WASHINGTON - Para quien tenga problemas de geografía, Letonia es un pequeño país (población: 2,2 millones de habitantes) que linda con el Mar Báltico junto a otros dos minúsculos vecinos, Estonia y Lituania. Más relevante a efectos nuestros es que Letonia acaba de superar una horrorosa crisis económica mucho más grave que cualquier cosa que los estadounidenses hayan sufrido hasta la fecha. La tasa de paro alcanzaba el 20,5% a principios de 2010; el producto nacional bruto de Letonia -- su economía real -- se descolgó un 25% con respecto a su máximo. (En contraste, el descenso estadounidense fue del 4,1%).
Lo que distingue a la experiencia letona de la nuestra es que, una vez la población reconoció la gravedad de la crisis, cerró filas para apoyar las imprescindibles, aunque duras, políticas públicas encaminadas a atajar la caída libre y recuperar la estabilidad. La economía vuelve a crecer ya, y aunque la tasa de paro sigue siendo horrorosa (del 16,6%), está descendiendo gradualmente. Hay una esperanza renovada. La administración que presidió las medidas de austeridad que provocaron la recuperación salió reelegida el pasado octubre con una mayoría ampliada.
El contraste con Estados Unidos es evidente. Aquí no hay acuerdo en torno a lo que hay que hacer y no hay ninguna tónica de unidad nacional. A diario, nuestros líderes políticos regatean y maniobran en busca de la estrecha ventaja partidista, con su talla -- sean Republicanos o Demócratas -- en constante contracción. El despecho por la subida del techo de la deuda federal no es sino el ejemplo más reciente.
¿Qué es lo que explica la diferencia?
Claro, los líderes de América mantienen discrepancias legislativas legítimas. ¿Cuánto se debería de recortar el déficit presupuestario? ¿Cuándo? ¿Mediante subidas tributarias o mediante reducciones del gasto público? Pero Letonia también mantuvo diferencias. Las más graves eran relativas a la divisa, el lat letón. ¿Debería de abaratarse para limitar el paro a corto plazo, o debería defenderse para desactivar la crisis económica? El ejecutivo rechazó la devaluación, y aunque temporalmente eso impulsó el paro, ahora parece decisión la acertada.
La razón más genérica del contraste, me parece a mí, reside en otra circunstancia. Hasta 1991, Letonia fue parte de la Unión Soviética a regañadientes; su población carecía de libertad. A medida que la gravedad de la crisis se hacía evidente, los riesgos trascendían lo económico. "La percepción pública de la crisis (se hizo) acusada y lo abarcaba todo. La cuestión última era la supervivencia nacional de Letonia", escriben el primer ministro de Letonia desde marzo de 2009 Valdis Dombrovskis y el economista del Peterson Institute Anders Aslund en un nuevo libro ("Cómo superó Letonia la crisis económica").
Esto dio lugar a una percepción de gravedad y de amenaza que galvanizó la intervención política. Los letones temían que, de alguna forma, pudieran perder su libertad y su identidad nacional junto a sus puestos de trabajo. Como dejan claro Dombrovskis y Aslund, la política letona antes de la crisis distaba de ser impecable. Los escándalos, la miopía y los actos mezquinos eran frecuentes. Pero la crisis alteró el clima de la opinión pública, permitiendo legislaciones que de otra forma habrían sido impensables. (El ejecutivo de Dombrovskis también suavizó la repercusión social ampliando la prestación por desempleo y creando un programa de empleo temporal).
Es precisamente esta percepción de seriedad y de amenaza lo que brilla por su ausencia en Estados Unidos. Nuestros políticos, si bien realizan intervenciones preocupantes de forma rutinaria, no actúan genuinamente preocupados ni asustados como actuaron (por ejemplo) a finales de 2008 y principios de 2009 cuando la economía caía en picado. Se encuentran en el modo estándar de "búsqueda de culpables", lo que indica que sólo un giro a peor -- otra catástrofe económica -- les hará comportarse de forma distinta.
El resultado es que parecemos incapaces de realizar cambios mucho más livianos que los implantados por los letones. El problema básico era el ciclo de crecimiento. Un torrente de divisa exterior a partir de 2004 provocó un ciclo de expansión, burbuja inmobiliaria incluida, y cuando las entradas de divisa se detuvieron súbitamente en 2008, la economía se vino abajo. El estado había crecido mucho más allá de lo que podía financiar. A través de subidas tributarias, expedientes de regulación, recortes salariales y demás medidas de reducción del gasto público, Letonia recortó progresivamente sus presupuestos un 16% del PIB. Alrededor del 29% de los funcionarios públicos fueron despedidos; el resto percibió recortes salariales del 26%.
En comparación, lo que tienen que hacer los estadounidenses es mucho menos sustancial, aunque bastante en términos históricos. En 2011, el déficit presupuestario federal se calcula en torno al 9% del PIB. Pero parte del déficit refleja la débil situación económica y parte plasma las medidas "de estímulo" que, presumiblemente, acabarán. Suponiendo que la economía remonte, la diferencia subyacente entre gasto público y recaudación tributaria se situará probablemente del 3% al 6% del PIB, dependiendo de la forma en que se haga el cálculo. No nos podemos poner de acuerdo en la forma de cerrar este desfase, incluso si los cambios fueran graduales a lo largo que, digamos, una década.
Letonia se valió de la crisis económica -- puede que no tuviera otra opción -- para implantar cambios que, aunque dolorosos inicialmente, consolidaron en última instancia su posición. Nosotros no hemos hecho esto. Se ha producido (tiene que ser evidente) un fallo de liderazgo político. Transcurrida la crisis inmediata, nuestros líderes volvieron al comportamiento partidista. La actuación decidida de Letonia ayudó a restaurar la confianza. El ejecutivo pudo gobernar. En Estados Unidos, el ejecutivo ha caminado sin rumbo. Su inconsistencia e indecisión han corroído la confianza y comprometido la recuperación.