WASHINGTON -- Una vez distinguido el décimo aniversario de los atentados del 11 de septiembre de 2001, hemos de olvidar la fecha. Como nación hemos tenido la vista puesta en el pasado durante demasiado tiempo. Aprendimos lecciones de los atentados, pero muchas de ellas se equivocaban. La última década fue un desvío que dejó a nuestro país más débil, más dividido y menos seguro de sí mismo.
Las reflexiones relativas al significado del horror y los años que siguieron se contagian inevitablemente de nuestras tendencias políticas o filosóficas particulares. Es una crítica que sin duda es aplicable también a mis ideas. Vemos lo que queremos ver y utilizamos el suceso como queremos utilizarlo.
Esto no rinde tributo en absoluto a los que perdieron la vida y los que se sacrificaron para impedir aún más sufrimiento. En el futuro, el aniversario se conmemorará mejor como simple jornada de recuerdo en la que todos nosotros mostramos humildemente nuestro respeto a la angustia y el heroísmo de aquellos particulares y sus familias.
Pero si seguimos colocando el 11S en el centro de nuestra consciencia nacional, seguiremos cometiendo los mismos errores. El futuro de nuestro país dependía de mucho más que del resultado de una "guerra contra el terrorismo" vagamente definida, y todavía sigue dependiendo. Al-Qaeda es un enemigo peligroso. Pero nuestro país y el mundo nunca estuvieron amenazados por el califato de sus demenciales fantasías, y nunca lo estarán.
Pedimos grandes sacrificios durante la última década al mismo segmento de nuestra población que lleva el uniforme nacional, sobre todo los hombres y mujeres del ejército regular y los Marines. También debemos distinguirles. Y, sí, deberíamos rendir homenaje a aquellos de los servicios de Inteligencia, el FBI y nuestras fuerzas de orden público que han realizado tan concienzuda labor para frustrar otro atentado.
Se dijo con frecuencia que el terrorismo no se puede abordar a través de la "labor policial", como si ese difícil y desagradecido trabajo en cuestión no fuera lo bastante audaz ni relevante para satisfacer nuestro deseo de claridad en lo que en gran medida era una lucha entre sombras.
Perdone, pero encuentro difícil de olvidar la respuesta del ex Presidente George W. Bush al comentario del Senador John Kerry en 2004 de que "la guerra contra el terror no es tanto una operación militar como una operación de orden público y recabar información de espionaje".
Bush replicó: "No estoy de acuerdo -- discrepo vigorosamente... Tras el caos y la carnicería del 11 de Septiembre no basta con dar cuenta de nuestros enemigos con formularios legales. Con estos atentados, los terroristas y sus partidarios declararon la guerra a los Estados Unidos de América, y guerra es lo que tuvieron". Lo que el Washington Post llama "la era de guerra interminable" es lo que recibimos nosotros también.
Bush, por supuesto, entendía la importancia de "recabar información de Inteligencia" y "la labor policial". Su administración encabezó una gran cantidad de ambas cosas, y sus partidarios hablaban, con justicia, de su éxito a la hora de desarticular más actos de terrorismo. Pero aún así no se pudo resistir s la tentación de replicar a la mención de lo evidente por parte de Kerry. Esa es la razón de que un suceso que inicialmente unió a la nación fuera agravando, paulatinamente, nuestras diferencias políticas. Esa también es la razón de que debamos dejarlo atrás.
En la avalancha de columnas del aniversario, repare la frecuencia con la que la fórmula "la década perdida" ha sido invocada. Sabemos ahora, y debimos haberlo tenido presente todo el tiempo, que la fortaleza estadounidense depende siempre primero de nuestra fortaleza nacional -- de una economía vibrante, innovadora y sensatamente regulada, de políticas fiscales cuerdas, de la facilidad de nuestra ciudadanía para encontrar trabajo útil, de la justicia de nuestros contratos sociales.
Esto no es "aislacionismo". Es un sentido común que siempre quedó aparcado con respecto al diálogo de "gloria" y "honor", a los planes utópicos de transformar el mundo reordenando repentinamente Oriente Próximo -- y a nuestros miedos. Mientras nos preocupaba ser destruidos por los terroristas, ignoramos el riesgo mayor de debilitarnos olvidando lo que nos hacía grandes.
No nos queda otra de ahora en adelante que mirar hacia adelante y no atrás. Esto no deshonra a los héroes caídos, y Lincoln explicó el motivo en Gettysburg. "No podemos dedicar -- no podemos consagrar -- no podemos santificar -- este suelo", dijo. "Los valientes, vivos y muertos, que lucharon aquí, lo han consagrado muy por encima de nuestra pobre voluntad de añadir o quitar". Lo más que podemos hacer, afirmó Lincoln, es comprometernos con "un nuevo nacimiento de la libertad". Ésta sigue siendo nuestra vocación.