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Ser contracultural hoy significa enfrentarse a la corrección política imperante

Contracultura

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Vivimos en una dictadura de lo políticamente correcto. Se ha impuesto poco a poco, casi sin que nos demos cuenta, y ahora es demasiado tarde. Hay determinadas cosas que ya no se pueden decir, salvo que uno esté dispuesto a sentirse rechazado y a ser considerado un loco o un “fascista”.

La libertad del ser humano está en ser uno mismo, en poder actuar y vivir de acuerdo con la forma de ser de cada uno. Lo políticamente correcto, al impedir que cada uno se exprese según lo que siente y piensa, se convierte, por tanto, en el mayor ataque contra la libertad que se ha lanzado en los últimos tiempos. Y lo peor es que es un ataque que procede de nosotros mismos. La sociedad, en conjunto, ha decidido sacrificar la libertad individual pensando que así podría mejorar la convivencia entre los ciudadanos.

Esta tiranía de lo políticamente correcto afecta también, si no sobre todo, a la cultura. Se da la paradoja de que vivimos en una de las épocas que más posibilidades culturales ofrece y, sin embargo, nos sentimos obligados a seguir una única corriente que da lugar a una uniformidad artística sin precedentes. Mientras tanto, vemos cómo se organizan certámenes artísticos que se definen como alternativos o contraculturales, cuando son precisamente el más claro reflejo del pensamiento imperante.

Lo verdaderamente contracultural no es hacer una exposición en la que se ridiculizan iconos que con frecuencia, y erróneamente, se identifican con el poder establecido. Hace mucho tiempo que eso dejó de ser contracultural. En el siglo XIX podía ser atrevido cargar contra el trono y el altar, pero, hoy en día, hacer caricaturas del poder y ridiculizar las religiones no supone ningún ataque escandaloso contra las bases ideológicas de la sociedad. Es posible que lo realmente contracultural fuera hacer justamente lo contrario.

Ocurre lo mismo con la investigación histórica. Se intenta imponer una historia oficial en la que se vuelcan universidades, institutos y otros organismos siguiendo un patrón cuya única regla es la corrección política. Y cuando alguien se salta el patrón, es criminalizado por la sociedad.

¿Dónde queda entonces la contracultura? Ser contracultural es hoy más que nunca sinónimo de ser libre. Significa ser poseedor de libertad, entendida como la capacidad y la valentía para decir y hacer lo que realmente se cree, más allá del juicio que ello le merezca al resto de individuos.

La labor del arte y de la cultura no es sólo ser reflejo de una sociedad, de un momento histórico, sino también mostrar la individualidad del autor. Y desgraciadamente, en la literatura, el arte y el pensamiento de hoy, resulta difícil encontrar muestras de individualidad, pues la tiranía de lo políticamente correcto está acabando con ella. Con el tiempo aparecerá, seguro, algún valiente. Hasta entonces, deberíamos dejar de hablar de contracultura.

Contracultura

Ser contracultural hoy significa enfrentarse a la corrección política imperante
Guillermo Valiente Rosell
jueves, 20 de abril de 2017, 00:22 h (CET)
Vivimos en una dictadura de lo políticamente correcto. Se ha impuesto poco a poco, casi sin que nos demos cuenta, y ahora es demasiado tarde. Hay determinadas cosas que ya no se pueden decir, salvo que uno esté dispuesto a sentirse rechazado y a ser considerado un loco o un “fascista”.

La libertad del ser humano está en ser uno mismo, en poder actuar y vivir de acuerdo con la forma de ser de cada uno. Lo políticamente correcto, al impedir que cada uno se exprese según lo que siente y piensa, se convierte, por tanto, en el mayor ataque contra la libertad que se ha lanzado en los últimos tiempos. Y lo peor es que es un ataque que procede de nosotros mismos. La sociedad, en conjunto, ha decidido sacrificar la libertad individual pensando que así podría mejorar la convivencia entre los ciudadanos.

Esta tiranía de lo políticamente correcto afecta también, si no sobre todo, a la cultura. Se da la paradoja de que vivimos en una de las épocas que más posibilidades culturales ofrece y, sin embargo, nos sentimos obligados a seguir una única corriente que da lugar a una uniformidad artística sin precedentes. Mientras tanto, vemos cómo se organizan certámenes artísticos que se definen como alternativos o contraculturales, cuando son precisamente el más claro reflejo del pensamiento imperante.

Lo verdaderamente contracultural no es hacer una exposición en la que se ridiculizan iconos que con frecuencia, y erróneamente, se identifican con el poder establecido. Hace mucho tiempo que eso dejó de ser contracultural. En el siglo XIX podía ser atrevido cargar contra el trono y el altar, pero, hoy en día, hacer caricaturas del poder y ridiculizar las religiones no supone ningún ataque escandaloso contra las bases ideológicas de la sociedad. Es posible que lo realmente contracultural fuera hacer justamente lo contrario.

Ocurre lo mismo con la investigación histórica. Se intenta imponer una historia oficial en la que se vuelcan universidades, institutos y otros organismos siguiendo un patrón cuya única regla es la corrección política. Y cuando alguien se salta el patrón, es criminalizado por la sociedad.

¿Dónde queda entonces la contracultura? Ser contracultural es hoy más que nunca sinónimo de ser libre. Significa ser poseedor de libertad, entendida como la capacidad y la valentía para decir y hacer lo que realmente se cree, más allá del juicio que ello le merezca al resto de individuos.

La labor del arte y de la cultura no es sólo ser reflejo de una sociedad, de un momento histórico, sino también mostrar la individualidad del autor. Y desgraciadamente, en la literatura, el arte y el pensamiento de hoy, resulta difícil encontrar muestras de individualidad, pues la tiranía de lo políticamente correcto está acabando con ella. Con el tiempo aparecerá, seguro, algún valiente. Hasta entonces, deberíamos dejar de hablar de contracultura.

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