La lección que nos ha dejado esta pasada jornada de Liga es que el narcisismo puede poner algo de pimienta a la competición. El Barcelona ha sido el primero en comprobarlo. Con dos goles en diez minutos y permitiéndose reservar a imprescindibles como Messi, Iniesta o Villa, los azulgranas se olvidaron de que tenían un rival en frente y se dedicaron a presumir ante el espejo.
Tan acostumbrados están a que éste les responda que son los más bellos del reino, esta vez la Real Sociedad les sacó los colores, hasta el punto de que Valdés estuvo a punto de protagonizar el mayor ridículo de su carrera. Si a eso sumamos la mano de Busquets y el piscinazo de Messi (entre otros) en el descuento, lo que tenemos es un vigente campeón que pagó tanto mirarse su ombligo con dos puntos.
Que conste que el Real Madrid no estuvo tan lejos de dar otra sorpresa, aunque lo evitó porque su delantera es implacable y porque se dio cuenta a tiempo de que iba a caer en la misma autocomplacencia que el Barcelona. Para algunos también contribuyó el penalti que no fue, si bien yo creo que el equipo blanco hubiera ganado al Getafe de todos modos. Para los detractores de José Mourinho, el portugués no sacó tras el partido una lista de errores de Clos Gómez pero sí reconoció que al árbitro tuvo uno y que, en esta ocasión, le benefició. La sinceridad, siempre por delante, sólo que unas veces la verdad duele más que otras. Es la gran virtud y el gran defecto del luso, que no es ni el descubridor del fútbol ni el culpable de todos los males de la humanidad, como una campaña orquestada intenta vender. Quizá la prudencia sea, desde ahora, su mejor aliada.
En cuanto a la clasificación, también fue honesto Mourinho al mirar con desconfianza a la tabla, que lidera el conjunto merengue con dos puntos de ventaja sobre el culé. “Faltan 36 jornadas y ya perderemos puntos nosotros”, vaticinó. Tan cierto es este presagio como que, con sustos como los de este fin de semana en el cuerpo, el Real Madrid y el Barcelona son hoy más peligrosos que ayer porque de los errores aprenden.
Ya que hablo de lecciones, si en este inicio de curso hay que elegir a un alumno ejemplar, tengo claro que el mejor es Karim Benzema. El gatito se ha convertido en gran depredador del área. Tan crítico como he sido con él desde su llegada al Real Madrid, me encanta que me esté dando motivos (a mí y a todo el Bernabéu, que el sábado le despidió con ovación) para cambiar de opinión. Aún tiene que crecer pero el francés está demostrando al fín que sí es delantero para el equipo blanco. Lejos, espero que muy lejos, queda su etapa de jugador retraído y poco ambioso. Gran parte del nuevo Benzema se debe a su mejor forma física, pero de poco valdría si no estuviera acompañada de compromiso. El francés ahora trabaja, se desmarca, asiste, anota, está involucrado en el juego… y ha cogido confianza, algo tan necesario para los goleadores. ¡Si incluso sonríe y habla español de forma fluida! El tridente Cristiano Ronaldo-Benzema-Higuaín tiene pinta de batir esta temporada todos los record… y de maquillar así algunos defectos en la defensa y el centro del campo.