Me he peleado demasiadas veces con una hoja en blanco para saber que no tengo la sartén por el mango. Ella puede derrotarme las veces que quiera y de hecho creo que lo que llamo victorias son derrotas que ella me disfraza porque le divierte jugar. He asumido que sobre el papel no pinto nada más interesante que un reflejo mío. Incluso este propósito pueda quedarme grande.
Por eso antes de empezar esta columna o la lista de la compra, tengo que hacer las paces con la hoja en blanco. Porque hay una parte de mí, creyente, que piensa solo en la victoria de la batalla, pero mis proyectiles, palabras, aún dejan ver la hoja o la pantalla en blanco. Ninguno de ellos se levanta por encima del papel atrapando su esencia, su saber. El lenguaje de cada uno se me escurre entre los dedos. No entiendo su diálogo. El alma de cada hoja se escapa lleno de caracteres pero vacía, sin sustancia.
Si puedes pasar de página o clickar sobre el siguiente enlace, sin echar de menos lo que acabas de leer, significa que esa literatura no vale ni para envolver el bocadillo. A menudo leo en ese sentido y siento que he desaprovechado mi tiempo, pero, ¿cómo saber de antemano que va a suceder?, ¿qué mecanismo me ayuda a predecir si esto me va a gustar o desagradar? No te alteres, no hay ninguno. A través de las recomendaciones, sugerencias, inquietudes y un largo etcétera se conforma la estantería que llamamos experiencia. Su fruto es una suerte de instinto que vela por tu criterio de lector. No hay más. Sucede lo mismo con las películas o los partidos de fútbol. Hay que ver muchos para disfrutar uno bueno. Eso sí, cuando se abre con el dulzor de un melón, la recompensa es máxima. Lástima que suceda así y no al revés. Que uno tenga que soportar lecturas soporíferas, películas mortales o partidos infames para encontrar algo que paladear en la boca. Quizá cada uno podamos hacer algo al respecto. Cuidemos nuestras elecciones.
Visto el tema tratado no me atrevo a recomendar nada esta semana salvo el respeto por uno mismo y por su tiempo. Intentemos no perderlo en fruslerías ni en zahúrdas. Todavía queda mucho por hacer y por decir. Cada día la oferta aumenta, tenemos acceso a multitud de canales para comparar. Podemos tomar decisiones basadas en múltiples factores que nos ayudan a separar la paja. Y si todo lo anterior falla, siempre podemos dejarnos guiar por nuestro instinto. Ya nos autojustificaremos luego si falla.