WASHINGTON -- El mundo destacará poco y no recordará durante mucho tiempo el Gran Alboroto de las Fechas. Pero el episodio dice mucho -- nada positivo -- acerca de la situación actual de los asuntos políticos. La disputa empezó con el Presidente Obama quedando como el mezquino y partidista y acaba con el presidente de la Cámara John Boehner quedando como el grosero e irreverente. Si los dos se hubieran puesto de acuerdo para encontrar la forma de hacer que los americanos crean un poco menos todavía en los políticos de Washington, no lo habrían hecho mejor.
La administración Obama fue la pecadora original. Hay que comparecer al secretario de prensa de la Casa Blanca Jay Carney, enviado a comunicar a los leones de los medios de comunicación que, en realidad, era una coincidencia inocente que la fecha fijada para el discurso del presidente coincidiera con la fecha del debate presidencial Republicano y que, en la práctica, ninguna otra fecha serviría.
Venga ya. A la Casa Blanca se le había ocurrido que era inteligente obstaculizar el mensaje del Partido Republicano. En lugar de eso se tropezó simplemente con su propia monería. Si usted sabe que los vecinos organizan una gran fiesta de inquilinos una noche concreta, anunciar tu propia fiesta a la misma hora es de mala educación. Sobre todo si tus relaciones con los vecinos no son buenas para empezar -- y si esperas que no se enfrenten contigo en la junta de vecinos a cuenta del cerramiento que estás haciendo. Tanto si creyó tener luz verde de la oficina del presidente legislativo como si no, la Casa Blanca sabía que estaba poniendo una zancadilla juvenil a los Republicanos con la elección de fechas.
La respuesta de Boehner no es que fuera más madura. Cuando el presidente se autoinvita, uno tiene que aceptar con gracia incluso si la fecha no le viene bien. No se inventan "obstáculos parlamentarios o logísticos", como hizo Boehner en su misiva de contestación. En lugar de quedar como el adulto, Boehner se rebajó al nivel de la Casa Blanca -- y en el proceso quedó como un grosero. Es difícil ver el interés que van a tener para la causa Republicana titulares como "Partido Republicano obliga a Obama a fijar otra fecha para el discurso del empleo" (washingtonpost.com) o "Presidente de la Cámara dice no, Obama aplaza discurso" (The New York Times). El presidente abrió el combate y por tanto es el principal culpable, pero su decisión de fijar otra fecha deja a los Republicanos quedando como los inmaduros.
La pregunta más relevante es si todo este hincapié en el discurso es una maniobra inteligente de la Casa Blanca o no. Yo albergo mis dudas, sobre todo porque no me parece que el presidente vaya a tener la panacea mágica, antes desconocida, y enorme e inmediatamente eficaz para desatar la creación de puestos de trabajo. Todo el revuelo ha girado en torno a medidas pequeñas que podrían surtir algún efecto marginalmente positivo. En esas circunstancias, cuanta mayor expectación se genera, mayor es luego la decepción. La expectación lleva semanas creándose. El majestuoso entorno de una sesión conjunta entre ambas cámaras del Congreso eleva aún más las expectativas políticas. Por el bien del país, no sólo el de Obama, espero que el presidente tenga algo que decir digno de la espera -- y de la conmoción.