Con las estrellas a punto de ser vendidas y con un futuro por delante que no invita al optimismo. Esta es la realidad del Atlético de Madrid. Tras las más que cantada salida de García Pitarch se ha dado un giro nuevo a la dirección deportiva. Cuando Suso aterrizó en el Manzanares, Gil Marín aseguró que había que profesionalizar el club y alejarlo de los sentimentalismos. Quizás por ese desapego a los colores, Pitarch nunca fue tolerado por el Calderón. Ahora pretenden retornar al origen, tirando de Caminero, Aguilera e incluso de Milinko Pantic, que llevará las riendas del filial rojiblanco. ¿Bandazos, falta de criterio, medidas populares o reconocimiento de los errores?

Sea como fuere, llegar al Atleti ahora es un marrón. Por eso Kiko y Toni se han borrado y por eso ha costado firmar un entrenador de perfil medio-bajo. El panorama que se avecina es desolador. Si se concretan todas las salidas que parecen hechas y llegan los refuerzos de medio pelo que suenan, no sólo no se peleará por estar en Europa, sino que se pasarán apuros para quedar en mitad de la tabla de clasificación.

El Atlético vive un proceso de descomposición desde hace años provocado por una mala gestión, sólo maquillada por accidentes en forma de títulos como fueron los europeos de 2010. El conjunto colchonero se queda sin baluartes a los que aferrarse, sin ídolos a los que cantar, sin esperanzas por las que soñar.

El desatino parece instalado en un club que para volver a ser lo que fue tendría que refundarse. La próxima camiseta atlética, cercana al engendro, es una metáfora del momento actual, porque bajo esta dirección hasta las rayas rojas y blancas se ven mermadas.