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La guerra por ser absurda se ha convertido en lo más normal

¡Guerra!

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El periodista Josep Corbella le pegunta a Carme Jordi astrofísica de la Universidad de Barcelona: ¿Qué piensa que es cierto a pesar de que no pueda demostrarlo? Respuesta: “Que Dios no existe”. Vuelve a inquirirla: Una pregunta por la cual no tenga respuesta: “¿Por qué la humanidad no ha sido capaz de abolir las guerras? Ambas respuestas forman parte de las dos caras de una moneda. Sin Dios la violencia sea del género que sea es inevitable.

Por el tema que tratamos sería muy conveniente tener presente las palabras de Santiago para hacer desaparecer la ignorancia de Carme Jordi respecto a por qué el hombre es incapaz de abolir las guerras. A la de ella debemos añadir la del japonés Yosiko Kajimoto, superviviente de la bomba atómica lanzada sobre Hisosima en el año 1945, que a la pregunta. ¿Qué ha entendido del ser humano?, responde: “Indudablemente las personas son buenas, lo he podido comprobar en los viajes por todo el mundo, pero en conjunto, la humanidad siempre ha estado en guerra. Es un misterio que no consigo entender”.

Vayamos, pues, a ver que nos dice Santiago: “¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? Codiciáis, y no tenéis, matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites” (Santiago 4. 1-3).

Todas las guerras tienen un alto grado de estupidez humana. La Guerra en singular se multiplica de forma exponencial si al sustantivo se le añade el adjetivo nacional o confesional. Luchas por una cosa intangible, por una idea, por una creencia, es algo irracional, cosa que suele convertir los conflictos en más sangrientos que las guerras que persiguen objetivos concretos. Las cosas materiales son negociables. Las intangibles como la fe o la patria, no.

El periodista e impresor leridano Pau Guimet, refiriéndose a la guerra Civil española, entre otras cosa escribe: “Si la guerra es la destrucción, el asesinato en masa, el espolio, la violación, el éxodo, el hambre, la desolación, la miseria, el aplastamiento moral, la neurastenia loca, no entiendo que exista persona de juicio normal que se entregue al conformismo que, ante la catástrofe de nuestro país sugiere esta frase idiota que reza: . Ante la catástrofe nacional que representó la sublevación franquista, que no se ha recuperado del todo, nos sale el ministro Gallardón con esta linda proclama belicista que hace temblar: “España es una nación que vale la pena vivir y querer, y por la que vale la pena luchar”. El ministro no ha entendido con la experiencia de la Guerra Civil las desgracias que comporta querer resolver los problemas políticos con una guerra fratricida. Una frase muy breve que por su brevedad es doble buena, es la que dijo el general William Tucumsch Sherman, partidario de tierra quemada: “La guerra es el infierno”.

El filósofo británico C. S. Lewis que participó como saldado en la Primera Guerra Mundial, al estallar la Segunda describe los sufrimientos de los soldados. “Todo lo que nos produce miedo, de cualquier tipo de adversidad se concentra en la vida del soldado en activo, de servicio. Pareciéndose a la enfermedad le amenaza el dolor y la muerte. Asemejándose a la pobreza le amenaza un pésimo albergue, frio, calor, sed y hambre. Pareciéndose a la esclavitud le amenaza el trabajo duro, humillación, injusticia y gobierno autoritario. Asemejándose al exilio, lo separa de todo lo que más ama”.

No. Poner fin a las guerras no está al alcance del hombre conseguirlo. Lo estamos viendo de manera muy visible en lo que está sucediendo en nuestro tiempo por todo el mundo. La codicia de los gobiernos impide ponerles fin. En nombre de la paz se incrementan los presupuestos militares. Las empresas armamentistas se lucran fabricando instrumentos de muerte y las distribuyen en zonas en conflicto a pesar de los embargos internacionales. ¡La codicia no conoce límites!

El profeta Isaías, buen conocedor de la naturaleza humana, escribe: “Sus pies corren al mal, se apresuran a derramar sangre inocente, sus pensamientos, pensamientos de iniquidad; destrucción y quebrantamiento hay en sus caminos. No conocieron camino de paz, ni hay justicia en sus caminos; sus veredas son torcidas, cualquiera que por ellas caminase, no conocerá paz” (Isaías 59: 7,8).

Cuando los discípulos de Jesús le preguntaron por las señales del fin del tiempo, les dijo: “Y oiréis de guerras y rumores de guerras, mirad que no os turbéis, porque es necesario que todo esto acontezca, pero aun no es el fin. Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá pestes y hambres, y terremotos en distintos lugares, y todo esto será principio de dolores” (Mateo 24: 6-8). ¿No son estas palabras un vivo retrato de nuestro tiempo?

El profeta Isaías da una visión del futuro que contrasta con el presente. La nueva tierra que surgirá con la venida gloriosa de Jesús al venir a buscar a su pueblo para que habite en ella por toda la eternidad es muy codiciable: “Morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará, el becerro y el león y la bestia doméstica andarán juntos, y un niño los pastoreará. La vaca y la osa pacerán, sus crías se echarán juntas; y el león con el buey comerá paja. Y el niño de pecho jugará sobre la cueva del áspid, y el recién nacido extenderá su mano sobre la caverna de la víbora. No harán mal ni dañarán en todo mi santo monte; porque la tierra será llena del conocimiento del Señor, como las aguas cubren el mar” (Isaías, 11: 6-8). En aquel día el paraíso que se perdió en Adán será plenamente recuperado para no volverse a perder.

¡Guerra!

La guerra por ser absurda se ha convertido en lo más normal
Octavi Pereña
martes, 6 de junio de 2017, 00:01 h (CET)
El periodista Josep Corbella le pegunta a Carme Jordi astrofísica de la Universidad de Barcelona: ¿Qué piensa que es cierto a pesar de que no pueda demostrarlo? Respuesta: “Que Dios no existe”. Vuelve a inquirirla: Una pregunta por la cual no tenga respuesta: “¿Por qué la humanidad no ha sido capaz de abolir las guerras? Ambas respuestas forman parte de las dos caras de una moneda. Sin Dios la violencia sea del género que sea es inevitable.

Por el tema que tratamos sería muy conveniente tener presente las palabras de Santiago para hacer desaparecer la ignorancia de Carme Jordi respecto a por qué el hombre es incapaz de abolir las guerras. A la de ella debemos añadir la del japonés Yosiko Kajimoto, superviviente de la bomba atómica lanzada sobre Hisosima en el año 1945, que a la pregunta. ¿Qué ha entendido del ser humano?, responde: “Indudablemente las personas son buenas, lo he podido comprobar en los viajes por todo el mundo, pero en conjunto, la humanidad siempre ha estado en guerra. Es un misterio que no consigo entender”.

Vayamos, pues, a ver que nos dice Santiago: “¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? Codiciáis, y no tenéis, matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites” (Santiago 4. 1-3).

Todas las guerras tienen un alto grado de estupidez humana. La Guerra en singular se multiplica de forma exponencial si al sustantivo se le añade el adjetivo nacional o confesional. Luchas por una cosa intangible, por una idea, por una creencia, es algo irracional, cosa que suele convertir los conflictos en más sangrientos que las guerras que persiguen objetivos concretos. Las cosas materiales son negociables. Las intangibles como la fe o la patria, no.

El periodista e impresor leridano Pau Guimet, refiriéndose a la guerra Civil española, entre otras cosa escribe: “Si la guerra es la destrucción, el asesinato en masa, el espolio, la violación, el éxodo, el hambre, la desolación, la miseria, el aplastamiento moral, la neurastenia loca, no entiendo que exista persona de juicio normal que se entregue al conformismo que, ante la catástrofe de nuestro país sugiere esta frase idiota que reza: . Ante la catástrofe nacional que representó la sublevación franquista, que no se ha recuperado del todo, nos sale el ministro Gallardón con esta linda proclama belicista que hace temblar: “España es una nación que vale la pena vivir y querer, y por la que vale la pena luchar”. El ministro no ha entendido con la experiencia de la Guerra Civil las desgracias que comporta querer resolver los problemas políticos con una guerra fratricida. Una frase muy breve que por su brevedad es doble buena, es la que dijo el general William Tucumsch Sherman, partidario de tierra quemada: “La guerra es el infierno”.

El filósofo británico C. S. Lewis que participó como saldado en la Primera Guerra Mundial, al estallar la Segunda describe los sufrimientos de los soldados. “Todo lo que nos produce miedo, de cualquier tipo de adversidad se concentra en la vida del soldado en activo, de servicio. Pareciéndose a la enfermedad le amenaza el dolor y la muerte. Asemejándose a la pobreza le amenaza un pésimo albergue, frio, calor, sed y hambre. Pareciéndose a la esclavitud le amenaza el trabajo duro, humillación, injusticia y gobierno autoritario. Asemejándose al exilio, lo separa de todo lo que más ama”.

No. Poner fin a las guerras no está al alcance del hombre conseguirlo. Lo estamos viendo de manera muy visible en lo que está sucediendo en nuestro tiempo por todo el mundo. La codicia de los gobiernos impide ponerles fin. En nombre de la paz se incrementan los presupuestos militares. Las empresas armamentistas se lucran fabricando instrumentos de muerte y las distribuyen en zonas en conflicto a pesar de los embargos internacionales. ¡La codicia no conoce límites!

El profeta Isaías, buen conocedor de la naturaleza humana, escribe: “Sus pies corren al mal, se apresuran a derramar sangre inocente, sus pensamientos, pensamientos de iniquidad; destrucción y quebrantamiento hay en sus caminos. No conocieron camino de paz, ni hay justicia en sus caminos; sus veredas son torcidas, cualquiera que por ellas caminase, no conocerá paz” (Isaías 59: 7,8).

Cuando los discípulos de Jesús le preguntaron por las señales del fin del tiempo, les dijo: “Y oiréis de guerras y rumores de guerras, mirad que no os turbéis, porque es necesario que todo esto acontezca, pero aun no es el fin. Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá pestes y hambres, y terremotos en distintos lugares, y todo esto será principio de dolores” (Mateo 24: 6-8). ¿No son estas palabras un vivo retrato de nuestro tiempo?

El profeta Isaías da una visión del futuro que contrasta con el presente. La nueva tierra que surgirá con la venida gloriosa de Jesús al venir a buscar a su pueblo para que habite en ella por toda la eternidad es muy codiciable: “Morará el lobo con el cordero, y el leopardo con el cabrito se acostará, el becerro y el león y la bestia doméstica andarán juntos, y un niño los pastoreará. La vaca y la osa pacerán, sus crías se echarán juntas; y el león con el buey comerá paja. Y el niño de pecho jugará sobre la cueva del áspid, y el recién nacido extenderá su mano sobre la caverna de la víbora. No harán mal ni dañarán en todo mi santo monte; porque la tierra será llena del conocimiento del Señor, como las aguas cubren el mar” (Isaías, 11: 6-8). En aquel día el paraíso que se perdió en Adán será plenamente recuperado para no volverse a perder.

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