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Entre 1991 y 1999 cientos de miles de personas bosnias, croatas, serbias y albanesas fueron asesinadas, violadas o torturadas por sus conciudadanos

La trascendental cuestión de los Balcanes

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La catástrofe que supuso la desintegración de Yugoslavia supuso la vuelta a Europa de unas masacres y de un conflicto de magnitud olvidada desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Yugoslavia estaba compuesta por seis repúblicas, cinco naciones, cuatro lenguas, tres religiones y dos alfabetos; y su historia estaba marcada por numerosos conflictos y un territorio ocupado, dividido y explotado en beneficio de países como Turquía, Reino Unido, Francia, Rusia, Austria, Italia o Alemania. Cuando en 1980 murió Josip Broz Tito, Yugoslavia era la que él había creado en 1945, un Estado Federal compuesto por seis repúblicas y dos regiones serbias autónomas (Voivodina y Kosovo) pero con una historia bien distinta. Mientras que el norte esloveno y croata católico perteneció al Imperio Austrohúngaro; Serbia, Montenegro, Macedonia y Bosnia estuvieron siglos bajo el dominio otomano, por lo que además de los serbios ortodoxos había multitud de musulmanes. Los albaneses eran el grupo que más rápido crecía, con una tasa de natalidad once veces superior a la de croatas o serbios, sirva de ejemplo que en 1931 constituían el 3,6% de la población de Yugoslavia y en 1991 constituían el 82% de la población de Kosovo, una región de gran importancia para los nacionalistas serbios por haber sido el último bastión de resistencia frente a los otomanos en el siglo XIV. Este auge musulmán, unido a las minorías instaladas en Bosnia, se veía como una amenaza por parte de la comunidad serbia.

Por otro lado, desde el norte próspero aumentaba una cierta aversión hacia el sur más pobre. Eslovenia y Croacia estaban al nivel de algunos Estados de la Comunidad Europea mientras que Kosovo, Macedonia y grandes partes de Serbia parecían una prolongación del continente africano. Las cifras de exportaciones, el PIB (el esloveno multiplicaba por dos el serbio, por tres al bosnio y por once al kosovar), o las tasas de analfabetismo o mortalidad infantil no daban ni mucho menos la idea de un Estado compacto. Desde finales de los años 70, el país entró en una dinámica de hiperinflación (mayor al 1000% anual) debido a su política monetaria expansiva, que se decidía en Belgrado pero afectaba por igual a Zagreb o Liubliana.

En medio del vacío de poder político posterior a la muerte de Tito, las exaltaciones nacionalistas fueron el arma que muchos líderes utilizaron para ganarse al pueblo. Es el caso de Slobodan Milošević, presidente de la Liga de los Comunistas de Serbia, que gracias al patriotismo se convirtió en presidente de Serbia en mayo de 1989 y que, con el objetivo de fortalecer la influencia serbia en el conjunto de Yugoslavia, comenzó por privar de su autonomía a Kosovo y Voivodina para construir un Estado más unitario. La salida del comunismo no se produjo por tanto como en la mayoría de los Estados a través de la democracia, sino que la gran diversidad étnica mezclada y las numerosas minorías establecidas en un país ajeno desembocó en una transición marcada por la exacerbación de las identidades nacionales.

El detonante fue Kosovo, donde la etnia albanesa venía sufriendo la clausura de sus instituciones, la represión policial, la privación de toda representación política y el toque de queda. A finales de 1989, Belgrado clausuró la Asamblea regional y pasó a gobernar directamente Kosovo. Esto, unido a la absorción de poder económico por parte de los líderes serbios propició que en enero de 1991 el Parlamento esloveno proclamara la independencia de la República, y en febrero lo hiciera Croacia, seguida de Macedonia. En junio, Eslovenia y Croacia asumieron el control de sus fronteras e iniciaron la secesión.

En Eslovenia el ataque yugoslavo sólo duró unas semanas, pero en el resto de regiones la disgregación fue mucho más sangrienta. Se desataron guerras entre Croacia y la minoría serbia respaldada desde Belgrado que finalizó a principios de 1992, entre la Bosnia recién independizada en marzo de 1992 y los serbios que allí residían; y en enero de 1993 entre los croatas y los musulmanes de Bosnia por un pequeño territorio herzegovino. Los serbios de Bosnia, que proclamaron la República de Srpska con Radovan Karadžić al frente, armados por Belgrado, constituyeron verdaderas tropas irregulares dirigidas o por delincuentes o por ex militares yugoslavos como Ratko Mladić. Practicaron la más criminal de las limpiezas étnicas que se produjeron en la región (300.000 muertos y millones de exiliados).

Finalmente, llegó la guerra de Kosovo, donde se centró Milošević tras ser derrotado en los demás frentes. En junio de 1991 el ministro de Exteriores luxemburgués dijo que era “la hora de Europa”, pero lo cierto es que la Comunidad Europea fue bastante inoperante, en gran medida a causa de la división entre los partidarios de la secesión (Alemania a la cabeza) y los proclives a mantener las fronteras (dirigidos por Francia). Francia y Reino Unido defendían que un acuerdo de paz en contra de los intereses serbios no sólo era injusto sino que sería contraproducente, vista su fuerza y decisión. Esto sin duda fomentó que los serbios abusaran de la situación. EEUU se mantuvo al margen y las Naciones Unidas poco podían hacer pues no había ninguna paz que mantener sobre el terreno. A partir de 1995, y tras haberse remitido los combates, se desplegaron miles de soldados de la Fuerza de Protección de la ONU.

En mayo de ese mismo año, las tropas serbias bombardearon Sarajevo, a lo que la OTAN respondió con ataques a instalaciones serbias en Bosnia. Los serbios entonces tomaron cientos de rehenes de las Fuerzas de Paz de la ONU. La intervención internacional lejos de amedrentar a los serbios, les relanzó. De esta forma, en julio avanzaron hasta una de las denominas “zonas seguras” protegidas por la ONU, que no opuso resistencia alguna, y abandonó el lugar. Se produjo entonces la mayor matanza en suelo europeo desde la Segunda Guerra Mundial: Srebrenica.

La OTAN se limitó a hacer una advertencia oficial que no contuvo a los serbios, que volvieron a bombardear Sarajevo. Al fin la OTAN actuó, Bill Clinton autorizó los bombardeos y esto propició un rápido cese de los combates y desembocó en un acuerdo de paz firmado en París, pero fraguado en Dayton (EEUU), el 14 de Diciembre entre Croacia (representado por Tudjman), los musulmanes de Bosnia (bajo la voz de Izetbegović), y Yugoslavia y los serbobosnios (comandados por Milošević). Se consiguió que el acuerdo no conllevara la partición de Bosnia, lo que habría avalado la limpieza étnica, y se instauró un sistema tripartito de gobierno. Más de quince años después de Dayton las tropas internacionales y el alto representante nombrado para supervisar sobre el terreno siguen en Bosnia, quizá una revelación de la confianza y coordinación entre las tres comunidades.

Finalizada la guerra en Bosnia la comunidad internacional, preocupada por otros asuntos (EEUU elecciones y relaciones con Rusia, UE como siempre con preocupaciones internas), se olvidó de la región. Si bien Milošević había reforzado su posición de cara al exterior, y se veía por los nacionalistas serbios como el culpable de la cesión, lo que promovió que se volcara en Kosovo. La creciente represión hacia los albaneses motivó que muchos se unieran a la resistencia armada en el Ejército de Liberación de Kosovo (ELK), y el auge de sus ataques dio argumentos para una política cada vez más violenta por parte yugoslava, que simplemente se “defendía del terrorismo”. La comunidad internacional no tardó en involucrarse pues la presencia albanesa en la vecina y no tan estable Macedonia podía arrastrar al conflicto a Albania, Bulgaria, Grecia o incluso Turquía.

La secretaria de Estado Madeleine Albright, el presidente francés Jacques Chirac y el secretario general de la OTAN no tardaron en advertir a Milošević. La catástrofe bosnia había aleccionado a la comunidad internacional y los derechos humanos eran una prioridad. Puede que lo más relevante en la escena internacional fuera la creación en La Haya del Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia para enjuiciar los evidentes crímenes de guerra que se cometían a pocos kilómetros de las grandes capitales europeas. En 1998 se declaró competente para enjuiciar los crímenes de Kosovo y el Senado estadounidense le instó a acusar a Milošević de crímenes de guerra, contra la humanidad y genocidio. Pese a la oposición de China y Rusia, Grecia, Ucrania o Bielorrusia a intervenir en Yugoslavia, los asesinatos masivos impulsados por Belgrado a principios de 1999 llevaron a una infructuosa negociación entre Albright y Milošević, que se opuso a retirar sus tropas de la región y a dejar entrar a un contingente extranjero. La guerra llegó el 24 de marzo de 1999. Las tropas de la OTAN causaron un grave daño a Serbia y el 9 de junio Belgrado aceptó retirar sus tropas y fuerzas policiales de Kosovo. La ONU dispuso que una fuerza denominada KFOR bajo el mando de la OTAN ocupara la región. Esta ocupación supuso el final de la década bélica, Milošević fue derrotado en las urnas por Vojislav Koštunica y el nuevo Gobierno, necesitado de ayuda y legitimidad exterior, decidió entregarlo al Tribunal de la Haya.

No cabe duda de que no sólo histórica sino también actualmente esta región europea sea el mayor foco de inestabilidad y tensiones; y por tanto la mayor amenaza para el próspero y unido futuro del viejo continente. Su historia reciente, desde el desmoronamiento de Yugoslavia hasta la actual situación kosovar, ha de recordar a los europeos lo importante de los esfuerzos a realizar en pro de su estabilidad, desarrollo y seguridad. Los Balcanes siguen siendo un mosaico de etnias, religiones e identidades en las que pervive un histórico rencor. Y la respuesta a todos los males es inevitable: el sueño europeo de un futuro común, próspero y sostenible, la integración en la Unión Europea, el mejor ejemplo contemporáneo de que el perdón y olvido son posibles.

La UE es “el” ejemplo a seguir, siendo el continente que ha conseguido minimizar los conflictos, consolidar las democracias, los derechos humanos, y uno de los últimos escollos es este. Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia, buena vecindad, refugiados, minorías o reconstrucción son términos que no hacen necesaria mayor explicación para demostrar que los Balcanes Occidentales, y en especial Serbia y Kosovo deben ser el foco de atención prioritario de los esfuerzos comunitarios, no sólo para convencerse de los éxitos conseguidos, sino también para demostrar al resto del mundo y demostrarse a sí misma que el trauma de los conflictos en el continente europeo está olvidado y que la Unión Europea es lo suficientemente madura para velar por la seguridad y estabilidad más allá de sus fronteras.

Conviene recordar esta parte tan importante de la historia europea, tan reciente pero tan lejana, más aún en la semana en que ha comenzado el juicio por genocidio contra Ratko Mladić. Lamentablemente no parece que haya ningún signo de arrepentimiento por su parte, su expulsión de la sala sugiere más bien lo contrario.

La trascendental cuestión de los Balcanes

Entre 1991 y 1999 cientos de miles de personas bosnias, croatas, serbias y albanesas fueron asesinadas, violadas o torturadas por sus conciudadanos
Javier Arrieta Ferraz
jueves, 7 de julio de 2011, 08:58 h (CET)
La catástrofe que supuso la desintegración de Yugoslavia supuso la vuelta a Europa de unas masacres y de un conflicto de magnitud olvidada desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Yugoslavia estaba compuesta por seis repúblicas, cinco naciones, cuatro lenguas, tres religiones y dos alfabetos; y su historia estaba marcada por numerosos conflictos y un territorio ocupado, dividido y explotado en beneficio de países como Turquía, Reino Unido, Francia, Rusia, Austria, Italia o Alemania. Cuando en 1980 murió Josip Broz Tito, Yugoslavia era la que él había creado en 1945, un Estado Federal compuesto por seis repúblicas y dos regiones serbias autónomas (Voivodina y Kosovo) pero con una historia bien distinta. Mientras que el norte esloveno y croata católico perteneció al Imperio Austrohúngaro; Serbia, Montenegro, Macedonia y Bosnia estuvieron siglos bajo el dominio otomano, por lo que además de los serbios ortodoxos había multitud de musulmanes. Los albaneses eran el grupo que más rápido crecía, con una tasa de natalidad once veces superior a la de croatas o serbios, sirva de ejemplo que en 1931 constituían el 3,6% de la población de Yugoslavia y en 1991 constituían el 82% de la población de Kosovo, una región de gran importancia para los nacionalistas serbios por haber sido el último bastión de resistencia frente a los otomanos en el siglo XIV. Este auge musulmán, unido a las minorías instaladas en Bosnia, se veía como una amenaza por parte de la comunidad serbia.

Por otro lado, desde el norte próspero aumentaba una cierta aversión hacia el sur más pobre. Eslovenia y Croacia estaban al nivel de algunos Estados de la Comunidad Europea mientras que Kosovo, Macedonia y grandes partes de Serbia parecían una prolongación del continente africano. Las cifras de exportaciones, el PIB (el esloveno multiplicaba por dos el serbio, por tres al bosnio y por once al kosovar), o las tasas de analfabetismo o mortalidad infantil no daban ni mucho menos la idea de un Estado compacto. Desde finales de los años 70, el país entró en una dinámica de hiperinflación (mayor al 1000% anual) debido a su política monetaria expansiva, que se decidía en Belgrado pero afectaba por igual a Zagreb o Liubliana.

En medio del vacío de poder político posterior a la muerte de Tito, las exaltaciones nacionalistas fueron el arma que muchos líderes utilizaron para ganarse al pueblo. Es el caso de Slobodan Milošević, presidente de la Liga de los Comunistas de Serbia, que gracias al patriotismo se convirtió en presidente de Serbia en mayo de 1989 y que, con el objetivo de fortalecer la influencia serbia en el conjunto de Yugoslavia, comenzó por privar de su autonomía a Kosovo y Voivodina para construir un Estado más unitario. La salida del comunismo no se produjo por tanto como en la mayoría de los Estados a través de la democracia, sino que la gran diversidad étnica mezclada y las numerosas minorías establecidas en un país ajeno desembocó en una transición marcada por la exacerbación de las identidades nacionales.

El detonante fue Kosovo, donde la etnia albanesa venía sufriendo la clausura de sus instituciones, la represión policial, la privación de toda representación política y el toque de queda. A finales de 1989, Belgrado clausuró la Asamblea regional y pasó a gobernar directamente Kosovo. Esto, unido a la absorción de poder económico por parte de los líderes serbios propició que en enero de 1991 el Parlamento esloveno proclamara la independencia de la República, y en febrero lo hiciera Croacia, seguida de Macedonia. En junio, Eslovenia y Croacia asumieron el control de sus fronteras e iniciaron la secesión.

En Eslovenia el ataque yugoslavo sólo duró unas semanas, pero en el resto de regiones la disgregación fue mucho más sangrienta. Se desataron guerras entre Croacia y la minoría serbia respaldada desde Belgrado que finalizó a principios de 1992, entre la Bosnia recién independizada en marzo de 1992 y los serbios que allí residían; y en enero de 1993 entre los croatas y los musulmanes de Bosnia por un pequeño territorio herzegovino. Los serbios de Bosnia, que proclamaron la República de Srpska con Radovan Karadžić al frente, armados por Belgrado, constituyeron verdaderas tropas irregulares dirigidas o por delincuentes o por ex militares yugoslavos como Ratko Mladić. Practicaron la más criminal de las limpiezas étnicas que se produjeron en la región (300.000 muertos y millones de exiliados).

Finalmente, llegó la guerra de Kosovo, donde se centró Milošević tras ser derrotado en los demás frentes. En junio de 1991 el ministro de Exteriores luxemburgués dijo que era “la hora de Europa”, pero lo cierto es que la Comunidad Europea fue bastante inoperante, en gran medida a causa de la división entre los partidarios de la secesión (Alemania a la cabeza) y los proclives a mantener las fronteras (dirigidos por Francia). Francia y Reino Unido defendían que un acuerdo de paz en contra de los intereses serbios no sólo era injusto sino que sería contraproducente, vista su fuerza y decisión. Esto sin duda fomentó que los serbios abusaran de la situación. EEUU se mantuvo al margen y las Naciones Unidas poco podían hacer pues no había ninguna paz que mantener sobre el terreno. A partir de 1995, y tras haberse remitido los combates, se desplegaron miles de soldados de la Fuerza de Protección de la ONU.

En mayo de ese mismo año, las tropas serbias bombardearon Sarajevo, a lo que la OTAN respondió con ataques a instalaciones serbias en Bosnia. Los serbios entonces tomaron cientos de rehenes de las Fuerzas de Paz de la ONU. La intervención internacional lejos de amedrentar a los serbios, les relanzó. De esta forma, en julio avanzaron hasta una de las denominas “zonas seguras” protegidas por la ONU, que no opuso resistencia alguna, y abandonó el lugar. Se produjo entonces la mayor matanza en suelo europeo desde la Segunda Guerra Mundial: Srebrenica.

La OTAN se limitó a hacer una advertencia oficial que no contuvo a los serbios, que volvieron a bombardear Sarajevo. Al fin la OTAN actuó, Bill Clinton autorizó los bombardeos y esto propició un rápido cese de los combates y desembocó en un acuerdo de paz firmado en París, pero fraguado en Dayton (EEUU), el 14 de Diciembre entre Croacia (representado por Tudjman), los musulmanes de Bosnia (bajo la voz de Izetbegović), y Yugoslavia y los serbobosnios (comandados por Milošević). Se consiguió que el acuerdo no conllevara la partición de Bosnia, lo que habría avalado la limpieza étnica, y se instauró un sistema tripartito de gobierno. Más de quince años después de Dayton las tropas internacionales y el alto representante nombrado para supervisar sobre el terreno siguen en Bosnia, quizá una revelación de la confianza y coordinación entre las tres comunidades.

Finalizada la guerra en Bosnia la comunidad internacional, preocupada por otros asuntos (EEUU elecciones y relaciones con Rusia, UE como siempre con preocupaciones internas), se olvidó de la región. Si bien Milošević había reforzado su posición de cara al exterior, y se veía por los nacionalistas serbios como el culpable de la cesión, lo que promovió que se volcara en Kosovo. La creciente represión hacia los albaneses motivó que muchos se unieran a la resistencia armada en el Ejército de Liberación de Kosovo (ELK), y el auge de sus ataques dio argumentos para una política cada vez más violenta por parte yugoslava, que simplemente se “defendía del terrorismo”. La comunidad internacional no tardó en involucrarse pues la presencia albanesa en la vecina y no tan estable Macedonia podía arrastrar al conflicto a Albania, Bulgaria, Grecia o incluso Turquía.

La secretaria de Estado Madeleine Albright, el presidente francés Jacques Chirac y el secretario general de la OTAN no tardaron en advertir a Milošević. La catástrofe bosnia había aleccionado a la comunidad internacional y los derechos humanos eran una prioridad. Puede que lo más relevante en la escena internacional fuera la creación en La Haya del Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia para enjuiciar los evidentes crímenes de guerra que se cometían a pocos kilómetros de las grandes capitales europeas. En 1998 se declaró competente para enjuiciar los crímenes de Kosovo y el Senado estadounidense le instó a acusar a Milošević de crímenes de guerra, contra la humanidad y genocidio. Pese a la oposición de China y Rusia, Grecia, Ucrania o Bielorrusia a intervenir en Yugoslavia, los asesinatos masivos impulsados por Belgrado a principios de 1999 llevaron a una infructuosa negociación entre Albright y Milošević, que se opuso a retirar sus tropas de la región y a dejar entrar a un contingente extranjero. La guerra llegó el 24 de marzo de 1999. Las tropas de la OTAN causaron un grave daño a Serbia y el 9 de junio Belgrado aceptó retirar sus tropas y fuerzas policiales de Kosovo. La ONU dispuso que una fuerza denominada KFOR bajo el mando de la OTAN ocupara la región. Esta ocupación supuso el final de la década bélica, Milošević fue derrotado en las urnas por Vojislav Koštunica y el nuevo Gobierno, necesitado de ayuda y legitimidad exterior, decidió entregarlo al Tribunal de la Haya.

No cabe duda de que no sólo histórica sino también actualmente esta región europea sea el mayor foco de inestabilidad y tensiones; y por tanto la mayor amenaza para el próspero y unido futuro del viejo continente. Su historia reciente, desde el desmoronamiento de Yugoslavia hasta la actual situación kosovar, ha de recordar a los europeos lo importante de los esfuerzos a realizar en pro de su estabilidad, desarrollo y seguridad. Los Balcanes siguen siendo un mosaico de etnias, religiones e identidades en las que pervive un histórico rencor. Y la respuesta a todos los males es inevitable: el sueño europeo de un futuro común, próspero y sostenible, la integración en la Unión Europea, el mejor ejemplo contemporáneo de que el perdón y olvido son posibles.

La UE es “el” ejemplo a seguir, siendo el continente que ha conseguido minimizar los conflictos, consolidar las democracias, los derechos humanos, y uno de los últimos escollos es este. Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia, buena vecindad, refugiados, minorías o reconstrucción son términos que no hacen necesaria mayor explicación para demostrar que los Balcanes Occidentales, y en especial Serbia y Kosovo deben ser el foco de atención prioritario de los esfuerzos comunitarios, no sólo para convencerse de los éxitos conseguidos, sino también para demostrar al resto del mundo y demostrarse a sí misma que el trauma de los conflictos en el continente europeo está olvidado y que la Unión Europea es lo suficientemente madura para velar por la seguridad y estabilidad más allá de sus fronteras.

Conviene recordar esta parte tan importante de la historia europea, tan reciente pero tan lejana, más aún en la semana en que ha comenzado el juicio por genocidio contra Ratko Mladić. Lamentablemente no parece que haya ningún signo de arrepentimiento por su parte, su expulsión de la sala sugiere más bien lo contrario.

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