WASHINGTON -- Anthony, Anthony, Anthony.
Hay muchísima competencia, pero este episodio puede ser el más estúpido y más patético de todos.
Algunos de nuestros concursantes -- el ex gobernador de Carolina del Sur Mark Sanford en la inopia pensando en su amante argentina del alma, el ex senador de Nevada John Ensign enamorado como un loco de la mejor amiga de su mujer -- tienen por lo menos la excusa que estar convencidos de estar enamorados.
Los hay que pueden aducir que el malestar, el propio o el de la sociedad, a tenor de su orientación sexual contribuyó a su caída: el ex senador de Idaho Larry Craig y su "postura amplia", los mensajes sexualmente explícitos del ex congresista Mark Foley dirigidos a becarios del Congreso; las presuntas caricias sexuales del ex congresista Eric Massa a los miembros masculinos del gabinete.
Aun así hay algunos que se inmolan (el ex gobernador de Nueva York Eliot Spitzer con una prostituta) o que, sorprendentemente, logran no inmolarse (el Senador titular de Louisiana David Vitter, ídem) logrando sacar algo de la sórdida transacción.
¿Me dejo alguno? Sí, a Bill Clinton, a Arnold Schwarzenegger y a John Edwards, entre otros. Hay que meterlos en el mismo saco, inmolación con rentabilidad.
Lo triste y llamativo del episodio de Weiner es que es muy juvenil. Un caballero entrado en años -- un caballero casado -- que se hace fotos en ropa interior y las envía por Twitter. Un caballero adulto que presuntamente envía mensajes a una amiga distinta en Facebook acerca de "el enorme paquete dentro de mis calzoncillos ahora mismo. ¿Quieres echar un vistazo?"
En calidad de madre de adolescentes, encuentro la insoportable rueda de prensa de 27 minutos ofrecida por Weiner inquietantemente familiar. "No sé en qué estaba pensando", respondía Weiner a un periodista. ¿Qué padre no acaba haciéndose la misma incrédula pregunta acerca de un hijo gamberro -- y recibiendo la misma respuesta nada edificante?
¿Qué padres no han dicho a sus hijos, una y otra vez, que al margen de lo que se haga las cosas no hacen sino empeorar al mentir? "Fue una tontería tratar de contar mentiras sobre ello porque simplemente condujo a más mentiras", decía Weiner.
¿Qué padres del mundo moderno no han advertido a sus hijos de que hay que tener cuidado con lo que se cuelga en la red -- y, en ciertos casos terribles, no han descubierto que sus hijos son incapaces de seguir ese consejo? "De vez en cuando me decía, 'esto es un error', o 'esta conversación podría escucharla alguien o relatársela a alguien'", decía Weiner. "En este caso, acabé haciendo algo muy estúpido".
Los 27 minutos enteros deberían ser de visionado obligatorio para todo estudiante de instituto.
Weiner, por supuesto, dejó el instituto hace mucho, lo que plantea la pregunta: ¿Cómo lo haría? Y la cuestión más genérica: ¿Qué les pasa a estos caballeros?
El episodio Weiner consta de tres variantes de político que pierde los papeles, entrelazadas por una moraleja peculiarmente moderna.
Con anterioridad he sugerido que la única explicación a la conducta sexual impropia por parte de políticos es la impresión equivocada de tener privilegios: estar convencidos de que saldrán impunes de mantener estos comportamientos.
Weiner entendía a nivel intelectual el riesgo que estaba corriendo; a nivel emocional, parece haberse convencido de ser inmune a las consecuencias mundanas. De lo contrario, se habría detenido la primera vez que su prometida le sorprendió de parranda virtual.
La conducta de Weiner refleja otra faceta del animal político varón: el escalofriante vínculo entre los apetitos de los políticos por los votos y las lisonjas, y su inquisitiva búsqueda de atención y conquistas sexuales. Los políticos tienden a ser un colectivo muy necesitado. Ser apreciado es su prueba de validación. Sus egos exigen constante atención, de forma que no es particularmente sorprendente que otras partes de su anatomía exijan atenciones comparables.
Cualquiera que viera a Clinton en la cuerda floja entiende la relación elemental entre despertar el entusiasmo de multitudes y el afecto del sexo contrario. Hacer que alguien se meta en la cama contigo -- incluso virtualmente -- es otra forma de demostrar que tienes su voto.
La parte virtual implica la tercera faceta del episodio de Weiner: el papel cada vez más importante de las nuevas tecnologías en las caídas políticas en desgracia. Hubo un tiempo en el que las zancadillas autoinfligidas del político procedían de su comportamiento diario: las grabaciones de ejemplos de acoso sexual del ex senador de Oregón Bob Packwood. Hubo un tiempo en que los políticos tenían que provocarnos para que les siguiéramos: el ex candidato presidencial Gary Hart a bordo de una embarcación llamada "Engaños".
Ahora el medio (Twitter, Facebook, el correo electrónico, la mensajería instantánea) es al mismo tiempo el canal de la falta y la prueba de la misma. Todo capturable al instante como captura de pantalla y susceptible de ser compartido con millones.
¿Cuándo aprenderán? Mi conclusión, bien entrada en la tercera década de escribir acerca de estas debilidades: la cosa va para largo.