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La inflación no es la respuesta

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Constituye un indicador de desesperación que la solución más reciente a la economía enferma que se sugiere sea una inflación más elevada. Durante la década de los 70 y principios de los 80, la inflación (apogeo en el 13% en 1979 y 1980) fue la maldición nacional. Ahora se propone como antídoto al elevado paro y el escaso crecimiento económico. Es mal consejo para la Reserva Federal, que esta semana celebra su retiro anual de consultas en Jackson Hole. Lo que parece plausible en el aula saldría probablemente por la culata en el mundo real.

El principal problema de la economía hoy es la falta de confianza -- el miedo -- que plasma una enorme incertidumbre. Responsables del sector privado y consumidores no saben a qué atenerse. Frente a un paro tenaz, un valor de la vivienda en caída libre y una bolsa volátil, han adoptado posiciones reflexivamente defensivas. Acaparan liquidez y limitan la inversión. La política deliberada de elevar la inflación corre el riesgo de agravar la incertidumbre y envenenar aún más la tónica.

Eso es lo que sucedió durante los 60 y los 70. Los economistas aducían que subidas modestas de la inflación (pongamos, al 4% o al 5%) reducirían el paro al permitir políticas monetarias y presupuestos más expansivos. Una inflación ligeramente más elevada no iba a molestar a la mayoría de los estadounidenses, y el paro más bajo constituiría una clara mejora. Pero la inflación no se mantuvo a raya. El paro creció (un 6,2% de media durante los 70 en comparación con el 4,5% de los años 50), y las desbocadas subidas de los precios asustaron a los estadounidenses.

La idea ahora es que la Reserva inyecte más papel a la masa monetaria hasta que la inflación -- subida en la mayor parte de los precios, no en los erráticos precios de los combustibles solamente -- alcance el nivel deseado del 4 al 6% quizá. El economista de Harvard Kenneth Rogoff admite que la política es "radical". Él es partidario de ella solamente porque considera la principal amenaza a las recuperaciones europea y estadounidense "el impago por imposibilidad de extinción" de las deudas privada y soberana. "La gente recorta posiciones porque se da cuenta de que el elevado endeudamiento les está exponiendo", dice.

La inflación es una forma de reducir el lastre de la deuda. A medida que salarios y precios suben, el valor de la deuda contraída baja progresivamente. Consumidores, empresas y gobiernos se ven liberados para gastar con mayor libertad.

Claro, la inflación más elevada representa una transferencia de riqueza a los endeudados (que extinguen la deuda en dólares más baratos) desde los acreedores (que reciben dólares más baratos). Eso es injusto, según Rogoff, pero podría ser menos injusto y nocivo que el descubierto flagrante en el pago de la deuda soberana por parte de morosos endeudados más allá de su capacidad de extinción.

La inflación más elevada podría también impulsar la economía de otras formas. Si la gente cree que los precios de los coches, los electrodomésticos o las casas serán más altos dentro de un mes o dentro de un año, puede empezar a comprar ahora en lugar de esperar. La inflación más elevada también podría permitir bajar las tasas de interés equivalente a la Reserva Federal. Si los tipos de interés permanecen por debajo de la inflación -- aunque no está garantizado en absoluto -- el crédito abaratado resultante debería de estimular el préstamo.

Todo esto explica el motivo de que la inflación más elevada atraiga a los economistas de todo el espectro ideológico. Aunque Rogoff se sitúa ligeramente a la derecha del centro, los economistas de izquierdas y el columnista Paul Krugman también son partidarios. El problema es el siguiente: la inflación es difícil de manipular en dosis exactas y pronosticables. Una vez la gente se convence de que el estado la va a tolerar o a alentar, se adapta de formas imprevistas. No podemos saber lo que sucedería ahora, pero sí sabemos lo que sucedió en los 60 y los 70.

Una adaptación consistió en que empresas y plantillas elevaron salarios y precios mucho más rápido de lo esperado. Siguieron la tendencia tipos más altos de interés. Los tipos de la deuda pública a 10 años pasaron del 4% en 1962 al 8% en 1978. La bolsa se estancó durante dos décadas prácticamente. El consumidor reaccionó a la mayor incertidumbre elevando su ahorro del 8% de la renta neta en 1962 al 10% hacia 1971. Eso es lo diametralmente opuesto al objetivo actual -- mayor consumo, no menos.

Podría haber otras sorpresas desagradables. Si los precios al consumo crecen más rápido que los salarios -- bastante probable con el paro en el 9,1% -- la inflación más elevada haría las veces de lastre a la economía al reducir el poder adquisitivo "real" del trabajador. Si los inversores decidieran que la Reserva se había relajado con la inflación, podría producirse una huida masiva del dólar en favor de las divisas y los mercados extranjeros.

Por otra parte, el poder de reducción paulatina del valor real de la deuda soberana estadounidense por parte de la inflación más alta es limitado, porque gran parte de esa deuda es a corto plazo. Alrededor del 30 por ciento vence a menos de un año; otro 25% más o menos es a un máximo de tres años. Toda esta deuda se refinancia. Con la inflación más elevada, probablemente se refinanciaría a tipos más elevados que los inversores exigirían como garantía frente a los precios desbocados.

La inflación no es la respuesta. Recuerde: el problema básico de la economía es la escasa confianza suscitada por la incertidumbre generalizada. La Reserva no debería de agravar el problema suscribiendo políticas que, con independencia de su interés teórico, generen mayor incertidumbre en el mundo real. El gobernador de la Reserva Ben Bernanke debería de dejar claro que la Reserva no va a seguir esta vía.

La inflación no es la respuesta

Robert J. Samuelson
viernes, 26 de agosto de 2011, 07:10 h (CET)
Constituye un indicador de desesperación que la solución más reciente a la economía enferma que se sugiere sea una inflación más elevada. Durante la década de los 70 y principios de los 80, la inflación (apogeo en el 13% en 1979 y 1980) fue la maldición nacional. Ahora se propone como antídoto al elevado paro y el escaso crecimiento económico. Es mal consejo para la Reserva Federal, que esta semana celebra su retiro anual de consultas en Jackson Hole. Lo que parece plausible en el aula saldría probablemente por la culata en el mundo real.

El principal problema de la economía hoy es la falta de confianza -- el miedo -- que plasma una enorme incertidumbre. Responsables del sector privado y consumidores no saben a qué atenerse. Frente a un paro tenaz, un valor de la vivienda en caída libre y una bolsa volátil, han adoptado posiciones reflexivamente defensivas. Acaparan liquidez y limitan la inversión. La política deliberada de elevar la inflación corre el riesgo de agravar la incertidumbre y envenenar aún más la tónica.

Eso es lo que sucedió durante los 60 y los 70. Los economistas aducían que subidas modestas de la inflación (pongamos, al 4% o al 5%) reducirían el paro al permitir políticas monetarias y presupuestos más expansivos. Una inflación ligeramente más elevada no iba a molestar a la mayoría de los estadounidenses, y el paro más bajo constituiría una clara mejora. Pero la inflación no se mantuvo a raya. El paro creció (un 6,2% de media durante los 70 en comparación con el 4,5% de los años 50), y las desbocadas subidas de los precios asustaron a los estadounidenses.

La idea ahora es que la Reserva inyecte más papel a la masa monetaria hasta que la inflación -- subida en la mayor parte de los precios, no en los erráticos precios de los combustibles solamente -- alcance el nivel deseado del 4 al 6% quizá. El economista de Harvard Kenneth Rogoff admite que la política es "radical". Él es partidario de ella solamente porque considera la principal amenaza a las recuperaciones europea y estadounidense "el impago por imposibilidad de extinción" de las deudas privada y soberana. "La gente recorta posiciones porque se da cuenta de que el elevado endeudamiento les está exponiendo", dice.

La inflación es una forma de reducir el lastre de la deuda. A medida que salarios y precios suben, el valor de la deuda contraída baja progresivamente. Consumidores, empresas y gobiernos se ven liberados para gastar con mayor libertad.

Claro, la inflación más elevada representa una transferencia de riqueza a los endeudados (que extinguen la deuda en dólares más baratos) desde los acreedores (que reciben dólares más baratos). Eso es injusto, según Rogoff, pero podría ser menos injusto y nocivo que el descubierto flagrante en el pago de la deuda soberana por parte de morosos endeudados más allá de su capacidad de extinción.

La inflación más elevada podría también impulsar la economía de otras formas. Si la gente cree que los precios de los coches, los electrodomésticos o las casas serán más altos dentro de un mes o dentro de un año, puede empezar a comprar ahora en lugar de esperar. La inflación más elevada también podría permitir bajar las tasas de interés equivalente a la Reserva Federal. Si los tipos de interés permanecen por debajo de la inflación -- aunque no está garantizado en absoluto -- el crédito abaratado resultante debería de estimular el préstamo.

Todo esto explica el motivo de que la inflación más elevada atraiga a los economistas de todo el espectro ideológico. Aunque Rogoff se sitúa ligeramente a la derecha del centro, los economistas de izquierdas y el columnista Paul Krugman también son partidarios. El problema es el siguiente: la inflación es difícil de manipular en dosis exactas y pronosticables. Una vez la gente se convence de que el estado la va a tolerar o a alentar, se adapta de formas imprevistas. No podemos saber lo que sucedería ahora, pero sí sabemos lo que sucedió en los 60 y los 70.

Una adaptación consistió en que empresas y plantillas elevaron salarios y precios mucho más rápido de lo esperado. Siguieron la tendencia tipos más altos de interés. Los tipos de la deuda pública a 10 años pasaron del 4% en 1962 al 8% en 1978. La bolsa se estancó durante dos décadas prácticamente. El consumidor reaccionó a la mayor incertidumbre elevando su ahorro del 8% de la renta neta en 1962 al 10% hacia 1971. Eso es lo diametralmente opuesto al objetivo actual -- mayor consumo, no menos.

Podría haber otras sorpresas desagradables. Si los precios al consumo crecen más rápido que los salarios -- bastante probable con el paro en el 9,1% -- la inflación más elevada haría las veces de lastre a la economía al reducir el poder adquisitivo "real" del trabajador. Si los inversores decidieran que la Reserva se había relajado con la inflación, podría producirse una huida masiva del dólar en favor de las divisas y los mercados extranjeros.

Por otra parte, el poder de reducción paulatina del valor real de la deuda soberana estadounidense por parte de la inflación más alta es limitado, porque gran parte de esa deuda es a corto plazo. Alrededor del 30 por ciento vence a menos de un año; otro 25% más o menos es a un máximo de tres años. Toda esta deuda se refinancia. Con la inflación más elevada, probablemente se refinanciaría a tipos más elevados que los inversores exigirían como garantía frente a los precios desbocados.

La inflación no es la respuesta. Recuerde: el problema básico de la economía es la escasa confianza suscitada por la incertidumbre generalizada. La Reserva no debería de agravar el problema suscribiendo políticas que, con independencia de su interés teórico, generen mayor incertidumbre en el mundo real. El gobernador de la Reserva Ben Bernanke debería de dejar claro que la Reserva no va a seguir esta vía.

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