“Somos los obreros del siglo XXI, que nadie te engañe”. A lo largo de la semana, dependiendo de la cantidad de noticias catastróficas que hayan ocupado las portadas de los medios de referencia, puedo llegar a escuchar esta frase alrededor de 50 veces. Estos días, con la prima de riesgo por las nubes, políticos que retrasan vacaciones e indignados que vuelven a tomar las calles, la he escuchado unas cuantas más. La asiduidad con la que ÉL me la repite, hace que comience a creerla y, lo que es aún peor, a interiorizarla.
Él se considera obrero aunque es ingeniero. No se ensucia las manos, no pasa frío ni calor en el trabajo y mantiene periódicamente reuniones con personas importantes. Se le exige una titulación, conocimientos específicos, experiencia y por supuesto, idiomas. Si ustedes le ven por la calle, pensarán que es uno de esos jóvenes afortunados que, con la que está cayendo, tiene un trabajo. Pero ÉL se niega a dar las gracias.
Lleva estudiando toda su vida. Compaginó trabajos en tiendas de comida rápida con exámenes oficiales de la Universidad, gastó sus veranos en aprender inglés a ritmo de British Pop. Y todo con un único fin, conseguir un buen trabajo e iniciar una vida paralela a la de sus padres.
Pero la realidad es algo distinta a como ÉL la imaginó. Trabaja de 8 a 8, cuenta con una nula estabilidad laboral y, por si todo esto fuera poco, admira a aquellos que cobran los 1.000 euros mensuales, porque ÉL, tan sólo los roza.
Esta es la descripción de un inconformista, un jóven que se niega a pensar que no conseguirá algo mejor en el país que le vió nacer y deberá partir en busca de nuevos horizontes con metas que se adecúen a la preparación que ha recibido.
Esta es también la descripción de un indignado, de alguien que comprende que el sistema no aguanta, que se va al garete si no hacemos algo que vaya más allá de la ocupación ilegal de calles y plazas.
Esta es la descripción de alguien realista que sueña con que el 20 de Noviembre algo cambie, y sean OTROS políticos los que de nuevo le devuelvan la ilusión por la democracia, porque los que ahora mandan, se la han quitado.
Esta es, desgraciadamente, la descripción de cualquier joven formado y preparado para ocupar puestos de responsabilidad en las empresas del siglo XXI. “Somos la generación más preparada de la historia, y sin embargo, no superaremos el nivel de vida que nos han dado nuestros padres”. Esta frase no la repite tanto, es demasiado triste pensar si quiera en ella, pero quizá, dentro de poco, y por pura experiencia personal, comencemos todos nosotros también a interiorizarla.