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Hace más de dos siglos, un ilustrado espía catalán se zambulló en el mundo de los moros con la misión de propiciar un cambio político en Marruecos

El sueño de un Califa catalán en Marruecos

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En 1990 el afamado director de cine marroquí Souheil Ben Barka dirigió su película sobre la batalla de los tres reyes, que este martes será exhibida en Rabbat.

La batalla de los tres reyes, o de Alcazarquivir, es recordada por haber encontrado en ella la muerte tres monarcas, Sebastian I de Portugal, Muhammad Al Mutawakil y Abd El Malik, estos últimos sultanes saaditas en disputa.

La película narra cómo contra toda prudencia, el rey de Portugal había decidido auxiliar al depuesto sultán saadi Mutawakil, encontrando la muerte el 4 de agosto de 1578, a orillas del río Wed Al Makhazin.

Souheil Ben-Barka (nacido el 25 de diciembre de 1942) ha dirigido siete películas entre 1974 y 2002, siendo laureado en 1983 con el Premio de Oro en el prestigioso festival de cine de Moscú, por su película Amok. En 1987 fue distinguido como miembro del Jurado del mismo Festival.

El consagrado cineasta ha emprendido este año el filme más ambicioso de la cinematografía marroquí, que contará con treinta mil participantes y un presupuesto de varios millones de euros.

El proyecto, que actualmente está siendo rodado en Italia, narrará la biografía completa de Domingo Badía, más conocido como Ali Bey Abbassi, un aventurero español que a principios del siglo XIX recorrió Marruecos y parte del Imperio Otomano haciéndose pasar por príncipe turco, una versión española de Richard Francis Burton con medio siglo de antelación. Fue también uno de los primeros europeos en ingresar a La Meca, y el mismo Burton reconoció haberse basado en sus apuntes.

Ali Bey en realidad era personificado por Domingo Badía, un aventurero catalán nacido en la Barcelona de 1767.

Varias anécdotas previas a su zambullida en el mundo árabe dan idea de su temeridad y espíritu aventurero. Consta que en 1795, el Consejo Supremo de Castilla había autorizado a Badía montar un globo aerostático, aunque no logró hacerlo volar.

Cuentan también que su plan para invadir Portugal anticipó la estrategia seguida una década más tarde por Napoleón..

Registran las crónicas que en abril de 1801 se entrevistó con el Primer Ministro del rey Carlos IV Manuel Godoy y Alvarez de Faria, logrando convencerlo de financiar la aventura que pretendía emprender en Marruecos, donde prometió lograr cambios políticos si accedían a proveerle una generosa financiación de unos tres mil reales diarios.

Dice la leyenda que la idea entusiasmó al Primer Ministro, quien convenció al Rey, y así fue como surgió el personaje del califa catalán Alí Bey, nombre con el cual se presentó en el consulado español de Tánger con la falsa identidad de príncipe Abassi.

Badía representó su papel a la perfección, para hacerlo había aprendido árabe en Córdoba, había estudiado usos y costumbres islámicas e incluso se había hecho circuncidar, práctica llamada “al-khitan” por los musulmanes.

Con el pretexto de ganarse la confianza de Mulay Sulayman y convencerle de que aceptase a España como protectora, con el generoso subsidio de Godoy, Badía recorrió lo que hoy es Marruecos, Argelia, Libia, Egipto, Arabia, Turquía y Grecia.

Años después sorprendería sirviendo al mismo Napoleón Bonaparte, cuya confianza logró ganarse, arrancándole una carta de recomendación dirigida a su hermano José I de España, también recordado como Pepe Botellas.

José Bonaparte lo nombró alcalde Córdoba en abril de 1810, cargo del que disfrutó por quince meses, introduciendo el cultivo de algodón, papa y remolacha. En 1816 su obra titulada “Viajes de Ali Bey” se convertiría en una especie de best seller, siendo publicada en Inglaterra, Alemania y Francia en dos volúmenes.

Dos años después, intentó retomar su papel de ficticio príncipe otomano, con la nueva identidad de Ali Othman, pero fue descubierto por espías británicos quienes decidieron deshacerse de él. Un bajá (pachá) al servicio de Su Majestad, lo invitó a un banquete y le sirvió una infusión de veneno.

La leyenda, fábula de la historia, siempre sobrevive a la realidad, como siempre se puede destilar la realidad de la fábula.

Curiosamente, en el caso del califa catalán, el hilo de la historia de un valeroso y legendario exponente del espíritu español de principios del siglo XIX, no lo retoma un íbero sino el marroquí Souheil Ben Barka.

Quizá, para confirmar una vez más, aquello de que todo profeta solo es bien recibido en tierra extraña, tal cual lo dice una verdad tantas veces revelada.

El sueño de un Califa catalán en Marruecos

Hace más de dos siglos, un ilustrado espía catalán se zambulló en el mundo de los moros con la misión de propiciar un cambio político en Marruecos
Luis Agüero Wagner
domingo, 16 de abril de 2017, 11:10 h (CET)
En 1990 el afamado director de cine marroquí Souheil Ben Barka dirigió su película sobre la batalla de los tres reyes, que este martes será exhibida en Rabbat.

La batalla de los tres reyes, o de Alcazarquivir, es recordada por haber encontrado en ella la muerte tres monarcas, Sebastian I de Portugal, Muhammad Al Mutawakil y Abd El Malik, estos últimos sultanes saaditas en disputa.

La película narra cómo contra toda prudencia, el rey de Portugal había decidido auxiliar al depuesto sultán saadi Mutawakil, encontrando la muerte el 4 de agosto de 1578, a orillas del río Wed Al Makhazin.

Souheil Ben-Barka (nacido el 25 de diciembre de 1942) ha dirigido siete películas entre 1974 y 2002, siendo laureado en 1983 con el Premio de Oro en el prestigioso festival de cine de Moscú, por su película Amok. En 1987 fue distinguido como miembro del Jurado del mismo Festival.

El consagrado cineasta ha emprendido este año el filme más ambicioso de la cinematografía marroquí, que contará con treinta mil participantes y un presupuesto de varios millones de euros.

El proyecto, que actualmente está siendo rodado en Italia, narrará la biografía completa de Domingo Badía, más conocido como Ali Bey Abbassi, un aventurero español que a principios del siglo XIX recorrió Marruecos y parte del Imperio Otomano haciéndose pasar por príncipe turco, una versión española de Richard Francis Burton con medio siglo de antelación. Fue también uno de los primeros europeos en ingresar a La Meca, y el mismo Burton reconoció haberse basado en sus apuntes.

Ali Bey en realidad era personificado por Domingo Badía, un aventurero catalán nacido en la Barcelona de 1767.

Varias anécdotas previas a su zambullida en el mundo árabe dan idea de su temeridad y espíritu aventurero. Consta que en 1795, el Consejo Supremo de Castilla había autorizado a Badía montar un globo aerostático, aunque no logró hacerlo volar.

Cuentan también que su plan para invadir Portugal anticipó la estrategia seguida una década más tarde por Napoleón..

Registran las crónicas que en abril de 1801 se entrevistó con el Primer Ministro del rey Carlos IV Manuel Godoy y Alvarez de Faria, logrando convencerlo de financiar la aventura que pretendía emprender en Marruecos, donde prometió lograr cambios políticos si accedían a proveerle una generosa financiación de unos tres mil reales diarios.

Dice la leyenda que la idea entusiasmó al Primer Ministro, quien convenció al Rey, y así fue como surgió el personaje del califa catalán Alí Bey, nombre con el cual se presentó en el consulado español de Tánger con la falsa identidad de príncipe Abassi.

Badía representó su papel a la perfección, para hacerlo había aprendido árabe en Córdoba, había estudiado usos y costumbres islámicas e incluso se había hecho circuncidar, práctica llamada “al-khitan” por los musulmanes.

Con el pretexto de ganarse la confianza de Mulay Sulayman y convencerle de que aceptase a España como protectora, con el generoso subsidio de Godoy, Badía recorrió lo que hoy es Marruecos, Argelia, Libia, Egipto, Arabia, Turquía y Grecia.

Años después sorprendería sirviendo al mismo Napoleón Bonaparte, cuya confianza logró ganarse, arrancándole una carta de recomendación dirigida a su hermano José I de España, también recordado como Pepe Botellas.

José Bonaparte lo nombró alcalde Córdoba en abril de 1810, cargo del que disfrutó por quince meses, introduciendo el cultivo de algodón, papa y remolacha. En 1816 su obra titulada “Viajes de Ali Bey” se convertiría en una especie de best seller, siendo publicada en Inglaterra, Alemania y Francia en dos volúmenes.

Dos años después, intentó retomar su papel de ficticio príncipe otomano, con la nueva identidad de Ali Othman, pero fue descubierto por espías británicos quienes decidieron deshacerse de él. Un bajá (pachá) al servicio de Su Majestad, lo invitó a un banquete y le sirvió una infusión de veneno.

La leyenda, fábula de la historia, siempre sobrevive a la realidad, como siempre se puede destilar la realidad de la fábula.

Curiosamente, en el caso del califa catalán, el hilo de la historia de un valeroso y legendario exponente del espíritu español de principios del siglo XIX, no lo retoma un íbero sino el marroquí Souheil Ben Barka.

Quizá, para confirmar una vez más, aquello de que todo profeta solo es bien recibido en tierra extraña, tal cual lo dice una verdad tantas veces revelada.

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