WASHINGTON - .El destino de la economía - o de la culpa de su situación por lo menos - descansa sobre él más que sobre nadie. No puede dejar que corten el niño en dos.
Pero la factura potencial de ser obligado a aceptar recortes draconianos o soportar una repetición del caos dentro de seis meses es tan dolorosa como renunciar al niño en manos de la madre impostora.
Todo esto podría explicar la desconfianza de la amenaza del veto presidencial. El presidente no va a aprobar una ampliación a corto plazo que pase la patata, dijo la Casa Blanca. Pero el presidente se distanció de esa amenaza en su intervención sin novedades en horario de máxima audiencia el lunes.
Al día siguiente, la administración facilitaba la versión menos textual de la amenaza de veto. En contraste con la declaración sin paliativos facilitada acerca de los planes de "recortar, limitar y cuadrar" que tenía la cámara -- "los vetará" -- esta advertencia retórica era algo más suave. Suscitada por la propuesta más reciente del presidente de la Cámara John Boehner, esta declaración reza: "los asesores del presidente recomendarían que vetara este anteproyecto".
No voy a aceptar de mala gana el margen de maniobra de la Casa Blanca en las intervenciones públicas -- de hecho, es inteligente disponer de alguno. Con un arma económica apuntando a la sien, ¿haría bien el presidente en vetar un acuerdo?
Por supuesto no habría que llegar a eso, extremo en el que los expresidentes -- dos Demócratas, dos Republicanos -- podrían interpretar un papel útil. No tienen que elaborar una detallada fórmula legislativa, sólo convenir en un marco que incluya lo siguiente:
-- La mora es impensable. Los que aducen que no es imperativo elevar el techo de la deuda están peligrosamente equivocados.
-- El techo de la deuda ofrece una oportunidad útil de actuar sobre la deuda. Si no se contempla un gran acuerdo, es razonable por lo menos garantizar el pago de una entrada a cuenta de la reducción de la deuda. Aunque alguna combinación de recortes del gasto público e incremento de la recaudación fiscal es el enfoque óptimo, una ronda exclusiva de recortes en primera instancia es aceptable dadas las circunstancias. Ambas formaciones han convenido en tales recortes, en el margen en torno al billón.
-- En tercer lugar, no hay razón para exigir una relación equivalente al importe de los recortes en el gasto público para elevar el techo de la deuda. La necesidad de elevar el umbral de endeudamiento es reflejo de letras de deudas en las que ya se ha incurrido. Elevar el techo de la deuda es extinguir la deuda que se tiene en una hipoteca en vigor, no solicitar una segunda.
-- En cuarto lugar, el pulso actual es peligroso. Será demencial repetirlo antes de las elecciones -- no porque ayude a una formación sino para proteger a la economía de otro debilitante enfrentamiento al calor del año electoral. El enfoque mucho más saludable consiste en convertir las elecciones en un referendo de la mejor manera de enfocar la reducción de la deuda.
Para los Demócratas Jimmy Carter y Bill Clinton, suscribir tal afirmación debería ser inmediato. La magnitud de los recortes y la ausencia de equilibrio pueden resultar odiosas a los elementos de su propia formación, pero la idea central de elevar el techo de la deuda no está abierta a debates.
Para los Republicanos George H.W. Bush y George W. Bush, suscribir este enfoque sería más difícil. Se rompería con los líderes legislativos de su formación y, sin duda, se renunciaría a la oportunidad de tener influencia electoral.
Pero los dos Bush han demostrado estar dispuestos, cuando la ocasión lo requería, a ir más allá de la política partidista y zafarse de corsés ideológicos. Bush padre se deshizo de su famosa promesa tributaria del leamislabios en aras de un acuerdo de reducción del déficit. Bush hijo aparcó sus principios de libre mercado para rescatar a los bancos y salvar la economía.
Tal vez estos ejemplos sugieran que su intervención a tenor del techo de la deuda resultaría menos atractiva para el ala de protesta fiscal del Partido Republicano. Pero cuando hablan los expresidentes, parte al menos de sus formaciones tiende a escuchar. Los ex presidentes aportan la gravedad de la labor cumplida desembarazada de futuras ambiciones políticas.
El país tiene un presidente por legislatura. Por lo general, no es mala práctica que los antiguos indiquen a los actuales cómo desempeñar su labor. Ello es diferente, no obstante, de seguir a pies juntillas las instrucciones de su predecesor. El historiador presidencial Michael Beschloss me recuerda que cuando Clinton presionaba para sacar adelante el Acuerdo de Libre Comercio de las Américas en 1993, alistó a cinco expresidentes para respaldar su iniciativa y recibió a tres en la Casa Blanca.
"Estos caballeros, difiriendo en formación y enfoque, se nos unen hoy porque todos reconocen los importantes riesgos para nuestro país en esta materia", dijo por entonces Clinton.
Imagine el impacto de un acto parecido ahora.