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La lucha por el petróleo, elemento clave del desarrollo moderno que parece estar agotándose definitivamente, parece planear sobre el desenlaze del conflicto libio

Libia y el oro negro

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La guerra de Libia ha costado ya miles de muertos y otros tantos desplazados y exiliados. La llamada ayuda humanitaria que necesaria para el abastecimiento de la población se calcula en al menos 3 millones de euros. Lo que parecía una revuelta estancada ha desembocado a las claras en una guerra civil. Una guerra civil tristemente alentada desde fuera y de nuevo tristemente interesada en uno de los archiconocidos protagonistas de las últimas guerras, el petróleo.

El nuevo capítulo en la lucha por el abastecimiento de este material que ha posibilitado el desarrollo de la era global en la que vivimos, tiene lugar en este desierto mediterráneo llamado Libia. Un país tres veces más grande que España y de tan sólo seis millones de habitantes. Un lugar donde hace tan sólo 40 años sus habitantes vivían en casas de adove y cuya única preocupación era buscar de comer.
El golpe militar del general Gadafi, al estilo Nasser, expulsó a los italianos y los franceses del país y logró, con el coste en vidas de un tercio de la población, nacionalizar el petróleo libio. Desde entonces los libios se han repartido las ganacias de la venta del crudo que constituye más del 95% de sus exportaciones y que permite una vida relativamente cómoda a su pequeña población. Con sus más y sus menos con los occidentales durante estos años, Gadafi, que no es un santo, ha mantenido una relativa tranquilidad en la zona.

Pero las revueltas en los vecinos países árabes y un cierto malestar por la corrupción con la que el gobierno Libio reaprtía los beneficios de la venta de crudo, han propiciado un clima favorable para la intervención extrangera. Y es que valga recordar que en ningún otro escenario de las conocidas revueltas árabes la OTAN ha ido más allá de unas vagas condenas y advertencias.

Así, La OTAN sin consulta nio justificación previa a la sociedad civil se ha embarcado en una nueva guerra. En esta ocasión no se ha aprovado ninguna intervención terrestre, bastaba con bombardear desde arriba a las tropas de Gadafi para ir abriendo paso a los rebeldes. Estos rebeldes que parecen mercenarios a sueldo, recuerdan siniestramente a las imágenes de las milicias serbias que entraron Bosnia en otra guerra “apañada” por la OTAN. En esta ocasión participan además de los ya consabidos y omnipresentes EEUU, Francia, Reino Unido, Italia o España, países como Suiza, Bulgaria, Bélgica, Dinamarca o Noruega.

Cuando a finales de agosto Trípoli estaba tomada por los rebeldes y Gadafi en paradero desconocido, no tardaron en llegar Cameron y Sarkozy a hacerse la foto y plantar bandera. Llegaron para trazar el plan de ruta para reconstruir el país que ellos mismos han ayudado a destruir y para presentar a sus empresas, que gestionarán ahora el crudo por el bien de los libios y según sus discursos de la humanidad entera.

Y mientras qué pasa en Siria? No hay allí un dictador contra el que claman las masas? No han muerto desde marzo miles y miles de ciudadanos sirios reprimidos por el gobierno? Tal vez la pregunta no sea esta, tal vez haya que preguntar: tienen petróleo?

Libia y el oro negro

La lucha por el petróleo, elemento clave del desarrollo moderno que parece estar agotándose definitivamente, parece planear sobre el desenlaze del conflicto libio
Gonzalo Soria
viernes, 23 de septiembre de 2011, 08:00 h (CET)
La guerra de Libia ha costado ya miles de muertos y otros tantos desplazados y exiliados. La llamada ayuda humanitaria que necesaria para el abastecimiento de la población se calcula en al menos 3 millones de euros. Lo que parecía una revuelta estancada ha desembocado a las claras en una guerra civil. Una guerra civil tristemente alentada desde fuera y de nuevo tristemente interesada en uno de los archiconocidos protagonistas de las últimas guerras, el petróleo.

El nuevo capítulo en la lucha por el abastecimiento de este material que ha posibilitado el desarrollo de la era global en la que vivimos, tiene lugar en este desierto mediterráneo llamado Libia. Un país tres veces más grande que España y de tan sólo seis millones de habitantes. Un lugar donde hace tan sólo 40 años sus habitantes vivían en casas de adove y cuya única preocupación era buscar de comer.
El golpe militar del general Gadafi, al estilo Nasser, expulsó a los italianos y los franceses del país y logró, con el coste en vidas de un tercio de la población, nacionalizar el petróleo libio. Desde entonces los libios se han repartido las ganacias de la venta del crudo que constituye más del 95% de sus exportaciones y que permite una vida relativamente cómoda a su pequeña población. Con sus más y sus menos con los occidentales durante estos años, Gadafi, que no es un santo, ha mantenido una relativa tranquilidad en la zona.

Pero las revueltas en los vecinos países árabes y un cierto malestar por la corrupción con la que el gobierno Libio reaprtía los beneficios de la venta de crudo, han propiciado un clima favorable para la intervención extrangera. Y es que valga recordar que en ningún otro escenario de las conocidas revueltas árabes la OTAN ha ido más allá de unas vagas condenas y advertencias.

Así, La OTAN sin consulta nio justificación previa a la sociedad civil se ha embarcado en una nueva guerra. En esta ocasión no se ha aprovado ninguna intervención terrestre, bastaba con bombardear desde arriba a las tropas de Gadafi para ir abriendo paso a los rebeldes. Estos rebeldes que parecen mercenarios a sueldo, recuerdan siniestramente a las imágenes de las milicias serbias que entraron Bosnia en otra guerra “apañada” por la OTAN. En esta ocasión participan además de los ya consabidos y omnipresentes EEUU, Francia, Reino Unido, Italia o España, países como Suiza, Bulgaria, Bélgica, Dinamarca o Noruega.

Cuando a finales de agosto Trípoli estaba tomada por los rebeldes y Gadafi en paradero desconocido, no tardaron en llegar Cameron y Sarkozy a hacerse la foto y plantar bandera. Llegaron para trazar el plan de ruta para reconstruir el país que ellos mismos han ayudado a destruir y para presentar a sus empresas, que gestionarán ahora el crudo por el bien de los libios y según sus discursos de la humanidad entera.

Y mientras qué pasa en Siria? No hay allí un dictador contra el que claman las masas? No han muerto desde marzo miles y miles de ciudadanos sirios reprimidos por el gobierno? Tal vez la pregunta no sea esta, tal vez haya que preguntar: tienen petróleo?

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