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La lucha por las reivindicaciones sociales ha de ser masiva y unitaria para ser exitosa.

Encontrar un lenguaje común para la acción reivindicativa

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El pasado 31 de agosto la primera coincidencia del 15M y los sindicatos en un acto nos enseñó parte del camino que nos queda por recorrer. Fue una extraordinaria oportunidad para aprender.

Sólo podremos ser millones si tenemos actitudes de suma, dejando de lado los antiguos y tradicionales símbolos del enfrentamiento. Tenemos que dejar claro en cada ocasión de lucha y de reivindicación que estamos unidos por el mismo objetivo y que nuestras diferencias son poco importantes. Esa nueva cultura de la unión (o incluso de la unidad) es algo que estamos construyendo poco a poco, que requiere cambios en todos, y que de momento se evidencia más necesaria que presente.

Que esa nueva cultura es imprescindible (y tal vez está ya en construcción, quizá en sus cimientos) lo pude ver claramente al llegar a la concentración el pasado miércoles y verla repleta de banderas rojitas con logotipos. Era algo que sabía claramente que pasaría, pero no por esperado resultó menos contradictorio.

¿Sin saberlo había llegado al plató de la filmación de un spot sindical?

Nada más lejos de la realidad. Donde estaba llegando era delante de Delegación de Gobierno en Valencia, a la concentración en protesta contra las reformas laboral y de la Constitución que la Plataforma Drets Socials Valencia había convocado hacía una semana. A esa convocatoria se sumaron sucesivamente la asamblea del 15m en Valencia, reunida de forma extraordinaria el domingo anterior y los sindicatos, que habían salido dos días antes superconcienciados de la reunión con las mesas de convergencia y otras organizaciones, y que anunciaron movilizaciones para el 31 o el 1, en preparación de una gran marcha el día 6.

Se trataba de un acto muy claro de protesta en contra del llamado #reformazo, en el que concurríamos muchas organizaciones distintas pero para los más activos en la calle en el pasado inmediato, ya acostumbrados a gritar como una voz, dejando de lado las diferencias (que las hay), el efecto al llegar a un bosque de banderas fue, en el mejor de los casos, desconcertante y, en el peor, muy cabreante. La sensación general, expresada de una manera muy valenciana, fue: “no toca”. Sin embargo está claro que eso que hicieron los sindicatos no era ni nuevo, ni inesperado. Compiten entre sí en las elecciones sindicales, y allí donde van parecen querer extender esa competición. Esa presencia abrumadora de sus símbolos se muestra como una técnica de venta de imagen, pero que en el contexto de la reivindicación por una causa parece fuera de lugar, y ha venido provocando desafección y distanciamiento entre muchos trabajadores.

Definitivamente desde el 15M, en plan humorístico pero firme, se quiso evidenciar que esa técnica de competir para ver quien está más presente en las acciones de protesta estaba allí fuera de lugar. Está claro que la expresión de ese rechazo, o el rechazo en si, puede no gustar a gente que lleva metida en la lucha obrera desde antiguo, que quizá mira con más cercanía emocional los combates por los derechos que se libraron en el pasado, y con bastante más distancia las actuales acciones reivindicativas.

Sin embargo detrás de las banderas está el bosque y hay que ser capaces de verlo y valorarlo. Por fin, tras más de 3 meses, los sindicatos han bajado a la calle con la sociedad que protesta. Por fin han salido de sus oficinas, de sus fábricas, de donde estén, de ese confort y han bajado a reivindicar, junto con el resto de la sociedad que protesta. Se les cantó, y el resumen que dio alguna de las televisiones allí presente habla más de lo que sucedió entre los que protestaban, que de las razones de la protesta]. Pero por algo se empieza.

Todos tuvimos en el miércoles pasado una primera oportunidad de aprender: Los sindicatos, si se dan cuenta de que esta lucha para cambiar la forma de gobernar y de ser es una lucha de todos a la vez pero de ninguno en concreto, guardarán todas las banderas, llevarán, si acaso, una grande o dos por mani, y será perfecto. Que estén presentes es ideal, es la recuperación de un rol que nunca deberían haber abandonado. Que cada sindicalista lleve una bandera, para ahogar a los de los otros grupos, es rechazable, es pasado, es historia antigua. Por nuestra parte, las organizaciones sociales y los miembros del 15M, hemos de aceptar la presencia de algunos símbolos de organizaciones, algo que se ha rechazado categóricamente desde el principio.

Porque para este presente de reivindicación que está en construcción desde finales de la primavera y que está formado, sobre todo, por gente que se ha sumado y empuja una lucha de cambio, honestamente, con lo mejor que tiene, se necesita que el futuro inmediato de acción sea mucho más masivo. Necesitamos encontrar un lenguaje común, nuevo, para poder ser muchísimos más, juntos en la calle, en las plazas, y delante de los centros de poder. Sintiéndonos firmes en la acción, sin que nuestro anterior forma de expresarnos nos debilite ni nos hipoteque.

Ese lenguaje común está ya al alcance de los dedos. El 15M está formado por ciudadanos anónimos que buscan promover cambios. Bastantes de esos ciudadanos tienen pasado y presente en organizaciones. pero lo llevan dentro, y comparten con todos los demás lo que con ellos tienen en común. Es una forma de lucha a la que los miembros activos de los sindicatos, bases y afiliados, están invitados a sumarse y a hacerla propia. Juntos podemos hacer muchísimo más, respetándonos y apoyándonos.

Personalmente todo el desarrollo de la concentración del miércoles me pareció, sobre todo, esperable. Y visto con perspectiva, el resultado fue, anécdotas aparte, satisfactorio. Si vamos a trabajar juntos va a ser con unas reglas comunes. Y esas reglas no serán las de las banderas para separarnos ni las de los líderes para que nos traicionen. Hay mucho que tenemos que cambiar cada uno en nuestro interior, para poder llegar a actuar como si fuéramos uno. Pero el trabajo ha empezado. Ya estamos juntos en la calle. El resto es tiempo y voluntad.

¡Al tajo!

Encontrar un lenguaje común para la acción reivindicativa

La lucha por las reivindicaciones sociales ha de ser masiva y unitaria para ser exitosa.
Luis W. Sevilla
martes, 6 de septiembre de 2011, 06:36 h (CET)
El pasado 31 de agosto la primera coincidencia del 15M y los sindicatos en un acto nos enseñó parte del camino que nos queda por recorrer. Fue una extraordinaria oportunidad para aprender.

Sólo podremos ser millones si tenemos actitudes de suma, dejando de lado los antiguos y tradicionales símbolos del enfrentamiento. Tenemos que dejar claro en cada ocasión de lucha y de reivindicación que estamos unidos por el mismo objetivo y que nuestras diferencias son poco importantes. Esa nueva cultura de la unión (o incluso de la unidad) es algo que estamos construyendo poco a poco, que requiere cambios en todos, y que de momento se evidencia más necesaria que presente.

Que esa nueva cultura es imprescindible (y tal vez está ya en construcción, quizá en sus cimientos) lo pude ver claramente al llegar a la concentración el pasado miércoles y verla repleta de banderas rojitas con logotipos. Era algo que sabía claramente que pasaría, pero no por esperado resultó menos contradictorio.

¿Sin saberlo había llegado al plató de la filmación de un spot sindical?

Nada más lejos de la realidad. Donde estaba llegando era delante de Delegación de Gobierno en Valencia, a la concentración en protesta contra las reformas laboral y de la Constitución que la Plataforma Drets Socials Valencia había convocado hacía una semana. A esa convocatoria se sumaron sucesivamente la asamblea del 15m en Valencia, reunida de forma extraordinaria el domingo anterior y los sindicatos, que habían salido dos días antes superconcienciados de la reunión con las mesas de convergencia y otras organizaciones, y que anunciaron movilizaciones para el 31 o el 1, en preparación de una gran marcha el día 6.

Se trataba de un acto muy claro de protesta en contra del llamado #reformazo, en el que concurríamos muchas organizaciones distintas pero para los más activos en la calle en el pasado inmediato, ya acostumbrados a gritar como una voz, dejando de lado las diferencias (que las hay), el efecto al llegar a un bosque de banderas fue, en el mejor de los casos, desconcertante y, en el peor, muy cabreante. La sensación general, expresada de una manera muy valenciana, fue: “no toca”. Sin embargo está claro que eso que hicieron los sindicatos no era ni nuevo, ni inesperado. Compiten entre sí en las elecciones sindicales, y allí donde van parecen querer extender esa competición. Esa presencia abrumadora de sus símbolos se muestra como una técnica de venta de imagen, pero que en el contexto de la reivindicación por una causa parece fuera de lugar, y ha venido provocando desafección y distanciamiento entre muchos trabajadores.

Definitivamente desde el 15M, en plan humorístico pero firme, se quiso evidenciar que esa técnica de competir para ver quien está más presente en las acciones de protesta estaba allí fuera de lugar. Está claro que la expresión de ese rechazo, o el rechazo en si, puede no gustar a gente que lleva metida en la lucha obrera desde antiguo, que quizá mira con más cercanía emocional los combates por los derechos que se libraron en el pasado, y con bastante más distancia las actuales acciones reivindicativas.

Sin embargo detrás de las banderas está el bosque y hay que ser capaces de verlo y valorarlo. Por fin, tras más de 3 meses, los sindicatos han bajado a la calle con la sociedad que protesta. Por fin han salido de sus oficinas, de sus fábricas, de donde estén, de ese confort y han bajado a reivindicar, junto con el resto de la sociedad que protesta. Se les cantó, y el resumen que dio alguna de las televisiones allí presente habla más de lo que sucedió entre los que protestaban, que de las razones de la protesta]. Pero por algo se empieza.

Todos tuvimos en el miércoles pasado una primera oportunidad de aprender: Los sindicatos, si se dan cuenta de que esta lucha para cambiar la forma de gobernar y de ser es una lucha de todos a la vez pero de ninguno en concreto, guardarán todas las banderas, llevarán, si acaso, una grande o dos por mani, y será perfecto. Que estén presentes es ideal, es la recuperación de un rol que nunca deberían haber abandonado. Que cada sindicalista lleve una bandera, para ahogar a los de los otros grupos, es rechazable, es pasado, es historia antigua. Por nuestra parte, las organizaciones sociales y los miembros del 15M, hemos de aceptar la presencia de algunos símbolos de organizaciones, algo que se ha rechazado categóricamente desde el principio.

Porque para este presente de reivindicación que está en construcción desde finales de la primavera y que está formado, sobre todo, por gente que se ha sumado y empuja una lucha de cambio, honestamente, con lo mejor que tiene, se necesita que el futuro inmediato de acción sea mucho más masivo. Necesitamos encontrar un lenguaje común, nuevo, para poder ser muchísimos más, juntos en la calle, en las plazas, y delante de los centros de poder. Sintiéndonos firmes en la acción, sin que nuestro anterior forma de expresarnos nos debilite ni nos hipoteque.

Ese lenguaje común está ya al alcance de los dedos. El 15M está formado por ciudadanos anónimos que buscan promover cambios. Bastantes de esos ciudadanos tienen pasado y presente en organizaciones. pero lo llevan dentro, y comparten con todos los demás lo que con ellos tienen en común. Es una forma de lucha a la que los miembros activos de los sindicatos, bases y afiliados, están invitados a sumarse y a hacerla propia. Juntos podemos hacer muchísimo más, respetándonos y apoyándonos.

Personalmente todo el desarrollo de la concentración del miércoles me pareció, sobre todo, esperable. Y visto con perspectiva, el resultado fue, anécdotas aparte, satisfactorio. Si vamos a trabajar juntos va a ser con unas reglas comunes. Y esas reglas no serán las de las banderas para separarnos ni las de los líderes para que nos traicionen. Hay mucho que tenemos que cambiar cada uno en nuestro interior, para poder llegar a actuar como si fuéramos uno. Pero el trabajo ha empezado. Ya estamos juntos en la calle. El resto es tiempo y voluntad.

¡Al tajo!

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Me he criado en una familia religiosa, sin llegar a ser beata, que ha vivido muy de cerca la festividad del Jueves Santo desde siempre. Mis padres se casaron en Santo Domingo, hemos vivido en el pasillo del mismo nombre, pusimos nuestro matrimonio a los pies de la Virgen de la Esperanza, de la que soy hermano, y he llevado su trono durante 25 años.

 
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