En este tiempo de recortes, algunos me dirán que estoy cabreado por la bajada salarial de los maestros, la cual me afecta directamente. Pero, aunque les parezca extraño, estoy dispuesto a una nueva rebaja de mi salario si con ello se ayuda a salir de la crisis.
Pero antes, me gustaría indicar que la sociedad española se ha acostumbrado a vivir de las subvenciones y, con ello muchas de las empresas que componen el mercado financiero español.
Como ustedes saben, si tienen hijos en edad escolar, el Estado, las Comunidades Autónomas o los propios Ayuntamientos, subvencionan los libros escolares a través de cheques o del conocido “bono libro”. La medida no me parece mal, pero hace tiempo que alzo mi voz entre los compañeros del gremio con la idea de que esos libros deberían regresar al centro educativo para una posterior revisión y aprovechamiento para el siguiente curso académico. El argumento esgrimido es, que esos libros pertenecen a la sociedad en general en la medida en que se subvencionan con los impuestos de los ciudadanos, que no son una compra directa de la familia y, de este modo ahorramos dinero al Estado y directamente a usted. Pero, menuda locura, así, rompemos con el chollo de las editoriales que bajarían sus ventas y con ello los ingresos.
Mientras tanto, las editoriales siguen con ventas ficticias, porque dependen de las subvenciones de los Gobiernos Central, Autonómico o Municipal. Por su parte, los padres no se preocupan en aprovechar el material, porque ya saben: lo que no cuesta dinero, no se valora.
En la misma línea, veo estúpidas políticas educativas basadas en dotar gratuitamente un ordenador por alumno, ayudas proporcionadas por nacimiento sin criterio alguno de renta familiar, también las que son para asociaciones, agrupaciones y, para la adquisición de electrodomésticos, de vehículos, etc. El que quiera una asociación que la pague, el que tenga una afición que la pague y el que quiera recuperar el macramé Valenciano del siglo pasado que lo pague.
Hacemos que las empresas dependan del Estado, movemos la economía a tiro de subvención pública. Y luego, debo soportar que se criminalice a los funcionarios cuando cada día, el Estado despilfarra en gasto superfluo, como ahora, el bono libro, chollo familiar y editorial.
Recuerdo cuando mis padres cada mes ahorraban para los libros del curso siguiente y, si la economía iba ahogada, se buscaba al hermano, al primo o al vecino para recuperar los libros del curso pasado que todavía estaban en uso. Ahora, todos los niños estrenan libros con una sonrisa. Una sonrisa que este año cuesta 105 euros por niño y, años anteriores cerca de 120 euros por alumno. Está bien que la enseñanza sea gratuita pero no un regalo.