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Tendemos a distinguir al Martin Luther King Jr. al que queremos distinguir, no al Martin Luther King Jr. que existió realmente.

Escuchar al verdadero Dr. King

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Olvidamos al King tildado de "extremista" en la época de su ministerio religioso, que reprochaba explícitamente a "los moderados" obstaculizar su progreso hacia la justicia, que utilizaba brillantemente el juramento estadounidense como semillero de las corrosivas críticas a los Estados Unidos que existían.

El aplazamiento de la ceremonia de inauguración del nuevo monumento al Dr. King no se produjo a tiempo para detener los tributos que con antelación llegaban masivamente. Era una bendición. Debatir el significado de la herencia de King es una de las mejores formas de garantizar que perdura -- aunque siempre habrá quien trate de restarle importancia como conferenciante de autoayuda bien recibido en la Cámara de Comercio local o incluso en el encuentro de la Coalición Cristiana.

Que no hayamos estado a la altura de los llamamientos de King a la justicia social -- compromiso central del trabajo de su vida sobre el que mi colega Eugene Robinson llama acertadamente nuestra atención -- es uno de los indicadores reveladores de nuestra tendencia a escuchar de forma selectiva la profética voz de King. Pero escuchar selectivamente es mejor que hacer oídos sordos, mientras no conduzca a la distorsión de lo que creía.

Una de las muchas cosas que King entendió fue el radicalismo siempre incipiente del ideal estadounidense. En un momento en el que rendir tributo a los orígenes de nuestra nación parece costumbre mucho más propia del movimiento de protesta fiscal tea party que de los progresistas, King, como Abraham Lincoln con anterioridad, nos puso delante los documentos fundacionales y nos desafió a respetarlos rigurosamente.

Su discurso "Tengo un sueño" era un ensayo amplio y apasionado de la promesa americana. Las exigencias del movimiento de los derechos civiles, insistía, se derivan de las propias promesas de la historia norteamericana.

"Cuando los arquitectos de nuestra República redactaron las magníficas palabras de la Constitución y la Declaración de la Independencia", proclamaba King, "estaban extendiendo un pagaré del que todo estadounidense sería titular. Este pagaré es la promesa de que todos los hombres, sí, negros en la misma medida que blancos, tendrían garantizados los "derechos inalienables" a "la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad".

Uno de los momentos más dramáticos del discurso se producía a continuación. "Es evidente hoy que América ha incumplido el pago de este pagaré, en lo que se refiere a sus ciudadanos de color", decía King. "En lugar de honrar esta obligación sagrada, América ha extendido a los negros un pagaré irregular, un pagaré que el banco devuelve por tener 'fondos insuficientes'".

Esta es la maravillosa paradoja de King: predicador cristiano, entendió el poder de anclar a la tradición los argumentos. Pero esto no hacía menos radicales esos argumentos. Su acento lo ponía en esas palabras de "fondos insuficientes", en nuestros pecados contra nuestras afirmaciones.

Este hincapié en denunciar la injusticia -- puntual, acalorada, indignadamente a veces -- es lo que escuchaba la gente de la época de King, amigos y enemigos por igual. Incomodaba decididamente a muchos moderados (y presuntos moderados).

Cualquiera tentado de transformar a King en una especie de tipo corriente debería leer su "Carta desde la prisión de Birmingham" de abril de 1963. Constituye una contundente refutación de un grupo de ministros religiosos blancos que le criticaban por ser un advenedizo que daba problemas y que le querían devolver al ejército.

"La injusticia en cualquier parte constituye una amenaza a la justicia en cualquier lugar", respondía King. "Estamos atrapados en una insalvable red de reciprocidad... Cualquiera que viva dentro de Estados Unidos no puede considerarse nunca ajeno dentro de sus fronteras". Sí, las exigencias de justicia tendrían que superar las fronteras estatales.

King también se declaró "profundamente decepcionado con el moderado blanco" que, se temía, estaba "más dedicado al 'orden' que a la justicia".

Y recuerde la respuesta de King al ser acusado de extremismo. Aunque "decepcionado inicialmente por ser calificado de extremista", escribía, "a medida que pienso en la cuestión adquiero gradualmente una cierta dosis de satisfacción en la etiqueta". Jesucristo, decía, fue llamado "extremista del amor", y el profeta hebreo Amos "extremista de la justicia". La cuestión era: "¿Seremos extremistas del amor o del odio? ¿Seremos extremistas de la protección de la injusticia o de la propagación de la justicia?"

Hemos protegido al Dr. King para poder distinguirle. Pero deberíamos de distinguirle porque no fue a lo seguro. Nos animó a romper "las cadenas paralizantes del conformismo". Buen consejo a cualquier generación -- y difícil también.

Escuchar al verdadero Dr. King

Tendemos a distinguir al Martin Luther King Jr. al que queremos distinguir, no al Martin Luther King Jr. que existió realmente.
E. J. Dionne
lunes, 29 de agosto de 2011, 06:46 h (CET)
Olvidamos al King tildado de "extremista" en la época de su ministerio religioso, que reprochaba explícitamente a "los moderados" obstaculizar su progreso hacia la justicia, que utilizaba brillantemente el juramento estadounidense como semillero de las corrosivas críticas a los Estados Unidos que existían.

El aplazamiento de la ceremonia de inauguración del nuevo monumento al Dr. King no se produjo a tiempo para detener los tributos que con antelación llegaban masivamente. Era una bendición. Debatir el significado de la herencia de King es una de las mejores formas de garantizar que perdura -- aunque siempre habrá quien trate de restarle importancia como conferenciante de autoayuda bien recibido en la Cámara de Comercio local o incluso en el encuentro de la Coalición Cristiana.

Que no hayamos estado a la altura de los llamamientos de King a la justicia social -- compromiso central del trabajo de su vida sobre el que mi colega Eugene Robinson llama acertadamente nuestra atención -- es uno de los indicadores reveladores de nuestra tendencia a escuchar de forma selectiva la profética voz de King. Pero escuchar selectivamente es mejor que hacer oídos sordos, mientras no conduzca a la distorsión de lo que creía.

Una de las muchas cosas que King entendió fue el radicalismo siempre incipiente del ideal estadounidense. En un momento en el que rendir tributo a los orígenes de nuestra nación parece costumbre mucho más propia del movimiento de protesta fiscal tea party que de los progresistas, King, como Abraham Lincoln con anterioridad, nos puso delante los documentos fundacionales y nos desafió a respetarlos rigurosamente.

Su discurso "Tengo un sueño" era un ensayo amplio y apasionado de la promesa americana. Las exigencias del movimiento de los derechos civiles, insistía, se derivan de las propias promesas de la historia norteamericana.

"Cuando los arquitectos de nuestra República redactaron las magníficas palabras de la Constitución y la Declaración de la Independencia", proclamaba King, "estaban extendiendo un pagaré del que todo estadounidense sería titular. Este pagaré es la promesa de que todos los hombres, sí, negros en la misma medida que blancos, tendrían garantizados los "derechos inalienables" a "la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad".

Uno de los momentos más dramáticos del discurso se producía a continuación. "Es evidente hoy que América ha incumplido el pago de este pagaré, en lo que se refiere a sus ciudadanos de color", decía King. "En lugar de honrar esta obligación sagrada, América ha extendido a los negros un pagaré irregular, un pagaré que el banco devuelve por tener 'fondos insuficientes'".

Esta es la maravillosa paradoja de King: predicador cristiano, entendió el poder de anclar a la tradición los argumentos. Pero esto no hacía menos radicales esos argumentos. Su acento lo ponía en esas palabras de "fondos insuficientes", en nuestros pecados contra nuestras afirmaciones.

Este hincapié en denunciar la injusticia -- puntual, acalorada, indignadamente a veces -- es lo que escuchaba la gente de la época de King, amigos y enemigos por igual. Incomodaba decididamente a muchos moderados (y presuntos moderados).

Cualquiera tentado de transformar a King en una especie de tipo corriente debería leer su "Carta desde la prisión de Birmingham" de abril de 1963. Constituye una contundente refutación de un grupo de ministros religiosos blancos que le criticaban por ser un advenedizo que daba problemas y que le querían devolver al ejército.

"La injusticia en cualquier parte constituye una amenaza a la justicia en cualquier lugar", respondía King. "Estamos atrapados en una insalvable red de reciprocidad... Cualquiera que viva dentro de Estados Unidos no puede considerarse nunca ajeno dentro de sus fronteras". Sí, las exigencias de justicia tendrían que superar las fronteras estatales.

King también se declaró "profundamente decepcionado con el moderado blanco" que, se temía, estaba "más dedicado al 'orden' que a la justicia".

Y recuerde la respuesta de King al ser acusado de extremismo. Aunque "decepcionado inicialmente por ser calificado de extremista", escribía, "a medida que pienso en la cuestión adquiero gradualmente una cierta dosis de satisfacción en la etiqueta". Jesucristo, decía, fue llamado "extremista del amor", y el profeta hebreo Amos "extremista de la justicia". La cuestión era: "¿Seremos extremistas del amor o del odio? ¿Seremos extremistas de la protección de la injusticia o de la propagación de la justicia?"

Hemos protegido al Dr. King para poder distinguirle. Pero deberíamos de distinguirle porque no fue a lo seguro. Nos animó a romper "las cadenas paralizantes del conformismo". Buen consejo a cualquier generación -- y difícil también.

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