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Elecciones primarias en Argentina

Paliza de primer grado

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El último domingo se realizaron las elecciones primarias en la Argentina. Si bien no se eligen autoridades, sirve como un primer pantallazo de situación de cara a las generales de octubre. La presidenta Cristina Fernández se granjeó una victoria arrasadora.

El resultado fue contundente. Aunque las cifras de la democracia liberal no hablen del todo claro acerca de la representación popular, es indudable y demoledora la victoria de la presidenta Cristina Fernández. El 50% de los votos válidos fueron para ella. La oposición, ni juntando sus votos, logra alcanzarla. Eduardo Duhalde y Ricardo Alfonsín, ambas esperanzas para un ballotage, apenas arañan 25 puntos entre los dos. Un respaldo del grosor de la mitad del recibido por la gestión actual. Si se suman los votos de Elisa Carrió y Alberto Rodríguez Saá, el monto llega al 36%, todavía lejos de Cristina.

La conclusión que estos datos arrojan no es difícil: la mayoría de los votantes argentinos prefiere la continuidad de la gestión kirchnerista a la apuesta por un cambio de rumbo. Y esta lógica está fundada en hechos concretos: ¿qué otra cosa se puede hacer, dentro de las reglas de juego del capitalismo (que ninguno de los dirigentes opositores amenaza con revertir), más que lo que se está haciendo? El discurso antikirchnerista tiene su principal punto débil en el engarce con la realidad. La oposición rabiosa se desmorona ante tan simple pregunta. Si proponen cambiar, ¿hacia dónde? Aquellos que indiscutiblemente elevaron su nivel de vida y encontraron oportunidades inéditas en estos últimos años, prefirieron no arriesgar, un movimiento básico en cualquier formación social.

Tampoco arriesgaran los industriales, que vieron beneficiada su actividad con política proactivas y protectoras de la producción local. No arriesgaron, asimismo, muchos productores agropecuarios, que lejos de manifestar el tremendo odio manifestado en reclamos y movilizaciones, se la jugaron por mantener un gobierno que, mal que mal, aplicó medidas provechosas o, por lo menos, dejó las cosas del tal modo que aumentaran sus ganancias. Los distritos que habían sido centro caldeado de las protestas agropecuarias, fueron casi todos para Cristina. Es sencillo: las liberalizaciones y medidas amigables para el “campo” quedaron al desnudo y, a la hora de los bifes, los mismos protagonistas entienden que ese camino no conduce a nada bueno.

Esa divina oposición
Pero hablamos de primarias, y habrá que ver cómo reacciona la ciudadanía ante la instancia definitiva. Suena extraño pensar en una erosión de votantes de Cristina Fernández. Es cuestionable que este 50% sea su techo. Quizás consiga las afinidades de algunos otros sectores que, si bien no la respaldan, electoralmente la prefieren antes que lo que hay enfrente. Situación nada descomunal. Enfrente tiene todos los trastos viejos de la fatídica “segunda década infame”. Eduardo Duhalde, vicepresidente, gobernador bonaerense y candidato a presidente para la prolongación, durante aquellos años; Ricardo Alfonsín, el ignoto hijo de Raúl que saltó a la fama de repente, tirando principios por la ventana y abrazando personajes sin filtro, se alineó con Francisco de Narváez, exponente principal de la candidatura de Carlos Menem en 2003 y ex aliado de Mauricio Macri, hijo y parte del empresariado más favorecido con los negociados noventistas; y Rodríguez Saá, eterno gobernador puntano que estableció buenas migas con el Gobierno nacional de aquellos años, en tanto y en cuanto le permitieron cuidar su terruño, y hermano del protagonista de un paso fugaz por la presidencia en plena debacle del 2002.

Las cartas que ofrecer no son de lo mejor. Esta coyuntura favorece sustancialmente al oficialismo, que cosecha votos por espanto a lo otro que por amor a lo propio. La cercanía con el proceso más nefasto para la economía nacional de casi todos los dirigentes opositores, es crédito a favor de Cristina, que también estuvo cercana al menemismo, pero supo desprenderse –en parte- a fuerza de medidas específicas. Solo Hermes Binner y Elisa Carrió, de los candidatos opositores que más figuraron, estuvieron alejados en aquella época. El primero mantuvo la cordura y en eso basa su campaña y su carrera política. Su propuesta es a largo plazo. El 20% obtenido es un buen piso. Se rodeó de dirigentes con trayectoria dentro del llamado “progresismo” y enarbola una mirada que no desconoce los logros oficiales. Su punto de vista es que se pueden hacer las cosas mejor, sobretodo, desde los aspectos formales. Por eso no acumuló tanto voto antikirchnerista rabioso, que lo hubo, sino que también muchos de sus votantes, en caso de desempate entre Cristina y Duhalde o Alfonsín, elegirán la primera alternativa.

Carrió, por su parte, derrapó en los últimos años y, a fuerza de obscenidades y horrores, consiguió perder el 80% de sus votantes en tan solo cuatro años. Quizás este cachetazo sea el desencadenante de una toma de conciencia y abandone finalmente sus designios mesiánicos.
Ay, ay, Ricardo…
“Esta es una elección preliminar. Ganamos en octubre”. ¿Con qué necesidad el “hijo de Raúl” lanza semejante afirmación, descolgada totalmente de la realidad y desconociendo infinitamente el veredicto de las urnas, tan ensalzado en sus discursos empalagosamente “democratistas”? La zonza temeridad de la alocución de Ricardo Alfonsín lo deja peor parado aún. ¿Qué extraña y genial estrategia prepara para octubre detrás de tales sentencias, que se escapa a los ojos de los simples mortales que solo podemos entender que metió la pata? ¿Acaso que enormidad de estadista se trae entre manos que no podemos notar? Tal vez sea solo un gesto de impotencia y el más cruel acto reflejo ante una derrota escandalosa.

Su irrespetuosidad política, que lo hizo traicionar todos y cada uno de los principios sostenidos por su padre, se solventa en un aspecto primigenio: Cristina Fernández es la presidenta que reúne las características más parecidas a su padre y que, aún superándolo en medidas transformadoras, se asemeja en actitudes y propuestas. Por lo tanto, Ricardo Alfonsín, no tiene más alternativas que oponerse a quien se parece más a su padre. Y hasta los propios radicales, tan adeptos a las tradiciones, se sienten humillados. Esa porción de votos de radicales convencidos –y angustiados- se disipó para otros rincones. Y muchos fueron a parar a Cristina Fernández, entendiendo que esto es más parecido a lo que proponía Raúl, que cualquier cosa que pueda hacer Ricardo con estos aliados.

Carrió, 14 A 2011… ¡Hundido!
Debe ser doloroso pasar del amor a la indiferencia en tan poco tiempo. Cuatro años no es demasiado. Más aún cuando ese periodo estuvo atravesado por determinados conflictos y circunstancias políticas que, desde el lugar donde uno se ubica, podrían ser altamente redituables. En ese contexto, reducir los votos, significa que uno hizo todo mal. ¿Será esa la lectura que, en un inesperado golpe de desconocida humildad y templanza, realice Elisa Carrió? ¿O preferirá tomarse de teorías conspirativas y denuncie fraudes y extorsiones varias para justificar que el porcentaje verídico obtenido por ella es superior incluso a la suma repetida del padrón entero? En definitiva, ¿Alguien la toma en serio? Y, en todo caso, ¿Está bien aquel que todavía puede tomar en serio a una mujer que no hizo más que romper todo lo que construyó o le construyeron y que pasa sus días soltando frases estruendosa y pronosticando catástrofes que nunca llegan sino más bien todo lo contrario? Los números hablan por sí solos. Aunque hay 670 mil argentinos que no lo comprenden así. ¿Extraña minoría o vanguardia iluminada?

El salvador que ahora pide que lo salven

Eduardo Duhalde se mostró como el hombre que regresaba a la política a poner las cosas en orden. Era la experiencia ante un grupo de improvisados que no sabía cómo enfrentar a un gobierno que se hacía fuerte y encaraba a diestra y siniestra. La memoria de su aceptable gestión luego del Argentinazo del ’01, no bastó para olvidar sus declives derechistas del último tiempo, ni sus marcadas afinidades a políticas represivas de otras épocas. Es, sin embargo, el hombre más fuerte para oponerse a Cristina Fernández. Pero un proyecto político que tenga su piedra basal en la oposición a algo, tiene las patas muy cortas, precisamente, porque en esa disposición de sumar para ganar, se pasa por alto las diferencias intestinas, que emergerán como un torrente de contradicciones a la hora de la instrumentación práctica. Duhalde encabeza esa oposición del odio y el rencor, tan real como también inspirada en soberbias innecesarias y actitudes rayanas a la necedad por parte del gobierno nacional.

Esa fortaleza política, que lo ubica en escena como la opción de derecha más contundente, es la que sacó a relucir en sus discursos. Fue mucho más sensato y hábil que Alfonsín: pidió respaldo, dada las cualidades de su figura y sus respaldos, para “darle un susto” al gobierno, esto es, comprendiendo la dificultad de vencerlo, pero realizando una manifestación de fuerza que permita construir poder desde una base real y, desde ahí, estar en condiciones de ser una fuerza de presión en una futura gestión kirchnerista. Hay una diferencia clave en las propuestas opositoras: Duhalde es un estratega, con experiencia de gestión y conocimientos políticos; Alfonsín, es el “hijo de Raúl”.

Paliza de primer grado

Elecciones primarias en Argentina
Lucas Paulinovich
martes, 16 de agosto de 2011, 07:46 h (CET)
El último domingo se realizaron las elecciones primarias en la Argentina. Si bien no se eligen autoridades, sirve como un primer pantallazo de situación de cara a las generales de octubre. La presidenta Cristina Fernández se granjeó una victoria arrasadora.

El resultado fue contundente. Aunque las cifras de la democracia liberal no hablen del todo claro acerca de la representación popular, es indudable y demoledora la victoria de la presidenta Cristina Fernández. El 50% de los votos válidos fueron para ella. La oposición, ni juntando sus votos, logra alcanzarla. Eduardo Duhalde y Ricardo Alfonsín, ambas esperanzas para un ballotage, apenas arañan 25 puntos entre los dos. Un respaldo del grosor de la mitad del recibido por la gestión actual. Si se suman los votos de Elisa Carrió y Alberto Rodríguez Saá, el monto llega al 36%, todavía lejos de Cristina.

La conclusión que estos datos arrojan no es difícil: la mayoría de los votantes argentinos prefiere la continuidad de la gestión kirchnerista a la apuesta por un cambio de rumbo. Y esta lógica está fundada en hechos concretos: ¿qué otra cosa se puede hacer, dentro de las reglas de juego del capitalismo (que ninguno de los dirigentes opositores amenaza con revertir), más que lo que se está haciendo? El discurso antikirchnerista tiene su principal punto débil en el engarce con la realidad. La oposición rabiosa se desmorona ante tan simple pregunta. Si proponen cambiar, ¿hacia dónde? Aquellos que indiscutiblemente elevaron su nivel de vida y encontraron oportunidades inéditas en estos últimos años, prefirieron no arriesgar, un movimiento básico en cualquier formación social.

Tampoco arriesgaran los industriales, que vieron beneficiada su actividad con política proactivas y protectoras de la producción local. No arriesgaron, asimismo, muchos productores agropecuarios, que lejos de manifestar el tremendo odio manifestado en reclamos y movilizaciones, se la jugaron por mantener un gobierno que, mal que mal, aplicó medidas provechosas o, por lo menos, dejó las cosas del tal modo que aumentaran sus ganancias. Los distritos que habían sido centro caldeado de las protestas agropecuarias, fueron casi todos para Cristina. Es sencillo: las liberalizaciones y medidas amigables para el “campo” quedaron al desnudo y, a la hora de los bifes, los mismos protagonistas entienden que ese camino no conduce a nada bueno.

Esa divina oposición
Pero hablamos de primarias, y habrá que ver cómo reacciona la ciudadanía ante la instancia definitiva. Suena extraño pensar en una erosión de votantes de Cristina Fernández. Es cuestionable que este 50% sea su techo. Quizás consiga las afinidades de algunos otros sectores que, si bien no la respaldan, electoralmente la prefieren antes que lo que hay enfrente. Situación nada descomunal. Enfrente tiene todos los trastos viejos de la fatídica “segunda década infame”. Eduardo Duhalde, vicepresidente, gobernador bonaerense y candidato a presidente para la prolongación, durante aquellos años; Ricardo Alfonsín, el ignoto hijo de Raúl que saltó a la fama de repente, tirando principios por la ventana y abrazando personajes sin filtro, se alineó con Francisco de Narváez, exponente principal de la candidatura de Carlos Menem en 2003 y ex aliado de Mauricio Macri, hijo y parte del empresariado más favorecido con los negociados noventistas; y Rodríguez Saá, eterno gobernador puntano que estableció buenas migas con el Gobierno nacional de aquellos años, en tanto y en cuanto le permitieron cuidar su terruño, y hermano del protagonista de un paso fugaz por la presidencia en plena debacle del 2002.

Las cartas que ofrecer no son de lo mejor. Esta coyuntura favorece sustancialmente al oficialismo, que cosecha votos por espanto a lo otro que por amor a lo propio. La cercanía con el proceso más nefasto para la economía nacional de casi todos los dirigentes opositores, es crédito a favor de Cristina, que también estuvo cercana al menemismo, pero supo desprenderse –en parte- a fuerza de medidas específicas. Solo Hermes Binner y Elisa Carrió, de los candidatos opositores que más figuraron, estuvieron alejados en aquella época. El primero mantuvo la cordura y en eso basa su campaña y su carrera política. Su propuesta es a largo plazo. El 20% obtenido es un buen piso. Se rodeó de dirigentes con trayectoria dentro del llamado “progresismo” y enarbola una mirada que no desconoce los logros oficiales. Su punto de vista es que se pueden hacer las cosas mejor, sobretodo, desde los aspectos formales. Por eso no acumuló tanto voto antikirchnerista rabioso, que lo hubo, sino que también muchos de sus votantes, en caso de desempate entre Cristina y Duhalde o Alfonsín, elegirán la primera alternativa.

Carrió, por su parte, derrapó en los últimos años y, a fuerza de obscenidades y horrores, consiguió perder el 80% de sus votantes en tan solo cuatro años. Quizás este cachetazo sea el desencadenante de una toma de conciencia y abandone finalmente sus designios mesiánicos.
Ay, ay, Ricardo…
“Esta es una elección preliminar. Ganamos en octubre”. ¿Con qué necesidad el “hijo de Raúl” lanza semejante afirmación, descolgada totalmente de la realidad y desconociendo infinitamente el veredicto de las urnas, tan ensalzado en sus discursos empalagosamente “democratistas”? La zonza temeridad de la alocución de Ricardo Alfonsín lo deja peor parado aún. ¿Qué extraña y genial estrategia prepara para octubre detrás de tales sentencias, que se escapa a los ojos de los simples mortales que solo podemos entender que metió la pata? ¿Acaso que enormidad de estadista se trae entre manos que no podemos notar? Tal vez sea solo un gesto de impotencia y el más cruel acto reflejo ante una derrota escandalosa.

Su irrespetuosidad política, que lo hizo traicionar todos y cada uno de los principios sostenidos por su padre, se solventa en un aspecto primigenio: Cristina Fernández es la presidenta que reúne las características más parecidas a su padre y que, aún superándolo en medidas transformadoras, se asemeja en actitudes y propuestas. Por lo tanto, Ricardo Alfonsín, no tiene más alternativas que oponerse a quien se parece más a su padre. Y hasta los propios radicales, tan adeptos a las tradiciones, se sienten humillados. Esa porción de votos de radicales convencidos –y angustiados- se disipó para otros rincones. Y muchos fueron a parar a Cristina Fernández, entendiendo que esto es más parecido a lo que proponía Raúl, que cualquier cosa que pueda hacer Ricardo con estos aliados.

Carrió, 14 A 2011… ¡Hundido!
Debe ser doloroso pasar del amor a la indiferencia en tan poco tiempo. Cuatro años no es demasiado. Más aún cuando ese periodo estuvo atravesado por determinados conflictos y circunstancias políticas que, desde el lugar donde uno se ubica, podrían ser altamente redituables. En ese contexto, reducir los votos, significa que uno hizo todo mal. ¿Será esa la lectura que, en un inesperado golpe de desconocida humildad y templanza, realice Elisa Carrió? ¿O preferirá tomarse de teorías conspirativas y denuncie fraudes y extorsiones varias para justificar que el porcentaje verídico obtenido por ella es superior incluso a la suma repetida del padrón entero? En definitiva, ¿Alguien la toma en serio? Y, en todo caso, ¿Está bien aquel que todavía puede tomar en serio a una mujer que no hizo más que romper todo lo que construyó o le construyeron y que pasa sus días soltando frases estruendosa y pronosticando catástrofes que nunca llegan sino más bien todo lo contrario? Los números hablan por sí solos. Aunque hay 670 mil argentinos que no lo comprenden así. ¿Extraña minoría o vanguardia iluminada?

El salvador que ahora pide que lo salven

Eduardo Duhalde se mostró como el hombre que regresaba a la política a poner las cosas en orden. Era la experiencia ante un grupo de improvisados que no sabía cómo enfrentar a un gobierno que se hacía fuerte y encaraba a diestra y siniestra. La memoria de su aceptable gestión luego del Argentinazo del ’01, no bastó para olvidar sus declives derechistas del último tiempo, ni sus marcadas afinidades a políticas represivas de otras épocas. Es, sin embargo, el hombre más fuerte para oponerse a Cristina Fernández. Pero un proyecto político que tenga su piedra basal en la oposición a algo, tiene las patas muy cortas, precisamente, porque en esa disposición de sumar para ganar, se pasa por alto las diferencias intestinas, que emergerán como un torrente de contradicciones a la hora de la instrumentación práctica. Duhalde encabeza esa oposición del odio y el rencor, tan real como también inspirada en soberbias innecesarias y actitudes rayanas a la necedad por parte del gobierno nacional.

Esa fortaleza política, que lo ubica en escena como la opción de derecha más contundente, es la que sacó a relucir en sus discursos. Fue mucho más sensato y hábil que Alfonsín: pidió respaldo, dada las cualidades de su figura y sus respaldos, para “darle un susto” al gobierno, esto es, comprendiendo la dificultad de vencerlo, pero realizando una manifestación de fuerza que permita construir poder desde una base real y, desde ahí, estar en condiciones de ser una fuerza de presión en una futura gestión kirchnerista. Hay una diferencia clave en las propuestas opositoras: Duhalde es un estratega, con experiencia de gestión y conocimientos políticos; Alfonsín, es el “hijo de Raúl”.

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