la fama de nuestra nación se pongan en juego, tanto en España como fuera de ella. Es una cuestión de simple patriotismo.

Piqué no debería seguir representando a España en la roja

Un futbolista reincidente en sus plantes nacionalistas
Miguel Massanet
jueves, 8 de junio de 2017, 08:34 h (CET)
Debo adelantar, para evitar susceptibilidades, que no soy especialmente aficionado al fútbol, no entiendo casi nada de los intríngulis de este deporte y, por consiguiente, no voy a entrar en la temeridad de juzgar a esta persona por sus méritos o deméritos como profesional de tan popular deporte. No obstante, ya tuve ocasión de comentar el caso del anterior entrenador nacional, el señor Del Bosque que, amparándose en que él no entraba en política y sólo juzgaba la calidad técnica de los seleccionados escurrió, en varias ocasiones, el bulto ante las más que repetidas y ofensivas manifestaciones de este jugador catalán, del Barcelona, Gerard Piqué, que tanta popularidad ha adquirido por sus proezas profesionales y por su relación con la cantante Sakira; algo que se podría considerar normal si no fuera por la particularidad de su empeño en mostrar su evidente inquina a todo lo español y su condición declarada de catalanista separatista.

Todo, en este mundo, tiene un límite, incluso la rivalidad profesional, la natural tendencia a defender los colores propios, la crítica deportiva a los equipos rivales y la inevitable tendencia a juzgar las decisiones del “trencilla” de turno, desde la óptica de lo que hubiera sido conveniente para los intereses del equipo al que se pertenece o se es seguidor. Sin embargo, cuando un personaje tan mediático, del que están pendientes tan tos miles de personas, al que siguen multitudes de aficionados seguidores del C.F.Barcelona, se sale del terreno estrictamente deportivo y, valiéndose de su popularidad, se permite declaraciones claramente ofensivas para la nación, sus representantes, sus insignias o para aquellos que se consideran españoles antes que cualquier otra cosa; entonces, señores, ya es un tema distinto, ya se debe juzgar al que adopta semejante posición, por encima de sus posibles méritos deportivos, como alguien que no forma parte del pueblo español, no siente en su sangre lo que significa ser un patriota y, en consecuencia, en forma alguna merecedor de portar la camiseta roja que lo identifica como un jugador de la selección española, por muchos méritos que acumule como futbolista y por mucho que, su presencia, sea conveniente para reforzar al equipo que representa, ante el mundo, a la nación española.

El señor Del Bosque, con su actitud ambigua, con su apariencia bonachona y su dudoso compromiso político respecto a la actitud catalana, propició, al menos para una parte importante de la ciudadanía, el que Piqué se pronunciara impunemente respeto a lo que pensaba de España, sus ideas particulares respecto a la relación de Cataluña con el resto de España y sus críticas al Gobierno y al resto de españoles por considerar que se aprovechaban de los catalanes. Y es que el antiguo seleccionador nunca quiso entender que, en su cargo, en su compromiso con España y en sus obligaciones como director de la selección española estaba implícito que, quienes fueran seleccionados para tener el honor de defender el pabellón español, debían de sentir en su corazón el compromiso de luchar hasta la extenuación, si fuera preciso, para apoyar los colores de su patria. El ganar o el perder es posible que fuera muy importante, pero, sobre todo, existía el deber de haberlo dado todo en la lucha por conseguir la victoria.

No acusamos a nadie de no haber cumplido con su parte en el esfuerzo colectivo de la selección, tampoco lo hacemos respecto al señor Piqué, pero la mera sospecha, la duda razonable, el más mínimo resquicio de desconfianza de que, en un momento determinado del partido, en una acción determinante, pudiera producirse un fallo que, en otro, pudiera considerarse fortuito o involuntario, ya es suficiente para que el responsable del equipo aparte de los seleccionados al sujeto en cuestión.

Ahora, con el nuevo entrenados nacional, el señor Julen Lopetegui, tenemos la impresión, por sus más recientes comentarios, de que sigue los mismos criterios, en cuanto a este jugador catalán, que mantenía el señor Del Bosque. Cuando la deportividad de un jugador, su forma de expresarse, su animadversión manifiesta, su rencor hacia el adversario y su probada falta de continencia verbal y de respeto para las instituciones, son puestas en cuestión, como ha ocurrido recientemente, ante las declaraciones poco elegantes, las comparaciones inadecuadas y la falta de faire plaire, ante la clara, inapelable e indiscutible hazaña del equipo madrileño, que ha hecho el doblete de copa y liga; es obvio que no es el momento ni la ocasión de intentar desmerecer al contrario cuando, en esta ocasión, ha sido el mejor. Si otras veces fueron mejores los jugadores del Barcelona, tuvieron la vez de recibir las felicitaciones correspondientes, por sus indudables méritos en conseguir los trofeos que se merecieron, sin que se les regatearan méritos por parte del resto de los equipos que forman la liga o las otras competiciones que consiguieron ganar.

Mucho nos tememos, por la actitud del nuevo seleccionador vasco, que siga ignorando la condición humana, el enraizamiento nacionalista y su evidente desprecio por lo español del señor Piqué y siga permitiendo, como lo hizo su antecesor, que este jugador siga creando problemas, divida al público asistente y ponga en peligro la necesaria unidad que debe presidir a los hinchas españoles, obligándoles a soportar la presencia de un garbanzo negro dentro de un equipo que debiera ser la quinta esencia del patriotismo español, sin que esto significara que, cuando entraran en el campo, rindieran todos al máximo. Los resultados vendrían por añadidura y, si no fuera posible, al menos tendríamos la certeza de que todos se habrían partido el alma en el empeño.

El deporte es importante y lo es más en cuanto los deportistas asumen la responsabilidad de representar a su país, pero en la España actual, en esta nación que se ha convertido en un semillero de rencillas, de descalificaciones, de corrupción, de intentos de desestabilización y de grupos que han decidido que es preciso apartar a la comunidad catalana del resto de la patria, simplemente porque algunos políticos descastados y advenedizos se han empeñado en mentir, engañar, maquinar, desafiar y urdir trampas para intentar algo que, en manera alguna se puede permitir en un Estado de derecho, y es que, unilateralmente, sin tener en cuenta lo que piensan el resto de los españoles, con una soberbia impropia de aquellos que se saltan las leyes y la propia Constitución, están poniendo en jaque a todo el Gobierno y a las cámaras de representación pública y, todavía, tienen la cara dura de pretender que nos creamos que les estamos obstaculizando sus derechos democráticos a “decidir”.

En otra nación en la que, sus representantes legales y autoridades, supieran cuál era su deber y no tuvieran tanto miedo a perder algunos votos, la mayoría de estos que, en Cataluña, están amenazando al Estado y desafiando las leyes, ya estarían a disposición de la Justicia, esperando ser juzgados a buen recaudo en las cárceles, junto al resto de delincuentes comunes, algunos de los cuales tendrían más derecho a permanecer en libertad que estos políticos, prevaricadores, a los que se les permite seguir actuando, aunque se tiene la certeza de que, lo que están haciendo, es intentar desobedecer a los tribunales y al ordenamiento jurídico español, para intentar conseguir la desconexión de Cataluña del Estado español.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, nos duele en el alma que se permita que, todos aquellos que se han manifestado, públicamente, en contra de España y de los españoles, por muy expertos que sean en sus respectivas profesiones, puedan beneficiarse, optar, contribuir o participar en aquellos eventos en los que la honra, el prestigio, el buen nombre y la fama de nuestra nación se pongan en juego, tanto en España como fuera de ella. Es una cuestión de simple patriotismo.

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