En su gran obra (por cierto, muy poco leída), El Criterio, ya nos advertía Jaime Balmes, hace siglo y medio, contra la ilusión de creer que la abundancia de periódicos es sinónimo de buena información.
Comparación de periódicos
“Creen algunos”, afirma el filósofo catalán, “que, con respecto a los países donde está en vigor la libertad de imprenta, no es muy difícil encontrar la verdad” . Porque “teniendo todo linaje de intereses y opiniones un periódico que les sirve de órgano, los unos desvanecen los errores de los otros, brotando del cotejo la luz de la verdad” .
De este modo, bastaría con disponer de paciencia, interés y tiempo, para comparar las distintas informaciones, ofrecidas por los distintos periódicos. “No se necesita más que paciencia en leer, cuidado en comparar, tino en discernir y prudencia en juzgar”.
Balmes piensa que, ya en su día, todo esto no era más que una ilusión: los periódicos, por su propia naturaleza, no pueden informar de todo, ni con respecto a las personas ni con respecto a las cosas.
Los periódicos y la política
Por ejemplo, y seguimos hablando de los tiempos de Don Jaime (mediados del siglo XVIII), se podían encontrar periódicos dedicados a ensalzar y alabar sin medida a una figura política. O, en general, a los políticos de su mismo color. Igualmente, por supuesto, siempre se podía encontrar otro periódico dedicado, “a manos llenas”, a degradar e insultar al mismo político, o a los políticos de su color, mientras ensalza a los políticos de signo contrario.
“¿Qué sacáis en limpio de toda esta barahúnda?”, pregunta Don Jaime. Porque, o bien ambos periódicos mantienen principios políticos contrapuestos, cuyo lugar de debate está en los tratados de teoría política, o bien se limitan, en la mayor parte de los casos, a emitir juicios políticos o morales contrapuestos, sin ninguna base racional.
Si nuestro interés estriba en acercarnos, de algún modo, a la verdad en lo que a política se refiere, no obtendremos nada de la lectura y comparación de los periódicos. Incluso, si no conocemos nada de teoría política o económica y tampoco conocemos mínimamente la trayectoria del político en cuestión, es muy probable que sólo consigamos aumentar nuestra confusión.
La opinión pública y la venta de diarios
Curiosamente, cuando los asuntos aireados por los periódicos despiertan un gran interés en la opinión pública (e implican, diríamos, una mayor venta de diarios), Balmes se sorprende de que parezca “que se miente de común acuerdo”. Y, de este modo, quien sólo se informa a través de la lectura de los periódicos, incluso en el extraño caso de que se lean varios de distintas tendencias, se limitará a extraer “términos medios” y se formará “los más equivocados conceptos sobre los hombres y sobre las cosas” .
Por otro lado, no hay que obviar que los medios de comunicación también están sujetos al “temor de ser denunciados, de indisponerse con ciertas personas”. Un periódico es, al fin y al cabo, una empresa y, como tal, está fundamentalmente interesada en la rentabilidad económica. Todo ello, sin contar con las circunstancias personales de cada escritor del periódico.
“Conviene no olvidar estas advertencias”, concluye Don Jaime, “si se quiere saber algo más en la política de lo que anda en este mundo como moneda falsa, de muchos reconocida, pero recíprocamente aceptada, sin que por eso se equivoquen los inteligentes sobre su peso y su ley”.
Hoy continuamos informándonos sólo por los periódicos o los telediarios
Leyendo estas consideraciones de Balmes, uno se sorprende, una vez más, como siempre que se lee a los clásicos, de los poco que ha avanzado la civilización en cierto aspectos. Hoy, continuamos siendo una “opinión pública” que se informa, en el mejor de los casos, a través de los periódicos y de los diarios de televisión y, en casos excepcionales, por medio de la comparación de distintas fuentes, a su vez, de distintas tendencias.
Y hoy, más que nunca, los periódicos y los medios de comunicación en general son empresas sujetas a un fuerte entorno competitivo y enfocadas, como tales empresas, a la maximización de beneficios. Pero, actualmente, lo que vende, lo que reporta más beneficios a los medios es el sensacionalismo, el “corazón”.
Los titulares sensacionalistas
Quizá por ello, los titulares de los periódicos, sobre todo, de las versiones digitales, se han vuelto cada vez más sensacionalistas, más cazadores del “clic” del lector, independientemente de la cuestión sobre la que se informe: “Terror nuclear”, “El Euribor se dispara”, “La Bolsa de desploma”. En muchas ocasiones, incluso, el cuerpo de la noticia desmiente al propio titular; pero sabemos que, en muchas ocasiones, los lectores sólo leen el titular de la noticia.
La corrección política
Luego, tenemos el factor de la “corrección política” y los presupuestos ideológicos de cada medio de comunicación. Además de hacerse con un mercado, hay que mantenerlo. Y, para ello, existen cuestiones fijas que hay que tratar siempre del mismo modo para no perder la clientela: hay que ser crítico, siempre, con el gobierno (o no serlo nunca), hay que ser alarmista con respecto al calentamiento global, hay que parecer progresista, incluso en medios conservadores, hay que cuestionar, siempre, a la Iglesia Católica…
Los columnistas
Y, por fin, nos encontramos con los columnistas, como es el caso de un servidor. El lector tiende a creer que el articulista es un experto en el asunto sobre el que escribe. Y, en algunos casos, así es. Sin embargo, en otros muchos, un columnista es alguien que cree tener algo que decir y a quien se le ha concedido la oportunidad y el espacio para hacerlo.
La cuestión no reside tanto en poseer ciertos conocimientos, como en atreverse. Simplemente. Por tanto, nada garantiza una especial autoridad del que escribe en una columna. Incluso, en ocasiones, nada nos garantiza que el articulista tenga un mínimo conocimiento de los asuntos que pretende analizar. No resulta nada raro leer afirmaciones que la teoría económica refutó hace décadas, o confusiones entre los que es conservadurismo y liberalismo, o entre liberalismo y socialdemocracia, o afirmaciones históricas, simplemente, falsas y, en fin, todo tipo de atrocidades contra ciencias y saberes establecidas desde hace tiempo.
La verdadera información
En fin, no es nuestra intención restar legitimidad a un tipo de empresa, como cualquier otro. Sólo es cuestión de situar las cosas en sus justos términos: por mucho que hayan proliferado los medios de comunicación, la “verdadera información” continúa estando en los libros.