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Cuando éramos niños nuestros padres nos enseñaron a comportarnos con las personas adultas, a saludar educadamente, a cederles el sitio en el transporte urbano y en apartarnos para dejarlos pasar cuando íbamos por las aceras

La elegancia y el savoire fair en el deporte

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Eran, si se quiere, pequeñas normas que debíamos respetar, pero entrañaban importantes enseñanzas extrapolables al resto de nuestra forma de enfocar la vida con relación al conjunto de personas con las que nos ha tocado convivir. Por desgracia, las nuevas generaciones no parecen darles importancia a lo que para la generalidad de sus integrante eran meros resquicios de un pasado que, para ellos, en la actualidad resultan poco menos que ridículos y que van en contra de “las libertades”, la filosofía relativista de este “yo” egoísta que está por encima del respeto por el resto de personas con las que debemos, necesariamente, compartir nuestras vivencias, y de las que, querámoslo o no, dependemos para poder seguir compitiendo en este mundo en el que, cada día, se nos somete a pruebas que, sin la colaboración de los demás, difícilmente podríamos vencer.

Por desgracia, la pérdida de aquellas costumbres, en gran parte debidas a la degradación de la autoridad de los padres dentro de la familia, al mal ejemplo que, en muchas ocasiones, reciben de sus compañeros de estudios o, incluso, de los mismo docentes y amistades, imbuidos de un modernismo en el que la institución familiar queda degradada por debajo las apetencias y deseos de los hijos; se han impuesto en una sociedad que cada día se va pareciendo más a aquella que convirtió el imperio Romano de Occidente, ante las invasiones de los “bárbaros”, en una mera sombra de lo que había sido. Los partidos de izquierdas, han ido los verdaderos causantes de este cambio de mentalidad de la juventud, propalando la especie de que, la familia, coarta las libertades de sus individuos, que la autoridad paterna no debe existir y, algo que las últimas leyes vienen ratificando, que los padres deben mantener y dar cobijo a sus hijos mientras ellos no decidan independizarse; viéndose obligado a soportar que, si se comportan de forma inconveniente, los maltratan verbal o físicamente o los desobedecen, no se los pueda echar de casa; si son pequeños, no se les pueda castigar físicamente ni, tan siquiera, es posible obligarlos a colaborar con el resto de la familia.

Hay que advertir que, todo ello, ha corrido pareja con furibundos ataques a la Iglesia católica y a sus principios éticos y morales, por parte de comunistas y progresistas libertarios, de modo que, el materialismo y el relativismo, han contribuido eficazmente a que, aquellas enseñanzas que durante siglos habían venido contribuyendo a que se pusiera un freno a determinados comportamientos, excesos y vicios, fueran consideradas como limitaciones a las libertades individuales de forma que, para muchos de las nuevas generaciones, han dejado de constituir un mecanismo de control de nuestros impulsos y tentaciones, a los que se les ha dado libertad para expresarse libremente, fueren cuales fueren sus consecuencias, tanto para el individuo como para con la comunidad.

Si el barón Pierre de Coubertin, el autor de aquellas frases sobre el deporte que tanta trascendencia tuvieron para el renacimientos de los JJ. OO modernos, tales como: “Lo más importante del deporte no es ganar, sino participar, porque lo esencial en la vida no es el éxito, sino esforzarse por conseguirlo.”, o aquella otra: “Olimpia y las Olimpiadas son símbolos de una civilización entera, superior a países, ciudades, héroes militares o religiones ancestrales”, pudiera ver en lo que se han convertido los deportes hoy en día; en el mercantilismo que ha invadido todas las ramas de las actividades deportivas, sin que se salven más que algunos pocos deportes minoritarios, condenados a desaparecer o a ir a trompicones si no consiguen popularizarse; en el abismo de odios, fanatismo, enfrentamientos, juego sucio, chantajes, corrupciones etc. en el que, los más populares, que son aquellos que suelen ser los que más multitudes son capaces de mover y más beneficios consiguen generar ; seguramente se lamentaría de los esfuerzos que tuvo que hacer para defender un deporte limpio y libre de todo lo que no fuere la estricta competición, donde el que estuviera en mejores condiciones físicas y sin utilizar malas artes, pudiera conseguir la victoria.

En España, al parecer, lejos de lo que se pudieran considerar las naturales preferencias de los fans de cada equipo, especialmente, si hablamos del fútbol, el indiscutible deporte rey de los españoles; no nos queda más que aceptar que algunos equipos, tienen un comportamiento completamente ajeno a la deportividad, al respeto al adversario, a lo que se pudiera considerar como el sano reconocimiento de los méritos ajenos, al compañerismo entre los jugadores una vez concluida la confrontación y, especialmente, a la despolitización de cualquier acto deportivo en el que interviniesen, tanto en cuanto al desarrollo del evento como a sus circunstancias, su preparación y la aceptación deportiva de sus resultados.

Estos días un equipo, el Barcelona, que lleva años ganando un puñado de premios en las competiciones nacionales y extranjeras, ha sufrido una serie de abultadas derrotas que le han privado de continuar aspirando a conseguir la Copa de Europa de campeones. Algo que suele pasar ya que, los hombres, no son máquinas y los futbolistas tampoco. Sin embargo, ni la directiva del equipo ni alguno de sus jugadores ( el señor Piqué no sabe tener la boca cerrada) ni mucho menos todos los medios de comunicación, deportivos y extradeportivos, afines al separatismo catalán han sido incapaces de admitir noblemente que fueron vencidos limpiamente por La Juventus, sin que haya sido necesario el ensañarse de forma torticera, irresponsablemente, con falta de toda lógica y con evidente afán de incordiar, con el equipo madrileño que preside la Liga y que, en un partido complicado, con fallos y aciertos del árbitro, consiguieron una espectacular victoria sobre su oponente, el Bayer de Múnich, alemán.

Ya se sabe que, en el tema futbolístico, no se puede pedir a los fans del equipo contrario que se alegren de la victoria de su competidor, pero que, a determinadas alturas de la dirección del equipo, de su propio entrenador ( incapaz de reconocer sus errores e imbuido del mismo sentimiento de repudio absoluto contra su tradicional adversario) y de toda la prensa catalana, que no ha sabido digerir el haber sido eliminados por un equipo que, en teoría, se consideraba inferior al Barcelona; han insistido en hacer el ridículo, demostrar su disgusto, tanto el natural por haber sido eliminados, como el reconcomio que les ha producido el que su rival directo en España haya conseguido, por séptima vez, llegar a las semifinales de la competición europea. Lo peor de esta absoluta falta de deportividad, de este ensañamiento contra el rival y de intentar golpear contra el espolón, cuando se carece de razón para hacerlo es que, hay una parte importante en este odio fundamentada en motivos políticos, que nada tienen que ver con el deporte, ni con los colores del club o los mismos jugadores que forman parte de cada equipo.

Estamos hablando, señores, de lo que en Barcelona se ha dado en decir del Club de Fútbol Barcelona. Se trata, para muchos de sus socios y simpatizantes, de algo, una institución, que es “más que un club”, en el sentido de que el nacionalismo catalán, desde el más humilde ciudadano hasta el mismo presidente de la Generalitat, han querido convertir al equipo catalán en un símbolo, una representación del sentir catalanista favorable a la independencia distinto al aspecto deportivo de la entidad; aunque es cierto que cada victoria que se consigue, cada título que se obtiene o cada galardón que se le concede, aparte de su significado en el campo del deporte, se le da un sentido adicional convirtiéndolo en una especie de hito o victoria del independentismo catalán, como si aquel premio se pudiera proyectar, como un misil, hacia Madrid y la sede del Gobierno español, restregándoles a los españoles aquel “éxito”, no para que todos se alegren de la victoria de un equipo español que, en realidad es lo que es, sino como si Cataluña hubiera conseguido una victoria en su lucha para conseguir su independencia de España.

Lamentable, pero cierto. O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, una vez más tenemos que insistir en que, en este país, se ha permitido que todas las distintas instituciones campasen por sus respetos mientras, especialmente en Cataluña, se han ido reclutando para la causa independentista a toda una serie de instituciones, empezando por los municipios que, en gran mayoría, son adictos a la causa nacionalista; la prensa, en un 90% proclive a una Cataluña independiente y el deporte, con especial atención a este club deportivo, que debiera ser un orgullo para España por sus logros deportivos y, no obstante, ha conseguido que muchos españoles, precisamente por su explícito apoyo a los secesionistas, lo miren con prevención cuando no con antipatía. Un mal camino para restaurar la confianza entre unos y otros.

La elegancia y el savoire fair en el deporte

Cuando éramos niños nuestros padres nos enseñaron a comportarnos con las personas adultas, a saludar educadamente, a cederles el sitio en el transporte urbano y en apartarnos para dejarlos pasar cuando íbamos por las aceras
Miguel Massanet
viernes, 21 de abril de 2017, 00:10 h (CET)
Eran, si se quiere, pequeñas normas que debíamos respetar, pero entrañaban importantes enseñanzas extrapolables al resto de nuestra forma de enfocar la vida con relación al conjunto de personas con las que nos ha tocado convivir. Por desgracia, las nuevas generaciones no parecen darles importancia a lo que para la generalidad de sus integrante eran meros resquicios de un pasado que, para ellos, en la actualidad resultan poco menos que ridículos y que van en contra de “las libertades”, la filosofía relativista de este “yo” egoísta que está por encima del respeto por el resto de personas con las que debemos, necesariamente, compartir nuestras vivencias, y de las que, querámoslo o no, dependemos para poder seguir compitiendo en este mundo en el que, cada día, se nos somete a pruebas que, sin la colaboración de los demás, difícilmente podríamos vencer.

Por desgracia, la pérdida de aquellas costumbres, en gran parte debidas a la degradación de la autoridad de los padres dentro de la familia, al mal ejemplo que, en muchas ocasiones, reciben de sus compañeros de estudios o, incluso, de los mismo docentes y amistades, imbuidos de un modernismo en el que la institución familiar queda degradada por debajo las apetencias y deseos de los hijos; se han impuesto en una sociedad que cada día se va pareciendo más a aquella que convirtió el imperio Romano de Occidente, ante las invasiones de los “bárbaros”, en una mera sombra de lo que había sido. Los partidos de izquierdas, han ido los verdaderos causantes de este cambio de mentalidad de la juventud, propalando la especie de que, la familia, coarta las libertades de sus individuos, que la autoridad paterna no debe existir y, algo que las últimas leyes vienen ratificando, que los padres deben mantener y dar cobijo a sus hijos mientras ellos no decidan independizarse; viéndose obligado a soportar que, si se comportan de forma inconveniente, los maltratan verbal o físicamente o los desobedecen, no se los pueda echar de casa; si son pequeños, no se les pueda castigar físicamente ni, tan siquiera, es posible obligarlos a colaborar con el resto de la familia.

Hay que advertir que, todo ello, ha corrido pareja con furibundos ataques a la Iglesia católica y a sus principios éticos y morales, por parte de comunistas y progresistas libertarios, de modo que, el materialismo y el relativismo, han contribuido eficazmente a que, aquellas enseñanzas que durante siglos habían venido contribuyendo a que se pusiera un freno a determinados comportamientos, excesos y vicios, fueran consideradas como limitaciones a las libertades individuales de forma que, para muchos de las nuevas generaciones, han dejado de constituir un mecanismo de control de nuestros impulsos y tentaciones, a los que se les ha dado libertad para expresarse libremente, fueren cuales fueren sus consecuencias, tanto para el individuo como para con la comunidad.

Si el barón Pierre de Coubertin, el autor de aquellas frases sobre el deporte que tanta trascendencia tuvieron para el renacimientos de los JJ. OO modernos, tales como: “Lo más importante del deporte no es ganar, sino participar, porque lo esencial en la vida no es el éxito, sino esforzarse por conseguirlo.”, o aquella otra: “Olimpia y las Olimpiadas son símbolos de una civilización entera, superior a países, ciudades, héroes militares o religiones ancestrales”, pudiera ver en lo que se han convertido los deportes hoy en día; en el mercantilismo que ha invadido todas las ramas de las actividades deportivas, sin que se salven más que algunos pocos deportes minoritarios, condenados a desaparecer o a ir a trompicones si no consiguen popularizarse; en el abismo de odios, fanatismo, enfrentamientos, juego sucio, chantajes, corrupciones etc. en el que, los más populares, que son aquellos que suelen ser los que más multitudes son capaces de mover y más beneficios consiguen generar ; seguramente se lamentaría de los esfuerzos que tuvo que hacer para defender un deporte limpio y libre de todo lo que no fuere la estricta competición, donde el que estuviera en mejores condiciones físicas y sin utilizar malas artes, pudiera conseguir la victoria.

En España, al parecer, lejos de lo que se pudieran considerar las naturales preferencias de los fans de cada equipo, especialmente, si hablamos del fútbol, el indiscutible deporte rey de los españoles; no nos queda más que aceptar que algunos equipos, tienen un comportamiento completamente ajeno a la deportividad, al respeto al adversario, a lo que se pudiera considerar como el sano reconocimiento de los méritos ajenos, al compañerismo entre los jugadores una vez concluida la confrontación y, especialmente, a la despolitización de cualquier acto deportivo en el que interviniesen, tanto en cuanto al desarrollo del evento como a sus circunstancias, su preparación y la aceptación deportiva de sus resultados.

Estos días un equipo, el Barcelona, que lleva años ganando un puñado de premios en las competiciones nacionales y extranjeras, ha sufrido una serie de abultadas derrotas que le han privado de continuar aspirando a conseguir la Copa de Europa de campeones. Algo que suele pasar ya que, los hombres, no son máquinas y los futbolistas tampoco. Sin embargo, ni la directiva del equipo ni alguno de sus jugadores ( el señor Piqué no sabe tener la boca cerrada) ni mucho menos todos los medios de comunicación, deportivos y extradeportivos, afines al separatismo catalán han sido incapaces de admitir noblemente que fueron vencidos limpiamente por La Juventus, sin que haya sido necesario el ensañarse de forma torticera, irresponsablemente, con falta de toda lógica y con evidente afán de incordiar, con el equipo madrileño que preside la Liga y que, en un partido complicado, con fallos y aciertos del árbitro, consiguieron una espectacular victoria sobre su oponente, el Bayer de Múnich, alemán.

Ya se sabe que, en el tema futbolístico, no se puede pedir a los fans del equipo contrario que se alegren de la victoria de su competidor, pero que, a determinadas alturas de la dirección del equipo, de su propio entrenador ( incapaz de reconocer sus errores e imbuido del mismo sentimiento de repudio absoluto contra su tradicional adversario) y de toda la prensa catalana, que no ha sabido digerir el haber sido eliminados por un equipo que, en teoría, se consideraba inferior al Barcelona; han insistido en hacer el ridículo, demostrar su disgusto, tanto el natural por haber sido eliminados, como el reconcomio que les ha producido el que su rival directo en España haya conseguido, por séptima vez, llegar a las semifinales de la competición europea. Lo peor de esta absoluta falta de deportividad, de este ensañamiento contra el rival y de intentar golpear contra el espolón, cuando se carece de razón para hacerlo es que, hay una parte importante en este odio fundamentada en motivos políticos, que nada tienen que ver con el deporte, ni con los colores del club o los mismos jugadores que forman parte de cada equipo.

Estamos hablando, señores, de lo que en Barcelona se ha dado en decir del Club de Fútbol Barcelona. Se trata, para muchos de sus socios y simpatizantes, de algo, una institución, que es “más que un club”, en el sentido de que el nacionalismo catalán, desde el más humilde ciudadano hasta el mismo presidente de la Generalitat, han querido convertir al equipo catalán en un símbolo, una representación del sentir catalanista favorable a la independencia distinto al aspecto deportivo de la entidad; aunque es cierto que cada victoria que se consigue, cada título que se obtiene o cada galardón que se le concede, aparte de su significado en el campo del deporte, se le da un sentido adicional convirtiéndolo en una especie de hito o victoria del independentismo catalán, como si aquel premio se pudiera proyectar, como un misil, hacia Madrid y la sede del Gobierno español, restregándoles a los españoles aquel “éxito”, no para que todos se alegren de la victoria de un equipo español que, en realidad es lo que es, sino como si Cataluña hubiera conseguido una victoria en su lucha para conseguir su independencia de España.

Lamentable, pero cierto. O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, una vez más tenemos que insistir en que, en este país, se ha permitido que todas las distintas instituciones campasen por sus respetos mientras, especialmente en Cataluña, se han ido reclutando para la causa independentista a toda una serie de instituciones, empezando por los municipios que, en gran mayoría, son adictos a la causa nacionalista; la prensa, en un 90% proclive a una Cataluña independiente y el deporte, con especial atención a este club deportivo, que debiera ser un orgullo para España por sus logros deportivos y, no obstante, ha conseguido que muchos españoles, precisamente por su explícito apoyo a los secesionistas, lo miren con prevención cuando no con antipatía. Un mal camino para restaurar la confianza entre unos y otros.

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