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Rick Perry no es ningún George W. Bush

Perry, según el libro

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WASHINGTON - .No es un cumplido.

El manifiesto de Perry "¡Hartos!" fuertemente influenciado por el movimiento de protesta fiscal tea party publicado en 2010 hace que George Bush parezca el senador Demócrata George McGovern. Perry ha dicho que no tenía planes de presentarse a presidente cuando escribió el libro, y se nota:

-- El Gobernador de Texas deja caer la idea de derogar la Decimosexta Enmienda, la que implanta el impuesto federal sobre la renta. Perry describe la enmienda como "el gran mojón en el camino a la servidumbre" porque "fue el nacimiento de la redistribución de la riqueza en los Estados Unidos".

Levante la mano si cree, como sugiere Perry, que está mal pedir a las rentas más altas que paguen un porcentaje mayor de sus ingresos que los pobres.

-- Arremete contra la Decimoséptima Enmienda, que instituye la elección directa de los senadores, por tratarse de "un golpe nefasto a la capacidad de los estados de ejercer influencia sobre el estado" que "canjeó dificultades estructurales y cierta corrupción a nivel local por una forma de corrupción mucho más peligrosa y generalizada".

Levante la mano si le gustaría ceder las competencias de elección de los senadores a su legislatura estatal.

-- Perry se lamenta del programa New Deal como "el segundo gran paso" -- siendo los primeros la Decimosexta y la Decimoséptima -- "en el camino al socialismo y... la clave para liberar los obstáculos que quedan para que el gobierno haga lo que quiera".

-- En concreto se fija en la seguridad social por "aparcar con violencia cualquier respeto a nuestros principios fundacionales de federalismo y gobierno limitado" y afirma que "se mire por donde se mire, la seguridad social es un fracaso estrepitoso".

No desde el punto de vista del porcentaje de la tercera edad que vive en condiciones de pobreza. La descripción por parte de Perry de la seguridad social como "un fraude piramidal" fue inconveniente, pero tiene parte de razón en el desequilibrio de las cuentas del programa. El problema mayor es su hostilidad fundamental a la noción de un papel federal en la jubilación -- o más en general, un papel federal en algo que no sea la defensa nacional.

-- Tanto como le disgusta el New Deal, Perry está aún menos contento con el programa Great Society, sugiriendo que programas como el Medicare de la tercera edad son inconstitucionales. "De la vivienda de protección oficial a la televisión pública, del medio ambiente a las artes escénicas, de la educación a la atención médica pública, del transporte público a los comedores sociales y más allá, Washington tiene más competencias de las que brillan inefablemente por su ausencia en el Artículo I de la Constitución", escribe.

¡Toma! No son opiniones Republicanas corrientes -- al menos no de la corriente Republicana post-Goldwater y pre-tea party. Hasta Ronald Reagan, que en una ocasión criticó la seguridad social y el programa Medicare de los ancianos, se distanciaba progresivamente de esas posturas llegada la campaña presidencial de 1980.

Leyendo "¡Hartos!" me acordé de cuando estudiaba los escritos del magistrado Robert Bork tras su candidatura al Supremo de 1987 -- de no ser porque las obras más polémicas de Bork tenían décadas de antigüedad y no meses.

De hecho, las opiniones de Perry en torno al papel de los jueces podrían constituir la parte más alarmante de "¡Hartos!", teniendo en cuenta la capacidad del presidente de influenciar al Supremo en las próximas décadas. Perry escribe acerca del tribunal actual con desprecio virulento.

El tribunal "respeta la Constitución exclusivamente en apariencia y por cuestión de necesidad", escribe, "encontrando en ella o en la jurisprudencia la perla en torno a la cual el tribunal justifica marginalmente su gusto legislativo por mantener la apariencia de interesarse realmente en alguna medida ínfima por la Constitución desde el principio".

Tener desavenencias con los magistrados de izquierdas es una cosa. Verter la acusación de que no se interesan por la Constitución es igual que denunciar a la oposición política por antipatriota -- e igualmente desproporcionado.

Las ideas de Perry oscilan entre equivocadas y aterradoras: obligar a los magistrados federales a someterse a procesos de reelección y referendo; dejar que el Congreso se imponga al Supremo con los dos tercios de las dos cámaras. Esto "reviste el peligro de politizar los fallos judiciales", reconoce Perry, "pero también conlleva la ventaja de dejar que la gente impida al tribunal tomar decisiones legislativas de forma unilateral".

Pues vaya ventaja. Imagine lo que habría pasado tras el fallo del caso Brown contra la Junta de Educación que impuso la vigencia de los derechos civiles si estuviera en vigor la norma que quiere imponer Perry.

"No discutida con tanta frecuencia, pero igualmente interesante", reflexiona Perry, "sería la posibilidad de una enmienda 'de aclaración' por ejemplo, que impida que la Decimocuarta Enmienda sea "mal utilizada por los tribunales para perpetrar cualquier decisión legislativa que quieran perpetrar en interés del activismo judicial". ¿Aclararía Perry fórmulas jurídicas como "igualdad ante la ley" o "inocente hasta que se demuestre lo contrario"? Perry no lo dice.

El subtítulo del libro de Perry es "Nuestra Lucha por Salvar de Washington a América". Leerlo resume la imagen de otra lucha diferente y urgente: salvar a América de Rick Perry.

Perry, según el libro

Rick Perry no es ningún George W. Bush
Ruth Marcus
viernes, 2 de septiembre de 2011, 06:27 h (CET)
WASHINGTON - .No es un cumplido.

El manifiesto de Perry "¡Hartos!" fuertemente influenciado por el movimiento de protesta fiscal tea party publicado en 2010 hace que George Bush parezca el senador Demócrata George McGovern. Perry ha dicho que no tenía planes de presentarse a presidente cuando escribió el libro, y se nota:

-- El Gobernador de Texas deja caer la idea de derogar la Decimosexta Enmienda, la que implanta el impuesto federal sobre la renta. Perry describe la enmienda como "el gran mojón en el camino a la servidumbre" porque "fue el nacimiento de la redistribución de la riqueza en los Estados Unidos".

Levante la mano si cree, como sugiere Perry, que está mal pedir a las rentas más altas que paguen un porcentaje mayor de sus ingresos que los pobres.

-- Arremete contra la Decimoséptima Enmienda, que instituye la elección directa de los senadores, por tratarse de "un golpe nefasto a la capacidad de los estados de ejercer influencia sobre el estado" que "canjeó dificultades estructurales y cierta corrupción a nivel local por una forma de corrupción mucho más peligrosa y generalizada".

Levante la mano si le gustaría ceder las competencias de elección de los senadores a su legislatura estatal.

-- Perry se lamenta del programa New Deal como "el segundo gran paso" -- siendo los primeros la Decimosexta y la Decimoséptima -- "en el camino al socialismo y... la clave para liberar los obstáculos que quedan para que el gobierno haga lo que quiera".

-- En concreto se fija en la seguridad social por "aparcar con violencia cualquier respeto a nuestros principios fundacionales de federalismo y gobierno limitado" y afirma que "se mire por donde se mire, la seguridad social es un fracaso estrepitoso".

No desde el punto de vista del porcentaje de la tercera edad que vive en condiciones de pobreza. La descripción por parte de Perry de la seguridad social como "un fraude piramidal" fue inconveniente, pero tiene parte de razón en el desequilibrio de las cuentas del programa. El problema mayor es su hostilidad fundamental a la noción de un papel federal en la jubilación -- o más en general, un papel federal en algo que no sea la defensa nacional.

-- Tanto como le disgusta el New Deal, Perry está aún menos contento con el programa Great Society, sugiriendo que programas como el Medicare de la tercera edad son inconstitucionales. "De la vivienda de protección oficial a la televisión pública, del medio ambiente a las artes escénicas, de la educación a la atención médica pública, del transporte público a los comedores sociales y más allá, Washington tiene más competencias de las que brillan inefablemente por su ausencia en el Artículo I de la Constitución", escribe.

¡Toma! No son opiniones Republicanas corrientes -- al menos no de la corriente Republicana post-Goldwater y pre-tea party. Hasta Ronald Reagan, que en una ocasión criticó la seguridad social y el programa Medicare de los ancianos, se distanciaba progresivamente de esas posturas llegada la campaña presidencial de 1980.

Leyendo "¡Hartos!" me acordé de cuando estudiaba los escritos del magistrado Robert Bork tras su candidatura al Supremo de 1987 -- de no ser porque las obras más polémicas de Bork tenían décadas de antigüedad y no meses.

De hecho, las opiniones de Perry en torno al papel de los jueces podrían constituir la parte más alarmante de "¡Hartos!", teniendo en cuenta la capacidad del presidente de influenciar al Supremo en las próximas décadas. Perry escribe acerca del tribunal actual con desprecio virulento.

El tribunal "respeta la Constitución exclusivamente en apariencia y por cuestión de necesidad", escribe, "encontrando en ella o en la jurisprudencia la perla en torno a la cual el tribunal justifica marginalmente su gusto legislativo por mantener la apariencia de interesarse realmente en alguna medida ínfima por la Constitución desde el principio".

Tener desavenencias con los magistrados de izquierdas es una cosa. Verter la acusación de que no se interesan por la Constitución es igual que denunciar a la oposición política por antipatriota -- e igualmente desproporcionado.

Las ideas de Perry oscilan entre equivocadas y aterradoras: obligar a los magistrados federales a someterse a procesos de reelección y referendo; dejar que el Congreso se imponga al Supremo con los dos tercios de las dos cámaras. Esto "reviste el peligro de politizar los fallos judiciales", reconoce Perry, "pero también conlleva la ventaja de dejar que la gente impida al tribunal tomar decisiones legislativas de forma unilateral".

Pues vaya ventaja. Imagine lo que habría pasado tras el fallo del caso Brown contra la Junta de Educación que impuso la vigencia de los derechos civiles si estuviera en vigor la norma que quiere imponer Perry.

"No discutida con tanta frecuencia, pero igualmente interesante", reflexiona Perry, "sería la posibilidad de una enmienda 'de aclaración' por ejemplo, que impida que la Decimocuarta Enmienda sea "mal utilizada por los tribunales para perpetrar cualquier decisión legislativa que quieran perpetrar en interés del activismo judicial". ¿Aclararía Perry fórmulas jurídicas como "igualdad ante la ley" o "inocente hasta que se demuestre lo contrario"? Perry no lo dice.

El subtítulo del libro de Perry es "Nuestra Lucha por Salvar de Washington a América". Leerlo resume la imagen de otra lucha diferente y urgente: salvar a América de Rick Perry.

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