Es evidente que la señora alcaldesa de Barcelona, señora Adda Colau, no deja de sorprendernos desde que dejó su tarea de activista profesional, agitadora de convicción y antisistema de vocación, para dedicarse a formar parte integrante del sistema; cambiar sus enfrentamientos con las fuerzas del orden público, para pasar a ocupar el puesto de Alcaldesa con poder de mando sobre ellas; dejar de ser la líder de los revienta ejecuciones hipotecarias para convertirse en protectora, defensora y ángel de la guarda de los okupas, los manteros y los parias sociales. Lo cierto es que, quién la ha visto y la ve, no puede dejar de notar el cambio radical que el poder ha causado en esta señora, en la actualidad en estado de buena esperanza, tanto en lo que respecta a su forma de vestir, de engalanarse, de ocuparse de su imagen física y de expresarse aunque, evidentemente, no haya abdicado ni un ápice de sus ideas revolucionarias, sus obsesiones comunistas, sus dislates municipales y su manía por acabar con el turismo y quienes viven de él en la ciudad de Barcelona que, si de ella sola dependiera, es seguro que a la Ciudad Condal no llegaría ni una simple barca de remos.
Evidentemente, que debemos condenar y condenamos el que, un indeseable, un psicópata y uno de los muchos que han intentado convertir las redes sociales en vertederos de basura, se expresara en un mensaje de forma grosera, hortera e intolerable, llamándola “puta catalana” y “perra” y amenazándola con “violarla”, añadiendo al mensaje una imagen de una pistola con la que remataba su “hazaña” de descerebrado. Estas acciones, como la publicación de un miembro de ERC, amenazando con cortarle la cabeza a un miembro del PP, dan idea de la facilidad con la que, algunos indeseables, pueden utilizar las redes para, impunemente, insultar, amenazar o chantajear a cualquier persona a la que quieran hacer daño. Hay que decir, y no me duelen prendas admitirlo, que la dirección de ERC ha pedido excusas y ha expulsado al autor del desaguisado tan pronto como ha tenido noticia del hecho.
Pero junto a este hecho incalificable, no podemos dejar pasar uno de estos comentarios que, la alcaldesa de Barcelona, se ve en la obligación de hacer, para que se note que no es ajena a lo que pasa fuera de su municipio y, a la vez, dejar constancia de que está en contra de toda clase de violencia y que sus sentimientos siempre están a favor de los desvalidos. En un tuit, comentando el lanzamiento de los EE. UU de una bomba de gran potencia que, por lo visto, según las informaciones facilitadas por Afganistán, causó la muerte a más de 90 talibanes que estaban escondidos en una red de túneles en los que almacenaban importantes reservas de material de guerra para utilizar en la guerra que mantienen en Siria e Irak; la alcaldesa se ha expresado con las siguientes frases: “¿Por qué los medios usan la expresión ‘la madre de todas las bombas’. Las madres creamos la vida para disfrutarla y cuidarla, no para exterminarla”.
Es evidente que la señora Colau pretende rizar el rizo cuando intenta darle la vuelta a una frase, una simple metáfora, seguramente inspirada en aquella famosa batalla en Irak a la que se definió como “la madre de todas las batallas”, sin que a nadie se le ocurriera relacionar aquella cruenta batalla con la maternidad, sino dándole el sentido de que la importancia y la magnitud de aquellos acontecimientos situaron a aquella guerra en la cima de todas las guerras que hasta aquella fecha se habían librado. No obstante, a algunos nos llama la atención el que, la señora Adda Colau, destacada feminista y defensora a ultranza de los derechos de las mujeres y del, puesto en cuestión por muchos españoles entre los cuales me encuentro, derecho al aborto, considerado como una de las facultades de las mujeres a deshacerse de los fetos cuando consideran que constituyen un estorbo para lo que llaman sus libertades, su derecho a su propio cuerpo o su lícito ejercicio del coito, sin tomar las debidas precauciones para evitar el embarazo.
A muchos nos gustaría que la señora Colau, que tanto amor tiene por sus hijos, algo completamente natural, lo extendiera a todas estas criaturas, con el mismo derecho a nacer que tuvo ella, que no pudieron escoger cuando sus padres naturales lo concibieron en un momento de pasión incontrolada, sin pararse a tomar las más elementales precauciones y protecciones para evitar que la concepción se consumase. Esta preocupación por qué el vocablo “madre” se utilice en su sentido más vulgar, también requiere que sea extensivo a todas aquellas mujeres que, siendo madres, se olvidan de las responsabilidades, los deberes, las servidumbres y los sacrificios que se les piden a las mujeres para que sean dignas de ser llamadas como tales.
Y es que la señora Colau y el consistorio que preside, se han mostrado siempre beligerantes con los desahucios de aquellas familias en las que hubiera miembros menores de edad, de tal modo que, en una ocasión en la que se acusó a los mossos de haber actuado en un desahucio con una cierta dureza, ella reaccionó diciendo: “Los derechos de los niños han de prevalecer”. Puede ser que, como sucede en muchas ocasiones el “sentimentalismo” sea una forma muy rentable de hacerse propaganda, algo que, seguramente, no ocurriría ni la beneficiaría ante sus votantes, la mayoría comunistas, si lo extendiera a la defensa de los “derechos” del nasciturus, un ser con los mismo atributos que cualquier otro recién nacidos, con vida propia y con la única diferencia de encontrarse en el útero de su madre, preparándose para ser una persona cuando haya completado todas las etapas de su crecimiento preparturiento.
Es evidente que la señora Colau no tiene tiempo para ocuparse directamente de su hijo y, ahora menos, cuando dé a luz, felizmente esperamos, a su segunda criatura. Es posible que se ocupe de ellos su marido o que tengan a alguien que se haga cargo de ellos cuando su madre no pueda hacerlo; sin embargo, no ha renunciado a la maternidad ni ha considerado un obstáculo para su carrera política (cada vez más complicada desde que se ha propuesto crear un nuevo partido, distinto de Podemos, en Cataluña) el concebir en su vientre un nuevo ser. ¿Cómo se explica que, siendo así, siendo evidente su amor maternal y demostrando que, cuando se quiere, no representa un trauma tener un hijo, se pueda seguir manteniendo, junto a las feministas, en que el sacrificio de un feto es algo intrascendente y justificable?
No comparto en absoluto las ideas de la señora Colau, no me parece que esté preparada ni tenga las facultades precisas para hacerse cargo de una alcaldía, tan complicada, como es la de Barcelona; no entiendo su conversión de una inadaptada y antisistema a la de involucrarse en un sistema constitucional ni me parece que, el porvenir que nos espera a los catalanes si ella va extendiendo su poder sea, ni mucho menos, el mejor que pudiéramos esperar. Pero, aparte de las ideas políticas, de la especial manera de contemplar una forma de gobierno y de los sentimiento e ideales de cada persona y, por encima de ello, debiera existir una moral o ética superior, que defendiera el derecho a nacer de cada niño o, al menos, la imposición legal a las madres embarazadas para que tuvieran la obligación de terminar de gestarlos, con las ayudas sociales precisas si fueran necesarias, para que pudieran ser dados en adopción a tantas familias que, tan necesitadas están de adoptar al no poder concebir, al tener problemas de salud o desear aumentar su familia, cuando ya se han producido la etapa de infertilidad, y se es lo suficientemente joven para ocuparse de otro recién nacido.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, sentimos la necesidad de poner nuestro grano de arena, denunciando esta absurda, inmoral, insana y terrible carnicería que se produce por las clínicas abortistas en nuestra nación, en la que se sacrifican, ignominiosamente, a más de cien mil fetos al año, simplemente porque muchas mujeres, inconscientes, insolidarias, despreocupadas o egoístas deciden acabar con su embarazo, simplemente porque les resulta molesto, les incomoda o les impide llevar una vida de libertinaje. Evidentemente, no es una cuestión religiosa ni siquiera de ética, es algo más, es la demostración de lo bajo que puede caer el ser humano cuando antepone su egoísmo al cumplimiento de sus deberes con la madre naturaleza.