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La transición supo acabar con la herencia separadora y excluyente de la dictadura

La Guerra Civil que ha superado la sociedad española

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El golpe militar supuso el final de las instituciones democráticas, la paralización de una transformación que se estaba operando de manera intensa desde los años 20 y la creación de un régimen dictatorial, cuya esencia consistió en la división de la sociedad española entre vencedores y vencidos. Los autores del golpe son los únicos responsables de todos esos hechos.

La guerra ha sido superada en la sociedad española porque el proceso de cambio político, supo acabar con la herencia separadora y excluyente de la dictadura.

¿Qué significó para España la Guerra Civil, producto del fracaso de un golpe militar a una República democrática en la sociedad española? ¿Qué trascendencia tiene hoy, 75 años después de aquel golpe de Estado? La sociedad española del pasado siglo sufre toda una serie de transformaciones y cambios profundos conllevando a una serie de rupturas políticas que no se subsanarán hasta la Transición política. Tal y como afirma Pamela Radchiff, la sociedad española sigue unos sistemas de valores y estructuras de sentido que tienen que ver con un conflicto no resuelto de la forma de concebir la sociedad y España.

Dicho de otro modo: lo que se produce a partir de los años 30 y que desemboca en la violencia política de la Guerra Civil y en la posterior dictadura franquista, es una separación entre las distintas y crecientemente antagónicas maneras de concebir a España. Había una separación entre campo-ciudad, oligarquía-demos, catolicismo-Estado laico, modernización-atraso.

Durante los años 30, la sociedad española estaba conformada por una serie de características comunes a todo su entorno europeo, si bien con algunas peculiaridades. Se trataba de una población eminentemente rural, aunque con crecientes núcleos urbanos industriales. El ambiente político era el propio que reflejaban los crecientes medios de comunicación: el advenimiento de las masas populares a la política. Por ello, las transformaciones aceleradas de esa sociedad no vinieron acompañadas de una evolución en el terreno de la política. A la altura de los años 30, un creciente número de españoles entendía como propios el devenir y las expectativas del país y progresivamente, se fue conformando una sociedad muy ideologizada. Esa evolución trajo consigo formas distintas de entender y sentir la nación política.

En la España de los años 30, las identidades culturales – y, también, las identificaciones y los derechos políticos - tratan de imponerse en el discurso y en la praxis. Como ha explicado Manuel Cruz, “las relaciones sociales, por tanto, se piensan, construyen y adquieren significado, hasta convertir alguna de ellas en problemática, conflictiva e injusta.

La argumentación, el lenguaje y los esquemas interpretativos constituyen algunas de las herramientas utilizadas por las personas y las organizaciones políticas a la hora de proponer y asumir un conjunto de ideas y símbolos con los que construir significados de las situaciones y relaciones conflictivas. Esta labor representa una lucha entre los actores en competencia por imponer y excluir definiciones de los conflictos sociales, de tal manera que una buena parte de los enfrentamientos políticos suponen una disputa sobre los símbolos y su hegemonía. Una guerra de definiciones, de palabras, de nombres para legitimar posiciones propias y deslegitimar las ajenas, buscar apoyos, difundir y extender mensajes, influir, en definitiva, en las interpretaciones compartidas existentes”.

Así, de haberse forjado esa identidad, podría haber servido como nexo de unión entre las distintas concepciones y de consenso idóneo para tender puentes en la canalización dialogada de determinados conflictos sociales explicitados de manera violenta. Para Rafael Cruz la disputa intelectual por adscribir atributos concretos y conflictivos a la nación de España se consolidó en las primeras décadas del siglo XX, conformándose, al menos, tres versiones nacionales: la nacional católica, la nacional popular y la de naciones irredentas al margen de la española. La exaltación de esas distintas identidades nacionales tuvo ventajas políticas durante la II República: permitía sobrepasar intereses y redes empresariales, propietarias o económicas, en general; facilitaba la conexión de redes locales y regionales para lograr una implantación nacional de las organizaciones, contribuía a legitimar las políticas nacionalizadoras de los gobiernos y vinculaba la reclamación de determinados proyectos políticos con distintas experiencias de la historia de la nación.

El golpe militar supuso el final de las instituciones democráticas, la paralización de una transformación que se estaba operando de manera intensa desde los años 20 y la creación de un régimen dictatorial, cuya esencia consistió en la división de la sociedad española entre vencedores y vencidos. Los autores del golpe son los únicos responsables de todos esos hechos, aunque sin duda, el golpe, como hemos visto, se explica a partir del tipo de sociedad que tenía España en los años 30. En todo caso, con la guerra civil, se forjó una división entre españoles y que el franquismo mantuvo vigente durante todo su régimen.

La separación de la sociedad española fue su principal legado. Pero, ¿en qué medida han superado los españoles aquella división? Podemos decir, que, en realidad, esa división, intelectualmente comenzó a ser superada en el discurso de Azaña en el año 38, ante las cortes de la República en Barcelona y que el exilio lo recogió a través de los acuerdos tácitos para superar la dictadura y forjar una nueva España entre Prieto y Gil Robles. El PCE, también forjó ese proyecto a través de su programa de reconciliación nacional. Más tarde, econtramos hitos de unidad de demócratas frente al franquismo como el Congreso de Munich en 1962. E incluso, dentro de España, la sociedad nacida después de la guerra, supo concebir el pasado sangriento como una responsabilidad colectiva. “Nosotros hijos de vencedores y vencidos consideramos la guerra como una tragedia colectiva que hay que superar”. Con todos estos mimbres se llegó a la Transición que supo superar, de un modo inteligente, las dos Españas, a través de una Amnistía para todos los presos políticos (una reclamación política indispensable para la izquierda), y una Constitución con principios universales, que concibió sin duda una nueva manera de concebir España a través del respeto a su pluralidad y su múltiple identidad con el Estado de las Autonomías.

La guerra ha sido superada en la sociedad española porque el proceso de cambio político, supo acabar con la herencia separadora y excluyente de la dictadura. Esa nueva forma de concebir España, la denominamos patriotismo constitucional. El patriotismo constitucional se apoya en una identificación de carácter reflexivo no con contenidos particulares de una tradición étnico-política determinada, sino con contenidos universales recogidos por el orden normativo sancionado por la constitución: los derechos humanos y los principios fundamentales del Estado democrático de derecho. La democracia que disfrutamos ha posibilitado superar los flecos pendientes de la Transición: A través de la llamada LEY DE MEMORIA HISTÓRICA, se está consiguiendo dar digna sepultura a todas las víctimas de la guerra y de la dictadura. Un hecho, que sin duda, fortalece nuestro sistema de convivencia y legitima nuestra democracia.

La Guerra Civil que ha superado la sociedad española

La transición supo acabar con la herencia separadora y excluyente de la dictadura
Daniel Molina
martes, 19 de julio de 2011, 06:58 h (CET)
El golpe militar supuso el final de las instituciones democráticas, la paralización de una transformación que se estaba operando de manera intensa desde los años 20 y la creación de un régimen dictatorial, cuya esencia consistió en la división de la sociedad española entre vencedores y vencidos. Los autores del golpe son los únicos responsables de todos esos hechos.

La guerra ha sido superada en la sociedad española porque el proceso de cambio político, supo acabar con la herencia separadora y excluyente de la dictadura.

¿Qué significó para España la Guerra Civil, producto del fracaso de un golpe militar a una República democrática en la sociedad española? ¿Qué trascendencia tiene hoy, 75 años después de aquel golpe de Estado? La sociedad española del pasado siglo sufre toda una serie de transformaciones y cambios profundos conllevando a una serie de rupturas políticas que no se subsanarán hasta la Transición política. Tal y como afirma Pamela Radchiff, la sociedad española sigue unos sistemas de valores y estructuras de sentido que tienen que ver con un conflicto no resuelto de la forma de concebir la sociedad y España.

Dicho de otro modo: lo que se produce a partir de los años 30 y que desemboca en la violencia política de la Guerra Civil y en la posterior dictadura franquista, es una separación entre las distintas y crecientemente antagónicas maneras de concebir a España. Había una separación entre campo-ciudad, oligarquía-demos, catolicismo-Estado laico, modernización-atraso.

Durante los años 30, la sociedad española estaba conformada por una serie de características comunes a todo su entorno europeo, si bien con algunas peculiaridades. Se trataba de una población eminentemente rural, aunque con crecientes núcleos urbanos industriales. El ambiente político era el propio que reflejaban los crecientes medios de comunicación: el advenimiento de las masas populares a la política. Por ello, las transformaciones aceleradas de esa sociedad no vinieron acompañadas de una evolución en el terreno de la política. A la altura de los años 30, un creciente número de españoles entendía como propios el devenir y las expectativas del país y progresivamente, se fue conformando una sociedad muy ideologizada. Esa evolución trajo consigo formas distintas de entender y sentir la nación política.

En la España de los años 30, las identidades culturales – y, también, las identificaciones y los derechos políticos - tratan de imponerse en el discurso y en la praxis. Como ha explicado Manuel Cruz, “las relaciones sociales, por tanto, se piensan, construyen y adquieren significado, hasta convertir alguna de ellas en problemática, conflictiva e injusta.

La argumentación, el lenguaje y los esquemas interpretativos constituyen algunas de las herramientas utilizadas por las personas y las organizaciones políticas a la hora de proponer y asumir un conjunto de ideas y símbolos con los que construir significados de las situaciones y relaciones conflictivas. Esta labor representa una lucha entre los actores en competencia por imponer y excluir definiciones de los conflictos sociales, de tal manera que una buena parte de los enfrentamientos políticos suponen una disputa sobre los símbolos y su hegemonía. Una guerra de definiciones, de palabras, de nombres para legitimar posiciones propias y deslegitimar las ajenas, buscar apoyos, difundir y extender mensajes, influir, en definitiva, en las interpretaciones compartidas existentes”.

Así, de haberse forjado esa identidad, podría haber servido como nexo de unión entre las distintas concepciones y de consenso idóneo para tender puentes en la canalización dialogada de determinados conflictos sociales explicitados de manera violenta. Para Rafael Cruz la disputa intelectual por adscribir atributos concretos y conflictivos a la nación de España se consolidó en las primeras décadas del siglo XX, conformándose, al menos, tres versiones nacionales: la nacional católica, la nacional popular y la de naciones irredentas al margen de la española. La exaltación de esas distintas identidades nacionales tuvo ventajas políticas durante la II República: permitía sobrepasar intereses y redes empresariales, propietarias o económicas, en general; facilitaba la conexión de redes locales y regionales para lograr una implantación nacional de las organizaciones, contribuía a legitimar las políticas nacionalizadoras de los gobiernos y vinculaba la reclamación de determinados proyectos políticos con distintas experiencias de la historia de la nación.

El golpe militar supuso el final de las instituciones democráticas, la paralización de una transformación que se estaba operando de manera intensa desde los años 20 y la creación de un régimen dictatorial, cuya esencia consistió en la división de la sociedad española entre vencedores y vencidos. Los autores del golpe son los únicos responsables de todos esos hechos, aunque sin duda, el golpe, como hemos visto, se explica a partir del tipo de sociedad que tenía España en los años 30. En todo caso, con la guerra civil, se forjó una división entre españoles y que el franquismo mantuvo vigente durante todo su régimen.

La separación de la sociedad española fue su principal legado. Pero, ¿en qué medida han superado los españoles aquella división? Podemos decir, que, en realidad, esa división, intelectualmente comenzó a ser superada en el discurso de Azaña en el año 38, ante las cortes de la República en Barcelona y que el exilio lo recogió a través de los acuerdos tácitos para superar la dictadura y forjar una nueva España entre Prieto y Gil Robles. El PCE, también forjó ese proyecto a través de su programa de reconciliación nacional. Más tarde, econtramos hitos de unidad de demócratas frente al franquismo como el Congreso de Munich en 1962. E incluso, dentro de España, la sociedad nacida después de la guerra, supo concebir el pasado sangriento como una responsabilidad colectiva. “Nosotros hijos de vencedores y vencidos consideramos la guerra como una tragedia colectiva que hay que superar”. Con todos estos mimbres se llegó a la Transición que supo superar, de un modo inteligente, las dos Españas, a través de una Amnistía para todos los presos políticos (una reclamación política indispensable para la izquierda), y una Constitución con principios universales, que concibió sin duda una nueva manera de concebir España a través del respeto a su pluralidad y su múltiple identidad con el Estado de las Autonomías.

La guerra ha sido superada en la sociedad española porque el proceso de cambio político, supo acabar con la herencia separadora y excluyente de la dictadura. Esa nueva forma de concebir España, la denominamos patriotismo constitucional. El patriotismo constitucional se apoya en una identificación de carácter reflexivo no con contenidos particulares de una tradición étnico-política determinada, sino con contenidos universales recogidos por el orden normativo sancionado por la constitución: los derechos humanos y los principios fundamentales del Estado democrático de derecho. La democracia que disfrutamos ha posibilitado superar los flecos pendientes de la Transición: A través de la llamada LEY DE MEMORIA HISTÓRICA, se está consiguiendo dar digna sepultura a todas las víctimas de la guerra y de la dictadura. Un hecho, que sin duda, fortalece nuestro sistema de convivencia y legitima nuestra democracia.

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