“Vida y obra de Alfred Kinsey” sería un titular al uso para sintetizar Kinsey, la última película del director y guionista Bill Condon. Sin embargo, los trabajos en el campo de la sexualidad que llevó a cabo este visionario científico en los años 40 y 50 del pasado siglo y su influencia tanto en la sociedad americana como en su propia familia no permiten fracturar el film en dos partes diferentes, ni tan siquiera complementarias. De este modo, Condon nos da a entender que la obra de Kinsey es el centro absoluto de lo que quiere contar, un núcleo sobre el que giran un conjunto variopinto de personajes con la nada despreciable función de aportar una visión más amplia de las teorías revolucionarias en materia sexual con mayor influencia desde la interpretación psicoanalítica freudiana.
En este punto el film no tiene fisuras ni omisiones reseñables, y narra con aparente fidelidad el contexto de una época de cambios (de la América victoriana a la caza de brujas) y el intento de un hombre por establecer unos principios sexuales que se empezasen a impartir desde los colegios, tales como la diversidad de géneros, sexos y tendencias o la igualdad de los individuos. Pero donde el triunfo de Kinsey persiste hasta nuestros días es en el análisis de la conducta sexual de las personas, un campo de estudio poco iluminado (de manera objetiva) hasta entonces. Obviamente, la publicación de las estadísticas sobre el comportamiento sexual de los americanos y americanas no sentó demasiado bien en las filas conservadoras, que veían a Kinsey como un virus para la moral cristiana (e hipócrita) de la época.
Precisamente es en esta recreación del universo más reaccionario donde el guión de Condon sucumbe a la tautología (las secuencias de la votación para la subvención y los momentos de las dos cenas redundan en el mismo sentido) y aunque es cierto que el significado varía según el estado de ánimo del protagonista la puesta en escena es idéntica en los dos casos. Kinsey también se aleja de cuestiones que podrían controvertir la reputación del personaje, como las acusaciones de pedofilia que se vertieron sobre él (nada demostrado), incidiendo hasta el final (lágrima incluida) en la aportación fundamental de este hombre en el poso cultural occidental.
Merecería la pena estudiar la repercusión de esta película (sus imágenes, sensaciones y reflexiones) y madurar el hecho de que los pasos hacia la tolerancia que hemos dado desde hace más de cien años se han convertido en paseos de cangrejo desde hace cinco o diez.