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Lecciones que no se aprenden sobre la Historia

Lecciones aprendidas o el programa de reformas de Dios

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Bernard de Mandeville, reputado en la Historia como filósofo, era, en realidad, un médico especialista en la histeria. A él corresponde el honor de haber inaugurado la comparación de la sociedad humana con la de las abejas, símil que gozaría, en adelante, de gran éxito y difusión.

En 1705 publicó una fábula, a la que debe su fama, titulada El panal quejumbroso o los bribones convertidos en gente honrada. En 1714 publica una versión ampliada, con el título La fábula de las abejas o vicios privados, beneficios públicos, que vamos a contar con algunos añadidos de cosecha propia.

Las abejas trabajan en panal

La fábula comienza: “Un enjambre numeroso de abejas habitaba un espaciosa colmena. Allí, en una feliz abundancia, vivían tranquilas”. Sin embargo, “nunca hubo abejas tan inconstantes y tan insatisfechas” .

Había millones de abejas que trabajaban “para satisfacer la vanidad y las ambiciones de otras abejas”. Incluso había himenópteros que poseían grandes capitales y obtenían ganancias considerables, mientras otras abejas, “condenadas a utilizar la hoz y la pala”, se ganaban la vida con el sudor de su frente.

Existían abejas corruptas

También había otro grupo, en la colmena, que se dedicaba a “trabajos por completo misteriosos”: los vividores, los parásitos, los ladrones y “todos aquellos que […] con prácticas deshonestas se aprovechaban del trabajo de sus vecinas”.

La justicia no defendía los derechos de las abejas

Los abogados y los jueces se ocupaban de mantener las divisiones, las envidias y los odios “con el objeto de arruinar a sus clientes y aprovecharse de sus bienes”. Así, “para defender una causa perversa, analizaban las leyes con la misma meticulosidad con la que los ladrones examinan los palacios y las tiendas”.

Y así sucesivamente, tras los jueces prevaricadores, hay médicos charlatanes, sacerdotes corruptos, soldados cobardes que son cubiertos de gloria mientras que los valientes son licenciados con deshonor y con media paga. Los ministros “engañaban al rey” y saqueaban el tesoro público. La Justicia se dejaba sobornar y “con injusta severidad trataba de mantener a salvo al poderoso y al rico”.

De todos modos, había una industria, una economía

En fin, “¿quién podría describir con detalle todos los fraudes que se cometían en aquella colmena?”. En cualquier caso, “incluso los más perversos, ayudaban en algo al bien común”. El lujo desmesurado, al menos, se convertía en una industria que proporcionaba trabajo a miles de abejas; y, así también, la vanidad, la envidia, el amor propio, “la extravagancia en el comer”, las modas en cuestión de ropa o, incluso, de muebles, “a pesar de su ridiculez”.

Los ladrones critican la falta de honradez

Cierto día señalado, “el mayor bribón de la colmena” comenzó a quejarse de la extensión de la corrupción y de la decadencia moral de la sociedad. Se formó un nutrido grupo de abejas que empezaron a criticar la política reinante en la colmena. Incluso, se adhirió a su movimiento un comerciante, “verdadero genio del robo”, que levantó sus plegarias al cielo, pidiendo que reinara la honradez en el panal.

Allá en lo alto, Mercurio, dios de los ladrones, no pudo contener la risa al escuchar la plegaria de los bribones. Mas Júpiter (que era más leído) se mostró indignado ante ele estado de la colmena. Y, diríamos hoy, estableció un programa de reformas: “A partir de este instante, la honradez será la dueña de todos los corazones”.

El dios Júpiter destierra el afán de beneficios

De cualquier modo (diríamos nosotros), sus lecturas eran limitadas y resultó que, por su particular entendimiento de lo que sea la “honradez”, lo que Júpiter desterró fue el ánimo de lucro, el afán de beneficios. Aunque, de nuevo por falta de lecturas, se olvidó de planificar la economía.

¿Qué ocurrió a partir del “programa de reformas de Júpiter”? Todos los precisos bajaron hasta su precio de coste. Las prisiones se vaciaron, los abogados y los jueces prevaricadores se quedaron sin trabajo. Pero, también, los constructores de cárceles y de verjas engrosaron las listas del paro apícola, junto con carceleros, celadores, etc.

Beneficios y consecuencias imprevistas del programa de reformas

Por el contrario, los médicos comenzaron a hacer bien su trabajo y los sacerdotes “fueron más caritativos”. Y, lo más importante, “todos aquellos que no se sintieron a la altura de sus deberes, presentaron su renuncia”, con lo que la clase política se redujo a un tercio.

Sin embargo, ya nadie ambicionaba beneficios. Se hundió el precio del suelo y de las casas y, por tanto, desapreció la Arquitectura como arte. Los artesanos y los pintores tampoco encontraron empleo, pues nadie poseía renta para gastar con ellos. Y, así también, los escultores, los joyeros y gran parte de los oficios.

El desempleo acaba con la colmena

De este modo, muchas abejas tuvieron que abandonar la colmena, en busca de trabajo en otros panales. Y “las pocas abejas que allí permanecieron, vivían de forma miserable”. Porque “todos los oficios y todas las artes caían en el abandono”, como consecuencia de “esa plaga de la industria que es el fácil contentamiento”.

Lecciones aprendidas

Finalmente, la colmena acabó despoblándose y sufrió el ataque de sus enemigos, “cien veces más numerosos”. El panal sobrevivió, pero a costa de la vida de la mayor parte de la población que quedaba. De forma que las diezmadas supervivientes se retiraron de la colmena y se refugiaron en el hueco de un árbol perdido, donde siguieron viviendo miserablemente y pensando, por siempre, que eran el enjambre de abejas más virtuoso sobre la Tierra.

¿Pueden imaginarlo?

Lecciones aprendidas o el programa de reformas de Dios

Lecciones que no se aprenden sobre la Historia
Felipe Muñoz
martes, 7 de junio de 2011, 07:17 h (CET)
Bernard de Mandeville, reputado en la Historia como filósofo, era, en realidad, un médico especialista en la histeria. A él corresponde el honor de haber inaugurado la comparación de la sociedad humana con la de las abejas, símil que gozaría, en adelante, de gran éxito y difusión.

En 1705 publicó una fábula, a la que debe su fama, titulada El panal quejumbroso o los bribones convertidos en gente honrada. En 1714 publica una versión ampliada, con el título La fábula de las abejas o vicios privados, beneficios públicos, que vamos a contar con algunos añadidos de cosecha propia.

Las abejas trabajan en panal

La fábula comienza: “Un enjambre numeroso de abejas habitaba un espaciosa colmena. Allí, en una feliz abundancia, vivían tranquilas”. Sin embargo, “nunca hubo abejas tan inconstantes y tan insatisfechas” .

Había millones de abejas que trabajaban “para satisfacer la vanidad y las ambiciones de otras abejas”. Incluso había himenópteros que poseían grandes capitales y obtenían ganancias considerables, mientras otras abejas, “condenadas a utilizar la hoz y la pala”, se ganaban la vida con el sudor de su frente.

Existían abejas corruptas

También había otro grupo, en la colmena, que se dedicaba a “trabajos por completo misteriosos”: los vividores, los parásitos, los ladrones y “todos aquellos que […] con prácticas deshonestas se aprovechaban del trabajo de sus vecinas”.

La justicia no defendía los derechos de las abejas

Los abogados y los jueces se ocupaban de mantener las divisiones, las envidias y los odios “con el objeto de arruinar a sus clientes y aprovecharse de sus bienes”. Así, “para defender una causa perversa, analizaban las leyes con la misma meticulosidad con la que los ladrones examinan los palacios y las tiendas”.

Y así sucesivamente, tras los jueces prevaricadores, hay médicos charlatanes, sacerdotes corruptos, soldados cobardes que son cubiertos de gloria mientras que los valientes son licenciados con deshonor y con media paga. Los ministros “engañaban al rey” y saqueaban el tesoro público. La Justicia se dejaba sobornar y “con injusta severidad trataba de mantener a salvo al poderoso y al rico”.

De todos modos, había una industria, una economía

En fin, “¿quién podría describir con detalle todos los fraudes que se cometían en aquella colmena?”. En cualquier caso, “incluso los más perversos, ayudaban en algo al bien común”. El lujo desmesurado, al menos, se convertía en una industria que proporcionaba trabajo a miles de abejas; y, así también, la vanidad, la envidia, el amor propio, “la extravagancia en el comer”, las modas en cuestión de ropa o, incluso, de muebles, “a pesar de su ridiculez”.

Los ladrones critican la falta de honradez

Cierto día señalado, “el mayor bribón de la colmena” comenzó a quejarse de la extensión de la corrupción y de la decadencia moral de la sociedad. Se formó un nutrido grupo de abejas que empezaron a criticar la política reinante en la colmena. Incluso, se adhirió a su movimiento un comerciante, “verdadero genio del robo”, que levantó sus plegarias al cielo, pidiendo que reinara la honradez en el panal.

Allá en lo alto, Mercurio, dios de los ladrones, no pudo contener la risa al escuchar la plegaria de los bribones. Mas Júpiter (que era más leído) se mostró indignado ante ele estado de la colmena. Y, diríamos hoy, estableció un programa de reformas: “A partir de este instante, la honradez será la dueña de todos los corazones”.

El dios Júpiter destierra el afán de beneficios

De cualquier modo (diríamos nosotros), sus lecturas eran limitadas y resultó que, por su particular entendimiento de lo que sea la “honradez”, lo que Júpiter desterró fue el ánimo de lucro, el afán de beneficios. Aunque, de nuevo por falta de lecturas, se olvidó de planificar la economía.

¿Qué ocurrió a partir del “programa de reformas de Júpiter”? Todos los precisos bajaron hasta su precio de coste. Las prisiones se vaciaron, los abogados y los jueces prevaricadores se quedaron sin trabajo. Pero, también, los constructores de cárceles y de verjas engrosaron las listas del paro apícola, junto con carceleros, celadores, etc.

Beneficios y consecuencias imprevistas del programa de reformas

Por el contrario, los médicos comenzaron a hacer bien su trabajo y los sacerdotes “fueron más caritativos”. Y, lo más importante, “todos aquellos que no se sintieron a la altura de sus deberes, presentaron su renuncia”, con lo que la clase política se redujo a un tercio.

Sin embargo, ya nadie ambicionaba beneficios. Se hundió el precio del suelo y de las casas y, por tanto, desapreció la Arquitectura como arte. Los artesanos y los pintores tampoco encontraron empleo, pues nadie poseía renta para gastar con ellos. Y, así también, los escultores, los joyeros y gran parte de los oficios.

El desempleo acaba con la colmena

De este modo, muchas abejas tuvieron que abandonar la colmena, en busca de trabajo en otros panales. Y “las pocas abejas que allí permanecieron, vivían de forma miserable”. Porque “todos los oficios y todas las artes caían en el abandono”, como consecuencia de “esa plaga de la industria que es el fácil contentamiento”.

Lecciones aprendidas

Finalmente, la colmena acabó despoblándose y sufrió el ataque de sus enemigos, “cien veces más numerosos”. El panal sobrevivió, pero a costa de la vida de la mayor parte de la población que quedaba. De forma que las diezmadas supervivientes se retiraron de la colmena y se refugiaron en el hueco de un árbol perdido, donde siguieron viviendo miserablemente y pensando, por siempre, que eran el enjambre de abejas más virtuoso sobre la Tierra.

¿Pueden imaginarlo?

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