Si fuera un disidente cubano, un preso de Guantánamo, un etarra o un bailaor homicida, el caso de Miguel Montes Neiro, que lleva treinta y cinco años en prisión por la acumulación de delitos menores, habría sido denunciado por Amnistía Internacional, entre otras asociaciones que luchan por los derechos humanos, y habría dado la vuelta al mundo. Pero Miguel Montes, que ingresó en la cárcel a los veintiséis (tiene ahora sesenta y uno) no ha sido político corrupto, ni juez prevaricador, ni mafioso, ni terrorista, sino representante de algo que la sociedad nunca tolera: la inadaptación. Su “récord criminal” debería figurar (y lo digo en serio) en el Libro Guinness como ejemplo de la manera en que en un país, que se dice garante del Estado de Derecho, puede alguien pasarse más de media vida en prisión por poco más que un “quítame allá esas pajas”.
Nunca mató ni hirió a nadie; se le acusó de haber robado un arma, en 1975, cuando fue legionario. Se le detuvo, juzgó y condenó por ello. Se escapó de la cárcel y volvió a ser detenido. En aquella ocasión se le acusó, además, de ser autor de varios robos, en los que no hubo violencia contra las personas. Fue acumulando condenas: por robo, por motín, por fuga, por reincidente… No me gustaría llamarle “pobre diablo” porque no lo conozco y acaso sea mejor y más valiente que la mayoría de los que lo mantienen encerrado.
Miguel Montes lleva languideciendo en prisión desde hace casi cuatro décadas; mientras asesinos, delincuentes de los llamados “políticos”, con penas inconcebibles de miles de años, salen en dos, tres, cuatro lustros a lo sumo, dispuestos a ocupar –si les dejan, que les dejan- cargos públicos y a dinamitar –esta vez en sentido figurado- la unidad nacional.
Dicen que tomó su decisión de iniciar una huelga de hambre cuando un terrorista, a punto de ser excarcelado, le espetó: “Ya ves: yo he matado a dos guardias civiles y me voy a la calle”.
Miguel lleva varias semanas sin comer y no es de esperar que Patxi López se apiade de él, como lo hizo del sanguinario De Juana Chaos cuando este fingió a medias una huelga de hambre y el hoy lendakari dijo ante las cámaras de televisión: “Lo que hay que impedir es que Iñaki se muera”
El aparato kafkiano de la Justicia española crea engendros tales como haber legalizado a Bildu y también (en otras instancias, lo sé) que un ciudadano que ha pagado con creces lo que teóricamente adeudaba a la sociedad, se pudra en un penal, sin que a nadie, salvo a su hermana, parezca importarle.
¿A qué esperan “los indignados”, “los de la ceja”, los Cayos, Llamazares, el Defensor del Pueblo y todos los que se atribuyen la defensa de los Derechos Humanos para hacer un plante ante el ministerio que dirige Caamaño y exigir que se ponga sobre la mesa del Consejo de Ministros la propuesta de un indulto?
En manos del Gobierno está evitar que Miguel Montes Neiro muera en su intento de no purgar los trece años que le quedan aún de condena.
La clemencia es privilegio de los que tienen un espíritu generoso. Quizá sea demasiado pedir a quienes nos gobiernan. Pero el natural escepticismo no debe impedir que lo intentemos.