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“Algunos se enfadan con los bancos porque antes les daban lo que pedían.” (Fernando Savater)

La gallina de los huevos podridos

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Cada día, puntual y de forma insistente, muchas personas reciben una llamada que les recuerda la deuda que tienen con su banco. Les apremian al pago, se les explica las consecuencias de persistir en su situación -a veces encontrar una solución es una mera cuestión de actitud- y la conversación termina con un acuerdo o con otra soga más al cuello.

¿De quién es la culpa, del deudor o del banco? ¿Qué fue antes, el huevo o la gallina?

La palabra y opinión de unos contra la documentación de otros. No hay mucho más, salvo excepciones que confirman la regla de oro: el que pide tiene que pagar, pueda hacerlo o no. En otro contexto, hay gente que por esa misma regla recibe palizas callejeras o se ha encontrado cabezas de caballo en su cama, pero la banca actúa de forma más pacífica a la par que efectiva, pero peor vista: desgasta poco a poco, con la violencia de los números rojos y el pánico al interés de demora. Como reza el dicho popular, la banca –casi- siempre gana.

Hay quién no se explica la poca consideración de los bancos con esas personas que en tiempos de bonanza empeñaban el oro de los huevos de sus gallinas, y tiempo después han resultado estar podridos. Esas personas se enfadan ahora con esas entidades bancarias que en su momento resolvían sus problemas y ahora han dejado de hacerlo debido a la morosidad. Hay quién no se explica porqué hay personas que, agradecidas en su momento, buscan y no encuentran soluciones a su situación actual mientras que otras, con el poder en la mano, se solidarizan al mismo tiempo que ejecutan el embargo de sus vidas sin ningún pudor.

En los últimos días se escuchó decir a José Bono en el Congreso que estaba hasta los huevos, a propósito de la moción del PP sobre la morosidad, luego añadió estar trastornado. Hay quién no comprende tanto nivel estupidez y cinismo, condición indispensable de la raza humana. Quizás, y solo quizás, el problema sea de todas y cada una de las partes, y la solución al final resulta ser casi siempre la misma: comunicación, negociación y entendimiento.

La gallina de los huevos podridos

“Algunos se enfadan con los bancos porque antes les daban lo que pedían.” (Fernando Savater)
Eduardo Cassano
jueves, 14 de julio de 2011, 07:02 h (CET)
Cada día, puntual y de forma insistente, muchas personas reciben una llamada que les recuerda la deuda que tienen con su banco. Les apremian al pago, se les explica las consecuencias de persistir en su situación -a veces encontrar una solución es una mera cuestión de actitud- y la conversación termina con un acuerdo o con otra soga más al cuello.

¿De quién es la culpa, del deudor o del banco? ¿Qué fue antes, el huevo o la gallina?

La palabra y opinión de unos contra la documentación de otros. No hay mucho más, salvo excepciones que confirman la regla de oro: el que pide tiene que pagar, pueda hacerlo o no. En otro contexto, hay gente que por esa misma regla recibe palizas callejeras o se ha encontrado cabezas de caballo en su cama, pero la banca actúa de forma más pacífica a la par que efectiva, pero peor vista: desgasta poco a poco, con la violencia de los números rojos y el pánico al interés de demora. Como reza el dicho popular, la banca –casi- siempre gana.

Hay quién no se explica la poca consideración de los bancos con esas personas que en tiempos de bonanza empeñaban el oro de los huevos de sus gallinas, y tiempo después han resultado estar podridos. Esas personas se enfadan ahora con esas entidades bancarias que en su momento resolvían sus problemas y ahora han dejado de hacerlo debido a la morosidad. Hay quién no se explica porqué hay personas que, agradecidas en su momento, buscan y no encuentran soluciones a su situación actual mientras que otras, con el poder en la mano, se solidarizan al mismo tiempo que ejecutan el embargo de sus vidas sin ningún pudor.

En los últimos días se escuchó decir a José Bono en el Congreso que estaba hasta los huevos, a propósito de la moción del PP sobre la morosidad, luego añadió estar trastornado. Hay quién no comprende tanto nivel estupidez y cinismo, condición indispensable de la raza humana. Quizás, y solo quizás, el problema sea de todas y cada una de las partes, y la solución al final resulta ser casi siempre la misma: comunicación, negociación y entendimiento.

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