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Alejandra de compras por el pueblo y la ciudad

Alejandra Alejandra, mujer sonde las haya. Sí Señor (XI)

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Unnamed 6 1

Alejandra había decidido comprarse cosas nuevas, baratas y caras, modernas.

Tenía falta de muchas cosas. Tenía muchas ganas de equiparse bien en todos los aspectos. Gabriel debía quedar atrás y una forma de olvidarlo era irse de compras. Si bien, hay que decir, que siempre le interesó ahorrar, pero el dinero se le iba por los rincones más inimaginables.

Alejandra pensó en que nunca, sin embargo, había pensado lo suficiente en ella como para comprarse, pudiendo hacerlo, todo lo que ambicionara o incluso necesitara. Ella iba al gimnasio tres veces a la semana y necesitaba renovar vestuario, fue a la tienda deportiva del pueblo y vio a muy buen precio unos pantalones de ejercicio de colores verde militar, beige, azul marino y gris, y se compró uno de cada. A su vez se compró franelas del mismo color para acompañar a los pantalones.

También se compró pantalones cortos de color mostaza y verde claro y otros dos grises que le llegaban hasta la rodilla.

Se compró un cronómetro para calcular el tiempo que llevaba haciendo ejercicio y unas cintas de colores para ponerse en la cabeza. Le vendrían muy bien pues tenía el pelo largo, hasta la cintura.

Llevó de esa tienda también dos trajes de licra, uno color fucsia y otrote horrible fosforito.

Con esto, Alejandra se sentía equipada para ir al gimnasio para tres o cuatro años por lo menos. Luego daría la ropa usada a una ONG o a un centro de acogida de personas minusválidas que conocía y estaba a siete kilómetros del pueblo. Allí le sacarían el provecho que le restara.

Luego de ir a esa tienda fue al centro de Caracas en metro, a San Jacinto y a la Hoyada.

En esos sitios compró un montón de franelas que estaban regaladas con diferentes motivos en su parte frontal, como flores, libros, bolsos, personajes de cómics de televisión, cintas de video, almanaques, muñecas de tela, dibujos abstractos, delfines, cisnes, ballenas, gaviotas, arco iris, relojes, teléfonos móviles, ordenadores, pájaros exóticos, etc...

Esas franelas estaban regaladas y eran de lo más bonitas. Costaban solamente tres bolívares.

También se compró unos pantalones blue Jeans, también llamados pantalones vaqueros de color azul claro y oscuro con remates en marrón y con bordados. Para salirse de lo típico, también se fijó en unos pantalones verde botella, otros rosa, otros de cuadros y otros de color rojo y amarillo también de blue Jeans. Le quedaban fenomenales pues estaba delgada y se veía muy bien. A ella siempre le había gustado mucho ese tipo de pantalones y era cierto que quedaban muy bien con las franelas que ya tenía metido en el carrito de la compra para llevarse a casa. Ella era una especie de compradora compulsiva.

A la salida no pudo evitar coger cinco blusas muy finas, como las de ir de fiesta. Eran así:

-roja con perlitas blancas y una flor de lentejuelas en un hombro.

-azul turquesa, con una sola manga y adorno de lentejuela blanca brillante en la parte de adelante.

-blanca con lentejuela roja y negra.

-amarilla con azabache negro en el cuello.

-negra con lentejuela blanca.

Al salir de esa tienda, Alejandra entró en una tienda muy fina, pero económica. De las que ella sacaba buen provecho.

Allí compró cuatro vestidos:

-amarillo con mangas galácticas y falda bordada de lana de color amarillo con mucho vuelo.

-rojo sin mangas, con un amplio lazo rojo y beige y una gran abertura en la parte de atrás.

-azul turquesa sin mangas con una gran cola que arrastraba cincuenta centímetros y una abertura por detrás.

-blanco con remates del color de la bandera de Venezuela. Amplísima falda y mangas hasta las muñecas.

Eran unos vestidos estupendos y de una calidad excepcional. Alejandra iba a muchas fiestas y siempre iba de corto. Ahora iría de largo, y luego de usarlas una vez, podría cortarlo y le quedaba un vestido diferente para otra ocasión.

Todos esos vestidos que compró eran muy pegaditos al cuerpo. Como a ella le gustaban, como lo tenían sus amigas.

Allí, Alejandra también pensó en comprarse unos abrigos de invierno por si viajaba a la vieja Europa. Se compró uno que era atigrado y que llamaba la atención de mucho vuelo y muy bien forrado. También se llevó uno blanco brillante, uno negro y uno marrón muy clarito. Eran abrigos de peluche pues a Alejandra le gustaban los animalitos y jamás se compraría uno de piel verdadera, jamás llevaría sobre sus hombros la piel de un animal muerto.

Saliendo de allí, Alejandra vio una zapatería y se compró tres pares de zapatos de mucho tacón, unos blancos, unos dorados y otros plateados. Para acompañarles, les compró un bolso del mismo color a cada par de ellos. Le servirían para acompañar los vestidos en las fiestas, a la par que la harían más alta y elegante.

También adquirió para los peinados flores de todos los colores y gachos de pelo negros. Ella misma si era necesario sabía peinarse y maquillarse pues había hecho varios cursos al respecto.

Por cierto, entró en una tienda de cosmética y compro maquillaje antialérgico, lápiz de ojos negro, marrón y azul marino, una esponja marina, colorete de tres tonalidades, lápiz de labios rojo, rosado, fucsia y melocotón.

También compró nuevos pinceles para maquillarse.

Entrando en una tienda de ropa íntima compró tres sujetadores, uno negro, uno blanco y otro rojo pasión, como le decía ella. Todos de florecitas y sin relleno pues a ella le gustaba lo natural, aunque quizás lo natural sería como su hermana, que no lo usaba.

También se compró medias pantys blancas, rojas, negras de distintos tejidos y motivos, pero todas muy modernas.

Y por no quedarse corta llevó medias normales blancas y de otros colores que le combinaran con los zapatos que ya tenía en casa.

Con esta compra de ropa Alejandra llegó a casa un final de mes de diciembre luego de haber cobrado la paga extra.

Su madre puso el grito en el cielo, pues quería ser ella la que eligiese todo y no su hija. Después de todo una madre siempre quiere estar al tanto de donde mete el dinero que gana su hijo. Le pareció una compra excesiva, sobretodo en lo de los abrigos, pues Alejandra no viajaría pronto a Europa, en realidad, ni siquiera tenían pensado que viajase.

Alejandra estaba satisfecha, pero la cara recriminatoria de su madre la inquietaba mucho. Era una incomprendida. Ella quería comprar sus propias cosas y no que nadie le estuviera controlando constantemente lo que compraba.

Eso sólo, ya la hacía sentir mal.

Ella se sentía mejor con su compra en casa, más protegida por si se le presentaban las necesidades de usarlas, no quedar mal.

Ante los nervios de su madre decidió que fuera con ella a comprarse una bicicleta para andar por las calles de Caracas. La que tenía era lila con un canastito blanco en su parte de adelante, de muy buena calidad, aunque no era de marchas. Su marca era “retador”. Ese nombre gustaba a Alejandra. Se sentía identificada con el. A ella le gustaban los retos.

Fueron a una tienda de bicicletas en la calle Los Rosales de la capital venezolana.

Había bicicletas de todo tipo y Alejandra se sintió atraída por todas ellas, pero tenía sus preferencias. Lo que si sabía era que no quería que su nueva bicicleta fuera roja. Era un color que no le gustaba ni para bicicletas ni para coches.

Su madre se enamoró de una bicicleta plateada de marchas que estaba muy bien de precio y se lo comentó a Alejandra.

A Alejandra le pareció bien la decisión, pero quiso seguir viendo otros modelos y colores. A ella las bicicletas le gustaban azules o verdes y claro está, con un canastito. Había una con unas ruedas bestiales, pero el vendedor dijo que era de exposición, por nada la vendería pues la había montado él mismo con muchas horas de trabajo y esfuerzo. Le había puesto unos buenísimos frenos, una radio, pintura metalizada, espejo retrovisor e incluso un paraguas plegable.

Finalmente y como ya sabía que sería, Alejandra se decidió por la bicicleta plateada que escogiera su madre para ella. Era realmente bonita y no tocaba demasiado el bolsillo que ya a ella le había quedado bastante vacío de sus anteriores, y ahora pensaba, quizás, alocadas compras.

Tan pronto salió de la tienda con los tornillos perfectamente asegurados, no pudo evitar montar en ella y dar unas vueltas por la calle de Los Rosales. Fue hasta el comercio de un amigo y le enseñó la nueva adquisición. Casualmente el hijo del dueño había comprado una idéntica y le dijo que era una bicicleta que daba buenos resultados. Una todo terreno, ya que sus ruedas eran un poco más anchas y más dibujadas que las convencionales.

Alejandra pensó entonces que su compra era realmente buena pues ya tenía alguna garantía de que así sería.

Sintió algo de remordimiento por haber tratado algo mal a su madre por querer comprar ella lo que quería siempre, y pensó, que en ocasiones es mejor oír a los más expertos.

Luego fueron a su piso de Caracas y dejó la bicicleta en el trastero del garaje. Era un trastero grande que ocupaba la bajada de la rampa del estacionamiento y en donde tenía metida una bicicleta de cuando era niña y muchos, muchos peluches.

Al verlos, Alejandra decidió dar esos muñecos y su vieja bicicleta a los tres hijos de la portera. Y así lo hizo.

Los tres niños quedaron muy contentos pues era una familia recién llegada de Portugal y muy necesitada de todo, quizás, incluso lo que menos necesitasen fuera los muñecos. Pero aún así lo agradecieron mucho y siempre que se bajaba al estacionamiento era frecuente verlos con uno de los grandes y peludos peluches en los brazos o andando en la bicicleta, por la cual, por cierto, en ocasiones se peleaban.

A Alejandra le gustaba ver a esos tres rubitos que apenas sabían hablar bien el español divirtiéndose con los muñecos con los que tan bien lo había pasado ella y a los que había puesto nombres como: Donaldún, Bugs Bunny, Urogallo, Blacky, Teodoro, Cuac Cuac, Meteoro, Simiolón, Simón, Margarette, Leoncio, Tigrín, Leocadio, Fiera, Florecita, Brunny, Melinda, Monín, Bukles de oro, Glorieta, Ñau Ñau, Rosita, Mariposa, Polariell, Pandacha, Brinniat, Papichuli, etc...

Ellos le habían puesto otros nombres, pero estaban igualmente ilusionados con sus muñecos, o aún más, pues eran niños realmente pobres a los que lo más mínimo le hacía una gran ilusión, más que a cualquier otra persona con algo más de dinero, a la que comprar incluso un peluche no le supone ningún desgaste a su economía.

Alejandra se sintió feliz haciendo feliz a los demás.

Sentía simpatía por los portugueses, por los gallegos y por los italianos.

Les parecían buena gente, honrada y trabajadora y había que ayudarles, pues llegaban muy pobres y necesitados a esas tierras.

Los días siguientes Alejandra no pudo evitar salir a comprar sin su madre.

Compró varios collares de bisutería para el carnaval, que a la par, podía usar con otros pantalones.

También se compró un buen ordenador, un compact disk, juegos, sistemas de escritura avanzados, calculadora, hojas de cálculo, y una buena impresora de color.

El ordenador en un principio tuvo que cambiarlo, pues la pantalla le había venido defectuosa y el soporte no encajaba. Fallos del fabricante y el empaquetador, sin duda. Al llegar a casa Alejandra no pudo evitar usarlo y escribir a sus amigos cartas con su nuevo sistema.

Desde el día de su compra fue raro hasta que ya transcurrieron varios meses, que no lo usara por lo menos, dos horas durante tres días a la semana.

Era el ordenador de sus sueños, con el que siempre había soñado, mejor incluso que el viejo trasto que tenía en el trabajo.

Tenía además, tres años de garantía, pero se veía que iba realmente a la perfección.

Alejandra no tardó en mostrárselo a sus amigos y presumir de el. Era un valioso tesoro para ella y sin lugar a dudas una buena compra.

-Ves Alejandrita como tienes que seguir los consejos de tu viejecita y comprar lo que te dice. Ves hija que yo sé lo que valen las cosas y que ahorrar es también importante. Ves que has comprado barato…

-Sí mamá.

-Ves que tu madre lo que quiere es lo mejor para ti, que vayas por el buen camino.

-Sí, ya veo.

-¿Estás contenta?. Son cosas que te darán muy buen resultado siempre.

-Son cosas realmente buenas y con las que me entretengo más que con toda la demás ropa que me he comprado aquel día.

-No vuelvas a salir a comprar sin mí.

-Eso no puedo prometértelo.

-No lo hagas hijita. Por tu bien. Te gastas el sueldo. ¿Qué pasará cuando tengas hijos?. El dinero no te va a llegar.

-Para eso aún falta mucho. Déjame disfrutar ahora que puedo.

-Hay que ahorrar hijita mía. Tu padre y yo, todo lo tenemos con esfuerzo.

-Ya me contaste la historia.

-Mira a lo que llegamos.

-Ya lo sé.

-Tu padre llegó a pedir limosna para comer y mira ahora donde está.

-Sí.

-Esos son ejemplos a seguir.

-Yo le admiro muchísimo mamá.

-Todo lo que disfrutas ahora ha sido con el esfuerzo nuestro.

-Ya lo sé.

A los días siguientes Alejandra decidió ir con su madre pero para comprar algo para ella.

Fueron a una tienda de electrodomésticos y le compró una televisión para la cocina, una licuadora nueva y una tostadora con entradas para cuatro tostadas de pan, pues la que tenían era para dos y siempre tenían que esperar para desayunar algunos de los hermanos.

Su madre se sintió muy halagada de que su hija menor comprara algo para ella con su propio sueldo y se lo contó a su vecina, aquella con la que se llevaba mejor.

-Claudia ¿sabes lo que me compró mi hija Alejandra?.

-No ¿qué te ha comprado esa loca?.

-Una tostadora, una televisión para la cocina y una licuadora.

-Pero ya tenías.

-Sí, pero la licuadora estaba vieja, televisión no daba buena imagen y la tostadora era vieja y muy pequeña para tantos como somos en la casa.

-¿Estarás contenta luego?

-Sí, Alejandrita me ha hecho feliz con ese gesto. De su sueldo, sí Claudia. Ella que es tan tacaña en ocasiones para los demás.

-Si los hijos si se crían bien son un tesoro.

-Ella lo es. A la otra ni se le ha ocurrido.

-Pues que lo disfrutes con salud que es lo que vale.

-Eso espero. ¿Cómo está tu marido?. Supe que tenía gripe.

-Mejor. Estuvo ingresado. Tuvo la gripe A, esa que anda por todo el mundo.

-Dale mis saludos y mis deseos de pronta recuperación.

-Así se hará. Gracias.

-Por cierto, cuando quieras vienes a tomar café, me trajeron uno de Colombia y otro de España que se llama Vhuonklajh y que tiene un sabor muy suave y especial.

-Pues no descarto ir pronto, en cuanto Mauricio se me recupere de su gripe. Que ya estoy harta de oírle toser todo el santito día sin parar, sin jarabe que le remedie. Menos mal que ahora va mejor.

-Te espero entonces.

Un día Alejandra decidió maquillarse y peinarse y ver como se veía en el espejo con los nuevos trajes de fiesta y así lo hizo. Parecía una joven princesa, con su pelo en bucles negros hasta la cintura, su vestido y zapatitos nuevos y un maquillaje y peinado casi perfecto.

Viéndose al espejo sintió que le silbaban, se acercó a la ventana y vio a tres chicos del pueblo que la habían visto mientras se transformaba. No sabía como habían entrado en su territorio pues la casa estaba cercada… y sentándole tan mal, fue entonces cuando sacó la escopeta y disparó al aire.

Al momento los chicos comenzaron a correr como alma que lleva el diablo.

Ella se quedó llorando pues ahora todo el pueblo sabría lo que había estado haciendo frente al espejo y las posturitas que ponía. Sintió vergüenza de sí misma, pero ya lo había hecho. Ya la habían visto. Ya lo iba a saber todo el pueblo. Inclusive el Gabriel ese.

No había remedio.

Pero nadie llegaría a odiarla ni a criticarla demasiado.

Todos sabían que tenían suerte de tenerla cerca, que era un personaje de cuento, una miss sin corona.

Si la vigilaban era porque de una u otra forma se sentían atraídos por ella, por sus bucles, sus posturitas, su pequeñísima cintura. Era su amor secreto para los hombres… para las mujeres, una buena amiga, cordial y buena confidente.

Para ellos, la mujer que llenaba sus noches de sueños, de aventuras ficticias. Luego no podían verla a los ojos. ¿Cómo iban a hacerlo si habían estado soñando con ella tantas noches, si la habían estado siguiendo y hasta en ocasiones viendo como se iba a orinar entre unos matorrales?.

La querían de cualquier forma, todas las mujeres orinan, y ella era la más bella. Ella era perfecta, y el matorral es un buen baño.

Alejandra era una mujer de carne y hueso aunque pareciera un personaje de novela, una dama salida de un cuento, aquella que desea un hombre guapo y conquistador. Ella hacía el resto que las demás mujeres, pero era ella, eran sus almas, su forma de ver la vida, de dirigirse por los caminos de este mundo cruel.

Por eso era ella la más querida y deseada por el sexo masculino, pero también era ella la que podía decir “sí o no”. Y el sí, sólo estaba reservado para uno. Su hombre, que no había sido Gabriel.

Alejandra Alejandra, mujer sonde las haya. Sí Señor (XI)

Alejandra de compras por el pueblo y la ciudad
Aurora Peregrina Varela Rodriguez
martes, 9 de mayo de 2017, 00:00 h (CET)

Unnamed 6 1

Alejandra había decidido comprarse cosas nuevas, baratas y caras, modernas.

Tenía falta de muchas cosas. Tenía muchas ganas de equiparse bien en todos los aspectos. Gabriel debía quedar atrás y una forma de olvidarlo era irse de compras. Si bien, hay que decir, que siempre le interesó ahorrar, pero el dinero se le iba por los rincones más inimaginables.

Alejandra pensó en que nunca, sin embargo, había pensado lo suficiente en ella como para comprarse, pudiendo hacerlo, todo lo que ambicionara o incluso necesitara. Ella iba al gimnasio tres veces a la semana y necesitaba renovar vestuario, fue a la tienda deportiva del pueblo y vio a muy buen precio unos pantalones de ejercicio de colores verde militar, beige, azul marino y gris, y se compró uno de cada. A su vez se compró franelas del mismo color para acompañar a los pantalones.

También se compró pantalones cortos de color mostaza y verde claro y otros dos grises que le llegaban hasta la rodilla.

Se compró un cronómetro para calcular el tiempo que llevaba haciendo ejercicio y unas cintas de colores para ponerse en la cabeza. Le vendrían muy bien pues tenía el pelo largo, hasta la cintura.

Llevó de esa tienda también dos trajes de licra, uno color fucsia y otrote horrible fosforito.

Con esto, Alejandra se sentía equipada para ir al gimnasio para tres o cuatro años por lo menos. Luego daría la ropa usada a una ONG o a un centro de acogida de personas minusválidas que conocía y estaba a siete kilómetros del pueblo. Allí le sacarían el provecho que le restara.

Luego de ir a esa tienda fue al centro de Caracas en metro, a San Jacinto y a la Hoyada.

En esos sitios compró un montón de franelas que estaban regaladas con diferentes motivos en su parte frontal, como flores, libros, bolsos, personajes de cómics de televisión, cintas de video, almanaques, muñecas de tela, dibujos abstractos, delfines, cisnes, ballenas, gaviotas, arco iris, relojes, teléfonos móviles, ordenadores, pájaros exóticos, etc...

Esas franelas estaban regaladas y eran de lo más bonitas. Costaban solamente tres bolívares.

También se compró unos pantalones blue Jeans, también llamados pantalones vaqueros de color azul claro y oscuro con remates en marrón y con bordados. Para salirse de lo típico, también se fijó en unos pantalones verde botella, otros rosa, otros de cuadros y otros de color rojo y amarillo también de blue Jeans. Le quedaban fenomenales pues estaba delgada y se veía muy bien. A ella siempre le había gustado mucho ese tipo de pantalones y era cierto que quedaban muy bien con las franelas que ya tenía metido en el carrito de la compra para llevarse a casa. Ella era una especie de compradora compulsiva.

A la salida no pudo evitar coger cinco blusas muy finas, como las de ir de fiesta. Eran así:

-roja con perlitas blancas y una flor de lentejuelas en un hombro.

-azul turquesa, con una sola manga y adorno de lentejuela blanca brillante en la parte de adelante.

-blanca con lentejuela roja y negra.

-amarilla con azabache negro en el cuello.

-negra con lentejuela blanca.

Al salir de esa tienda, Alejandra entró en una tienda muy fina, pero económica. De las que ella sacaba buen provecho.

Allí compró cuatro vestidos:

-amarillo con mangas galácticas y falda bordada de lana de color amarillo con mucho vuelo.

-rojo sin mangas, con un amplio lazo rojo y beige y una gran abertura en la parte de atrás.

-azul turquesa sin mangas con una gran cola que arrastraba cincuenta centímetros y una abertura por detrás.

-blanco con remates del color de la bandera de Venezuela. Amplísima falda y mangas hasta las muñecas.

Eran unos vestidos estupendos y de una calidad excepcional. Alejandra iba a muchas fiestas y siempre iba de corto. Ahora iría de largo, y luego de usarlas una vez, podría cortarlo y le quedaba un vestido diferente para otra ocasión.

Todos esos vestidos que compró eran muy pegaditos al cuerpo. Como a ella le gustaban, como lo tenían sus amigas.

Allí, Alejandra también pensó en comprarse unos abrigos de invierno por si viajaba a la vieja Europa. Se compró uno que era atigrado y que llamaba la atención de mucho vuelo y muy bien forrado. También se llevó uno blanco brillante, uno negro y uno marrón muy clarito. Eran abrigos de peluche pues a Alejandra le gustaban los animalitos y jamás se compraría uno de piel verdadera, jamás llevaría sobre sus hombros la piel de un animal muerto.

Saliendo de allí, Alejandra vio una zapatería y se compró tres pares de zapatos de mucho tacón, unos blancos, unos dorados y otros plateados. Para acompañarles, les compró un bolso del mismo color a cada par de ellos. Le servirían para acompañar los vestidos en las fiestas, a la par que la harían más alta y elegante.

También adquirió para los peinados flores de todos los colores y gachos de pelo negros. Ella misma si era necesario sabía peinarse y maquillarse pues había hecho varios cursos al respecto.

Por cierto, entró en una tienda de cosmética y compro maquillaje antialérgico, lápiz de ojos negro, marrón y azul marino, una esponja marina, colorete de tres tonalidades, lápiz de labios rojo, rosado, fucsia y melocotón.

También compró nuevos pinceles para maquillarse.

Entrando en una tienda de ropa íntima compró tres sujetadores, uno negro, uno blanco y otro rojo pasión, como le decía ella. Todos de florecitas y sin relleno pues a ella le gustaba lo natural, aunque quizás lo natural sería como su hermana, que no lo usaba.

También se compró medias pantys blancas, rojas, negras de distintos tejidos y motivos, pero todas muy modernas.

Y por no quedarse corta llevó medias normales blancas y de otros colores que le combinaran con los zapatos que ya tenía en casa.

Con esta compra de ropa Alejandra llegó a casa un final de mes de diciembre luego de haber cobrado la paga extra.

Su madre puso el grito en el cielo, pues quería ser ella la que eligiese todo y no su hija. Después de todo una madre siempre quiere estar al tanto de donde mete el dinero que gana su hijo. Le pareció una compra excesiva, sobretodo en lo de los abrigos, pues Alejandra no viajaría pronto a Europa, en realidad, ni siquiera tenían pensado que viajase.

Alejandra estaba satisfecha, pero la cara recriminatoria de su madre la inquietaba mucho. Era una incomprendida. Ella quería comprar sus propias cosas y no que nadie le estuviera controlando constantemente lo que compraba.

Eso sólo, ya la hacía sentir mal.

Ella se sentía mejor con su compra en casa, más protegida por si se le presentaban las necesidades de usarlas, no quedar mal.

Ante los nervios de su madre decidió que fuera con ella a comprarse una bicicleta para andar por las calles de Caracas. La que tenía era lila con un canastito blanco en su parte de adelante, de muy buena calidad, aunque no era de marchas. Su marca era “retador”. Ese nombre gustaba a Alejandra. Se sentía identificada con el. A ella le gustaban los retos.

Fueron a una tienda de bicicletas en la calle Los Rosales de la capital venezolana.

Había bicicletas de todo tipo y Alejandra se sintió atraída por todas ellas, pero tenía sus preferencias. Lo que si sabía era que no quería que su nueva bicicleta fuera roja. Era un color que no le gustaba ni para bicicletas ni para coches.

Su madre se enamoró de una bicicleta plateada de marchas que estaba muy bien de precio y se lo comentó a Alejandra.

A Alejandra le pareció bien la decisión, pero quiso seguir viendo otros modelos y colores. A ella las bicicletas le gustaban azules o verdes y claro está, con un canastito. Había una con unas ruedas bestiales, pero el vendedor dijo que era de exposición, por nada la vendería pues la había montado él mismo con muchas horas de trabajo y esfuerzo. Le había puesto unos buenísimos frenos, una radio, pintura metalizada, espejo retrovisor e incluso un paraguas plegable.

Finalmente y como ya sabía que sería, Alejandra se decidió por la bicicleta plateada que escogiera su madre para ella. Era realmente bonita y no tocaba demasiado el bolsillo que ya a ella le había quedado bastante vacío de sus anteriores, y ahora pensaba, quizás, alocadas compras.

Tan pronto salió de la tienda con los tornillos perfectamente asegurados, no pudo evitar montar en ella y dar unas vueltas por la calle de Los Rosales. Fue hasta el comercio de un amigo y le enseñó la nueva adquisición. Casualmente el hijo del dueño había comprado una idéntica y le dijo que era una bicicleta que daba buenos resultados. Una todo terreno, ya que sus ruedas eran un poco más anchas y más dibujadas que las convencionales.

Alejandra pensó entonces que su compra era realmente buena pues ya tenía alguna garantía de que así sería.

Sintió algo de remordimiento por haber tratado algo mal a su madre por querer comprar ella lo que quería siempre, y pensó, que en ocasiones es mejor oír a los más expertos.

Luego fueron a su piso de Caracas y dejó la bicicleta en el trastero del garaje. Era un trastero grande que ocupaba la bajada de la rampa del estacionamiento y en donde tenía metida una bicicleta de cuando era niña y muchos, muchos peluches.

Al verlos, Alejandra decidió dar esos muñecos y su vieja bicicleta a los tres hijos de la portera. Y así lo hizo.

Los tres niños quedaron muy contentos pues era una familia recién llegada de Portugal y muy necesitada de todo, quizás, incluso lo que menos necesitasen fuera los muñecos. Pero aún así lo agradecieron mucho y siempre que se bajaba al estacionamiento era frecuente verlos con uno de los grandes y peludos peluches en los brazos o andando en la bicicleta, por la cual, por cierto, en ocasiones se peleaban.

A Alejandra le gustaba ver a esos tres rubitos que apenas sabían hablar bien el español divirtiéndose con los muñecos con los que tan bien lo había pasado ella y a los que había puesto nombres como: Donaldún, Bugs Bunny, Urogallo, Blacky, Teodoro, Cuac Cuac, Meteoro, Simiolón, Simón, Margarette, Leoncio, Tigrín, Leocadio, Fiera, Florecita, Brunny, Melinda, Monín, Bukles de oro, Glorieta, Ñau Ñau, Rosita, Mariposa, Polariell, Pandacha, Brinniat, Papichuli, etc...

Ellos le habían puesto otros nombres, pero estaban igualmente ilusionados con sus muñecos, o aún más, pues eran niños realmente pobres a los que lo más mínimo le hacía una gran ilusión, más que a cualquier otra persona con algo más de dinero, a la que comprar incluso un peluche no le supone ningún desgaste a su economía.

Alejandra se sintió feliz haciendo feliz a los demás.

Sentía simpatía por los portugueses, por los gallegos y por los italianos.

Les parecían buena gente, honrada y trabajadora y había que ayudarles, pues llegaban muy pobres y necesitados a esas tierras.

Los días siguientes Alejandra no pudo evitar salir a comprar sin su madre.

Compró varios collares de bisutería para el carnaval, que a la par, podía usar con otros pantalones.

También se compró un buen ordenador, un compact disk, juegos, sistemas de escritura avanzados, calculadora, hojas de cálculo, y una buena impresora de color.

El ordenador en un principio tuvo que cambiarlo, pues la pantalla le había venido defectuosa y el soporte no encajaba. Fallos del fabricante y el empaquetador, sin duda. Al llegar a casa Alejandra no pudo evitar usarlo y escribir a sus amigos cartas con su nuevo sistema.

Desde el día de su compra fue raro hasta que ya transcurrieron varios meses, que no lo usara por lo menos, dos horas durante tres días a la semana.

Era el ordenador de sus sueños, con el que siempre había soñado, mejor incluso que el viejo trasto que tenía en el trabajo.

Tenía además, tres años de garantía, pero se veía que iba realmente a la perfección.

Alejandra no tardó en mostrárselo a sus amigos y presumir de el. Era un valioso tesoro para ella y sin lugar a dudas una buena compra.

-Ves Alejandrita como tienes que seguir los consejos de tu viejecita y comprar lo que te dice. Ves hija que yo sé lo que valen las cosas y que ahorrar es también importante. Ves que has comprado barato…

-Sí mamá.

-Ves que tu madre lo que quiere es lo mejor para ti, que vayas por el buen camino.

-Sí, ya veo.

-¿Estás contenta?. Son cosas que te darán muy buen resultado siempre.

-Son cosas realmente buenas y con las que me entretengo más que con toda la demás ropa que me he comprado aquel día.

-No vuelvas a salir a comprar sin mí.

-Eso no puedo prometértelo.

-No lo hagas hijita. Por tu bien. Te gastas el sueldo. ¿Qué pasará cuando tengas hijos?. El dinero no te va a llegar.

-Para eso aún falta mucho. Déjame disfrutar ahora que puedo.

-Hay que ahorrar hijita mía. Tu padre y yo, todo lo tenemos con esfuerzo.

-Ya me contaste la historia.

-Mira a lo que llegamos.

-Ya lo sé.

-Tu padre llegó a pedir limosna para comer y mira ahora donde está.

-Sí.

-Esos son ejemplos a seguir.

-Yo le admiro muchísimo mamá.

-Todo lo que disfrutas ahora ha sido con el esfuerzo nuestro.

-Ya lo sé.

A los días siguientes Alejandra decidió ir con su madre pero para comprar algo para ella.

Fueron a una tienda de electrodomésticos y le compró una televisión para la cocina, una licuadora nueva y una tostadora con entradas para cuatro tostadas de pan, pues la que tenían era para dos y siempre tenían que esperar para desayunar algunos de los hermanos.

Su madre se sintió muy halagada de que su hija menor comprara algo para ella con su propio sueldo y se lo contó a su vecina, aquella con la que se llevaba mejor.

-Claudia ¿sabes lo que me compró mi hija Alejandra?.

-No ¿qué te ha comprado esa loca?.

-Una tostadora, una televisión para la cocina y una licuadora.

-Pero ya tenías.

-Sí, pero la licuadora estaba vieja, televisión no daba buena imagen y la tostadora era vieja y muy pequeña para tantos como somos en la casa.

-¿Estarás contenta luego?

-Sí, Alejandrita me ha hecho feliz con ese gesto. De su sueldo, sí Claudia. Ella que es tan tacaña en ocasiones para los demás.

-Si los hijos si se crían bien son un tesoro.

-Ella lo es. A la otra ni se le ha ocurrido.

-Pues que lo disfrutes con salud que es lo que vale.

-Eso espero. ¿Cómo está tu marido?. Supe que tenía gripe.

-Mejor. Estuvo ingresado. Tuvo la gripe A, esa que anda por todo el mundo.

-Dale mis saludos y mis deseos de pronta recuperación.

-Así se hará. Gracias.

-Por cierto, cuando quieras vienes a tomar café, me trajeron uno de Colombia y otro de España que se llama Vhuonklajh y que tiene un sabor muy suave y especial.

-Pues no descarto ir pronto, en cuanto Mauricio se me recupere de su gripe. Que ya estoy harta de oírle toser todo el santito día sin parar, sin jarabe que le remedie. Menos mal que ahora va mejor.

-Te espero entonces.

Un día Alejandra decidió maquillarse y peinarse y ver como se veía en el espejo con los nuevos trajes de fiesta y así lo hizo. Parecía una joven princesa, con su pelo en bucles negros hasta la cintura, su vestido y zapatitos nuevos y un maquillaje y peinado casi perfecto.

Viéndose al espejo sintió que le silbaban, se acercó a la ventana y vio a tres chicos del pueblo que la habían visto mientras se transformaba. No sabía como habían entrado en su territorio pues la casa estaba cercada… y sentándole tan mal, fue entonces cuando sacó la escopeta y disparó al aire.

Al momento los chicos comenzaron a correr como alma que lleva el diablo.

Ella se quedó llorando pues ahora todo el pueblo sabría lo que había estado haciendo frente al espejo y las posturitas que ponía. Sintió vergüenza de sí misma, pero ya lo había hecho. Ya la habían visto. Ya lo iba a saber todo el pueblo. Inclusive el Gabriel ese.

No había remedio.

Pero nadie llegaría a odiarla ni a criticarla demasiado.

Todos sabían que tenían suerte de tenerla cerca, que era un personaje de cuento, una miss sin corona.

Si la vigilaban era porque de una u otra forma se sentían atraídos por ella, por sus bucles, sus posturitas, su pequeñísima cintura. Era su amor secreto para los hombres… para las mujeres, una buena amiga, cordial y buena confidente.

Para ellos, la mujer que llenaba sus noches de sueños, de aventuras ficticias. Luego no podían verla a los ojos. ¿Cómo iban a hacerlo si habían estado soñando con ella tantas noches, si la habían estado siguiendo y hasta en ocasiones viendo como se iba a orinar entre unos matorrales?.

La querían de cualquier forma, todas las mujeres orinan, y ella era la más bella. Ella era perfecta, y el matorral es un buen baño.

Alejandra era una mujer de carne y hueso aunque pareciera un personaje de novela, una dama salida de un cuento, aquella que desea un hombre guapo y conquistador. Ella hacía el resto que las demás mujeres, pero era ella, eran sus almas, su forma de ver la vida, de dirigirse por los caminos de este mundo cruel.

Por eso era ella la más querida y deseada por el sexo masculino, pero también era ella la que podía decir “sí o no”. Y el sí, sólo estaba reservado para uno. Su hombre, que no había sido Gabriel.

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En el poemario “Infamélica” Rolando Revagliatti emplea el desliz irónico, el doblez, el juego del pensamiento que nunca es liso, que se despliega en sus muchas dimensiones y matices para ofrecernos un compendio de la condición humana. Comulgamos de esta forma con una cantidad de perfiles expuestos en determinadas situaciones íntimas y desgajadas.

Como los dedos de la mano, cinco. Norte, sur, oriente, poniente, centro. Perversa, intuitiva o fortuitamente cinco. Cinco poemas de mi autoría sin aparente conexión, solo el lazo de la consecución en lo que va del año. Dosis y dieta, Ingesta, Retiro, Lucerna y Retablo.

Mi corazón se llena de alegría, sabiendo que el buen Dios, Amor inmenso, quisiera ver mi alma, siempre en ascenso, para poder vivir Su cercanía.

 
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