Nos encontramos en el ecuador de la 70 edición de la Feria del Libro de Madrid, que arrancó el pasado día 27 de mayo y se prolongará hasta el 12 de junio en el Paseo de Coches de los Jardines del Buen Retiro. Este aniversario está siendo deslucido por la aparición de la lluvia que ha decidido erigirse como invitado en la escena madrileña, aunque el verdadero invitado sea Alemania, país lector por antonomasia, productor excelso tanto en calidad como en cantidad, preocupado y ocupado por su literatura, arraigada en una cultura sensible y lúcida.
Hasta diez autores de lengua germana han sido premiados con el Nobel de las letras, desde Theodor Mommsen, allá por 1902, a Herta Müller en el más cercano 2009. Este galardón, que se entrega a escritores consagrados con una obra dilatada a las espaldas, es un indicativo de la óptica de la Academia con un valor relativo, pues ni están todos lo que son ni son todos los que están. Lo cierto es que como elemento curricular ayuda y mucho a la venta de libros. Los premios siempre vienen bien aunque no hay que tomárselos muy en serio.
Alemania ha destacado en cualquier campo de la investigación científica y de las humanidades. Podríamos aseverar que su curiosidad no tiene límites, consigue resultados en cada proposición, engordando su influencia en el mundo y lo que ese afán garantiza en materia tangible e intangible. El carácter del pueblo germano ha sido el vértice tanto de grandes conflictos como de momento estelares de la humanidad, citando a Stefan Zweig, escritor austriaco que se quedó sin Nobel, posiblemente debido a su muerte prematura o eso quiero pensar.
Las palabras viajan entre las 349 casetas de la presente edición de la Feria del Libro. Es el momento de abstraerse de la lluvia, calzarse para la ocasión y llevar un paraguas por si acaso (también se pueden llevar pepinos). Ya se sabe que en Alemania llueve mucho.