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El trabajo de Alejandra, que como a todo el mundo, “no gustaba demasiado”

Alejandra Alejandra, mujer sonde las haya. Sí Señor (VIII)

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Unnamed 6

Alejandra siempre fue a trabajar como quien va sobre nubes, evitando obstáculos y no viendo nunca demasiado los malos tratos de nadie. Iba al grano. Sabía sus funciones y las desempeñaba. No quería problemas que la hundieran.

Eso era todo lo que esperaba de su trabajo, y cobrar a fin de mes.

Le costó mucho mantenerse allí, pero siempre se culpaba de ello. Los demás, declarados inocentes. Tenía la costumbre de ver en los demás “la perfección”.

Quería llevarse bien sin profundizar en relaciones sociales con los compañeros, pues la mayoría eran de las zonas más desfavorecidas de Caracas, de las que estaban peor social y económicamente, eran distintos a ella. Sólo llevarse bien, era su meta. Lo básico para poder ir a trabajar todos los días y ganarse la vida como una persona de su edad debe hacerlo.

Pero, ellos siempre la habían engañado.

Eso tenía que tener un precio. Sin pagarlo no valdría de nada todos los esfuerzos de tantos años, era una mujer vengativa.

Cuando subía por las escaleras del edificio para llegar a la planta séptima, en la que tenía su puesto, se dio cuenta, al mirar por una ventana, que habían sacado la carpa de reuniones que habían instalado en el exterior, aquella que les había costado tan cara. Aquella que era de color blanco y beige y con picachos al puro estilo ruso.

El centro de trabajo había sido ampliado y había nuevas dependencias, pero ella seguía donde estaba, pero, aunque deseaba ganar un poco más, era feliz en sus funciones.

Le gustaba su trabajo, pero no que le tomaran el pelo y ellos… lo habían hecho a la perfección día tras día.

Era una editorial importante con libros de famosos escritores y gran tirada de copias. La función de Alejandra era elaborar las portadas de los libros y elegir un motivo de presentación para la portada y la contraportada.

Era un trabajo que le gustaba mucho y que aprendió a hacer fácilmente.

En ocasiones, ella misma iba a sacar fotografías de hermosos paisajes, que luego, retocadas en ordenador se convertían en un bonito motivo. Tenía buen gusto. Era una artista.

Llegó a ser una buena diseñadora de libros. También elegía el tipo de letra, diferenciándola, si eran poesías, cuentos o novelas. Lo tenía todo totalmente estudiado. En ocasiones pasaba los disquetes con los libros por el corrector ortográfico y se daba cuenta de que los escritores tenían muchos errores. Pensó entonces que hasta ella podía serlo.

Un fin de semana en su casa empezó a escribir una novela de las memorias de una abuela. Se pasó horas delante del ordenador componiendo las palabras como si se tratase de un músico con su nueva melodía. Esa novela le quedó muy bonita. Le llevó sólo cien folios, pero llegó a ser muy leída. En la editorial pensaron en publicársela, y ella aceptó gustosa.

En otra ocasión escribió cuentos de dos o tres folios sobre el cerdito Simeón, Pocha Minia y Nenita (tres gatitos traviesotes que hacían imposible la vida a su dueña), La Cascada de los Milagros, hizo un cuento de la vida de María Moñitos Cheintellx, una novela: Siempre presente (el recuerdo de un ser muerto querido), Anahí (una chica guapa pero pobre a la que le sonrió la fortuna), Popito de Luz (un elefantito blanco que hacía todo tipo de acrobacias), Musculita Forte, (una mujer que hacía pesas y se transformó en toda una figura de la halterofilia), el Zorrito Feroz (que llegó a ser una dulce criatura del bosque cuando unos niños empezaron a cuidar de el con muchos mimos), Rubí por el día y Perla oscura durante la noche (una mujer que se transformaba como un camaleón, de mil personalidades distintas según las horas del día), Picardía solitaria y pura (un hombre de doble vida que engañaba a dos mujeres, pero que a ninguna … amaba).

También escribió una hermosa narración sobre la obra de Rómulo Gallegos. Le había leído todas sus novelas. Leyera párrafos de Camilo José Cela, Arturo Uslar Prieti, Eduardo Mendoza, Fernando Fernán Gómez, Pablo Neruda, Franz Kafka, Rosalía de Castro, Federico García Lorca, Frederick Forsyth, Manuel Vicente Romero García, Luís Martín Santos, Teresa de la Parra, Eugenio Ionesco, Rafael Sánchez Ferlosio, Gabriel García Márquez y tantos otros.

Ella se sentía preparada para escribir y podía, sin duda, hacerlo. Mal o bien, pero se sentía capacitada.

Ella no se chupaba el dedo, pero quería ir despacio.

También sabía que para ser escritor había que tener años y experiencias, muchas experiencias, buenas, regulares y malas.

Su profesora de Latín y Filosofía siempre dijera que escribía muy bien. Que tenía talento y buen gusto para narrar y describir.

Ella solía hacerlo por las noches, como un entretenimiento, un relajamiento antes de dormir.

Escribía uno o dos folios y se iba a la cama.

Se conformaba con lo escrito, no rectificaba. La sabiduría le vendría con el tiempo, pero aún era muy joven. Tenía que esperar.

Le gustaba contar hechos del pasado hasta llegar al presente.

Le gustaba escogerles nombres bonitos a sus protagonistas.

Le gustaba un final feliz. Le gustaba escuchar historias de otros e incluirlas en sus cuentos.

Le gustaba que la leyesen. Le gustaba, en definitiva, escribir.

Con los años, su talento se fue perfeccionando. Tuvo que esperar, pero valió la pena. Los resultados fueron visibles y ella no dudó en contárselo a todos. Su trabajo estaba dando buenísimos beneficios.

Era genial la transformación que estaba experimentando. La llegaron a admirar en el trabajo…

Cada vez se sentía más realizada como escritora y con las puertas más abiertas a un nuevo y prometedor mundo.

Mostraba satisfecha sus resultados.

Se los alababan, no les quedaba más remedio. Eran buenísimos trabajos literarios.

El sitio en que trabajaba era una gran empresa pintada de verde por dentro y por fuera. Había cinco mil empleados buscándose un puesto en el mundo de la novela, el cuento, o la poesía, a parte de ser personal laboral de la empresa. Pero más de la mitad no tenía estudios universitarios.

A ella le gustó en especial un cuento de una administrativa que narraba la historia de un periodista llamado Eleazar Peñuela, que al morirle su esposa se casó con su secretaria Enma, con la que venía manteniendo relaciones desde hacía mucho tiempo. Recién casados, lo curioso, es que nunca se hablaban demasiado, y es que ya se lo contaran todo en los ratos libres del trabajo.

Cuando murió su primera esposa, le contó a la enfermera del lugar que su muerte era realmente fea, era morada. Luego de decirlo, expiró su último aliento.

No habían tenido hijos, pero Eleazar encontrara una vez un gatito negro en la calle al que llamó Pocho, el Pochito, y le cuido como si de su hijo se tratase.

Ese gatito escribía con el por las noches y le indicaba cuando tenía que irse a la cama, porque le parecería, había trabajado demasiado ya lo suficiente como para ganarse sus croquetas. Pocho recibió todos los mimos de un niño.

Ghiertuy Eleazar era un hombre culto, sabía dar respuesta a todas las preguntas de historia y geografía que se le hicieran. Era una enciclopedia abierta al mundo. Llegó a ser Director de un prestigioso periódico, El Observador de hoy por hoy, no te lo pierdas, de Caracas y fue padrino de promoción de muchos fisioterapeutas y médicos. Enma Rhafiellichie siempre le quiso por su dinero y prestigio. Ella era colombiana y nunca se había casado. Cuando le llegó el momento, no dudo en cogerlo por los cuernos.

De Secretaria pasó a ser la mujer de un famoso periodista y Director de nada más y nada menos que El Universal.

Cuando enfermaba, Eleazar pedía que le cerrasen la puerta de la habitación del hospital con llave, pues alguien podía venir con malas intenciones de noche, pedía, además, que alguien se quedara despierto velando por él, y, por supuesto, armado con una pistola.

Esa unión solucionó la vida a Enma y la alejó un poco de la brujería y las supersticiones. Su casa parecía un rincón de brujas, a saber de que pueblo. Daba miedo estar allí pues no se sabía si sus procedimientos eran blancos o negros, sanos o malísimos.

Vivía en un sitio llamado “El Guertyculiett”. Era una urbanización bonita, pero su piso estaba lleno de luces de diferentes colores, budas, monedas, ramitas de quien sabe qué cosa.

Cuando se casó con Eleazar se fue a vivir con él en un piso grande de cinco habitaciones, pero esta vez muy bien amueblado, situado en “Las Baxchonhiedars”.

En el fondo fueron felices y siempre habían deseado casarse, estar juntos y tener su nidito de amor sin tapujos de la ya ahora difunta. Su sueño se hizo realidad, y no era un cuento de hadas. Tuvieron que esperar muchos años.

A Shiedurjh Eleazar le costó sacarle todas esas costumbres que había adquirido Enma, quizás por vivir sola tantos años. Su unión hizo felices a muchos que sabían de su aventura e infelices a otros. De cualquier forma fue así, para bien o para mal.

Enma Rhafiellichie era una mujer con cara de perro a la que le gustaba vestirse de flores y mantener la línea, estar delgada. Esa historia le gustó a Alejandra.

También le gustó otra escrita por un conserje de la empresa sobre una mujer que dedicó su vida a colocar perros, gatos y pájaros, con buenos y malos resultados, por desgracia, en ocasiones.

Esa señora era alemana y tenía una casa grande que llenó de animales que recogía por la calle y luego llamaba de casa en casa ofreciéndolos y hablando del beneficio de tener una mascota en el hogar. Convencía a la gente sin lugar a dudas, que enseguida cogía uno, pero que luego, en más de una ocasión abandonaban y eso no estaba nada bien.

Sufría mucho esa mujer cada vez que veía uno de sus recién colocados compañeros, de nuevo en calle.

Pero ella seguía en su labor, a penas veía uno, le cogía, le curaba, le mimaba, le vacunaba, y “chas”, le colocaba, como fuere.

Ella lo hacía.

Lo malo era que sus animalitos muchas veces no se llevaban bien unos con los otros y ella tenía que separarlos. Afortunadamente, tenía espacio. Ponía nombre a todos ellos, todo un ejemplo del cuidado y respeto de la naturaleza.

Todos debíamos seguir su ejemplo. Pero asegurarnos de colocarlos bien.

Todos debíamos aprender de esta historia.

Su labor la hizo muy conocida y aunque hubo quienes la criticaron, como era una persona de dinero, lograba lo que quería. Nadie la pisaba en su buena obra y eso “que esas cosas” todo el mundo quiere pisarlas.

Con el tiempo se hizo muy conocida y hasta le pedían mascotas desde otras partes del mundo.

Los animales que más le gustaba colocar eran los de pelo corto, los que tenían alguna enfermedad, los que les faltaba algún miembro.

Nada la detenía.

Otra historia interesante que gustó a Alejandra fue la de Pili, casada con Pancracio. Pili era una mujer que le gustaba vivir la vida y no sentirse “casada”, aunque lo estuviera. Era una mujer de muchos hombres. No quería realmente a Pancracio y le reventó el estómago con veneno. Fue una labor de muchos meses. Pero lo logró.

Pancracio ingresó en el Hospital muy enfermo y murió luego de una pesada operación que tuvo en vilo a sus familiares.

Pili entonces vio su oportunidad de ser realmente libre y empezó a vestirse de minifaldas y con amplios escotes. A Alejandra le gustaban mucho los escotes y las minifaldas y en muchas ocasiones, sin saber porque, la libertad en el amor. ¿Por qué someterse al matrimonio?. El amor es libre. ¿Por qué se habría casado ella?...

Ella enseñaba sus muslos en las calles y hasta el más tonto sabía lo que estaba buscando algo. Le aparecieron varios candidatos en una noche que ella no desaprovechó.

Pero para volver a casarse, necesitaba algo más, necesitaba dinero. Y ella vivía modestamente y tenía por delante terminar de criar a sus dos hijos.

Pili tuvo muchas noches de pasión en la cama de Pancracio. Además gritó muchas veces a su hija por verles a escondidas mientras hacía el amor con desconocidos, el conserje, el panadero y el mendigo, entre otros.

Disfrutó como nadie el estar viuda. Como nadie. Era la verdadera viuda alegre.

Sus hijos fueron lentamente acostumbrándose a su madre.

Comenzaron a ver normal esa situación. Su madre era una fresca.

El mayor se fue pronto de casa, pero la pequeña aún se quedó unos años. En ellos, hasta su madre para hacer dinero intentó venderla en más de una ocasión y cobrar por ella, en esta ocasión se lo permitía.

Pero su hija no estaba preparada para tal aventura difícil, no sabía aún por dónde quería que fuese su vida.

No le gustaban los hombres que le buscaba su madre. Desesperada porque su cuerpo ya iba siendo tan visto que ya no la buscaban, se pintaba los labios de rojo pasión y golpeaba a su hija por no servir a sus propósitos hasta que un día la niña se fue de casa a mendigar con unos barbudos, unos sin techo que se ofrecieron a cuidarla bien, como a una hija.

Luego se supo consiguió un puesto de servicio en unos almacenes, donde, por cierto, abusaron de ella, pero no le importaba, no era su madre la que lo hacía.

Esta nueva vida la convertiría en una verdadera mujer, entregada al mundo, pero también libre.

Alejandra Alejandra, mujer sonde las haya. Sí Señor (VIII)

El trabajo de Alejandra, que como a todo el mundo, “no gustaba demasiado”
Aurora Peregrina Varela Rodriguez
domingo, 16 de abril de 2017, 11:13 h (CET)

Unnamed 6

Alejandra siempre fue a trabajar como quien va sobre nubes, evitando obstáculos y no viendo nunca demasiado los malos tratos de nadie. Iba al grano. Sabía sus funciones y las desempeñaba. No quería problemas que la hundieran.

Eso era todo lo que esperaba de su trabajo, y cobrar a fin de mes.

Le costó mucho mantenerse allí, pero siempre se culpaba de ello. Los demás, declarados inocentes. Tenía la costumbre de ver en los demás “la perfección”.

Quería llevarse bien sin profundizar en relaciones sociales con los compañeros, pues la mayoría eran de las zonas más desfavorecidas de Caracas, de las que estaban peor social y económicamente, eran distintos a ella. Sólo llevarse bien, era su meta. Lo básico para poder ir a trabajar todos los días y ganarse la vida como una persona de su edad debe hacerlo.

Pero, ellos siempre la habían engañado.

Eso tenía que tener un precio. Sin pagarlo no valdría de nada todos los esfuerzos de tantos años, era una mujer vengativa.

Cuando subía por las escaleras del edificio para llegar a la planta séptima, en la que tenía su puesto, se dio cuenta, al mirar por una ventana, que habían sacado la carpa de reuniones que habían instalado en el exterior, aquella que les había costado tan cara. Aquella que era de color blanco y beige y con picachos al puro estilo ruso.

El centro de trabajo había sido ampliado y había nuevas dependencias, pero ella seguía donde estaba, pero, aunque deseaba ganar un poco más, era feliz en sus funciones.

Le gustaba su trabajo, pero no que le tomaran el pelo y ellos… lo habían hecho a la perfección día tras día.

Era una editorial importante con libros de famosos escritores y gran tirada de copias. La función de Alejandra era elaborar las portadas de los libros y elegir un motivo de presentación para la portada y la contraportada.

Era un trabajo que le gustaba mucho y que aprendió a hacer fácilmente.

En ocasiones, ella misma iba a sacar fotografías de hermosos paisajes, que luego, retocadas en ordenador se convertían en un bonito motivo. Tenía buen gusto. Era una artista.

Llegó a ser una buena diseñadora de libros. También elegía el tipo de letra, diferenciándola, si eran poesías, cuentos o novelas. Lo tenía todo totalmente estudiado. En ocasiones pasaba los disquetes con los libros por el corrector ortográfico y se daba cuenta de que los escritores tenían muchos errores. Pensó entonces que hasta ella podía serlo.

Un fin de semana en su casa empezó a escribir una novela de las memorias de una abuela. Se pasó horas delante del ordenador componiendo las palabras como si se tratase de un músico con su nueva melodía. Esa novela le quedó muy bonita. Le llevó sólo cien folios, pero llegó a ser muy leída. En la editorial pensaron en publicársela, y ella aceptó gustosa.

En otra ocasión escribió cuentos de dos o tres folios sobre el cerdito Simeón, Pocha Minia y Nenita (tres gatitos traviesotes que hacían imposible la vida a su dueña), La Cascada de los Milagros, hizo un cuento de la vida de María Moñitos Cheintellx, una novela: Siempre presente (el recuerdo de un ser muerto querido), Anahí (una chica guapa pero pobre a la que le sonrió la fortuna), Popito de Luz (un elefantito blanco que hacía todo tipo de acrobacias), Musculita Forte, (una mujer que hacía pesas y se transformó en toda una figura de la halterofilia), el Zorrito Feroz (que llegó a ser una dulce criatura del bosque cuando unos niños empezaron a cuidar de el con muchos mimos), Rubí por el día y Perla oscura durante la noche (una mujer que se transformaba como un camaleón, de mil personalidades distintas según las horas del día), Picardía solitaria y pura (un hombre de doble vida que engañaba a dos mujeres, pero que a ninguna … amaba).

También escribió una hermosa narración sobre la obra de Rómulo Gallegos. Le había leído todas sus novelas. Leyera párrafos de Camilo José Cela, Arturo Uslar Prieti, Eduardo Mendoza, Fernando Fernán Gómez, Pablo Neruda, Franz Kafka, Rosalía de Castro, Federico García Lorca, Frederick Forsyth, Manuel Vicente Romero García, Luís Martín Santos, Teresa de la Parra, Eugenio Ionesco, Rafael Sánchez Ferlosio, Gabriel García Márquez y tantos otros.

Ella se sentía preparada para escribir y podía, sin duda, hacerlo. Mal o bien, pero se sentía capacitada.

Ella no se chupaba el dedo, pero quería ir despacio.

También sabía que para ser escritor había que tener años y experiencias, muchas experiencias, buenas, regulares y malas.

Su profesora de Latín y Filosofía siempre dijera que escribía muy bien. Que tenía talento y buen gusto para narrar y describir.

Ella solía hacerlo por las noches, como un entretenimiento, un relajamiento antes de dormir.

Escribía uno o dos folios y se iba a la cama.

Se conformaba con lo escrito, no rectificaba. La sabiduría le vendría con el tiempo, pero aún era muy joven. Tenía que esperar.

Le gustaba contar hechos del pasado hasta llegar al presente.

Le gustaba escogerles nombres bonitos a sus protagonistas.

Le gustaba un final feliz. Le gustaba escuchar historias de otros e incluirlas en sus cuentos.

Le gustaba que la leyesen. Le gustaba, en definitiva, escribir.

Con los años, su talento se fue perfeccionando. Tuvo que esperar, pero valió la pena. Los resultados fueron visibles y ella no dudó en contárselo a todos. Su trabajo estaba dando buenísimos beneficios.

Era genial la transformación que estaba experimentando. La llegaron a admirar en el trabajo…

Cada vez se sentía más realizada como escritora y con las puertas más abiertas a un nuevo y prometedor mundo.

Mostraba satisfecha sus resultados.

Se los alababan, no les quedaba más remedio. Eran buenísimos trabajos literarios.

El sitio en que trabajaba era una gran empresa pintada de verde por dentro y por fuera. Había cinco mil empleados buscándose un puesto en el mundo de la novela, el cuento, o la poesía, a parte de ser personal laboral de la empresa. Pero más de la mitad no tenía estudios universitarios.

A ella le gustó en especial un cuento de una administrativa que narraba la historia de un periodista llamado Eleazar Peñuela, que al morirle su esposa se casó con su secretaria Enma, con la que venía manteniendo relaciones desde hacía mucho tiempo. Recién casados, lo curioso, es que nunca se hablaban demasiado, y es que ya se lo contaran todo en los ratos libres del trabajo.

Cuando murió su primera esposa, le contó a la enfermera del lugar que su muerte era realmente fea, era morada. Luego de decirlo, expiró su último aliento.

No habían tenido hijos, pero Eleazar encontrara una vez un gatito negro en la calle al que llamó Pocho, el Pochito, y le cuido como si de su hijo se tratase.

Ese gatito escribía con el por las noches y le indicaba cuando tenía que irse a la cama, porque le parecería, había trabajado demasiado ya lo suficiente como para ganarse sus croquetas. Pocho recibió todos los mimos de un niño.

Ghiertuy Eleazar era un hombre culto, sabía dar respuesta a todas las preguntas de historia y geografía que se le hicieran. Era una enciclopedia abierta al mundo. Llegó a ser Director de un prestigioso periódico, El Observador de hoy por hoy, no te lo pierdas, de Caracas y fue padrino de promoción de muchos fisioterapeutas y médicos. Enma Rhafiellichie siempre le quiso por su dinero y prestigio. Ella era colombiana y nunca se había casado. Cuando le llegó el momento, no dudo en cogerlo por los cuernos.

De Secretaria pasó a ser la mujer de un famoso periodista y Director de nada más y nada menos que El Universal.

Cuando enfermaba, Eleazar pedía que le cerrasen la puerta de la habitación del hospital con llave, pues alguien podía venir con malas intenciones de noche, pedía, además, que alguien se quedara despierto velando por él, y, por supuesto, armado con una pistola.

Esa unión solucionó la vida a Enma y la alejó un poco de la brujería y las supersticiones. Su casa parecía un rincón de brujas, a saber de que pueblo. Daba miedo estar allí pues no se sabía si sus procedimientos eran blancos o negros, sanos o malísimos.

Vivía en un sitio llamado “El Guertyculiett”. Era una urbanización bonita, pero su piso estaba lleno de luces de diferentes colores, budas, monedas, ramitas de quien sabe qué cosa.

Cuando se casó con Eleazar se fue a vivir con él en un piso grande de cinco habitaciones, pero esta vez muy bien amueblado, situado en “Las Baxchonhiedars”.

En el fondo fueron felices y siempre habían deseado casarse, estar juntos y tener su nidito de amor sin tapujos de la ya ahora difunta. Su sueño se hizo realidad, y no era un cuento de hadas. Tuvieron que esperar muchos años.

A Shiedurjh Eleazar le costó sacarle todas esas costumbres que había adquirido Enma, quizás por vivir sola tantos años. Su unión hizo felices a muchos que sabían de su aventura e infelices a otros. De cualquier forma fue así, para bien o para mal.

Enma Rhafiellichie era una mujer con cara de perro a la que le gustaba vestirse de flores y mantener la línea, estar delgada. Esa historia le gustó a Alejandra.

También le gustó otra escrita por un conserje de la empresa sobre una mujer que dedicó su vida a colocar perros, gatos y pájaros, con buenos y malos resultados, por desgracia, en ocasiones.

Esa señora era alemana y tenía una casa grande que llenó de animales que recogía por la calle y luego llamaba de casa en casa ofreciéndolos y hablando del beneficio de tener una mascota en el hogar. Convencía a la gente sin lugar a dudas, que enseguida cogía uno, pero que luego, en más de una ocasión abandonaban y eso no estaba nada bien.

Sufría mucho esa mujer cada vez que veía uno de sus recién colocados compañeros, de nuevo en calle.

Pero ella seguía en su labor, a penas veía uno, le cogía, le curaba, le mimaba, le vacunaba, y “chas”, le colocaba, como fuere.

Ella lo hacía.

Lo malo era que sus animalitos muchas veces no se llevaban bien unos con los otros y ella tenía que separarlos. Afortunadamente, tenía espacio. Ponía nombre a todos ellos, todo un ejemplo del cuidado y respeto de la naturaleza.

Todos debíamos seguir su ejemplo. Pero asegurarnos de colocarlos bien.

Todos debíamos aprender de esta historia.

Su labor la hizo muy conocida y aunque hubo quienes la criticaron, como era una persona de dinero, lograba lo que quería. Nadie la pisaba en su buena obra y eso “que esas cosas” todo el mundo quiere pisarlas.

Con el tiempo se hizo muy conocida y hasta le pedían mascotas desde otras partes del mundo.

Los animales que más le gustaba colocar eran los de pelo corto, los que tenían alguna enfermedad, los que les faltaba algún miembro.

Nada la detenía.

Otra historia interesante que gustó a Alejandra fue la de Pili, casada con Pancracio. Pili era una mujer que le gustaba vivir la vida y no sentirse “casada”, aunque lo estuviera. Era una mujer de muchos hombres. No quería realmente a Pancracio y le reventó el estómago con veneno. Fue una labor de muchos meses. Pero lo logró.

Pancracio ingresó en el Hospital muy enfermo y murió luego de una pesada operación que tuvo en vilo a sus familiares.

Pili entonces vio su oportunidad de ser realmente libre y empezó a vestirse de minifaldas y con amplios escotes. A Alejandra le gustaban mucho los escotes y las minifaldas y en muchas ocasiones, sin saber porque, la libertad en el amor. ¿Por qué someterse al matrimonio?. El amor es libre. ¿Por qué se habría casado ella?...

Ella enseñaba sus muslos en las calles y hasta el más tonto sabía lo que estaba buscando algo. Le aparecieron varios candidatos en una noche que ella no desaprovechó.

Pero para volver a casarse, necesitaba algo más, necesitaba dinero. Y ella vivía modestamente y tenía por delante terminar de criar a sus dos hijos.

Pili tuvo muchas noches de pasión en la cama de Pancracio. Además gritó muchas veces a su hija por verles a escondidas mientras hacía el amor con desconocidos, el conserje, el panadero y el mendigo, entre otros.

Disfrutó como nadie el estar viuda. Como nadie. Era la verdadera viuda alegre.

Sus hijos fueron lentamente acostumbrándose a su madre.

Comenzaron a ver normal esa situación. Su madre era una fresca.

El mayor se fue pronto de casa, pero la pequeña aún se quedó unos años. En ellos, hasta su madre para hacer dinero intentó venderla en más de una ocasión y cobrar por ella, en esta ocasión se lo permitía.

Pero su hija no estaba preparada para tal aventura difícil, no sabía aún por dónde quería que fuese su vida.

No le gustaban los hombres que le buscaba su madre. Desesperada porque su cuerpo ya iba siendo tan visto que ya no la buscaban, se pintaba los labios de rojo pasión y golpeaba a su hija por no servir a sus propósitos hasta que un día la niña se fue de casa a mendigar con unos barbudos, unos sin techo que se ofrecieron a cuidarla bien, como a una hija.

Luego se supo consiguió un puesto de servicio en unos almacenes, donde, por cierto, abusaron de ella, pero no le importaba, no era su madre la que lo hacía.

Esta nueva vida la convertiría en una verdadera mujer, entregada al mundo, pero también libre.

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