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Celtas Cortos y la triste actualidad

Gente distinta

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La semana pasada se celebraron las fiestas del barrio madrileño de La Elipa. Cerca del cementerio de La Almudena (antiguo cementerio del Este), a las 22:30 del jueves, fuimos muchos los que nos dimos cita para bailar y dejarnos la voz al ritmo de los intergeneracionales Celtas Cortos, ese grupo pucelano con nombre de marca de tabaco de los 50 consumido por la clase obrera, la misma para la que ellos cantan: una clase media “indignada” y cada vez más polarizada que está recuperando la crítica en la calle y que la reclama también en el mundo de la cultura.

Unos minutos antes de la actuación, Angustias Alonso, histórica activista del movimiento vecinal de dicho barrio que el pasado mes de marzo tuvo un pequeño encontronazo con Esperanza Aguirre, nos recordaba a voz en grito que la lucha continúa, que debemos reivindicar los espacios de nuestros barrios y que entre todos y todas podemos construir una sociedad diferente. El ambiente se caldeaba y, como bien dijo Jesús Cifuentes, la utopía se palpaba en el aire.

Este peculiar grupo de rock con grandes influencias de la música celta y procedente de Valladolid, lleva 25 años subido a los escenarios, cantando a las viejas amistades, a la “Gente impresentable” y a la “Gente distinta”; tocando por la justicia social, por la igualdad de derechos y el respeto a la diferencia; clamando contra el militarismo y la indiferencia; y contándonos cuentos y romances que viajan por sendas a través del tiempo. Ese es el espíritu que hoy resulta más necesario recuperar para que no nos paren.
Porque lo preocupante, evidentemente, no es que los conciertos de Celtas Cortos sigan congregando a gente variopinta de todas las edades que levantan el puño pidiendo una vida mejor. De eso, personalmente, me alegro. Lo que sí resulta motivo de reflexión es que tras más de veinte años, no hayamos avanzado lo más mínimo y las letras de Celtas Cortos continúen estando de rabiosa actualidad.

Si en los 90 cantaban contra la guerra del Golfo y la de los Balcanes, hoy por hoy, pueden seguirlo haciendo, ya que las políticas internacionales no han variado mucho y sigue habiendo “marines haciendo turismo” por medio planeta. En España el aumento del paro ya ha superado con creces aquel “tercer millón” del que hablaban en su mítico “Tranquilo majete” y muchos jóvenes nos damos cuenta de golpe de que “estudiar vale para poco” al buscar trabajo. Las fronteras siguen siendo “tierras de dolor” y “sin valor”, los emigrantes continúan siendo odiados “por racistas maleantes”, y en Somalia el hambre sigue matando a millones de personas mientras lo vemos tranquilamente por televisión.

Y tal como los Celtas Cortos se preguntan en su tema “¿Qué voy a hacer yo?”, sería bueno que todos y todas nos preguntáramos qué papel podemos jugar en estos tiempos aciagos de privatizaciones y recortes sociales y qué país queremos. Quizás, tanto en la música y la cultura como en el día a día de cada quien no estaría de más dejarnos llevar por el camino que dibujaba Eduardo Galeano:

"La utopía está en el horizonte.
Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos
y el horizonte se corre diez pasos más allá.
¿Entonces para qué sirve la utopía?
Para eso, sirve para caminar".

Gente distinta

Celtas Cortos y la triste actualidad
Sonia Herrera
martes, 20 de septiembre de 2011, 07:29 h (CET)
La semana pasada se celebraron las fiestas del barrio madrileño de La Elipa. Cerca del cementerio de La Almudena (antiguo cementerio del Este), a las 22:30 del jueves, fuimos muchos los que nos dimos cita para bailar y dejarnos la voz al ritmo de los intergeneracionales Celtas Cortos, ese grupo pucelano con nombre de marca de tabaco de los 50 consumido por la clase obrera, la misma para la que ellos cantan: una clase media “indignada” y cada vez más polarizada que está recuperando la crítica en la calle y que la reclama también en el mundo de la cultura.

Unos minutos antes de la actuación, Angustias Alonso, histórica activista del movimiento vecinal de dicho barrio que el pasado mes de marzo tuvo un pequeño encontronazo con Esperanza Aguirre, nos recordaba a voz en grito que la lucha continúa, que debemos reivindicar los espacios de nuestros barrios y que entre todos y todas podemos construir una sociedad diferente. El ambiente se caldeaba y, como bien dijo Jesús Cifuentes, la utopía se palpaba en el aire.

Este peculiar grupo de rock con grandes influencias de la música celta y procedente de Valladolid, lleva 25 años subido a los escenarios, cantando a las viejas amistades, a la “Gente impresentable” y a la “Gente distinta”; tocando por la justicia social, por la igualdad de derechos y el respeto a la diferencia; clamando contra el militarismo y la indiferencia; y contándonos cuentos y romances que viajan por sendas a través del tiempo. Ese es el espíritu que hoy resulta más necesario recuperar para que no nos paren.
Porque lo preocupante, evidentemente, no es que los conciertos de Celtas Cortos sigan congregando a gente variopinta de todas las edades que levantan el puño pidiendo una vida mejor. De eso, personalmente, me alegro. Lo que sí resulta motivo de reflexión es que tras más de veinte años, no hayamos avanzado lo más mínimo y las letras de Celtas Cortos continúen estando de rabiosa actualidad.

Si en los 90 cantaban contra la guerra del Golfo y la de los Balcanes, hoy por hoy, pueden seguirlo haciendo, ya que las políticas internacionales no han variado mucho y sigue habiendo “marines haciendo turismo” por medio planeta. En España el aumento del paro ya ha superado con creces aquel “tercer millón” del que hablaban en su mítico “Tranquilo majete” y muchos jóvenes nos damos cuenta de golpe de que “estudiar vale para poco” al buscar trabajo. Las fronteras siguen siendo “tierras de dolor” y “sin valor”, los emigrantes continúan siendo odiados “por racistas maleantes”, y en Somalia el hambre sigue matando a millones de personas mientras lo vemos tranquilamente por televisión.

Y tal como los Celtas Cortos se preguntan en su tema “¿Qué voy a hacer yo?”, sería bueno que todos y todas nos preguntáramos qué papel podemos jugar en estos tiempos aciagos de privatizaciones y recortes sociales y qué país queremos. Quizás, tanto en la música y la cultura como en el día a día de cada quien no estaría de más dejarnos llevar por el camino que dibujaba Eduardo Galeano:

"La utopía está en el horizonte.
Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos
y el horizonte se corre diez pasos más allá.
¿Entonces para qué sirve la utopía?
Para eso, sirve para caminar".

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