Te enteras de multitud de cosas, unas serán ciertas y otras no. Siempre habrá que conceder el beneficio de la duda. Podrá ser, decimos, y transigimos. Y no lo haremos, como católicos, cuando lo que se dice, o se pone en tela de juicio, son verdades de Fe.
Me he ido un poco del tema que me ocupa en este momento. Hace tiempo leí, me enteré y nadie ha dicho nada en contra, que el genoma del chimpancé y el humano solo se diferenciaban en un 3%. Escribí entonces que parece mentira que toda la espiritualidad del hombre– y de la mujer, también – el poco soporte genético que poseen.
Pero ahora leo en un periódico- cómo nos gustan y nos seducen los monos-que hay chimpancés tan listos, capaces de comunicarse con los humanos. Así lo atestiguan los Fouts (matrimonio Deborah y Roger ), después de 40 años de estudios con un peculiar chimpancé que es capaz de hacerlo y trasmitir sus conocimientos a sus hijos, es decir a su familia.
“Llevan a cabo sus experimentos conWashoe,chimpancé nacido en África en 1965 y que falleció en Washington en 2002. Aprendió un montón de palabras – no recuerdo cuantas – del lenguaje de signos americano. Capaz de pedir comida, cariño o expresar tristeza. Y la pregunta que hacían a los admirados lectores : ¿ Puede un chimpancé mentir, comentar el tiempo con sus congéneres, o reclamar una golosina utilizando el “chantaje” emocional?. Aunque parezca sorprendente, la respuesta es, sí.
El chantaje emocional para reclamar una golosina, no me lo imagino, la vedad. Como tampoco haciendo un” corte de mangas”. La mentira es un recurso humano, por lo que se ve, heredado de ciertos monos si, como dicen algunos, procedemos de ellos, y perfeccionada con el paso del tiempo. Y hay tantos tipos de mentiras y de embusteros, que es difícil catalogarlos.
Hay mentiras de las llamadas piadosas. Hay mentiras suculentas y vanidosas. Hay mentirosos compulsivos y los hay partidistas y financieros.
Ante tanta mentira cabe preguntarse: ¿Mentimos porque descendemos del mono? ¡No! Pero si pienso que en el afán por mentir, hemos enseñado a hacerlo al chimpancé, y cuarenta años enseñándole me parecen muchos años para dedicarlos a que aprenda algo tan vergonzoso como es la mentira. Y es triste que muchos la utilicen como estandarte en determinados momentos – coyunturales- de su vida.