Solón de Atenas, uno de los famosos Siete Sabios de Grecia, vivió en el siglo VI antes de Cristo y se le considera, por lo común, como el primer político que creyó seriamente en la democracia.
Atenas, un país agrario
Solón nació en una sociedad ateniense en la que aun gobernaba una nobleza terrateniente, que ya había sido desplazada del poder en el resto del territorio de la Hélade. La comarca del Ática, encabezada por Atenas, era todavía un país agrario, sujeto en aquel tiempo a las, tan famosas como poco conocidas, “leyes draconianas”. El pueblo de navegantes y colonos que nos describe Platón tardaría aun más de un siglo en aparecer.
Por supuesto, la gran mayoría de los atenienses vivía aferrada a la tierra y permanecía, más bien, ajena a las tormentas políticas de la época. De hecho, las innovaciones políticas y las reformas legales democráticas sólo llegaron a hacer pie cuando sus ideas se implantaron en las clases nobles, sobre la base de su educación superior o, simplemente, de su mayor ambición.
Los derechos del pueblo y la revolución política
De cualquier modo, tal y como ocurriría a lo largo de la historia posterior, los derechos de las masas fueron arrancados a partir de una división dentro de las clases poderosas, uno de cuyos sectores utilizaría al pueblo contra el otro. Y, efectivamente, Solón de Atenas apareció en un momento en que la nobleza ateniense estaba dividida, en lo referente a su conflicto con lo eupátridas.
No entraremos en los detalles históricos .Lo que nos interesa reseñar, en este caso, es el recurso del Sabio Griego al derecho divino, en su propuesta legal democrática. Al derecho divino, tal como lo entendían los griegos. Así, desarrolló de forma efectiva la idea de Justicia (diké), presente en Homero y Hesíodo.
El derecho divino y el derecho político
Por primera vez, además de designar el orden divino del mundo, la Justicia ha de presidir el orden político, tanto en su desarrollo, en su día a día, como en sus leyes. Así, del mismo modo que el derecho divino siempre triunfaba, el derecho político también tiene que hacerlo, aplicando el castigo a quien lo conculque, igual que los dioses castigaban con la locura (hybris) cualquier conflicto con los hombres.
Las reformas de Solón y la democracia
Solón realizó multitud de reformas; pero la esencia política de su concepción del Estado y la democracia se manifiesta en las tres medidas siguientes:
1.- “Liberación de carga”. Consistió en la eliminación del impuesto de 1/6 de la producción que, hasta entonces, pagaban los campesinos.
2.- Eliminación de la figura jurídica de la esclavitud por deudas y prohibición, en general, de que cualquier ciudadano ateniense fuese reducido a la esclavitud.
3.- Eliminación de la condición de nobleza como requisito para el acceso a los cargos públicos y la participación política. Y, en general, eliminación de las distinciones por nacimiento en la aplicación de la ley.
Realizó, además, reformas de política agraria, económica y social, y modificó el sistema electoral. Y, tras esta revolución política, Solón, con toda normalidad, abandonó su cargo.
El castigo divino es la fractura de la sociedad
Ni que decir tiene, estas leyes no se cumplieron en absoluto y el mismo Sabio nos relata el desorden posterior a su mandato. La ciudad camina hacia el abismo a pasos agigantados: los “caudillos del pueblo”, nacidos a partir de la anarquía reinante, se están enriqueciendo injustamente. No ahorran con los bienes del Estado ni guardan los principios de la justicia.
Por esto, el Solón predice el castigo divino para su ciudad. Pero este castigo ya no consistirá, como en Homero y Hesíodo, en malas cosechas o en la aparición de la peste. El castigo vendrá dado por la fractura de la sociedad, la aparición de la violencia, el fuerte aumento de la miseria y, finalmente, por la emigración. No cabrá, siquiera, el recurso a la reclusión en el ámbito privado, “en lo más íntimo de la casa”, ya que “la desventura general saltará sus altos muros”. Ocurrió, exactamente, como Solón predijo.
El orden y la ley
Los griegos definieron, en esta época, y por primera vez en la Historia, el mantenimiento del orden como equivalente al respeto a la ley. Y establecieron el vínculo entre la falta de respeto a las leyes fundamentales y la destrucción del Estado. Era el siglo VI antes de Cristo y ya no se trataba de profecías, sino de conocimiento político.
En fin, con todos sus defectos, la democracia griega nació unida al respeto a las leyes fundamentales del Estado, a la igualdad ante la ley y a la libertad económica del individuo, expresada en la reducción de la carga de impuestos y en la eliminación radical de la esclavitud causada por las deudas. Con todos sus defectos, hoy, nosotros tenemos muchos más.
Una oración por los muertos; la oración fúnebre de Pericles
Para mostrarlo, quedémonos con la famosa Oración Fúnebre de Pericles, un texto que todos los políticos actuales han leído (o deberían) y esos mismos políticos actuales han olvidado (y no deberían). Se trata de un fragmento de la Oración que pronuncia Pericles, en honor de los atenienses caídos en la Guerra con Esparta. Este fragmento se sitúa justo después del elogio y reconocimiento del trabajo de los antepasados, y los propios padres, que había proporcionado a Atenas la base de su civilización
“Disfrutamos de un régimen político que no imita las leyes de los vecinos; más que imitadores de otros, en efecto, nosotros mismos servimos de modelo para algunos3. En cuanto al nombre, puesto que la administración se ejerce en favor de la mayoría, y no de unos pocos, a este régimen se lo ha llamado democracia; respecto a las leyes, todos gozan de iguales derechos en la defensa de sus intereses particulares; en lo relativo a los honores, cualquiera que se distinga en algún aspecto puede acceder a los cargos públicos, pues se lo elige más por sus méritos que por su categoría social; y tampoco al que es pobre, por su parte, su oscura posición le impide prestar sus servicios a la patria, si es que tiene la posibilidad de hacerlo.
Tenemos por norma respetar la libertad, tanto en los asuntos públicos como en las rivalidades diarias de unos con otros, sin enojarnos con nuestro vecino cuando él actúa espontáneamente, ni exteriorizar nuestra molestia, pues ésta, aunque innocua, es ingrata de presenciar. Si bien en los asuntos privados somos indulgentes, en los públicos, en cambio, ante todo por un respetuoso temor, jamás obramos ilegalmente, sino que obedecemos a quienes les toca el turno de mandar, y acatamos las leyes, en particular las dictadas en favor de los que son víctimas de una injusticia, y las que, aunque no estén escritas, todos consideran vergonzoso infringir”.