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Cuando Duchamp comprendió que un objeto puede ser una obra de arte en un momento determinado de su existencia, abrió una pregunta para el mundo artístico que dejaba al artista (a la mente del artista) ante la decisión. La decisión de decir en qué momento aquello era o no era una obra de arte.

Así, el mismo Duchamp encontró la polémica Fontaine, en la que un objeto numerado, un urinario de elaboración industrial, por obra del artista -que lo colocaba en un ambiente diferente, en una posición diferente y por medio de una mirada distinta- dejaba de ser un objeto cotidiano y se convertía en una pieza artística.

El poder del artista en esta concepción es inmenso. Se trata de un juez que falla a favor o en contra de la consideración de la pieza. Si se unen, los artistas deciden qué objeto pertenece o no al mundo del arte. Deciden, pues, qué es el arte en este momento, aunque hace un instante no lo fuese.

Parecido (nada) asombroso con nuestra política, entendiendo por política todo el mecanismo que articula la expansión de ciertos tipos de sectores dentro de cierto tipo de economía. Quiero decir, a fin de cuentas, dinero.

En la política, digo, los conceptos se redefinen a diario para caber en las expectativas de un grupo reducido que dicta la gramática por la que ha de entenderse lo que ellos mismos escriben. Existen ciertos axiomas indiscutibles a priori, pero infinitamente interpretables aunque únicamente por ellos. Por eso solamente un político puede decidir lo que es y no es políticamente adecuado, como una reunión de artistas poco capaces que inventan nuevas maneras de mantenerse a flote sin apenas hacer nada.

Justifican sus decisiones con terminología indescifrable, huyendo de la sencillez que debería regir la publicidad de los asuntos públicos. Y lo hacen porque no hay justificación racional que lo sostenga, pues siempre acabaría en algún argumento ético que antes o después visitaría el sufrimiento que la economía salvaje provoca a los ciudadanos. Ante eso tendrían que doblegarse o desentenderse. No pueden justificarse las decisiones del PP y el PSOE de una manera ética y racional si se lleva la economía a sus últimas consecuencias.

Es política del instante, del ahora es esto, no me acuerdo del ayer y mañana ya veremos. Política de oratoria vacía y beneficios privados. Es la teoría de Darwin aplicada a los escaños, el ready-made político, el pacto entre partidos con forma de urinario.

Ready-made

Óscar Arce
martes, 30 de agosto de 2011, 06:55 h (CET)
Cuando Duchamp comprendió que un objeto puede ser una obra de arte en un momento determinado de su existencia, abrió una pregunta para el mundo artístico que dejaba al artista (a la mente del artista) ante la decisión. La decisión de decir en qué momento aquello era o no era una obra de arte.

Así, el mismo Duchamp encontró la polémica Fontaine, en la que un objeto numerado, un urinario de elaboración industrial, por obra del artista -que lo colocaba en un ambiente diferente, en una posición diferente y por medio de una mirada distinta- dejaba de ser un objeto cotidiano y se convertía en una pieza artística.

El poder del artista en esta concepción es inmenso. Se trata de un juez que falla a favor o en contra de la consideración de la pieza. Si se unen, los artistas deciden qué objeto pertenece o no al mundo del arte. Deciden, pues, qué es el arte en este momento, aunque hace un instante no lo fuese.

Parecido (nada) asombroso con nuestra política, entendiendo por política todo el mecanismo que articula la expansión de ciertos tipos de sectores dentro de cierto tipo de economía. Quiero decir, a fin de cuentas, dinero.

En la política, digo, los conceptos se redefinen a diario para caber en las expectativas de un grupo reducido que dicta la gramática por la que ha de entenderse lo que ellos mismos escriben. Existen ciertos axiomas indiscutibles a priori, pero infinitamente interpretables aunque únicamente por ellos. Por eso solamente un político puede decidir lo que es y no es políticamente adecuado, como una reunión de artistas poco capaces que inventan nuevas maneras de mantenerse a flote sin apenas hacer nada.

Justifican sus decisiones con terminología indescifrable, huyendo de la sencillez que debería regir la publicidad de los asuntos públicos. Y lo hacen porque no hay justificación racional que lo sostenga, pues siempre acabaría en algún argumento ético que antes o después visitaría el sufrimiento que la economía salvaje provoca a los ciudadanos. Ante eso tendrían que doblegarse o desentenderse. No pueden justificarse las decisiones del PP y el PSOE de una manera ética y racional si se lleva la economía a sus últimas consecuencias.

Es política del instante, del ahora es esto, no me acuerdo del ayer y mañana ya veremos. Política de oratoria vacía y beneficios privados. Es la teoría de Darwin aplicada a los escaños, el ready-made político, el pacto entre partidos con forma de urinario.

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