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Sí a las arenas bituminosas

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Cuando hablamos de energía, América tiene la suerte de lindar con Canadá, cuyas reservas demostradas calcula el Oil and Gas Journal en 175.000 millones de barriles. Esto se sitúa justo por detrás de Arabia Saudí (260.000 millones) y de Venezuela (211.000 millones) y por delante de Irán (137.000 millones) y de Irak (115.000 millones de barriles). Claro, alrededor del 97 por ciento de las reservas de Canadá consisten de las polémicas arenas bituminosas de Alberta, pero las nuevas tecnologías y los elevados precios del crudo hacen viable su explotación económicamente. La explotación puede proporcionar al mercado estadounidense una fuente creciente de petróleo estable durante décadas.

Sería demencial dar la espalda a esto. En un mercado global del crudo amenazado repetidamente por guerras, revoluciones y desastres naturales y artificiales -- y donde las petroleras de participación pública mayoritaria controlan la explotación de unas tres cuartas partes de las reservas conocidas -- contar con distribuidores de fiar no es algo baladí. Ya importamos cerca de la mitad de nuestro crudo, y Canadá es nuestro mayor proveedor con alrededor del 25% de la importación. Pero sus explotaciones convencionales están extrayendo cada vez menos. Sólo las arenas bituminosas pueden cubrir el desfase.

¿Alentaremos esto? ¿Diremos "sí" al petróleo extrapesado? ¿O elevamos nuestra exposición a los inestables mercados mundiales de crudo?

Esos son los interrogantes centrales planteados por el oleoducto Keystone XL proyectado de 7.000 millones de dólares que conecta las explotaciones de las arenas de alquitrán de Alberta con las refinerías estadounidenses situadas en las costas del Golfo de Texas. El oleoducto exige la aprobación de la Casa Blanca, y los ecologistas se oponen rotundamente a ello.

Claro, reviste peligros. Los oleoductos sí se rompen; se producen vertidos. Susan Casey-Lefkowitz, del colectivo Consejo de Defensa de los Recursos Naturales, recuerda los recientes vertidos de unos 3 millones y medio de litros al río Kalamazoo de Michigan y de cerca de 151.000 litros al río Yellowstone de Montana. Además, refinar el "bitumen" contenido en el arenal de Athabasca hasta obtener petróleo es complejo. Ciertos procesos han precisado de hasta dos barriles de agua por cada barril de petróleo obtenido. Dado que el consumo energético también es elevado, también lo es la cantidad de gases de efecto invernadero liberados. Por barril refinado, las emisiones han llegado a duplicar y triplicar la producción petrolera estándar.

Los ecologistas están escandalizados. Han hecho de Keystone una bandera. Las sentadas en los exteriores de la Casa Blanca han desembocado en arrestos. Que el Presidente Obama aprobara el oleoducto sería considerado traición integral por parte de sus partidarios ecologistas.

En la práctica, la realidad es más compleja. Si Obama rechaza de plano el oleoducto -- sin pretenderlo -- elevará las emisiones de gases de efecto invernadero. Canadá ha dejado claro que va a proceder a la explotación de las arenas bituminosas con independencia de la decisión norteamericana. Si los Estados Unidos no quieren el petróleo, China y el resto de países asiáticos lo querrán. Los oleoductos se construirán hasta la Costa Oeste. Transportar el crudo en petrolero hasta Asia liberaría seguro más emisiones que desplazarlo mediante oleoducto a los cercanos mercados estadounidenses.

Luego, las emisiones de efecto invernadero consecuencia de los arenales bituminosos están exageradas. A pesar de las elevadas cantidades de gases liberados por barril, el efecto acumulativo total no es importante; alrededor del 6,5% de las emisiones de Canadá en el año 2009 y alrededor del 0,2% de las emisiones del mundo, según cifras del ejecutivo canadiense. Lo que es más importante, la mayoría de las emisiones del crudo (del 70% en adelante) se derivan de quemar el combustible, no de extraerlo ni de refinarlo. En esto, la prospección convencional y la explotación de los arenales de bituminosas no difieren. Cuando se comparan estas emisiones "de progreso" -- las que van de la prospección a la combustión -- la desventaja de los arenales de bituminosas se contrae de forma dramática. Diversos estudios la sitúan entre el 5% y el 23% de la emisión tradicional.

Según toda lógica, la decisión de la administración con respecto al oleoducto Keystone -- supervisado por el Departamento de Estado, que dio a conocer el estudio de impacto medioambiental final la pasada semana -- debería ser inmediata. Obama quiere crear empleo. Bueno, TransCanada, la promotora del oleoducto, afirma que el proyecto debería redundar en 20.000 puestos de trabajo en la construcción y la actividad industrial. La mayor parte serían estadounidenses, porque el 80% de los 2.673 kilómetros de oleoducto estarán en suelo de los Estados Unidos. La explotación prolongada de los arenales de bituminosas también ayudaría a la economía estadounidense; cientos de empresas norteamericanas venden en Canadá servicios relacionados con el sector del petróleo. Por último, las tecnologías de prospección están reduciendo de forma gradual los efectos secundarios medioambientales, emisiones de gases de efecto invernadero incluidas.

El verdadero beneficio consistirá en consolidar la alianza estratégica entre Canadá y Estados Unidos. Las exportaciones petroleras de Canadá se destinen ya casi exclusivamente a nosotros. Nuestro interés estriba en que esto continúe. De 2010 a 2020 se calcula que la explotación del petróleo de los arenales de bituminosa se duplicará hasta los 3 millones de barriles diarios; la mayor parte quedaría libre para la exportación. Sobre el papel, puede parecer que Canadá debería diversificar sus clientes petroleros. No es así. Las perspectivas de Canadá están tan vinculadas a las nuestras que cualquier ventaja ligera de tener más compradores desaparecería si eso debilitara a la economía estadounidense.

Estados Unidos y Canadá son los aliados más próximos y los mayores socios comerciales mutuamente. Los mercados del crudo están cambiando de forma sutil, a medida que más países -- con China a la cabeza -- aspiran a tener acceso preferente a la escasa oferta global. En el futuro, la estabilidad del abastecimiento puede ser tan importante como el precio. Cuanto más podamos reducir la demanda de crudo y fomentar la estabilidad del suministro, en mejor posición vamos a estar. A las bituminosas deberíamos de decir "sí" simplemente.

Sí a las arenas bituminosas

Robert J. Samuelson
lunes, 29 de agosto de 2011, 07:00 h (CET)
Cuando hablamos de energía, América tiene la suerte de lindar con Canadá, cuyas reservas demostradas calcula el Oil and Gas Journal en 175.000 millones de barriles. Esto se sitúa justo por detrás de Arabia Saudí (260.000 millones) y de Venezuela (211.000 millones) y por delante de Irán (137.000 millones) y de Irak (115.000 millones de barriles). Claro, alrededor del 97 por ciento de las reservas de Canadá consisten de las polémicas arenas bituminosas de Alberta, pero las nuevas tecnologías y los elevados precios del crudo hacen viable su explotación económicamente. La explotación puede proporcionar al mercado estadounidense una fuente creciente de petróleo estable durante décadas.

Sería demencial dar la espalda a esto. En un mercado global del crudo amenazado repetidamente por guerras, revoluciones y desastres naturales y artificiales -- y donde las petroleras de participación pública mayoritaria controlan la explotación de unas tres cuartas partes de las reservas conocidas -- contar con distribuidores de fiar no es algo baladí. Ya importamos cerca de la mitad de nuestro crudo, y Canadá es nuestro mayor proveedor con alrededor del 25% de la importación. Pero sus explotaciones convencionales están extrayendo cada vez menos. Sólo las arenas bituminosas pueden cubrir el desfase.

¿Alentaremos esto? ¿Diremos "sí" al petróleo extrapesado? ¿O elevamos nuestra exposición a los inestables mercados mundiales de crudo?

Esos son los interrogantes centrales planteados por el oleoducto Keystone XL proyectado de 7.000 millones de dólares que conecta las explotaciones de las arenas de alquitrán de Alberta con las refinerías estadounidenses situadas en las costas del Golfo de Texas. El oleoducto exige la aprobación de la Casa Blanca, y los ecologistas se oponen rotundamente a ello.

Claro, reviste peligros. Los oleoductos sí se rompen; se producen vertidos. Susan Casey-Lefkowitz, del colectivo Consejo de Defensa de los Recursos Naturales, recuerda los recientes vertidos de unos 3 millones y medio de litros al río Kalamazoo de Michigan y de cerca de 151.000 litros al río Yellowstone de Montana. Además, refinar el "bitumen" contenido en el arenal de Athabasca hasta obtener petróleo es complejo. Ciertos procesos han precisado de hasta dos barriles de agua por cada barril de petróleo obtenido. Dado que el consumo energético también es elevado, también lo es la cantidad de gases de efecto invernadero liberados. Por barril refinado, las emisiones han llegado a duplicar y triplicar la producción petrolera estándar.

Los ecologistas están escandalizados. Han hecho de Keystone una bandera. Las sentadas en los exteriores de la Casa Blanca han desembocado en arrestos. Que el Presidente Obama aprobara el oleoducto sería considerado traición integral por parte de sus partidarios ecologistas.

En la práctica, la realidad es más compleja. Si Obama rechaza de plano el oleoducto -- sin pretenderlo -- elevará las emisiones de gases de efecto invernadero. Canadá ha dejado claro que va a proceder a la explotación de las arenas bituminosas con independencia de la decisión norteamericana. Si los Estados Unidos no quieren el petróleo, China y el resto de países asiáticos lo querrán. Los oleoductos se construirán hasta la Costa Oeste. Transportar el crudo en petrolero hasta Asia liberaría seguro más emisiones que desplazarlo mediante oleoducto a los cercanos mercados estadounidenses.

Luego, las emisiones de efecto invernadero consecuencia de los arenales bituminosos están exageradas. A pesar de las elevadas cantidades de gases liberados por barril, el efecto acumulativo total no es importante; alrededor del 6,5% de las emisiones de Canadá en el año 2009 y alrededor del 0,2% de las emisiones del mundo, según cifras del ejecutivo canadiense. Lo que es más importante, la mayoría de las emisiones del crudo (del 70% en adelante) se derivan de quemar el combustible, no de extraerlo ni de refinarlo. En esto, la prospección convencional y la explotación de los arenales de bituminosas no difieren. Cuando se comparan estas emisiones "de progreso" -- las que van de la prospección a la combustión -- la desventaja de los arenales de bituminosas se contrae de forma dramática. Diversos estudios la sitúan entre el 5% y el 23% de la emisión tradicional.

Según toda lógica, la decisión de la administración con respecto al oleoducto Keystone -- supervisado por el Departamento de Estado, que dio a conocer el estudio de impacto medioambiental final la pasada semana -- debería ser inmediata. Obama quiere crear empleo. Bueno, TransCanada, la promotora del oleoducto, afirma que el proyecto debería redundar en 20.000 puestos de trabajo en la construcción y la actividad industrial. La mayor parte serían estadounidenses, porque el 80% de los 2.673 kilómetros de oleoducto estarán en suelo de los Estados Unidos. La explotación prolongada de los arenales de bituminosas también ayudaría a la economía estadounidense; cientos de empresas norteamericanas venden en Canadá servicios relacionados con el sector del petróleo. Por último, las tecnologías de prospección están reduciendo de forma gradual los efectos secundarios medioambientales, emisiones de gases de efecto invernadero incluidas.

El verdadero beneficio consistirá en consolidar la alianza estratégica entre Canadá y Estados Unidos. Las exportaciones petroleras de Canadá se destinen ya casi exclusivamente a nosotros. Nuestro interés estriba en que esto continúe. De 2010 a 2020 se calcula que la explotación del petróleo de los arenales de bituminosa se duplicará hasta los 3 millones de barriles diarios; la mayor parte quedaría libre para la exportación. Sobre el papel, puede parecer que Canadá debería diversificar sus clientes petroleros. No es así. Las perspectivas de Canadá están tan vinculadas a las nuestras que cualquier ventaja ligera de tener más compradores desaparecería si eso debilitara a la economía estadounidense.

Estados Unidos y Canadá son los aliados más próximos y los mayores socios comerciales mutuamente. Los mercados del crudo están cambiando de forma sutil, a medida que más países -- con China a la cabeza -- aspiran a tener acceso preferente a la escasa oferta global. En el futuro, la estabilidad del abastecimiento puede ser tan importante como el precio. Cuanto más podamos reducir la demanda de crudo y fomentar la estabilidad del suministro, en mejor posición vamos a estar. A las bituminosas deberíamos de decir "sí" simplemente.

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