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Los izquierdistas están encantados de que el Presidente Obama esté por fin presentando batalla

Los conservadores están encantados de recoger el guante de la "lucha de clases"

Un plan de deuda, a ninguna parte

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WASHINGTON -- Yo estoy totalmente deprimida.

En primer lugar, aunque los planes del presidente no sirven para cambiar las ya escasas probabilidades de éxito de la nueva comisión de disciplina fiscal del Congreso, subrayan la práctica imposibilidad de abordar la deuda antes de las elecciones.

En segundo lugar y más en general, apunta el fracaso de la promesa central que hizo la presidencia Obama: que las fuerzas de la razón, el pragmatismo y la persuasión se pueden combinar para frustrar las leyes ordinarias de la física política.

Desde el momento de su aparición en la convención Demócrata el año 2004, Obama invocó las inquietudes frecuentes de la América de los independientes a la hora de refutar la noción de que el interés de los políticos por aguantar en el cargo siempre se impone a los intereses nacionales. Él sostenía que el país era capaz de ir más allá de la política entendida como juego en el que todos pierden.

En la administración, no obstante, el Obama del "Yes We Can" se convirtió inevitablemente en el Obama del "no tan rápido". Su promesa de acabar con las disputas partidistas y la afición a ganar minando la confianza del contrario frecuente en Washington redundaron en más de lo mismo. Y su plan de reducción de la deuda que es imposible que sea tramitado representa la manifestación más viva de todas de esa realidad previsible.

El plan está bien en la medida que lo está, cosa que es: no mucho. Presenta subidas tributarias a las rentas altas que el presidente sabe que son imposibles de aceptar con los Republicanos. Se aparta de la reforma de las pensiones que estaba dispuesto a aceptar con anterioridad, con independencia del descontento entre su electorado. Realiza más recortes de los que la comisión de disciplina fiscal está obligada a realizar pero no los suficientes en absoluto para meter en cintura la deuda a largo plazo.

Se puede ver todo esto y acusar a Obama de hacer campaña en lugar de gobernar, de participar una vez más de la práctica de pasar la patata que había jurado detener.

No me parece que sea justo. Como descubrió el presidente, es imposible bailar con alguien decidido a pisarte -- en la práctica, con alguien convencido de que pisarte, en la medida en que se pueda salir impune, es su camino de vuelta al poder.

Si los Republicanos hubieran manifestado alguna disposición a apartarse de su ortodoxia contra los impuestos nuevos, a mostrar algún reconocimiento de la matemática elemental presupuestaria que exige un equilibrio de recortes del gasto público y de subidas de los impuestos para meter en cintura la deuda, yo estaría dispuesta a poner al presidente a caer de un burro por complacer al electorado.

Pero los gestos previos de razonabilidad de Obama -- elevar la edad de jubilación en el programa Medicare de los ancianos, bajar las pensiones alterando el cálculo de la inflación -- no han logrado más que desaires Republicanos. Si ahora se pone a practicar la política de siempre, reservando parte de lo que estaría dispuesto a ofrecer dentro de una negociación que probablemente no se va a producir nunca, es difícil echarle la culpa a él.

Y aun así, qué triste espectáculo es ver al presidente realizar cada uno de los gestos contables cínicos que en tiempos presumía de evitar.

Allá por los tiempos en que presentó sus primeros presupuestos, el presidente se jactaba de que no iba a practicar la "contabilidad deshonesta" usual -- por ejemplo, no incluir el coste aproximado de las operaciones en Irak y Afganistán. Menos de tres años más tarde, estaba borrando de su reducción de la deuda prometida aproximadamente 1 billón de dólares -- a base de incluir presuntos "ahorros" de gastos de la guerra que sabemos que no se desembolsaban. Vaya con lo de no hacer lo de siempre.

De igual forma, el presidente se adjudicaba el mérito de otros 866.000 millones de dólares en "ahorros" fruto de dejar expirar las bajadas tributarias Bush a las rentas altas -- como venía prometiendo desde la última campaña. Yo reciclo, pero esto es ridículo.

La crónica de la presidencia de Obama no es una narrativa única de un presidente ingenuo que despierta de forma grosera a las diabólicas costumbres de Washington. Obama no es ningún patán. Sus asesores son iniciados con experiencia en Washington. No esperaban pavonearse en la administración y dormir con corderos Republicanos.

El equipo Obama se equivocó más bien de dos formas. Subestimó la ferocidad de la oposición Republicana -- siendo la reforma sanitaria y el debate del techo de la deuda dos ejemplos de primer orden. Y calculó en mal momento su propio maridaje de conciliación y límites.

En el frente del debate de la deuda, la Casa Blanca aduce que fue correcto no apoyarse en el plan de reducción de la deuda de la Comisión Simpson-Bowles cuando la instancia elegida por el presidente presentó argumentos el año pasado. Actuar entonces, antes de que los congresistas Republicanos presentaran su propio plan presupuestario más radical, estaría condenado al fracaso, sostiene la Casa Blanca.

¿En qué punto estamos ahora pues? Con Obama aspirando a duras penas a la mitad de la reducción de la deuda que proponía la comisión Simpson-Bowles. Con un plan que aspira a mucho menos en términos de impuestos nuevos. Y que no va a llegar a ningún lado.

Con un presidente elegido con la promesa de esperanza y cambio -- y que se postula a la reelección habiendo descubierto lo difícil que es de lograr.

Un plan de deuda, a ninguna parte

Los izquierdistas están encantados de que el Presidente Obama esté por fin presentando batalla

Los conservadores están encantados de recoger el guante de la "lucha de clases"
Ruth Marcus
jueves, 22 de septiembre de 2011, 06:57 h (CET)
WASHINGTON -- Yo estoy totalmente deprimida.

En primer lugar, aunque los planes del presidente no sirven para cambiar las ya escasas probabilidades de éxito de la nueva comisión de disciplina fiscal del Congreso, subrayan la práctica imposibilidad de abordar la deuda antes de las elecciones.

En segundo lugar y más en general, apunta el fracaso de la promesa central que hizo la presidencia Obama: que las fuerzas de la razón, el pragmatismo y la persuasión se pueden combinar para frustrar las leyes ordinarias de la física política.

Desde el momento de su aparición en la convención Demócrata el año 2004, Obama invocó las inquietudes frecuentes de la América de los independientes a la hora de refutar la noción de que el interés de los políticos por aguantar en el cargo siempre se impone a los intereses nacionales. Él sostenía que el país era capaz de ir más allá de la política entendida como juego en el que todos pierden.

En la administración, no obstante, el Obama del "Yes We Can" se convirtió inevitablemente en el Obama del "no tan rápido". Su promesa de acabar con las disputas partidistas y la afición a ganar minando la confianza del contrario frecuente en Washington redundaron en más de lo mismo. Y su plan de reducción de la deuda que es imposible que sea tramitado representa la manifestación más viva de todas de esa realidad previsible.

El plan está bien en la medida que lo está, cosa que es: no mucho. Presenta subidas tributarias a las rentas altas que el presidente sabe que son imposibles de aceptar con los Republicanos. Se aparta de la reforma de las pensiones que estaba dispuesto a aceptar con anterioridad, con independencia del descontento entre su electorado. Realiza más recortes de los que la comisión de disciplina fiscal está obligada a realizar pero no los suficientes en absoluto para meter en cintura la deuda a largo plazo.

Se puede ver todo esto y acusar a Obama de hacer campaña en lugar de gobernar, de participar una vez más de la práctica de pasar la patata que había jurado detener.

No me parece que sea justo. Como descubrió el presidente, es imposible bailar con alguien decidido a pisarte -- en la práctica, con alguien convencido de que pisarte, en la medida en que se pueda salir impune, es su camino de vuelta al poder.

Si los Republicanos hubieran manifestado alguna disposición a apartarse de su ortodoxia contra los impuestos nuevos, a mostrar algún reconocimiento de la matemática elemental presupuestaria que exige un equilibrio de recortes del gasto público y de subidas de los impuestos para meter en cintura la deuda, yo estaría dispuesta a poner al presidente a caer de un burro por complacer al electorado.

Pero los gestos previos de razonabilidad de Obama -- elevar la edad de jubilación en el programa Medicare de los ancianos, bajar las pensiones alterando el cálculo de la inflación -- no han logrado más que desaires Republicanos. Si ahora se pone a practicar la política de siempre, reservando parte de lo que estaría dispuesto a ofrecer dentro de una negociación que probablemente no se va a producir nunca, es difícil echarle la culpa a él.

Y aun así, qué triste espectáculo es ver al presidente realizar cada uno de los gestos contables cínicos que en tiempos presumía de evitar.

Allá por los tiempos en que presentó sus primeros presupuestos, el presidente se jactaba de que no iba a practicar la "contabilidad deshonesta" usual -- por ejemplo, no incluir el coste aproximado de las operaciones en Irak y Afganistán. Menos de tres años más tarde, estaba borrando de su reducción de la deuda prometida aproximadamente 1 billón de dólares -- a base de incluir presuntos "ahorros" de gastos de la guerra que sabemos que no se desembolsaban. Vaya con lo de no hacer lo de siempre.

De igual forma, el presidente se adjudicaba el mérito de otros 866.000 millones de dólares en "ahorros" fruto de dejar expirar las bajadas tributarias Bush a las rentas altas -- como venía prometiendo desde la última campaña. Yo reciclo, pero esto es ridículo.

La crónica de la presidencia de Obama no es una narrativa única de un presidente ingenuo que despierta de forma grosera a las diabólicas costumbres de Washington. Obama no es ningún patán. Sus asesores son iniciados con experiencia en Washington. No esperaban pavonearse en la administración y dormir con corderos Republicanos.

El equipo Obama se equivocó más bien de dos formas. Subestimó la ferocidad de la oposición Republicana -- siendo la reforma sanitaria y el debate del techo de la deuda dos ejemplos de primer orden. Y calculó en mal momento su propio maridaje de conciliación y límites.

En el frente del debate de la deuda, la Casa Blanca aduce que fue correcto no apoyarse en el plan de reducción de la deuda de la Comisión Simpson-Bowles cuando la instancia elegida por el presidente presentó argumentos el año pasado. Actuar entonces, antes de que los congresistas Republicanos presentaran su propio plan presupuestario más radical, estaría condenado al fracaso, sostiene la Casa Blanca.

¿En qué punto estamos ahora pues? Con Obama aspirando a duras penas a la mitad de la reducción de la deuda que proponía la comisión Simpson-Bowles. Con un plan que aspira a mucho menos en términos de impuestos nuevos. Y que no va a llegar a ningún lado.

Con un presidente elegido con la promesa de esperanza y cambio -- y que se postula a la reelección habiendo descubierto lo difícil que es de lograr.

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