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Valencia, una ciudad infestada de gorrillas

¡Los Gorrillas no se van de Vacaciones!

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Llega el mes de agosto y se me llena el cuerpo de una alegría inusual. Y no es –precisamente- por las vacaciones, sino porque llevo cerca de un año viendo pisos para intentar mudarme a la ciudad y, a pesar de la bajada que puedo corroborar como notable en el precio de la vivienda, ahora los bancos me dicen que es casi imposible financiarme una. Así que, bajo el listón y miro precios a la baja. Pero este no es el comentario. El hecho es que durante este tiempo he recorrido calles de la ciudad de Valencia que ignoraba de su existencia y ubicación. Aunque hay un grupo que se las conoce mejor que la policía local de la ciudad y que el gremio de taxistas, los gorrillas.

Entrado el mes de agosto, -pienso- ahora esta primera quincena la aprovecho y a ver pisos por doquier. Llego a la ciudad aligerado por la idea de que ahora podré aparcar sin problemas, habrá espacio suficiente para los que quedamos en la capital del Turia y, así, intentaré estacionar en espacio que no implique un coste adicional como la zona azul, para no mermar más mi bolsillo. A la vez voy rumiando la esperanza que, igual, los gorrillas también se habrán largado de vacaciones y por vez primera sólo pago la zona azul y no tengo que dar los 50 céntimos o a veces el euro, que casi con la mirada te piden, algunos con lástima y en los últimos tiempos de forma inquisitoria bajo una risa casi amenazante.

Cabe destacar que tan sólo uno me invitó a aumentar mi sensible y poco gustosa aportación al gremio gorrilla, ya que me sacó un pequeño palo a la vez que me decía:

“hombre, amigo, estírese un poco más”. Será cabrón –pensé-, pero me contuve. “Oiga que no me queda para pagar la zona azul” -le dije- y pareció aceptar mi excusa.

Luego, tomando un café, un amigo me dijo que los palos generalmente son para defender su territorio de otros usurpadores del gremio, que no respetan el lugar de trabajo de uno mismo.

Llego a la Ciudad de la Ciencias y sonrío por no llorar: zona no regulada o (zona blanca), aparco sin gastarme un euro. Pero allí aparece el inmigrante de turno que ya viene a indicarme y a hacer más fácil mi aparcamiento. Estaciono el coche y se queda mirándome, ale propina de rigor. A continuación, me dirijo a una travesía de la plaza España, -pienso- igual allí no hay ninguno, pero toma, zona azul e impuesto gorrilla. Peor es cuando llego a la zona de la antigua Fe, allí no hay ni uno ni dos. Pero también los encuentro por Juan Llorens, por Ruzafa, y por Músico Ginés.

Observo estupefacto que forman parte del entramado urbano de la ciudad. Los propios vecinos los conocen y los saludan, algunos te dicen que no te preocupes, porque cuando ellos están por aquí los coches están mejor. Otros saludan a los policías como si de compañeros se tratase.

No discuto las formas en que cada uno se gana la vida. Al menos ésta es una forma elegante de robarte el dinero. Como parece que los ayuntamientos no pueden acabar con ellos, no se buscaba la regulación de la prostitución, yo también quiero una regulación para este gremio surgido de la necesidad.

Por cierto, alguien me dijo el otro día que es delito dar la susodicha propina. Yo, por si a caso, lo hago. Una vez que me negué a darla, a la vuelta encontré una elegante raya que cruza mi coche de lado a lado. No se si fue un gorrilla o fruto de la casualidad, que espero no se produzca otra vez.

¡Los Gorrillas no se van de Vacaciones!

Valencia, una ciudad infestada de gorrillas
Jose Pérez Suria
jueves, 18 de agosto de 2011, 07:16 h (CET)
Llega el mes de agosto y se me llena el cuerpo de una alegría inusual. Y no es –precisamente- por las vacaciones, sino porque llevo cerca de un año viendo pisos para intentar mudarme a la ciudad y, a pesar de la bajada que puedo corroborar como notable en el precio de la vivienda, ahora los bancos me dicen que es casi imposible financiarme una. Así que, bajo el listón y miro precios a la baja. Pero este no es el comentario. El hecho es que durante este tiempo he recorrido calles de la ciudad de Valencia que ignoraba de su existencia y ubicación. Aunque hay un grupo que se las conoce mejor que la policía local de la ciudad y que el gremio de taxistas, los gorrillas.

Entrado el mes de agosto, -pienso- ahora esta primera quincena la aprovecho y a ver pisos por doquier. Llego a la ciudad aligerado por la idea de que ahora podré aparcar sin problemas, habrá espacio suficiente para los que quedamos en la capital del Turia y, así, intentaré estacionar en espacio que no implique un coste adicional como la zona azul, para no mermar más mi bolsillo. A la vez voy rumiando la esperanza que, igual, los gorrillas también se habrán largado de vacaciones y por vez primera sólo pago la zona azul y no tengo que dar los 50 céntimos o a veces el euro, que casi con la mirada te piden, algunos con lástima y en los últimos tiempos de forma inquisitoria bajo una risa casi amenazante.

Cabe destacar que tan sólo uno me invitó a aumentar mi sensible y poco gustosa aportación al gremio gorrilla, ya que me sacó un pequeño palo a la vez que me decía:

“hombre, amigo, estírese un poco más”. Será cabrón –pensé-, pero me contuve. “Oiga que no me queda para pagar la zona azul” -le dije- y pareció aceptar mi excusa.

Luego, tomando un café, un amigo me dijo que los palos generalmente son para defender su territorio de otros usurpadores del gremio, que no respetan el lugar de trabajo de uno mismo.

Llego a la Ciudad de la Ciencias y sonrío por no llorar: zona no regulada o (zona blanca), aparco sin gastarme un euro. Pero allí aparece el inmigrante de turno que ya viene a indicarme y a hacer más fácil mi aparcamiento. Estaciono el coche y se queda mirándome, ale propina de rigor. A continuación, me dirijo a una travesía de la plaza España, -pienso- igual allí no hay ninguno, pero toma, zona azul e impuesto gorrilla. Peor es cuando llego a la zona de la antigua Fe, allí no hay ni uno ni dos. Pero también los encuentro por Juan Llorens, por Ruzafa, y por Músico Ginés.

Observo estupefacto que forman parte del entramado urbano de la ciudad. Los propios vecinos los conocen y los saludan, algunos te dicen que no te preocupes, porque cuando ellos están por aquí los coches están mejor. Otros saludan a los policías como si de compañeros se tratase.

No discuto las formas en que cada uno se gana la vida. Al menos ésta es una forma elegante de robarte el dinero. Como parece que los ayuntamientos no pueden acabar con ellos, no se buscaba la regulación de la prostitución, yo también quiero una regulación para este gremio surgido de la necesidad.

Por cierto, alguien me dijo el otro día que es delito dar la susodicha propina. Yo, por si a caso, lo hago. Una vez que me negué a darla, a la vuelta encontré una elegante raya que cruza mi coche de lado a lado. No se si fue un gorrilla o fruto de la casualidad, que espero no se produzca otra vez.

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