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Tribulaciones y desventuras de un usuario de telefonía móvil en el extranjero

Es tu tormento, es robafone

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Últimamente, cada vez que veo alguna noticia sobre el movimiento 15M me acuerdo, por algún motivo que escapa a mi comprensión, de la iglesia de la cienciología y el movimiento raeliano. Igual se debe a qué hace poco he estado en el glaciar Snaefellnessjökull, entrada al centro de la tierra según el libro de Julio Verne (que jamás pisó suelo islandés, por cierto), y allí se congregan cada dos por tres todo tipo de sectas new-age con la esperanza de entrar en contacto con civilizaciones extraterrestres, elfos libidinosos y ectoplasmas de toda clase.

El lugar donde se realiza la acampada es diferente, las expectativas también, pero el 15M comparte con todos estos iluminados un mismo sentido atontolinado de la utopía, entendida ésta como un futuro mejor en el que todos seremos inmensamente felices ya sea de picnic por Ganímedes o gobernados por perroflautas ilustrados de estética, ahora que lo pienso, muy similar a la de los aliens de Campo de Batalla la Tierra, obra magna del capitoste de la cienciología L. Ron Hubbard. ¿Casualidad? ¡Y un cuerno! Los pobres pringados que nos hemos tragado las cuatro temporadas de Héroes sabemos mejor que nadie que todo está conectado. El problema surge cuando estás conexiones las realizan operadoras de telefonía sin escrúpulos. Sobre todo si uno se encuentra en el extranjero y tiene que compaginar varias líneas de teléfono.

Si les cuento todo esto no es porque no tenga nada mejor de qué hablar, (que también, ¿para qué negarlo?) sino porque el otro día, al ver la factura de mi móvil español, descubrí con asombro que me habían cargado en ella unos ciento cincuenta euros a pesar de que apenas había encendido mi terminal a lo largo del periodo de facturación. Al principio pensé que quizás había sido un error humano. Así que llamé a esos humanos que, supuestamente habían cometido el error, y ellos me explicaron, en tono monocorde pero muy educado, que yo había activado un servicio de alertas por SMS y que, desde que lo había hecho, dos meses atrás, se me cargaba en mi factura un euro con veinte céntimos más IVA cada día, importe que, multiplicado por dos meses, para sí quisiera más de un joven desempleado.

Claro que a no ser que Uri Geller me hubiera sugestionado mediante hipnosis para que realizara la suscripción de la que me hablaban y luego me hubiera ordenado olvidarme de ello, yo estaba seguro de que no había contratado ningún tipo de servicio. Así que me puse a investigar por Internet hasta encontrar un montón de gente con mi mismo problema. Volví a multiplicar. Con todo ese dinero uno bien podría limpiarse el trasero hasta el día del juicio final. Incluso con el Códice Calixtino, si es que sigue a la venta.

Aquello clamaba al cielo. Y como soy tan pardillo y tan buen ciudadano no tardé en ponerme en contacto con mi compañía de teléfono para comunicarles que sus clientes estaban siendo víctimas de un timo por parte de la empresa que facturaba el servicio de marras, que se llama ARTIQ MOBI, pero no le dieron mayor importancia. “Es algo normal.Usted no se preocupe”, me espetaron. Entonces lo comprendí todo: mi propia compañía, Robafone, estaba en el ajo. Era como una película conspiranoica solo que con teleoperadores robotizados de acento sudamericano.
En fin, estaba claro que me encontraba solo ante el peligro. Si quería solucionar aquel desaguisado, tenía que hacerlo yo mismo y con mis propias armas: que si la Oficina del Consumidor, que si abogados, que si grabar videos de denuncia y difundirlos por Internet, que si intentar poner de acuerdo a todos los afectados para hacer un brainstorming acerca del mejor método para recuperar nuestras perras etc… Nada funcionó. Nada. Lo único que me quedaba era darme de baja en Robafone, aún pagando el importe de la llamada internacional además de la multa por vulnerar el contrato de permanencia, y sustituir mi móvil por un buen tam-tam de los de toda la vida.

Pero ni eso. Mi compañía tenía graves problemas para entender el significado de la frase “quiero cancelar mi contrato con ustedes ahora mismo”, como prueban las más de diez llamadas que realicé desde Islandia intentando que les entrara en la mollera. O dicho de otro modo: Robafone no estaba dispuesta a dejar de chuparme el dinero así por así. Tuve en ese instante la segunda y más importante revelación de todo este asunto, la cual me lleva, a su vez, de vuelta al tema de partida: ¿Cómo coño va nadie a cambiar el mundo si ni siquiera podemos cambiar de compañía de móvil? Espero sinceramente que los sabios profetas del 15M convoquen pronto una asamblea de telecomunicaciones para encontrar la respuesta a esta cuestión. Yo, desde luego, no la tengo.

Es tu tormento, es robafone

Tribulaciones y desventuras de un usuario de telefonía móvil en el extranjero
Gonzalo G. Velasco
martes, 19 de julio de 2011, 06:31 h (CET)
Últimamente, cada vez que veo alguna noticia sobre el movimiento 15M me acuerdo, por algún motivo que escapa a mi comprensión, de la iglesia de la cienciología y el movimiento raeliano. Igual se debe a qué hace poco he estado en el glaciar Snaefellnessjökull, entrada al centro de la tierra según el libro de Julio Verne (que jamás pisó suelo islandés, por cierto), y allí se congregan cada dos por tres todo tipo de sectas new-age con la esperanza de entrar en contacto con civilizaciones extraterrestres, elfos libidinosos y ectoplasmas de toda clase.

El lugar donde se realiza la acampada es diferente, las expectativas también, pero el 15M comparte con todos estos iluminados un mismo sentido atontolinado de la utopía, entendida ésta como un futuro mejor en el que todos seremos inmensamente felices ya sea de picnic por Ganímedes o gobernados por perroflautas ilustrados de estética, ahora que lo pienso, muy similar a la de los aliens de Campo de Batalla la Tierra, obra magna del capitoste de la cienciología L. Ron Hubbard. ¿Casualidad? ¡Y un cuerno! Los pobres pringados que nos hemos tragado las cuatro temporadas de Héroes sabemos mejor que nadie que todo está conectado. El problema surge cuando estás conexiones las realizan operadoras de telefonía sin escrúpulos. Sobre todo si uno se encuentra en el extranjero y tiene que compaginar varias líneas de teléfono.

Si les cuento todo esto no es porque no tenga nada mejor de qué hablar, (que también, ¿para qué negarlo?) sino porque el otro día, al ver la factura de mi móvil español, descubrí con asombro que me habían cargado en ella unos ciento cincuenta euros a pesar de que apenas había encendido mi terminal a lo largo del periodo de facturación. Al principio pensé que quizás había sido un error humano. Así que llamé a esos humanos que, supuestamente habían cometido el error, y ellos me explicaron, en tono monocorde pero muy educado, que yo había activado un servicio de alertas por SMS y que, desde que lo había hecho, dos meses atrás, se me cargaba en mi factura un euro con veinte céntimos más IVA cada día, importe que, multiplicado por dos meses, para sí quisiera más de un joven desempleado.

Claro que a no ser que Uri Geller me hubiera sugestionado mediante hipnosis para que realizara la suscripción de la que me hablaban y luego me hubiera ordenado olvidarme de ello, yo estaba seguro de que no había contratado ningún tipo de servicio. Así que me puse a investigar por Internet hasta encontrar un montón de gente con mi mismo problema. Volví a multiplicar. Con todo ese dinero uno bien podría limpiarse el trasero hasta el día del juicio final. Incluso con el Códice Calixtino, si es que sigue a la venta.

Aquello clamaba al cielo. Y como soy tan pardillo y tan buen ciudadano no tardé en ponerme en contacto con mi compañía de teléfono para comunicarles que sus clientes estaban siendo víctimas de un timo por parte de la empresa que facturaba el servicio de marras, que se llama ARTIQ MOBI, pero no le dieron mayor importancia. “Es algo normal.Usted no se preocupe”, me espetaron. Entonces lo comprendí todo: mi propia compañía, Robafone, estaba en el ajo. Era como una película conspiranoica solo que con teleoperadores robotizados de acento sudamericano.
En fin, estaba claro que me encontraba solo ante el peligro. Si quería solucionar aquel desaguisado, tenía que hacerlo yo mismo y con mis propias armas: que si la Oficina del Consumidor, que si abogados, que si grabar videos de denuncia y difundirlos por Internet, que si intentar poner de acuerdo a todos los afectados para hacer un brainstorming acerca del mejor método para recuperar nuestras perras etc… Nada funcionó. Nada. Lo único que me quedaba era darme de baja en Robafone, aún pagando el importe de la llamada internacional además de la multa por vulnerar el contrato de permanencia, y sustituir mi móvil por un buen tam-tam de los de toda la vida.

Pero ni eso. Mi compañía tenía graves problemas para entender el significado de la frase “quiero cancelar mi contrato con ustedes ahora mismo”, como prueban las más de diez llamadas que realicé desde Islandia intentando que les entrara en la mollera. O dicho de otro modo: Robafone no estaba dispuesta a dejar de chuparme el dinero así por así. Tuve en ese instante la segunda y más importante revelación de todo este asunto, la cual me lleva, a su vez, de vuelta al tema de partida: ¿Cómo coño va nadie a cambiar el mundo si ni siquiera podemos cambiar de compañía de móvil? Espero sinceramente que los sabios profetas del 15M convoquen pronto una asamblea de telecomunicaciones para encontrar la respuesta a esta cuestión. Yo, desde luego, no la tengo.

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