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Nosotros lo intuimos; el resto del mundo también

La crisis bancaria de Europa

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La crisis bancaria europea y el término "crisis" está utilizado con propiedad nos indica lo mucho y lo poco que ha cambiado desde el inicio de la agitación económica global en septiembre de 2008.

WASHINGTON
Por entonces, la gente estaba preocupada por la solvencia de las entidades bancarias estadounidenses importantes, trufadas de activos "tóxicos" de respaldo hipotecario cuyo valor era difícil de calcular. Ahora la gente está preocupada por las entidades bancarias europeas importantes, trufadas de títulos públicos (alias deuda "soberana") cuyo valor es difícil de calcular. Flirteamos con otra crisis económica no distinta del episodio de pánico financiero post-Lehman Brothers.

No tiene que ser así por obligación. En el año 2008 nadie sabía cómo iba a responder el ejecutivo al estado de sitio a los bancos estadounidenses y los mercados, que no podían recaudar los fondos imprescindibles para financiar las inversiones y los préstamos en vigor. Ahora sabemos: que el estado -- a través de la Reserva Federal y el Programa de Ayuda a Activos sin Liquidez (TARP) -- puso el dinero para evitar un colapso económico total. En Europa acontece ahora algo parecido: el Banco Central Europeo (la Reserva Federal de Europa) está prestando ya a las entidades bancarias que tienen problemas para endeudarse en el mercado privado; de hecho, el BCE anunciaba el jueves una nueva instancia de crédito.

La protección del BCE puede ganar tiempo, pero no puede solucionar el problema subyacente: la exposición de las entidades bancarias privadas a cuenta de las carteras de deuda soberana. El impago de la deuda helena -- calificado de inevitable por muchos economistas -- haría que el valor de los títulos irlandeses, portugueses, españoles e italianos cayera con seguridad casi total, plasmando el miedo a que estas economías queden en descubierto. En marzo, las entidades bancarias privadas de Europa tenían casi 2,2 billones de dólares en deuda de estos países, según datos del Instituto de Economía Internacional, un colectivo de la patronal del sector. Las entidades bancarias debilitadas escorarían a Europa hacia la recesión.

Nosotros lo intuimos; el resto del mundo también. Europa representa alrededor del 22% de la exportación estadounidense. Supone alrededor de una octava parte de los beneficios en el extranjero de importantes multinacionales norteamericanas. Los bancos y los inversores estadounidenses sufrirían pérdidas a consecuencia de sus préstamos e inversiones europeas. Los grandes fondos estadounidenses comunes de inversión a corto plazo y bajo riesgo han prestado 658.000 millones de dólares a las entidades europeas, si bien la exposición ha descendido últimamente de forma acusada, informa la agencia de calificación Fitch.

En teoría, los bancos de Europa tendrían que disponer de abundante capital para absorber grandes pérdidas. En la práctica, puede que no lo tengan. La agencia de calificación Moody's rebajaba hace poco la calificación de dos grandes bancos franceses por el miedo a las pérdidas. Para entender el problema, es imprescindible explorar el mundo de las obligaciones bancarias.

Las reservas de capital consisten principalmente de los depósitos de los titulares y de algunos préstamos a largo plazo. El reglamento de las reservas globales -- conocido como Acuerdos de Basilea I y II en honor a la ciudad suiza donde dieron comienzo las negociaciones -- regula el tamaño de las reservas de liquidez para proteger a la entidad de los riesgos financieros y operativos. Esto parece sensato: inversiones más arriesgadas exigen requerimientos de capital más elevados. Pero en el mundo real no ha salido muy bien.

Según el Basilea I, las entidades están obligadas a respetar un estándar del 8% de las reservas contra la mayoría de los activos. Los préstamos ordinarios a las empresas exigen el 8%: son 80.000 dólares por cada millón prestado. En contraste, las hipotecas sólo exigen el 4%; se consideraron más seguras. Más tarde, las "operaciones de conversión de préstamos en valores negociables" de hipotecas "de titular independiente" sólo exigieron el 1.6% del importe en reservas; se consideraron todavía más seguras. Y la mayoría de los títulos de deuda pública soberana no exigían ningún capital en reserva; es lo que se utilizó de referencia para calificar la seguridad.

Como era de esperar, las entidades bancarias se decantaron por inversiones que exigieran pocos requerimientos de capital para proteger a la entidad. Los títulos de respaldo hipotecario eran del gusto de las entidades norteamericanas; los bancos europeos se hartaron de deuda soberana. El adverso resultado: los mismos valores -- la deuda titularizada en hipotecas, la deuda pública soberana -- considerados los más seguros se convirtieron en el epicentro de la crisis.

Más tarde, el Basilea II daba a las entidades bancarias margen de maniobra frente a las variaciones de riesgo -- con aprobación del regulador -- para calcular el riesgo de sus carteras de inversión según sus propios modelos informáticos. ¿Podría ser que los bancos europeos, con esta libertad, hubieran decidido (¡sorpresa!) que sus carteras no revisten un riesgo muy elevado y no exigen grandes reservas? Esto parece plausible. Sorprendentemente, muchas entidades bancarias importantes (Deutsche Bank, Société Générale) sólo tienen el 30% de sus activos totales cubiertos a través de reservas frente a pérdidas derivadas de la calificación del riesgo, según un análisis de JP Morgan Chase.

Hablando en plata: la mayoría de los activos no están cubiertos al parecer por las reservas de capital. En el caso de los bancos estadounidenses, que adoptan con mayor lentitud el reglamento del Acuerdo de Basilea II, este problema parece mucho más limitado.

Por eso se pone el acento en la crisis de Europa. Nadie conoce el valor de todos los valores de deuda pública soberana en propiedad de las entidades bancarias -- ni su valor en el futuro. Nadie conoce realmente el grado de protección que ofrecen las reservas disponibles ni la cantidad que haría falta para capitalizar la entidad. Un cálculo interno del Fondo Monetario Internacional filtrado sugiere 200.000 millones de euros (unos 270.000 millones de dólares). Las incertidumbres son colosales. ¿Qué pasa cuando hay en juego montones de dinero y los inversores no tienen la información que necesitan? El episodio de Lehman brinda una respuesta: se dejan llevar por el pánico.

Esa es la razón de que la combinación de enorme deuda soberana y entidades bancarias expuestas pueda provocar otra crisis económica. Para recuperar la confianza, los bancos de Europa tienen que elevar las reservas. Todo el mundo admite que esto no va a ser fácil. Los inversores privados se podrían resistir a invertir; los gobiernos ya están teniendo problemas para pagar las deudas. Pero dejar estos problemas a su aire -- como han hecho los europeos -- podría hacernos retroceder al otoño de 2008. No es una posición en la que nadie quiera estar.

La crisis bancaria de Europa

Nosotros lo intuimos; el resto del mundo también
Robert J. Samuelson
viernes, 16 de septiembre de 2011, 14:41 h (CET)
La crisis bancaria europea y el término "crisis" está utilizado con propiedad nos indica lo mucho y lo poco que ha cambiado desde el inicio de la agitación económica global en septiembre de 2008.

WASHINGTON
Por entonces, la gente estaba preocupada por la solvencia de las entidades bancarias estadounidenses importantes, trufadas de activos "tóxicos" de respaldo hipotecario cuyo valor era difícil de calcular. Ahora la gente está preocupada por las entidades bancarias europeas importantes, trufadas de títulos públicos (alias deuda "soberana") cuyo valor es difícil de calcular. Flirteamos con otra crisis económica no distinta del episodio de pánico financiero post-Lehman Brothers.

No tiene que ser así por obligación. En el año 2008 nadie sabía cómo iba a responder el ejecutivo al estado de sitio a los bancos estadounidenses y los mercados, que no podían recaudar los fondos imprescindibles para financiar las inversiones y los préstamos en vigor. Ahora sabemos: que el estado -- a través de la Reserva Federal y el Programa de Ayuda a Activos sin Liquidez (TARP) -- puso el dinero para evitar un colapso económico total. En Europa acontece ahora algo parecido: el Banco Central Europeo (la Reserva Federal de Europa) está prestando ya a las entidades bancarias que tienen problemas para endeudarse en el mercado privado; de hecho, el BCE anunciaba el jueves una nueva instancia de crédito.

La protección del BCE puede ganar tiempo, pero no puede solucionar el problema subyacente: la exposición de las entidades bancarias privadas a cuenta de las carteras de deuda soberana. El impago de la deuda helena -- calificado de inevitable por muchos economistas -- haría que el valor de los títulos irlandeses, portugueses, españoles e italianos cayera con seguridad casi total, plasmando el miedo a que estas economías queden en descubierto. En marzo, las entidades bancarias privadas de Europa tenían casi 2,2 billones de dólares en deuda de estos países, según datos del Instituto de Economía Internacional, un colectivo de la patronal del sector. Las entidades bancarias debilitadas escorarían a Europa hacia la recesión.

Nosotros lo intuimos; el resto del mundo también. Europa representa alrededor del 22% de la exportación estadounidense. Supone alrededor de una octava parte de los beneficios en el extranjero de importantes multinacionales norteamericanas. Los bancos y los inversores estadounidenses sufrirían pérdidas a consecuencia de sus préstamos e inversiones europeas. Los grandes fondos estadounidenses comunes de inversión a corto plazo y bajo riesgo han prestado 658.000 millones de dólares a las entidades europeas, si bien la exposición ha descendido últimamente de forma acusada, informa la agencia de calificación Fitch.

En teoría, los bancos de Europa tendrían que disponer de abundante capital para absorber grandes pérdidas. En la práctica, puede que no lo tengan. La agencia de calificación Moody's rebajaba hace poco la calificación de dos grandes bancos franceses por el miedo a las pérdidas. Para entender el problema, es imprescindible explorar el mundo de las obligaciones bancarias.

Las reservas de capital consisten principalmente de los depósitos de los titulares y de algunos préstamos a largo plazo. El reglamento de las reservas globales -- conocido como Acuerdos de Basilea I y II en honor a la ciudad suiza donde dieron comienzo las negociaciones -- regula el tamaño de las reservas de liquidez para proteger a la entidad de los riesgos financieros y operativos. Esto parece sensato: inversiones más arriesgadas exigen requerimientos de capital más elevados. Pero en el mundo real no ha salido muy bien.

Según el Basilea I, las entidades están obligadas a respetar un estándar del 8% de las reservas contra la mayoría de los activos. Los préstamos ordinarios a las empresas exigen el 8%: son 80.000 dólares por cada millón prestado. En contraste, las hipotecas sólo exigen el 4%; se consideraron más seguras. Más tarde, las "operaciones de conversión de préstamos en valores negociables" de hipotecas "de titular independiente" sólo exigieron el 1.6% del importe en reservas; se consideraron todavía más seguras. Y la mayoría de los títulos de deuda pública soberana no exigían ningún capital en reserva; es lo que se utilizó de referencia para calificar la seguridad.

Como era de esperar, las entidades bancarias se decantaron por inversiones que exigieran pocos requerimientos de capital para proteger a la entidad. Los títulos de respaldo hipotecario eran del gusto de las entidades norteamericanas; los bancos europeos se hartaron de deuda soberana. El adverso resultado: los mismos valores -- la deuda titularizada en hipotecas, la deuda pública soberana -- considerados los más seguros se convirtieron en el epicentro de la crisis.

Más tarde, el Basilea II daba a las entidades bancarias margen de maniobra frente a las variaciones de riesgo -- con aprobación del regulador -- para calcular el riesgo de sus carteras de inversión según sus propios modelos informáticos. ¿Podría ser que los bancos europeos, con esta libertad, hubieran decidido (¡sorpresa!) que sus carteras no revisten un riesgo muy elevado y no exigen grandes reservas? Esto parece plausible. Sorprendentemente, muchas entidades bancarias importantes (Deutsche Bank, Société Générale) sólo tienen el 30% de sus activos totales cubiertos a través de reservas frente a pérdidas derivadas de la calificación del riesgo, según un análisis de JP Morgan Chase.

Hablando en plata: la mayoría de los activos no están cubiertos al parecer por las reservas de capital. En el caso de los bancos estadounidenses, que adoptan con mayor lentitud el reglamento del Acuerdo de Basilea II, este problema parece mucho más limitado.

Por eso se pone el acento en la crisis de Europa. Nadie conoce el valor de todos los valores de deuda pública soberana en propiedad de las entidades bancarias -- ni su valor en el futuro. Nadie conoce realmente el grado de protección que ofrecen las reservas disponibles ni la cantidad que haría falta para capitalizar la entidad. Un cálculo interno del Fondo Monetario Internacional filtrado sugiere 200.000 millones de euros (unos 270.000 millones de dólares). Las incertidumbres son colosales. ¿Qué pasa cuando hay en juego montones de dinero y los inversores no tienen la información que necesitan? El episodio de Lehman brinda una respuesta: se dejan llevar por el pánico.

Esa es la razón de que la combinación de enorme deuda soberana y entidades bancarias expuestas pueda provocar otra crisis económica. Para recuperar la confianza, los bancos de Europa tienen que elevar las reservas. Todo el mundo admite que esto no va a ser fácil. Los inversores privados se podrían resistir a invertir; los gobiernos ya están teniendo problemas para pagar las deudas. Pero dejar estos problemas a su aire -- como han hecho los europeos -- podría hacernos retroceder al otoño de 2008. No es una posición en la que nadie quiera estar.

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