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Etiquetas | Estados Unidos | Guerra
En estas fechas, hace setenta y dos años, concluía una guerra olvidada sobre la cual los libros de historia siguen ocultando grandes verdades

Solo los muertos ven el final de la guerra

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Hace setenta y tres años, como uno de esos grandes cataclismos que dieron forma al mundo, una denuncia sensacional sacudió el mismo Congreso de Washington. Uno de los políticos más poderosos de Estados Unidos, de quien recelaba el mismo Franklin Delano Roosevelt, acusaría a los amos de las finanzas de Wall Street y sobre todo a la empresa Standard Oil Company que dirigía John Rockefeller, de haber encendido la chispa de la última guerra de Sudamérica.

Quien hacía las acusaciones era una de las principales voces de protesta durante esos años de la Gran Depresión, que había logrado sobrevivir a un turbulento juicio político con el que precisamente las empresas petroleras habían intentado destituirlo cuando ocupaba el cargo de gobernador de Louisiana. Se trataba del Senador Huey Long, quien en su estado había dado a los afroamericanos y blancos pobres oportunidades sin precedentes, y había emprendido más obras que ninguno de sus predecesores.

Sus denuncias relativas a la guerra del Chaco empezaron el 30 de mayo de 1934, y en ellas hizo gala del conocimiento que tenía de los mecanismos y estrategias inescrupulosas de los empresarios petroleros, a quienes había enfrentado y salido airoso. Días antes la guerra del Chaco había cobrado su mayor destaque en la prensa internacional, dado que el 9 de mayo la Sociedad de las Naciones había presentado un informe hostil hacia el Paraguay.

Simultáneamente, se presentó en el Senado norteamericano un pedido de embargo de armas contra el Paraguay, alegando “el pacifismo” estadounidense. Huey Long ironizó al respecto que Estados Unidos era un país “beatíficamente neutral” y “amante de la paz”, que sin embargo nunca está ausente en disputas territoriales violentas de ningún territorio cuyo subsuelo sea rico en recursos minerales, en ningún lugar del mundo. Rockefeller había contratado a sus asesinos para una matanza masiva en Sudamérica, aseguró.

Tarde o temprano, alguien aparecería para acallar denuncias tan escandalosas, y cuentan que finalmente eso sucedió el 8 de septiembre de 1935. Alguien había citado en el capitolio estatal de Baton Rouge a un joven médico, Carl Weiss, para que aparezca en escena como cabeza de turco. Estaba desarmado, pero la policía estatal de Louisiana y los guardaespaldas de Long afirmaron que llevaba un arma que escondía bajo su sombrero panamá. Dijeron que ello le valió la lluvia de balas, en total sesenta y una, que acabaron con su vida. Para incriminarlo, abrieron su automóvil y extrajeron su arma personal de la guantera, su hermano testificaría que cuando se hizo presente en el lugar de los luctuosos sucesos vio el carro con las puertas abiertas y con los objetos personales del doctor Weiss desparramados en su alrededor.

Según el informe oficial, Long resultó herido de dos balazos disparados por un médico que estaba desarmado. Para mayores controversias, el arma de Weiss era calibre 32, y las balas que mataron a Long eran de calibres 38 y 45.

Estas son algunas de las versiones que los cineastas Yvonne Boudreaux y David Modigliani plantearon en su documental “Sesenta y un balazos” (2014), presentado en el festival de cine independiente de Boston.

Weiss era uno de los más brillantes médicos del estado de Louisiana, la alcurnia de su familia no estaba en discusión, y podía perder otras cosas más importantes que su prestigio profesional: a su bella y joven esposa, y a un niño pequeño. La versión de una policía considerada por muchos como corrupta tuvo poco crédito y sigue siendo considerada como un relato fabricado para encubrir a los verdaderos asesinos.

Teniendo en cuenta estas versiones que siguen vivas en la memoria e imaginario popular de los habitantes de Louisiana, no es extraño que la mayoría de la gente crea hasta el día de hoy que la empresa Standard Oil estuvo detrás del asesinato. En el festival de cine de Boston, los cineastas lo mencionaron sin ambigüedades.

En Paraguay, curiosamente, hace mucho tiempo los conocedores de aquella trama de provocaciones e intrigas dicen lo mismo al respecto.

El escritor inglés John Berger dijo alguna vez que en algunos casos extraños la tragedia de la muerte de un hombre completa y ejemplifica el sentido de toda su vida. Tal vez detrás de esa misma tragedia se encuentra la clave para comprender mucho sobre lo que hay de guerra y paz, de vida y muerte en un país distante pero que el mismo Huey Long sintió cercano.

Despues de todo, es bien sabido que solo los muertos ven el final de la guerra.

Solo los muertos ven el final de la guerra

En estas fechas, hace setenta y dos años, concluía una guerra olvidada sobre la cual los libros de historia siguen ocultando grandes verdades
Luis Agüero Wagner
miércoles, 31 de mayo de 2017, 08:38 h (CET)
Hace setenta y tres años, como uno de esos grandes cataclismos que dieron forma al mundo, una denuncia sensacional sacudió el mismo Congreso de Washington. Uno de los políticos más poderosos de Estados Unidos, de quien recelaba el mismo Franklin Delano Roosevelt, acusaría a los amos de las finanzas de Wall Street y sobre todo a la empresa Standard Oil Company que dirigía John Rockefeller, de haber encendido la chispa de la última guerra de Sudamérica.

Quien hacía las acusaciones era una de las principales voces de protesta durante esos años de la Gran Depresión, que había logrado sobrevivir a un turbulento juicio político con el que precisamente las empresas petroleras habían intentado destituirlo cuando ocupaba el cargo de gobernador de Louisiana. Se trataba del Senador Huey Long, quien en su estado había dado a los afroamericanos y blancos pobres oportunidades sin precedentes, y había emprendido más obras que ninguno de sus predecesores.

Sus denuncias relativas a la guerra del Chaco empezaron el 30 de mayo de 1934, y en ellas hizo gala del conocimiento que tenía de los mecanismos y estrategias inescrupulosas de los empresarios petroleros, a quienes había enfrentado y salido airoso. Días antes la guerra del Chaco había cobrado su mayor destaque en la prensa internacional, dado que el 9 de mayo la Sociedad de las Naciones había presentado un informe hostil hacia el Paraguay.

Simultáneamente, se presentó en el Senado norteamericano un pedido de embargo de armas contra el Paraguay, alegando “el pacifismo” estadounidense. Huey Long ironizó al respecto que Estados Unidos era un país “beatíficamente neutral” y “amante de la paz”, que sin embargo nunca está ausente en disputas territoriales violentas de ningún territorio cuyo subsuelo sea rico en recursos minerales, en ningún lugar del mundo. Rockefeller había contratado a sus asesinos para una matanza masiva en Sudamérica, aseguró.

Tarde o temprano, alguien aparecería para acallar denuncias tan escandalosas, y cuentan que finalmente eso sucedió el 8 de septiembre de 1935. Alguien había citado en el capitolio estatal de Baton Rouge a un joven médico, Carl Weiss, para que aparezca en escena como cabeza de turco. Estaba desarmado, pero la policía estatal de Louisiana y los guardaespaldas de Long afirmaron que llevaba un arma que escondía bajo su sombrero panamá. Dijeron que ello le valió la lluvia de balas, en total sesenta y una, que acabaron con su vida. Para incriminarlo, abrieron su automóvil y extrajeron su arma personal de la guantera, su hermano testificaría que cuando se hizo presente en el lugar de los luctuosos sucesos vio el carro con las puertas abiertas y con los objetos personales del doctor Weiss desparramados en su alrededor.

Según el informe oficial, Long resultó herido de dos balazos disparados por un médico que estaba desarmado. Para mayores controversias, el arma de Weiss era calibre 32, y las balas que mataron a Long eran de calibres 38 y 45.

Estas son algunas de las versiones que los cineastas Yvonne Boudreaux y David Modigliani plantearon en su documental “Sesenta y un balazos” (2014), presentado en el festival de cine independiente de Boston.

Weiss era uno de los más brillantes médicos del estado de Louisiana, la alcurnia de su familia no estaba en discusión, y podía perder otras cosas más importantes que su prestigio profesional: a su bella y joven esposa, y a un niño pequeño. La versión de una policía considerada por muchos como corrupta tuvo poco crédito y sigue siendo considerada como un relato fabricado para encubrir a los verdaderos asesinos.

Teniendo en cuenta estas versiones que siguen vivas en la memoria e imaginario popular de los habitantes de Louisiana, no es extraño que la mayoría de la gente crea hasta el día de hoy que la empresa Standard Oil estuvo detrás del asesinato. En el festival de cine de Boston, los cineastas lo mencionaron sin ambigüedades.

En Paraguay, curiosamente, hace mucho tiempo los conocedores de aquella trama de provocaciones e intrigas dicen lo mismo al respecto.

El escritor inglés John Berger dijo alguna vez que en algunos casos extraños la tragedia de la muerte de un hombre completa y ejemplifica el sentido de toda su vida. Tal vez detrás de esa misma tragedia se encuentra la clave para comprender mucho sobre lo que hay de guerra y paz, de vida y muerte en un país distante pero que el mismo Huey Long sintió cercano.

Despues de todo, es bien sabido que solo los muertos ven el final de la guerra.

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