¨Existe, en estos primeros momentos antes de que el reparto definitivo se conozca, una faceta inevitable a lo "Isla de Gilligan" que revisten los debates presidenciales: el heterogéneo grupo de personajes excéntricos que tienen que convivir a lo largo de un periodo de tiempo indeterminado juntos. El debate Republicano del jueves en Iowa fue la edición familiar de "La isla de Gilligan".
Estaba el abuelo, el conservador Newt Gingrich, quejándose de las preguntas mamporreras y de -- ahí va otra vez -- los métodos empresariales de producción. El abuelo de aspecto excéntrico, el congresista Ron Paul, soltando sin venir a cuento que de todas formas no nos tenemos que preocupar de Irán.
El abuelo campechano, el candidato Herman Cain, incapaz de dejar de decir todo lo posible pero que acaba no obstante cayendo bien. "América tendría que aprender a bromear", fue mi elección de cita de la noche. O a lo mejor es el gancho del reparto Republicano de candidatos.
Estaba el primo quejumbroso, el conservador Rick Santorum, quejándose de que nadie le pregunta nada nunca. El tío irrelevante de aspecto algo imbécil, el Gobernador Jon Huntsman, que parecía algo fuera de lugar, como el pariente lejano que se presenta por casualidad en la reunión familiar.
El desencuentro entre la comandeta de Minnesota, Tim Pawlenty, y Michele Bachmann, intercambiando puñaladas por la espalda. Que si no tienes ninguna experiencia demostrable. Que si apoyaste la legislación de intercambio de emisiones. Maaamááá, se está sentando en mi sitio. Dile que se aparte.
Pawlenty acabó siendo el perdedor de los dos. Sugerencia a Tim: si intentas aparentar ser el adulto capaz de vencer a Mitt Romney, lo mejor es no ofrecerse a hacer su trabajo. Y reconocer el mérito de los votantes por reconocer un cambio -- "¡Me limito a lo mío!" -- que ha superado su vida útil. ¿No nos pasó con lo de John McCain y el tío rico de la gran mansión? ¿Y no eran los Republicanos a los que les gustan los ricos, los que no les molestan?
Lo que nos lleva al padre -- Ward Cleaver interpretado por el candidato Mitt Romney, atrapado sin salida durante un tiempo con este creciente elenco imposible de gobernar.
En realidad, a Romney le vendría mejor que el grupo aguantara junto todo lo posible. Entre el reparto de los Cain y los Paul, el serio Romney que dice generalidades parece el único presidente del elenco. Pero Romney se mostraba típicamente evasivo al ser preguntado si hubiera vetado el acuerdo de la deuda. "No voy a poner las cosas tan fáciles a Barack Obama", se olía. Puede no ser la mejor metáfora viniendo del caballero que durante una excursión familiar puso al perro en la baca del coche.
Volví a quedar impresionada con la puesta en escena de Bachmann y su capacidad de disfrazar las afirmaciones más valientes con los adornos más escandalosos. Bachmann presumía, después de la rebaja de la calificación, de liderar la carga contra elevar el techo de la deuda. "Resultó ser la respuesta correcta", dijo. ¿En serio? No elevar el techo de la deuda habría hecho que esta semana de infarto en la bolsa hubiera sido una montaña rusa.
Cuando Byron York tubo los bemoles en el Washington Examiner de preguntar a Bachmann por sus declaraciones acerca de someterse a la voluntad de su marido de que estudiara derecho fiscal -- ¡prepárate Byron! -- Bachmann tuvo el buen criterio del actor al exprimir la reacción de la audiencia tanto como fue posible. Cuando empezaron los abucheos, se puso a sonreír y esperó, y volvió a sonreír, igual que el gato que espera al acecho al ratón que sabe fatalmente atrapado. Me parece que vi que se humedecía los labios, antes de decidir dulcemente: "Gracias por esa pregunta, Byron". Él tendría que haber apostillado -- "Si la sumisión significa pues respeto, ¿significa eso que su marido también se somete a su voluntad?" -- pero ¿quién puede culparle? En ese momento probablemente hasta yo habría obedecido.
Por otra parte, es difícil imaginar que Bachmann progrese. La Ley de Libertad de Elección de la Bombilla suena a algo sacado de la revista The Onion, no a legislación seria.
Hablando de legislaciones serias, no he dicho mucho del contenido del debate porque, honestamente, no tuvo mucho en el sentido del contenido. Un reparto que eleva sus manos al unísono para renunciar a la relación de 10 a 1 entre recortes del gasto público y subidas tributarias no es un grupo que se pueda tomar en serio realmente. Esperaba que el presentador Bret Baier siguiera adelante para sondear los límites de su demencia tributaria. ¿Veinte a uno? ¿Cien a uno?
Con el tiempo, candidatos nuevos -- bienvenido, Rick Perry -- se unirán al reparto. Los hay que serán nominados -- o más exactamente, no nominados -- para abandonar la isla. Pero a juzgar por el debate del jueves, el verdadero debate de campaña podría esperar hasta primavera. Por entonces, los estúpidos intercambios delante de las cámaras en torno a quién es el más puro ideológicamente de todos habrán terminado Y a lo mejor hasta puede empezar un debate serio en torno al futuro del país.