Hacia mucho tiempo que los amantes del ciclismo no disfrutábamos con un espectáculo como el que nos ha brindado la última edición del Tour de Francia. La gran vuelta por etapas ha vuelto ha brillar con luz propia y de nuevo ha ofrecido días de gloria a sus corredores.
Los espectadores hemos sido unos privilegiados, hemos asistido al resurgir de un tipo de ciclismo que ya creíamos olvidado. En esta edición hemos vuelto a sentir cerca la épica del corredor ciclista. Se han visto ataques largos, arriesgados como el de Andy Schleck en la etapa con final en el Galibier, o como el de nuestro campeón Alberto Contador a 92 km de meta en la tremenda etapa con final en Alpe D'Huez. Los corredores han sido los grandes protagonistas de esta edición. La raza de Alberto Contador, la valentía de Andy Schleck, la agonía de Thomas Voeckler, la lucha solitaria de Cadel Evans. Todos ellos se han vaciado en la carretera, no se han guardado nada, consiguiendo ofrecer un vibrante espectáculo.
Estos días en el Tour solo se ha hablado de “pájaras”, de descensos a “tumba abierta” de morir sobre la bicicleta, el dopaje presente en otras ediciones ha permanecido en un segundo plano, repercutiendo en la tranquilidad y buen ambiente del pelotón ciclista. Galibier, Tourmalet y Alpe D'Huez han vuelto a ser las catedrales del ciclismo, construidas durante años con el esfuerzo y sudor de grandes campeones, como Coppi, Anquetil, Merckx, Hinault o Indurain.
Capítulo aparte merece Alberto Contador, el de Pinto ha ofrecido un ejercicio de casta y pundonor, ha practicado un ciclismo de leyenda. Para llegar al olimpo donde se dan cita los más grandes del deporte, no solo son necesarias grandes victorias, sino que un campeón se hace leyenda a través de sus gestas y estas a veces van acompañadas de amargas derrotas. Contador ha demostrado ser un gran campeón, respetuoso en la victoria como en la derrota, un campeón que busca ganar, pero que ante todo desea la gloria.