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"No hay motivo para sacrificarse por minucias"

El encanto de los grandes acuerdos

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WASHINGTON - Dicho favorito del Vicepresidente Joe Biden, esta frase se convirtió durante un tiempo en el lema de los dos adultos en jefe de las conversaciones del techo de la deuda: el presidente Obama y el presidente de la Cámara de Representantes John Boehner.

Su macabro simbolismo ayuda a explicar la energía, política y sustancial, detrás de la atracción de ambos caballeros hacia un gran acuerdo. Y pone de relieve las fuerzas que les han convertido, por fugazmente que sea, en la extraña pareja de Washington: dos políticos titulares inestables unidos no sólo por el sentido común sino por el interés común en conservar sus puestos.

Alcanzar un gran acuerdo resulta atractivo al presidente porque su primera legislatura ha estado demasiado centrada en limpiar, la parte menos favorita de todo párvulo. Heredó un montón de líos y dedicó el grueso de su tiempo a la tarea de Sísifo de reparar los daños.

La parte divertida de cualquier presidencia es la expresión plástica: tramitar las iniciativas heredadas. Y es difícil hacer una estupenda manualidad si no te puedes permitir las herramientas. Sin duda Obama podrá contar entre sus logros la reforma financiera y la legislación sanitaria. Pero corren el peligro de una presidencia Republicana posterior y en cualquier caso, el mayor porcentaje con diferencia de las energías presidenciales de la primera legislatura se ha destinado a desentrañar.

¿Con qué fin? Si Obama pierde, el Presidente Romney, según concibe la Casa Blanca a su oposición Republicana, cosecha el rédito de una economía en recuperación y los esfuerzos de saneamiento de la administración Obama.

Si gana Obama habiendo logrado solamente pasar las patatas calientes del techo de la deuda y la situación fiscal, su segunda legislatura podría ser igual de triste que la primera.

No habría dinero, y por tanto ninguna cancha para que Obama implantase en segunda legislatura el tipo de cambios transformadores que imagina en infraestructuras, educación e investigación. Habría poco tiempo o energía para emprender cualquier otra iniciativa relevante, como la reforma de la inmigración. Quedaría condenado a cuatro años de rebajar la deuda paulatinamente.

Luego está la política de la posición, que alinea de forma tácita los intereses de Obama con los de Boehner - y contra los de los legisladores Demócratas. El presidente vuelve a desplazarse al centro manifestando aperturismo al recorte de las pensiones, atrayendo así a electores independientes y moderados desencantados desde 2008.

Existe sin duda el riesgo de que Obama aliene aún más a su electorado de izquierdas y de que enfurezca aún más a la tercera edad, que ya abandonó a los Demócratas en masa en las legislativas de 2010. No existe un electorado evidente jaleando las subidas tributarias ni suplicando dolorosos recortes. Aún así, el rédito político potencial del acuerdo ambicioso desborda el precio potencial del voto de la tercera edad. El paro seguirá probablemente inaceptablemente alto llegadas las elecciones. Un gran acuerdo sobre la deuda daría al presidente al menos la excusa de haber situado los presupuestos en la vía correcta.

No obstante, ello minaría simultáneamente los deseos de los legisladores Demócratas de presentarse a las elecciones contra los Republicanos partidarios de la reforma del Medicare. Lo que ayuda al presidente perjudica a la secretario de la oposición en la Cámara Nancy Pelosi.

No es que Obama no hubiera preferido el acuerdo, pero la retirada de Boehner va a permitir al presidente cosechar el beneficio de haber estado dispuesto a hacer frente a las pensiones, y protege el interés electoral de Pelosi. El presidente se lleva el beneficio de estar dispuesto a ir a por todas sin el precio político inmediato de haber ido. Mientras tanto, al menos podrá presentar a los Republicanos como el partido fanático e inflexible.

Y con precisión. Boehner es un negociador de corazón, y en la medida que puedo hablar, era sincero en su deseo de llegar a un acuerdo con la Casa Blanca. Inteligente también: el acuerdo a debate habría dado lugar a cientos de miles de millones de dólares menos de recaudación de lo que dos senadores conservadores Republicanos habrían accedido como parte del plan de la comisión de disciplina fiscal Simpson-Bowles.

Aún así, fue totalmente anodino que Boehner abandonara ante los primeros indicios de problemas. El presidente legislativo estaba dispuesto, pero su representación está como una cabra. Demasiados entre ellos son invariablemente contrarios a elevar el techo de la deuda; todavía más retroceden ante cualquier subida tributaria de cualquier índole. Mientras tanto, tiene al secretario de la mayoría en la Cámara Eric Cantor subido a la chepa, impaciente por hacerse con el cargo de portavoz de la Cámara. Para entender a Cantor, tiene que leer Macbeth con toda la ambición y nada de la culpa.

Dos líderes estuvieron dispuestos, por razones diferentes, a correr un riesgo. Que su apuesta por un acuerdo ambicioso se derrumbara era previsible. Eso no lo hace menos deprimente.

El encanto de los grandes acuerdos

"No hay motivo para sacrificarse por minucias"
Ruth Marcus
jueves, 14 de julio de 2011, 07:04 h (CET)
WASHINGTON - Dicho favorito del Vicepresidente Joe Biden, esta frase se convirtió durante un tiempo en el lema de los dos adultos en jefe de las conversaciones del techo de la deuda: el presidente Obama y el presidente de la Cámara de Representantes John Boehner.

Su macabro simbolismo ayuda a explicar la energía, política y sustancial, detrás de la atracción de ambos caballeros hacia un gran acuerdo. Y pone de relieve las fuerzas que les han convertido, por fugazmente que sea, en la extraña pareja de Washington: dos políticos titulares inestables unidos no sólo por el sentido común sino por el interés común en conservar sus puestos.

Alcanzar un gran acuerdo resulta atractivo al presidente porque su primera legislatura ha estado demasiado centrada en limpiar, la parte menos favorita de todo párvulo. Heredó un montón de líos y dedicó el grueso de su tiempo a la tarea de Sísifo de reparar los daños.

La parte divertida de cualquier presidencia es la expresión plástica: tramitar las iniciativas heredadas. Y es difícil hacer una estupenda manualidad si no te puedes permitir las herramientas. Sin duda Obama podrá contar entre sus logros la reforma financiera y la legislación sanitaria. Pero corren el peligro de una presidencia Republicana posterior y en cualquier caso, el mayor porcentaje con diferencia de las energías presidenciales de la primera legislatura se ha destinado a desentrañar.

¿Con qué fin? Si Obama pierde, el Presidente Romney, según concibe la Casa Blanca a su oposición Republicana, cosecha el rédito de una economía en recuperación y los esfuerzos de saneamiento de la administración Obama.

Si gana Obama habiendo logrado solamente pasar las patatas calientes del techo de la deuda y la situación fiscal, su segunda legislatura podría ser igual de triste que la primera.

No habría dinero, y por tanto ninguna cancha para que Obama implantase en segunda legislatura el tipo de cambios transformadores que imagina en infraestructuras, educación e investigación. Habría poco tiempo o energía para emprender cualquier otra iniciativa relevante, como la reforma de la inmigración. Quedaría condenado a cuatro años de rebajar la deuda paulatinamente.

Luego está la política de la posición, que alinea de forma tácita los intereses de Obama con los de Boehner - y contra los de los legisladores Demócratas. El presidente vuelve a desplazarse al centro manifestando aperturismo al recorte de las pensiones, atrayendo así a electores independientes y moderados desencantados desde 2008.

Existe sin duda el riesgo de que Obama aliene aún más a su electorado de izquierdas y de que enfurezca aún más a la tercera edad, que ya abandonó a los Demócratas en masa en las legislativas de 2010. No existe un electorado evidente jaleando las subidas tributarias ni suplicando dolorosos recortes. Aún así, el rédito político potencial del acuerdo ambicioso desborda el precio potencial del voto de la tercera edad. El paro seguirá probablemente inaceptablemente alto llegadas las elecciones. Un gran acuerdo sobre la deuda daría al presidente al menos la excusa de haber situado los presupuestos en la vía correcta.

No obstante, ello minaría simultáneamente los deseos de los legisladores Demócratas de presentarse a las elecciones contra los Republicanos partidarios de la reforma del Medicare. Lo que ayuda al presidente perjudica a la secretario de la oposición en la Cámara Nancy Pelosi.

No es que Obama no hubiera preferido el acuerdo, pero la retirada de Boehner va a permitir al presidente cosechar el beneficio de haber estado dispuesto a hacer frente a las pensiones, y protege el interés electoral de Pelosi. El presidente se lleva el beneficio de estar dispuesto a ir a por todas sin el precio político inmediato de haber ido. Mientras tanto, al menos podrá presentar a los Republicanos como el partido fanático e inflexible.

Y con precisión. Boehner es un negociador de corazón, y en la medida que puedo hablar, era sincero en su deseo de llegar a un acuerdo con la Casa Blanca. Inteligente también: el acuerdo a debate habría dado lugar a cientos de miles de millones de dólares menos de recaudación de lo que dos senadores conservadores Republicanos habrían accedido como parte del plan de la comisión de disciplina fiscal Simpson-Bowles.

Aún así, fue totalmente anodino que Boehner abandonara ante los primeros indicios de problemas. El presidente legislativo estaba dispuesto, pero su representación está como una cabra. Demasiados entre ellos son invariablemente contrarios a elevar el techo de la deuda; todavía más retroceden ante cualquier subida tributaria de cualquier índole. Mientras tanto, tiene al secretario de la mayoría en la Cámara Eric Cantor subido a la chepa, impaciente por hacerse con el cargo de portavoz de la Cámara. Para entender a Cantor, tiene que leer Macbeth con toda la ambición y nada de la culpa.

Dos líderes estuvieron dispuestos, por razones diferentes, a correr un riesgo. Que su apuesta por un acuerdo ambicioso se derrumbara era previsible. Eso no lo hace menos deprimente.

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Al fin, el sistema educativo (aunque fundamentalmente lo es, o habría de serlo, de enseñanza-aprendizaje) está dentro de una dinámica social y en su transcurrir diario forja futuros ciudadanos con base en unos valores imperantes de los que es complicado sustraerse. Desde el XIX hasta nuestros días dichos valores han estado muy influenciados por la evolución de la ética económico-laboral, a la que Jorge Dioni López se refería afinadamente en un artículo.

Acaba de fallecer Joe Lieberman, con 82 años, senador estadounidense por Connecticut durante cuatro mandatos antes de ser compañero de Al Gore en el año 2000. Desde que se retiró en 2013 retomó su desempeño en la abogacía en American Enterprise Institute y se encontraba estrechamente vinculado al grupo político No Label (https://www.nolabels.org/ ) y que se ha destacado por impulsar políticas independientes y centristas.

Me he criado en una familia religiosa, sin llegar a ser beata, que ha vivido muy de cerca la festividad del Jueves Santo desde siempre. Mis padres se casaron en Santo Domingo, hemos vivido en el pasillo del mismo nombre, pusimos nuestro matrimonio a los pies de la Virgen de la Esperanza, de la que soy hermano, y he llevado su trono durante 25 años.

 
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