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Los grandes mitos sin suerte

El efecto sin fortuna

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Se habla con frecuencia de la suerte como un factor determinante, más allá de la valía, que influye tanto o más a la hora del reconocimiento. Uno de los arquetipos más flagrantes son The Kinks, conocidos vulgarmente como el mejor grupo de pop con la peor suerte del mundo. No hay otra manera de calificar la coincidencia en espacio y tiempo con bandas como The Beatles o The Rolling Stones. Todo el mundo les cita como influencia, pero en su tiempo, el grupo de Ray Davies tenía que hacer el tema perfecto para lograr un número uno en las listas de ventas, mientras los otros los colocaban en lo alto como churros.

Otra forma de malditismo debe inspirar la presencia de Víctor Erice entre los productores españoles. Pues con el guión La promesa de Shanghai (basado en la novela El embrujo de Shanghai de Juan Marsé) bajo el brazo, y a pocos días de empezar el rodaje, vio como Lolafilms decidía cancelar el proyecto, que posteriormente llevaría a cabo Fernando Trueba con distinto libreto. El productor Andrés Vicente Gómez sugirió concesiones comerciales que Erice no estuvo dispuesto a ceder. A pesar de ser Premio Nacional de Cinematografía, premiado en Cannes y San Sebastián, el próximo año se cumplirán dos décadas de su última película; El sol del membrillo. No se entiende que uno de los directores de cine más talentosos caiga en el olvido tras haber dirigido apenas tres películas.

La ciencia tampoco queda bien parada en este ranking. El inventor serbo-croata Nikola Tesla, del que se acaba de publicar su autobiografía Yo y la energía (Turner, 2011) puede considerarse una revolución industrial por sí solo. A él se deben la radio, el motor de corriente alterna, el sistema polifásico de electricidad, los fundamentos de la comunicación inalámbrica, dispositivos de rayos x y otros generadores de gas ionizado o plasma y la turbina sin aspas, por citar algunos. La unidad de inducción magnética lleva su apellido y casi trescientas patentes más en varios países son parte de su legado. Muchos científicos por mucho menos obtienen un premio Nobel. Tesla tuvo unos años de gran reconocimiento, pero su cuesta abajo impidió al mundo enriquecerse con más invenciones. No tenía mente para los negocios, ni tiempo, como es lógico si se repasa su biografía. No debía caber nada en esa cabeza que no fuese creación. Malvendió alguna de sus ideas a terceros para pagar deudas que le arrastrarían durante el resto de su vida. Su vocación no eran las finanzas, sino la energía. Soñaba con obtener una limpia y gratuita para no depender de combustibles fósiles. A ello se empleó, pero sin dinero ya se sabe.

El efecto sin fortuna

Los grandes mitos sin suerte
Luis López
martes, 5 de julio de 2011, 08:07 h (CET)
Se habla con frecuencia de la suerte como un factor determinante, más allá de la valía, que influye tanto o más a la hora del reconocimiento. Uno de los arquetipos más flagrantes son The Kinks, conocidos vulgarmente como el mejor grupo de pop con la peor suerte del mundo. No hay otra manera de calificar la coincidencia en espacio y tiempo con bandas como The Beatles o The Rolling Stones. Todo el mundo les cita como influencia, pero en su tiempo, el grupo de Ray Davies tenía que hacer el tema perfecto para lograr un número uno en las listas de ventas, mientras los otros los colocaban en lo alto como churros.

Otra forma de malditismo debe inspirar la presencia de Víctor Erice entre los productores españoles. Pues con el guión La promesa de Shanghai (basado en la novela El embrujo de Shanghai de Juan Marsé) bajo el brazo, y a pocos días de empezar el rodaje, vio como Lolafilms decidía cancelar el proyecto, que posteriormente llevaría a cabo Fernando Trueba con distinto libreto. El productor Andrés Vicente Gómez sugirió concesiones comerciales que Erice no estuvo dispuesto a ceder. A pesar de ser Premio Nacional de Cinematografía, premiado en Cannes y San Sebastián, el próximo año se cumplirán dos décadas de su última película; El sol del membrillo. No se entiende que uno de los directores de cine más talentosos caiga en el olvido tras haber dirigido apenas tres películas.

La ciencia tampoco queda bien parada en este ranking. El inventor serbo-croata Nikola Tesla, del que se acaba de publicar su autobiografía Yo y la energía (Turner, 2011) puede considerarse una revolución industrial por sí solo. A él se deben la radio, el motor de corriente alterna, el sistema polifásico de electricidad, los fundamentos de la comunicación inalámbrica, dispositivos de rayos x y otros generadores de gas ionizado o plasma y la turbina sin aspas, por citar algunos. La unidad de inducción magnética lleva su apellido y casi trescientas patentes más en varios países son parte de su legado. Muchos científicos por mucho menos obtienen un premio Nobel. Tesla tuvo unos años de gran reconocimiento, pero su cuesta abajo impidió al mundo enriquecerse con más invenciones. No tenía mente para los negocios, ni tiempo, como es lógico si se repasa su biografía. No debía caber nada en esa cabeza que no fuese creación. Malvendió alguna de sus ideas a terceros para pagar deudas que le arrastrarían durante el resto de su vida. Su vocación no eran las finanzas, sino la energía. Soñaba con obtener una limpia y gratuita para no depender de combustibles fósiles. A ello se empleó, pero sin dinero ya se sabe.

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