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Los nativos españoles hemos observado, porque somos muy observadores, que, después de mucho trabajo, gran parte del “cargo” se queda en manos del Estado y no nos llega lo que debería

El culto del cargo o en qué nos parecemos a los nativos

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En la vida social de la isla del Pacífico, Papúa Nueva Guinea, los grandes hombres, las grandes personalidades se afirmaban y conservaban su estatus social por medio de continuos reglaos a todos los miembros de la tribu. Solo de esta forma podían conservar su credibilidad y su legitimidad.

Las misiones llegan a Nueva Guinea

A finales del siglo XIX, Alemania estableció un gobierno colonial a lo largo de la Melanesia. Pronto aparecieron en sus costas los misioneros luteranos y fundaron misiones, que eran abastecidas por barco. Los misioneros no eran, lo que se dice, muy generosos con los nativos y, por tanto, estos no los consideraban como “grandes hombres” ni le concedían legitimidad o credibilidad.

Observaron, no obstante, los nativos, que los hombres blancos venidos de otro mundo, no trabajaban la tierra, ni cazaban, y, sin embargo, recibían todo lo que necesitaban por medio de esas grandes canoas metálicas.

Los dioses occidentales eran más bondadosos

Esto hacía evidente que, aunque los extranjeros no eran grandes hombres, sus dioses se mostraban más bondadosos que los antiguos dioses de los guineanos. Así que estos comenzaron a imitar los rituales más comunes del hombre blanco, que ellos había estudiado cuidadosamente: tomar el té por las tardes, bailar, marchar de un lado a otro con un fusil al hombro, etc.

Se pintaron, pues, el cuerpo de uniforme militar, se sentaban a lo hora del té a una mesa decorada con flores y fabricaron fusiles de bambú con los que imitaban las marchas militares. Esperaban, de esta forma, ser bendecidos, ellos también, con el “cargo”, es decir, con el abastecimiento de todo lo que necesitaban. “Cargo” que traería por mar una gran canoa fantasma, pilotada por los antepasados de la tribu.

La evangelización de los nativos

Como no consiguieron nada, finalmente, los nativos aceptaron ser “evangelizados”, con el fin de aprender “el secreto del cargo”, es decir, de averiguar de dónde demonios salían todos esos artilugios y toda esa comida y que había que hacer para conseguirlos.

Por supuesto, lo primero que los misioneros les enseñaron consistió en que, para obtener el “cargo”, tenían que trabajar duro y ser constantes en esto (se “olvidaron”, no obstante, de pagar decentemente, siquiera para la época, este trabajo). Y, muy importante, era necesario acudir a misa regularmente, para escuchar el sermonee del pastor.

Los misioneros se quedan todo el cargo

En fin, pasaron los años, los guineanos trabajaron duro, como se les había dicho, y, de paso, aprendieron Historia Sagrada. Sin embargo, observaron (eran muy observadores) que todo el cargo iba a parar a manos de los misioneros y nunca, o casi nunca, a las suyas. Y llegaron a la conclusión de que estaban siendo engañados y que los hombres blancos ocultaban el “secreto del cargo”.

La Historia Sagrada
Habían aprendido de los propios misioneros, lo habían interpretado así (entre otras cosas, por problemas con el idioma), que en el principio Dios había creado un paraíso con todo el “cargo” que se pueda imaginar y había creado, allí, a Adán y Eva. Pero, ante la desobediencia de estos, les había quitado el “cargo” y había enviado el Diluvio Universal.

A pesar de todo, Dios había bendecido a Noé y a su familia, lo que, en los oídos de los nativos significaba que Dios había dado a Noé una gran arca, toda llena de “cargo”. Mas el hijo de Noé, Cam, se rebeló y Dios le arrebató su parte. Cam huyó a Nueva Guinea y de él descendía los habitantes de la isla.

Jesús y el cargo
Mucho tiempo después, Jesús había venido al mundo para volver a repartir el “cargo” equitativamente, por tanto, también para los descendientes de Cam. Y, tras su marcha, volvería con más “cargo” para los buenos cristianos. Sin embargo, los misioneros estaban molestos y se interponían, robándoles su parte.

En conclusión, el barco no aparecía regularmente en la isla para abastecer a los misioneros, sino para traer el “cargo” a los indígenas. Pero el hombre blanco no les permitía acceder a él.

Evolución del culto del cargo
Este “culto del cargo” evolucionó y, después de la Segunda Guerra Mundial, ya con los australianos sustituyendo a los alemanes, los nativos esperaban, no ya un barco, sino un gran avión (parecido a un bombardero) que, también, sería pilotado por los antepasados y traería “cargo” para todos: casas prefabricadas, coches, lavadoras e, incluso, mujeres rubias. Nunca más tendrían que trabajar y se verían libres, para siempre, de la tiranía del hombre blanco.

Han pasado muchos años, pero el “culto del cargo” continúa todavía. Los nativos españoles estamos desconcertados porque hay personas, entre nosotros, a las que no vemos trabajar, pero sin embargo tienen, como por arte de magia, todo lo que necesitan.

El cargo en España
Siempre que los vemos en los medios de comunicación, van muy bien vestidos y están en fiestas o banquetes. Tienen fabulosas casas y coches muy potentes, diseñados por firmas carísimas que nosotros no conocemos en absoluto.

Por tanto, hemos pensado que sus dioses son más benévolos que los nuestros y que, por tanto, tenemos que pasarnos a su religión. Hemos estudiado sus rituales cuidadosamente y, así, compramos casas que no podemos pagar, nos hacemos con automóviles que no necesitamos y asistimos a cenas y banquetes con las mejores galas que podemos permitirnos sin caer en la ruina. Esperábamos, de esa forma, ser “bendecidos por el cargo”, que nos traería milagrosamente un Estado benefactor, pilotado por nuestro político favorito.

Evangelización de los españoles

Como fuera que no conseguimos nada, hemos aceptado ser “evangelizados”. Nos han enseñado que tenemos que trabajar más que los chinos y pagar más impuestos que los suecos. Y, lo más importante, hay que tragarse regularmente el sermón diario de los periódicos con respecto a los maléficos mercados, que no nos permiten recibir el “cargo”.

El Estado se queda con el cargo
Sin embargo, los nativos españoles hemos observado, porque somos muy observadores, que, después de mucho trabajo, gran parte del “cargo” se queda en manos del Estado y no nos llega lo que debería. Y los políticos nos cuentan que son los misteriosos “mercados” los que se llevan todo el “cargo”, por lo que ya no les queda nada que repartir. El Estado quería crear un país con todo el “cargo” que imaginar se pueda; pero los mercados están molestos y se oponen.

Y aquí continuamos, acudiendo regularmente a los cultos y esperando que, un día, el Estado nos proporcione milagrosamente todo el “cargo” que necesitamos. Nunca más tendríamos que trabajar y nos veríamos, para siempre, libres de la opresión de los mercados.

El culto del cargo o en qué nos parecemos a los nativos

Los nativos españoles hemos observado, porque somos muy observadores, que, después de mucho trabajo, gran parte del “cargo” se queda en manos del Estado y no nos llega lo que debería
Felipe Muñoz
martes, 13 de septiembre de 2011, 06:49 h (CET)
En la vida social de la isla del Pacífico, Papúa Nueva Guinea, los grandes hombres, las grandes personalidades se afirmaban y conservaban su estatus social por medio de continuos reglaos a todos los miembros de la tribu. Solo de esta forma podían conservar su credibilidad y su legitimidad.

Las misiones llegan a Nueva Guinea

A finales del siglo XIX, Alemania estableció un gobierno colonial a lo largo de la Melanesia. Pronto aparecieron en sus costas los misioneros luteranos y fundaron misiones, que eran abastecidas por barco. Los misioneros no eran, lo que se dice, muy generosos con los nativos y, por tanto, estos no los consideraban como “grandes hombres” ni le concedían legitimidad o credibilidad.

Observaron, no obstante, los nativos, que los hombres blancos venidos de otro mundo, no trabajaban la tierra, ni cazaban, y, sin embargo, recibían todo lo que necesitaban por medio de esas grandes canoas metálicas.

Los dioses occidentales eran más bondadosos

Esto hacía evidente que, aunque los extranjeros no eran grandes hombres, sus dioses se mostraban más bondadosos que los antiguos dioses de los guineanos. Así que estos comenzaron a imitar los rituales más comunes del hombre blanco, que ellos había estudiado cuidadosamente: tomar el té por las tardes, bailar, marchar de un lado a otro con un fusil al hombro, etc.

Se pintaron, pues, el cuerpo de uniforme militar, se sentaban a lo hora del té a una mesa decorada con flores y fabricaron fusiles de bambú con los que imitaban las marchas militares. Esperaban, de esta forma, ser bendecidos, ellos también, con el “cargo”, es decir, con el abastecimiento de todo lo que necesitaban. “Cargo” que traería por mar una gran canoa fantasma, pilotada por los antepasados de la tribu.

La evangelización de los nativos

Como no consiguieron nada, finalmente, los nativos aceptaron ser “evangelizados”, con el fin de aprender “el secreto del cargo”, es decir, de averiguar de dónde demonios salían todos esos artilugios y toda esa comida y que había que hacer para conseguirlos.

Por supuesto, lo primero que los misioneros les enseñaron consistió en que, para obtener el “cargo”, tenían que trabajar duro y ser constantes en esto (se “olvidaron”, no obstante, de pagar decentemente, siquiera para la época, este trabajo). Y, muy importante, era necesario acudir a misa regularmente, para escuchar el sermonee del pastor.

Los misioneros se quedan todo el cargo

En fin, pasaron los años, los guineanos trabajaron duro, como se les había dicho, y, de paso, aprendieron Historia Sagrada. Sin embargo, observaron (eran muy observadores) que todo el cargo iba a parar a manos de los misioneros y nunca, o casi nunca, a las suyas. Y llegaron a la conclusión de que estaban siendo engañados y que los hombres blancos ocultaban el “secreto del cargo”.

La Historia Sagrada
Habían aprendido de los propios misioneros, lo habían interpretado así (entre otras cosas, por problemas con el idioma), que en el principio Dios había creado un paraíso con todo el “cargo” que se pueda imaginar y había creado, allí, a Adán y Eva. Pero, ante la desobediencia de estos, les había quitado el “cargo” y había enviado el Diluvio Universal.

A pesar de todo, Dios había bendecido a Noé y a su familia, lo que, en los oídos de los nativos significaba que Dios había dado a Noé una gran arca, toda llena de “cargo”. Mas el hijo de Noé, Cam, se rebeló y Dios le arrebató su parte. Cam huyó a Nueva Guinea y de él descendía los habitantes de la isla.

Jesús y el cargo
Mucho tiempo después, Jesús había venido al mundo para volver a repartir el “cargo” equitativamente, por tanto, también para los descendientes de Cam. Y, tras su marcha, volvería con más “cargo” para los buenos cristianos. Sin embargo, los misioneros estaban molestos y se interponían, robándoles su parte.

En conclusión, el barco no aparecía regularmente en la isla para abastecer a los misioneros, sino para traer el “cargo” a los indígenas. Pero el hombre blanco no les permitía acceder a él.

Evolución del culto del cargo
Este “culto del cargo” evolucionó y, después de la Segunda Guerra Mundial, ya con los australianos sustituyendo a los alemanes, los nativos esperaban, no ya un barco, sino un gran avión (parecido a un bombardero) que, también, sería pilotado por los antepasados y traería “cargo” para todos: casas prefabricadas, coches, lavadoras e, incluso, mujeres rubias. Nunca más tendrían que trabajar y se verían libres, para siempre, de la tiranía del hombre blanco.

Han pasado muchos años, pero el “culto del cargo” continúa todavía. Los nativos españoles estamos desconcertados porque hay personas, entre nosotros, a las que no vemos trabajar, pero sin embargo tienen, como por arte de magia, todo lo que necesitan.

El cargo en España
Siempre que los vemos en los medios de comunicación, van muy bien vestidos y están en fiestas o banquetes. Tienen fabulosas casas y coches muy potentes, diseñados por firmas carísimas que nosotros no conocemos en absoluto.

Por tanto, hemos pensado que sus dioses son más benévolos que los nuestros y que, por tanto, tenemos que pasarnos a su religión. Hemos estudiado sus rituales cuidadosamente y, así, compramos casas que no podemos pagar, nos hacemos con automóviles que no necesitamos y asistimos a cenas y banquetes con las mejores galas que podemos permitirnos sin caer en la ruina. Esperábamos, de esa forma, ser “bendecidos por el cargo”, que nos traería milagrosamente un Estado benefactor, pilotado por nuestro político favorito.

Evangelización de los españoles

Como fuera que no conseguimos nada, hemos aceptado ser “evangelizados”. Nos han enseñado que tenemos que trabajar más que los chinos y pagar más impuestos que los suecos. Y, lo más importante, hay que tragarse regularmente el sermón diario de los periódicos con respecto a los maléficos mercados, que no nos permiten recibir el “cargo”.

El Estado se queda con el cargo
Sin embargo, los nativos españoles hemos observado, porque somos muy observadores, que, después de mucho trabajo, gran parte del “cargo” se queda en manos del Estado y no nos llega lo que debería. Y los políticos nos cuentan que son los misteriosos “mercados” los que se llevan todo el “cargo”, por lo que ya no les queda nada que repartir. El Estado quería crear un país con todo el “cargo” que imaginar se pueda; pero los mercados están molestos y se oponen.

Y aquí continuamos, acudiendo regularmente a los cultos y esperando que, un día, el Estado nos proporcione milagrosamente todo el “cargo” que necesitamos. Nunca más tendríamos que trabajar y nos veríamos, para siempre, libres de la opresión de los mercados.

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