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Ana Morilla Carabantes

Ecos del 11 de Marzo: obligaciones y recuerdos

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Hoy es 11 de marzo y la canción “Ecos” de Luz Casal, como música de fondo, es la canción más triste del mundo.

Todo lo que pasó hace un año se confunde en secuencias de un Madrid universal y proyectado a otras ciudades desde sus trenes como venas de un cuerpo madrugador; Madrid desde Atocha convertida en una ciudad descompuesta tras la explosión y la muerte; Madrid sin tiempo de interrogarse que abre sus entrañas de conmoción colectiva con un dolor mudo, sin respuestas; Madrid que emanó a toda España su solidaridad, su rabia e indignación, y luego, catársicamente su movilización hasta la dignidad de la masiva contestación democrática.

Nunca habrá explicación racional para lo que ocurrió. Ningún consuelo reducirá el dolor por lo absurdo de todas y cada una de esas muertes. Nunca podremos entender el terrorismo; pero desde la convivencia que nos une como sociedad y desde la ética colectiva, hay cosas que debemos hacer con contundencia, como reclamar al Estado y a las instituciones la justicia de un obligado resarcimiento moral.

Para ello, al Estado, hay que exigirle rotundidad democrática de funcionamiento del Estado de Derecho, la explicación de lo que ocurrió (política y judicial), la prevención de nuevos atentados y la atención a las víctimas.

A las Instituciones y partidos hay que demandarles consenso, y colaboración con los objetivos anteriores del Estado, pero sobre todo, la templanza y altura necesarias para sumar esfuerzos y voluntades en éstas causas.

Lamentablemente, al dolor de éste aniversario, hay que añadir la frustración por el triste comportamiento de algunos partidos políticos, que irredentamente persisten en tácticas tan antiguas como el “mantenella e no enmendalla”.

El PP vuelve al 12 de marzo con su rechazo a unas primeras recomendaciones neutras para la prevención de ataques terroristas que han consensuado todos los partidos.

Vuelve al 12 de Marzo con idénticas armas: victimismo aupado por la soledad contra todos, confrontación radical con el resto de partidos, exaltación verbal (injustificable que un diputado del PP nomine a Gregorio Peces Barba “Comisionado de víctimas y verdugos”), inducción de sospechas ( llegando incluso a deslegitimar a la Comisión, a ningunear la instrucción judicial que con tanta profesionalidad están siguiendo el juez Del Olmo y la Fiscal Olga Sánchez), especulación con hipótesis alarmistas ( supuestas autorías fantasmas coaireadas por medios sensacionalistas) diseminación de discordias, reiteración de mensajes justificatorios insostenibles (petición de confidentes que están en sede judicial, o negación de efectividad de las recomendaciones que harán suyas el Consejo de Ministros y el parlamento), apropiación excluyente de valores o simbolos colectivos ( la unidad de España utilizada enfáticamente como parte de la lucha antiterrorista), exageración y extensión asimilatorias como técnica de deslegitimación ( nacionalismo o independentismo son cómplices de la violencia) o utilización de las víctimas como motivo de separación ( solo de las de ETA, las de Al Qaeda parecen desconcertarles)

Erich Fromm sentenció que no existe ningún fenómeno que contenga tanto sentimiento destructivo como la indignación moral, que permite ocultar bajo un manto de victimismo los instintos más cainitas. Esta indignación es la médula del comportamiento político del PP hoy, aún gobernado por el sector más radical del partido.

Demandemos templanza y constructividad. Demandemos Cumbres como la que preside Madrid de Democracia y Terrorismo; opongamos alianzas, valores y democracia a la sinrazón y el odio, y exijamos que la eterna España dividida no lo esté también sobre la violencia: hagamos que nuestra historia camine hacia el encuentro para resarcirnos como sociedad del dolor incomprensible que nos infringe.

Desde la dignidad de Madrid, el recuerdo llega en forma de la canción más triste del mundo “...No me preguntes que hago aquí... en las entrañas de Madrid...”.

Ecos del 11 de Marzo: obligaciones y recuerdos

Ana Morilla Carabantes
Ana Morilla
viernes, 11 de marzo de 2005, 22:37 h (CET)
Hoy es 11 de marzo y la canción “Ecos” de Luz Casal, como música de fondo, es la canción más triste del mundo.

Todo lo que pasó hace un año se confunde en secuencias de un Madrid universal y proyectado a otras ciudades desde sus trenes como venas de un cuerpo madrugador; Madrid desde Atocha convertida en una ciudad descompuesta tras la explosión y la muerte; Madrid sin tiempo de interrogarse que abre sus entrañas de conmoción colectiva con un dolor mudo, sin respuestas; Madrid que emanó a toda España su solidaridad, su rabia e indignación, y luego, catársicamente su movilización hasta la dignidad de la masiva contestación democrática.

Nunca habrá explicación racional para lo que ocurrió. Ningún consuelo reducirá el dolor por lo absurdo de todas y cada una de esas muertes. Nunca podremos entender el terrorismo; pero desde la convivencia que nos une como sociedad y desde la ética colectiva, hay cosas que debemos hacer con contundencia, como reclamar al Estado y a las instituciones la justicia de un obligado resarcimiento moral.

Para ello, al Estado, hay que exigirle rotundidad democrática de funcionamiento del Estado de Derecho, la explicación de lo que ocurrió (política y judicial), la prevención de nuevos atentados y la atención a las víctimas.

A las Instituciones y partidos hay que demandarles consenso, y colaboración con los objetivos anteriores del Estado, pero sobre todo, la templanza y altura necesarias para sumar esfuerzos y voluntades en éstas causas.

Lamentablemente, al dolor de éste aniversario, hay que añadir la frustración por el triste comportamiento de algunos partidos políticos, que irredentamente persisten en tácticas tan antiguas como el “mantenella e no enmendalla”.

El PP vuelve al 12 de marzo con su rechazo a unas primeras recomendaciones neutras para la prevención de ataques terroristas que han consensuado todos los partidos.

Vuelve al 12 de Marzo con idénticas armas: victimismo aupado por la soledad contra todos, confrontación radical con el resto de partidos, exaltación verbal (injustificable que un diputado del PP nomine a Gregorio Peces Barba “Comisionado de víctimas y verdugos”), inducción de sospechas ( llegando incluso a deslegitimar a la Comisión, a ningunear la instrucción judicial que con tanta profesionalidad están siguiendo el juez Del Olmo y la Fiscal Olga Sánchez), especulación con hipótesis alarmistas ( supuestas autorías fantasmas coaireadas por medios sensacionalistas) diseminación de discordias, reiteración de mensajes justificatorios insostenibles (petición de confidentes que están en sede judicial, o negación de efectividad de las recomendaciones que harán suyas el Consejo de Ministros y el parlamento), apropiación excluyente de valores o simbolos colectivos ( la unidad de España utilizada enfáticamente como parte de la lucha antiterrorista), exageración y extensión asimilatorias como técnica de deslegitimación ( nacionalismo o independentismo son cómplices de la violencia) o utilización de las víctimas como motivo de separación ( solo de las de ETA, las de Al Qaeda parecen desconcertarles)

Erich Fromm sentenció que no existe ningún fenómeno que contenga tanto sentimiento destructivo como la indignación moral, que permite ocultar bajo un manto de victimismo los instintos más cainitas. Esta indignación es la médula del comportamiento político del PP hoy, aún gobernado por el sector más radical del partido.

Demandemos templanza y constructividad. Demandemos Cumbres como la que preside Madrid de Democracia y Terrorismo; opongamos alianzas, valores y democracia a la sinrazón y el odio, y exijamos que la eterna España dividida no lo esté también sobre la violencia: hagamos que nuestra historia camine hacia el encuentro para resarcirnos como sociedad del dolor incomprensible que nos infringe.

Desde la dignidad de Madrid, el recuerdo llega en forma de la canción más triste del mundo “...No me preguntes que hago aquí... en las entrañas de Madrid...”.

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