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¿En qué momento decidimos que un sistema político se ha vuelto decadente?

Camino al olvido a golpe de tuiteo

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WASHINGTON - El punto de inflexión en mi caso es la noticia de Anthony Weiner. Quiero decir, venga ya. Tal vez esté demasiado chapado a la antigua, pero desconfío de los políticos que tuitean desde el momento en que se puso de moda. ¿En serio nos hace falta alentarles a limitar sus ideas a 140 caracteres o hacerles creer que queremos conocer sus vidas con el mismo detalle que esperamos de estrellas del pop o de figuras del deporte?

Y ahora las redes sociales nos han conducido a donde la naturaleza humana siempre nos amenazó con llevarnos: a tocar fondo. De esta forma, el legislador de la oposición Demócrata que hablaba más alto y más rápido es sorprendido enviando fotografías de dudoso gusto de su persona a extrañas. Mintió al respecto, finalmente lo reconoció, y luego se hizo un nudo su garganta.

La autodestrucción de Weiner es un tremendo golpe a los que programan las parrillas de la televisión por cable, y motivo de cierta tristeza para los izquierdistas faltos de efectivos dispuestos a cargar desde sus cinco minutos de gloria a los cinco minutos siguientes.

Cada adjetivo negativo que se está vertiendo contra Weiner tiene razón. "Ofensivo" sirve. Lo sorprendente es que la 36 edición del Manual de Gestión de Escándalos le ofrecía la forma de salir airoso. Siempre que le sorprendan, confiese de inmediato, dígase víctima de alguna terrible adicción desde el minuto cero, ingrese en rehabilitación y desaparezca un tiempo.

Muy pocas veces se piden cuentas en los tiempos que corren cuando se transforma una pérdida de virtud en un cuadro clínico. Y al hacer esto, se evita el problema de involucrar a amigos y aliados a la hora que defenderte de una cuestión de la que te sabes culpable. Hay muy poca simpatía hacia Weiner entre sus colegas legisladores porque muchos dieron por buenas sus negaciones y ahora se sienten tirados.

Bien, siempre desconfío de los que hacen lo que estoy a punto de hacer: se coge un sórdido escándalo sexual del que la gente lee porque a la gente le gusta leer sobre sórdidos escándalos sexuales, y a continuación se utiliza para demostrar una idea. Pero el episodio Weiner me llamó la atención en un sentido que lo diferencia de otros. Marca el culmen de varios meses durante los que los espectáculos relacionados con comportamientos masculinos escandalosos han dominado la actualidad -- John Ensign y John Edwards, por ejemplo - en un momento en que el futuro del país está realmente en el aire. (El escándalo de Bill Clinton se desarrolló cuando estábamos en buena forma, una de las razones de que sobreviviera).

Súmese a esto la tendencia de los medios a preferir la cobertura de personajes que los medios crearon desde el principio (Sarah Palin y Donald Trump, sobre todo) en lugar de ocuparse del problema de presentarse a presidente y pensar lo que quieren decir.

No tengo ninguna simpatía en concreto hacia las opiniones políticas de los conservadores Mitt Romney, Tim Pawlenty o Rick Santorum, pero por lo menos ellos hacen política. De ahí que: los inusuales comentarios de Palin acerca de Paul Revere recibieran mucha más atención que la intervención sobre economía de Pawlenty esta semana. Recayó en los blogueros políticos como Ezra Klein en el Washington Post la tarea de desbrozar las ideas de Pawlenty. De ahí que: la gira en autobús de Palin por la costa de New Hampshire recibiera por lo menos la misma atención que el anuncio de Romney de una candidatura real en directo.

Pero no todo es culpa de los medios. Tampoco esto va de políticos que se portan mal en su vida privada. Gran parte de lo que ahora mismo se hace pasar por debate consiste de gestos ideológicos irritantes. Las noticias económicas decepcionantes recientes no han cambiado ni un ápice las posturas del debate del déficit de Washington. Las grandes cifras se reparten por doquier -- el Senador Jon Kyl dijo el martes que el acuerdo Republicano encaminado a elevar el umbral de endeudamiento exigiría 2,5 billones de dólares en recortes -- con pocas preguntas acerca de la forma en que tales recortes afectarán a la gente de a pie, al crecimiento económico futuro o a nuestra capacidad de invertir en nosotros. Ah, pero es que intentar dar respuesta a esas preguntas nos distrae de la noticia de Weiner.

DE ACUERDO, la mayor parte de nosotros siempre prestaremos atención a los escándalos sexuales, y los temores apocalípticos son normalmente una forma de paranoia. Pero somos una superpotencia de graves problemas económicos. Estamos actuando como si fuéramos un país con todo el tiempo del mundo para aplazar nuestros problemas satisfaciendo fantasías ideológicas y haciendo hincapié en fantasías de políticos díscolos.

Britney Spears, muy apropiadamente supongo, tiene una pegadiza canción con el estribillo "Sigue bailando hasta que se acabe el mundo". Ya me perdonará por preguntarme si su canción será la banda sonora de algún documental futuro acerca de nuestro declive nacional si no nos ponemos muy serios, dentro de muy poco.

Camino al olvido a golpe de tuiteo

¿En qué momento decidimos que un sistema político se ha vuelto decadente?
E. J. Dionne
viernes, 10 de junio de 2011, 06:59 h (CET)
WASHINGTON - El punto de inflexión en mi caso es la noticia de Anthony Weiner. Quiero decir, venga ya. Tal vez esté demasiado chapado a la antigua, pero desconfío de los políticos que tuitean desde el momento en que se puso de moda. ¿En serio nos hace falta alentarles a limitar sus ideas a 140 caracteres o hacerles creer que queremos conocer sus vidas con el mismo detalle que esperamos de estrellas del pop o de figuras del deporte?

Y ahora las redes sociales nos han conducido a donde la naturaleza humana siempre nos amenazó con llevarnos: a tocar fondo. De esta forma, el legislador de la oposición Demócrata que hablaba más alto y más rápido es sorprendido enviando fotografías de dudoso gusto de su persona a extrañas. Mintió al respecto, finalmente lo reconoció, y luego se hizo un nudo su garganta.

La autodestrucción de Weiner es un tremendo golpe a los que programan las parrillas de la televisión por cable, y motivo de cierta tristeza para los izquierdistas faltos de efectivos dispuestos a cargar desde sus cinco minutos de gloria a los cinco minutos siguientes.

Cada adjetivo negativo que se está vertiendo contra Weiner tiene razón. "Ofensivo" sirve. Lo sorprendente es que la 36 edición del Manual de Gestión de Escándalos le ofrecía la forma de salir airoso. Siempre que le sorprendan, confiese de inmediato, dígase víctima de alguna terrible adicción desde el minuto cero, ingrese en rehabilitación y desaparezca un tiempo.

Muy pocas veces se piden cuentas en los tiempos que corren cuando se transforma una pérdida de virtud en un cuadro clínico. Y al hacer esto, se evita el problema de involucrar a amigos y aliados a la hora que defenderte de una cuestión de la que te sabes culpable. Hay muy poca simpatía hacia Weiner entre sus colegas legisladores porque muchos dieron por buenas sus negaciones y ahora se sienten tirados.

Bien, siempre desconfío de los que hacen lo que estoy a punto de hacer: se coge un sórdido escándalo sexual del que la gente lee porque a la gente le gusta leer sobre sórdidos escándalos sexuales, y a continuación se utiliza para demostrar una idea. Pero el episodio Weiner me llamó la atención en un sentido que lo diferencia de otros. Marca el culmen de varios meses durante los que los espectáculos relacionados con comportamientos masculinos escandalosos han dominado la actualidad -- John Ensign y John Edwards, por ejemplo - en un momento en que el futuro del país está realmente en el aire. (El escándalo de Bill Clinton se desarrolló cuando estábamos en buena forma, una de las razones de que sobreviviera).

Súmese a esto la tendencia de los medios a preferir la cobertura de personajes que los medios crearon desde el principio (Sarah Palin y Donald Trump, sobre todo) en lugar de ocuparse del problema de presentarse a presidente y pensar lo que quieren decir.

No tengo ninguna simpatía en concreto hacia las opiniones políticas de los conservadores Mitt Romney, Tim Pawlenty o Rick Santorum, pero por lo menos ellos hacen política. De ahí que: los inusuales comentarios de Palin acerca de Paul Revere recibieran mucha más atención que la intervención sobre economía de Pawlenty esta semana. Recayó en los blogueros políticos como Ezra Klein en el Washington Post la tarea de desbrozar las ideas de Pawlenty. De ahí que: la gira en autobús de Palin por la costa de New Hampshire recibiera por lo menos la misma atención que el anuncio de Romney de una candidatura real en directo.

Pero no todo es culpa de los medios. Tampoco esto va de políticos que se portan mal en su vida privada. Gran parte de lo que ahora mismo se hace pasar por debate consiste de gestos ideológicos irritantes. Las noticias económicas decepcionantes recientes no han cambiado ni un ápice las posturas del debate del déficit de Washington. Las grandes cifras se reparten por doquier -- el Senador Jon Kyl dijo el martes que el acuerdo Republicano encaminado a elevar el umbral de endeudamiento exigiría 2,5 billones de dólares en recortes -- con pocas preguntas acerca de la forma en que tales recortes afectarán a la gente de a pie, al crecimiento económico futuro o a nuestra capacidad de invertir en nosotros. Ah, pero es que intentar dar respuesta a esas preguntas nos distrae de la noticia de Weiner.

DE ACUERDO, la mayor parte de nosotros siempre prestaremos atención a los escándalos sexuales, y los temores apocalípticos son normalmente una forma de paranoia. Pero somos una superpotencia de graves problemas económicos. Estamos actuando como si fuéramos un país con todo el tiempo del mundo para aplazar nuestros problemas satisfaciendo fantasías ideológicas y haciendo hincapié en fantasías de políticos díscolos.

Britney Spears, muy apropiadamente supongo, tiene una pegadiza canción con el estribillo "Sigue bailando hasta que se acabe el mundo". Ya me perdonará por preguntarme si su canción será la banda sonora de algún documental futuro acerca de nuestro declive nacional si no nos ponemos muy serios, dentro de muy poco.

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